Implacable, audaz y voraz negociador: cómo hizo su fortuna de 100 mil millones de dólares Bernard Arnault

Su patrimonio aumenta a cada hora. En el ranking mundial de los multimillonarios, el francés alcanzó el tercer puesto siguiendo a Jeff Bezos y Bill Gates. Es el dueño de las marcas de lujo más famosas, cadenas de hoteles y hasta del mítico tren Orient Express

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En unos pocos días, a partir de la publicación de los balances de su compañía en el transcurso de la semana pasada, Bernard Arnault incrementó su patrimonio en más de 5 mil millones de dólares y pasó a ser el tercer hombre más rico del mundo.

En ese ranking sólo es superado por Jeff Bezos, fundador de Amazon, y por Bill Gates.

Su grupo incrementó las ventas en más de un 11% por ciento en el último trimestre y eso provocó el salto en el valor de las acciones. El patrimonio estimado de Arnault roza los 100 mil millones de dólares. Tan sólo en el último año ha ganado más de 28 mil millones de dólares.

Bernard Arnault es un francés de setenta años. Elegante, de contextura pequeña, una mezcla entre Charles Aznavour e Ives Montand pero con mirada gélida. Es el principal accionista y lidera el grupo LVMH, dedicado al consumo de lujo. Más de 70 marcas lo integran. Las siglas corresponden a: Louis Vitton, Möet Hennesy.

Pero las marcas que integran el conglomerado empresario incluyen, entre muchas otras, a Christian Dior, Bvlgari, Sephora, Tag Heuer, Krug, Dom Perignon, Givenchy, Loewe, Marc Jacobs, Kenzo, Céline, RIMOWA y Hublot.

Moda masculina, moda femenina, relojes, joyas, licores, perfumes, champagnes, carteras, valijas y cualquier otro elemento o consumo de lujo que pueda existir le pertenece. Arnault ha subvertido el principio que indica que las grandes fortunas se construyen ofreciendo servicios y productos a un público masivo; él ha construido la tercera fortuna más abultada del planeta vendiéndole cosas a unos pocos.

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Este incremento súbito pero persistente -en los últimos años LVHM crece en cada periodo contable- se debe a algunos factores claros, a políticas empresariales que Arnault hace aplicar con firmeza.

Cada marca se maneja con principios similares pero separadamente, respetando su individualidad y su historia (la tradición es un valor importante que tiene un reflejo en la economía según la visión del magnate); por otra parte gracias a agresivas campañas de comunicación han logrado que sus exclusivos clientes hayan perdido el temor a las compras online y que hayan modificado sus hábitos, lo que provocó un notable incremento en las ventas. Otro factor muy importante es que sus marcas lograron asentarse en el mercado asiático y aprovecharon el boom de consumo en China, uno de sus mercados más redituables. Por último LVHM entendió antes que los demás que el segmento de moda masculina crece a gran ritmo y puso su atención en ello.

Arnault es implacable y su ambición alcanza cimas épicas. Es un negociador voraz. Su audacia es conocida por todos.

Se recibió muy joven de ingeniero en una exclusiva universidad francesa. Luego ingresó a trabajar en la empresa constructora de su padre que tenia importantes contratos de obra pública. Pero a los pocos años, y luego de mucho insistir, convenció a su progenitor que debían refundarse, cambiar de negocio. El padre no aceptó de inmediato. No entendía los motivos del cambio de rubro pero su pertinaz hijo logró su cometido. Con cambio de nombre, la compañía se encargó de la construcción de complejos turísticos.

Luego, el pulso firme de Bernard diversificó los negocios y las inversiones. Asumió riesgos y se mostró impiadoso ante cada debilidad que encontró en el camino. Todo elemento que le pudiera ser favorable lo aprovechaba sin importar la circunstancia ni el daño que pudiera ocasionar. Su habilidad mayor, su súper poder, es la capacidad de distinguir un gran negocio en su germen.

