
Era un sótano y ser un sótano fue parte de su esencia. Había que bajar una escalera de piedra para meterse en el corazón de ese subsuelo abovedado, hecho de ladrillos y creado originalmente para funcionar como un refugio antiaéreo durante la Segunda Guerra Mundial. Pero para 1957 el Blitz, esa ola de bombardeos nazis sobre el territorio del Reino Unido, había quedado atrás y ese sótano que estaba debajo de un almacén de cuatro pisos estaba disponible para fines menos trágicos que una contienda bélica.
Así que el 16 de enero de ese año, más de una década después del fin de la Segunda Guerra, en el sótano del número 10 de Matthew Street, en Liverpool, abrió sus puertas The Cavern, un espacio destinado a funcionar como club de jazz. Ese no sería su destino final, pero su primer dueño, Alan Sytner, todavía no lo sabía.
Sytner había recorrido distintos pubs y clubes en las ciudades más importantes de Europa. Le Caveau, un espacio dedicado al jazz ubicado en un sótano parisino, fue la inspiración definitiva para que el aficionado a la música decidiera cómo iba a nombrar ese local que preparaba para revolucionar la escena de su ciudad: The Cavern. Era un juego en el que se apilaban esa inspiración parisina y también cierto juego con lo subterráneo del circuito underground, ese mundillo destinado a que circulen muchos artistas y, tal vez, alguno de ellos despunte.
Los que iban a despuntar serían The Beatles, pero para eso faltaba que pasaran unos cuatro años. Lo primero que pasó en The Cavern fue que el objetivo de su dueño y programador no tuviera nada de éxito: el jazz era muchísimo menos convocante que otras propuestas que le llegaban a Sytner. Pero el primer dueño de The Cavern estaba dispuesto a morir abrazado a su idea. Decía que no a las bandas de skiffle, inspiradas en el country estadounidense, y también a los primeros sonidos beat. No quería saber nada con los nuevos sonidos, y ese iba a ser el error que lo pondría entre la espada y la pared.
Esos raros sonidos nuevos
Ray McFall fue el segundo dueño de The Cavern. Lo compró en 1959 y estuvo mucho más dispuesto que su antecesor a abrir su programación a sonidos innovadores. El rock sería parte de la oferta de ese lugar al que iban cada vez más jóvenes de Liverpool. Había, sobre todo, bandas que tocaban covers de las estrellas de rock más trascendentes del momento.
Una de esas bandas debutó en el escenario abovedado del club el 9 de febrero de 1961. Se llamaban The Beatles, habían entrenado para presentarse en vivo en los escenarios de Hamburgo, en los que tocaban en sesiones de hasta ocho horas seguidas, y estaban conformados, en ese momento, por John Lennon, Paul McCartney, George Harrison, Stuart Sutcliffe en el bajo y Pete Best en la batería. A Harrison casi no lo dejan tocar porque llegó a The Cavern en jeans y esa vestimenta no cumplía con la etiqueta del lugar. Pero finalmente estuvieron los cinco sobre el escenario: fue al mediodía, lo vieron entre veinte y treinta personas y, en total, la banda cobró 5 libras esterlinas.
Era imposible saberlo ese día, pero The Cavern se convertiría en el escenario que le valió a la banda su primera gran popularidad y también el escenario que les quedaría chico apenas dos años después, cuando la dimensión de The Beatles cobró escala primero nacional y, enseguida, global.
De Liverpool para el mundo
No está del todo claro cuántas veces tocaron The Beatles en The Cavern. Algunos registros afirman que fueron 292, entre aquella primera presentación en febrero de 1961 y la última, en agosto de 1963. Sí se sabe que en su última presentación hubo 500 personas, y no fueron más porque Brian Epstein, el manager de los Fab Four que los había conocido justamente sobre ese escenario porque no paraban de hablarle del nuevo gran fenómeno local, se negó a sobrecargar el pub. Temía que ese desborde pusiera en peligro a sus representados, que para ese entonces ya no contaban con Sutcliff y habían reemplazado a Pete Best por Ringo Starr.
The Beatles tocaban en los almuerzos y también en sesiones nocturnas en el club. Las canciones de Chuck Berry, Little Richard y Elvis Presley integraban el repertorio con el que la banda se presentaba. Las canciones de su propia autoría iban ganando lugar, pero lo que más se destacaba era las armonías que Lennon y McCartney lograban crear, así como su carisma sobre el escenario, el humor con el que se comunicaban con su público, y la experiencia en vivo que habían ganado en Alemania y que demostraban en cada show.
El fenómeno crecía día a día. La fila para verlos serpenteaba toda la escalera de piedras, salía hacia la calle Matthew y doblaba la esquina. Las paredes subterráneas transpiraban y el ambiente olía a los cigarrillos que fumaban la audiencia y los artistas, y también a la fermentación de las frutas que se vendían en los almacenes de Matthew Street.
The Beatles perfeccionaban sus presentaciones y, sobre todo, se hacían cada vez más conocidos por su desfachatez y por crear un sonido que los distinguía de todas las demás bandas beat de Liverpool. Brian Epstein, que tenía una tienda de electrodomésticos y de discos, escuchó hablar de ellos hasta el cansancio. Así que decidió ir a verlos y le pasó lo mismo que a todos los demás: lo conquistaron. Así que les propuso ser su manager.
De la mano de Epstein, el vínculo de The Beatles con The Cavern mejoró. Al final de sus presentaciones allí, cobraban 300 libras esterlinas en vez de las 5 con las que habían debutado dos años antes. Además, el empresario empezó a apostar a un salto grande: el final de las presentaciones de la banda en The Cavern llegó cuando, de la mano de Epstein, The Beatles conocieron a George Martin, el productor de EMI junto al cual revolucionarían la historia de la música popular para siempre.
Visita obligada para los beatlemaníacos
En agosto de 1963, cuando The Beatles se presentaron por última vez en The Cavern, ya habían derramado su onda expansiva sobre toda Inglaterra. Habían grabado “She loves you” y la canción era un éxito. Faltaba nada menos que seis meses para que cruzaran el Atlántico y la Beatlemanía explotara para siempre.
Con el correr de los años y con la popularidad que The Beatles construyeron, The Cavern se convirtió en una visita obligada para los fanáticos. Tiene algo de escenario embrionario -aunque, en rigor, el verdadero entrenamiento fue en Hamburgo- y, sobre todo, es el club de Liverpool al que cualquier beatlemaníaco puede ir a imaginar los días dorados de la banda.

Por eso bajan las escaleras unas 800.000 personas al año. Y eso que The Cavern ya no es lo que era. Es que en 1973, diez años después de la última presentación beatle, el local cerró sus puertas porque la empresa que explotaba la red de subtes de Liverpool expropió los almacenes -y su sótano- para construir allí un área de reparación y ventilación.
En 1982, como la empresa que explotaba la red de subtes no había llevado a cabo la obra, se intentó reabrir The Cavern. Pero las excavaciones preliminares demostraron que la demolición de los almacenes habían afectado las estructuras y no había forma de repararlas. Entonces se ideó un plan que tenía como objetivo replicar con la mayor fidelidad posible ese sótano cuyo nombre ya conocía el mundo entero.
Del espacio original se extrajeron 20 mil ladrillos. 5 mil se vendieron a 5 libras cada uno y se agotaron enseguida. Los otros 15 mil se utilizaron para la reapertura del club, que se encuentra prácticamente en el mismo lugar que el original, aunque no del todo. El actual The Cavern abrió en 1984 y ocupa el 70% del espacio en el que Alan Sytner había soñado con su propio club de jazz y en el que Brian Epstein descubrió un diamante en bruto.
En esa reapertura, The Cavern ya era el ícono que es hasta hoy. Por la popularidad que le construyeron The Beatles, habían pasado por su escenario artistas como The Rolling Stones, Elton John, The Who y The Kinks. Más acá en el tiempo, tocaría allí Adele. Y el mismísimo McCartney, que volvió por primera vez allí en 1999 para presentar su nuevo disco solista y que regresaría casi veinte años después, en 2018.

El club tuvo un cierre temporario, de 18 meses, a fines de los ochenta y principios de los noventa. Fue en medio de una crisis económica y financiera de Liverpool en general y del pub en particular. Pero dos profesores y un taxista se asociaron y son los propietarios hasta hoy.
The Cavern sigue siendo lo que era, un club local en el que se siguen presentando en vivo unas cuarenta bandas locales a la semana: buscan su espacio en la escena artística de Liverpool. Pero también es esa especie de Meca a la que llegan miles de fanáticos por año, que van a ver el show de alguna de todas las bandas que tocan covers de The Beatles. Alguna melodía que les haga sentir que están en 1962, en ese sótano transpirado y revolucionario.
Esa alianza indivisible entre The Beatles y The Cavern sigue intacta. Por eso el 16 de enero, día de la inauguración del club que no fue de jazz sino de beat y de rock, es considerado el Día Internacional de The Beatles. Pero no es el único. También se celebra el 6 de julio, en conmemoración de la primera vez que se cruzaron Lennon y McCartney, en el hall de una iglesia, y el 10 de julio, fecha que coincide con la primera vuelta de The Beatles a Reino Unido tras su desembarco exitosísimo en Estados Unidos. Es que no alcanza un día al año para celebrar a la banda más importante de la música.
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