La gran oportunidad le llegó en 1987 con la fusión de Louis Vuitton y Moët Hennessy. Esta última compañía, surgida de la fusión del champán Moët & Chandon y el coñac Hennessy es un emblema de la vida francesa. Las tres marcas tenían en ese momento varios siglos de antigüedad. Y eso, para Bernard, era un capital invaluable que debía explotar. Un poco antes había adquirido también Christian Dior, etiqueta a la que también revalorizó.

A partir de su ingreso al grupo, su influencia no paró de crecer. Arnault aprovechó cada resquicio, cada grieta que encontró. Su participación accionaria era cada vez mayor. Y fomentaba la pelea entre las dos familias que tenían la mayor porción. Hasta que en medio de crisis entre socios, corridas bursátiles y debacles económicas, pudo tomar el control de LVMH.

Desde inicios de la década del 90 que ejerce el mando sin dudar, con una política de expansión nada temerosa. Fue comprando marcas para incorporar al conglomerado. Sumando poder y dinero. Cuando le tocó perder, o darse cuenta que el negocio no prosperaba, se desprendió de esas marcas sin titubear. Su intento por ingresar en el mundo de las startups fue fallido y lo abandonó prontamente.

Uno de los negocios más recientes del grupo fue adquirir una exclusiva cadena de hoteles entre los que se incluyen el Cipriani de Venecia, el Copacabana Palace, el Splendido de Portofino o el único hotel dentro del complejo de Machu Picchu. Pero la joya de ese nuevo conglomerado es el Orient Express, el legendario tren.

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Su estilo férreo combina control con independencia de decisiones de cada marca. Valora en sus directivos la fidelidad y la experiencia. Pero pone en práctica una táctica que podríamos llamar El juego de la silla. Los altos ejecutivos de cada marca luego de unos años manejando una empresa son transferidos a otra del mismo grupo. Así cada uno se mantiene alerta y desarrolla nuevas capacidades. Y de paso compite con los otros, aún con los que no conoce, por el puesto que ambiciona. Una guerra entre ambiciosos fantasmas.

Se calcula que la facturación del último año fue mayor a los 45 mil millones de dólares.

Días atrás, Arnault mantuvo una discusión pública con Greta Thunberg, la joven ambientalista. “Es una joven dinámica, pero se está rindiendo por completo al catastrofismo. Creo que sus puntos de vista son desmoralizantes para los jóvenes”, dijo Arnault.

Y agregó que el crecimiento económico sacó en los últimos años a muchas personas de la pobreza. Sostuvo también que la única manera de no retroceder era seguir creciendo. A pesar de eso debió aclarar que las preocupaciones ambientales tienen un lugar preponderante en sus nuevos planes de negocios y que todas las empresas del grupo se comprometían a ultimar esfuerzos para reducir su impacto ambiental e imponer controles más estrictos a sus proveedores.

Su gran oponente no es ni Bezos, ni Gates, ni Carlos Slim. Él apunta todos sus cañones a François-Henri Pinault. Kering es el otro gran conglomerado del lujo francés y Pinault es su CEO. Incluye entre otras etiquetas exclusivas a Gucci, Balenciaga, Yves Saint Laurent, Brioni, Stella McCartney o Alexander McQueen. Pinault, además por su exorbitante patrimonio estimado en 36 mil millones de dólares, es conocido por ser el marido de Salma Hayek desde el 2009. No todo es dinero en la vida.

Bernard Arnault se casó dos veces. Con Anne Dewavrin tuvo dos hijos: Delphine y Antoine. Un año después de divorciarse de Anne, se casó con Hélène Mercier-Arnault, una pianista canadiense, de Quebec. El testigo de esa unión fue Nicolas Sarkozy. Con Hélene, Arnault tuvo tres hijos más.

El tema de sus hijos no es algo menor. Desde hace unos años se viene especulando sobre su sucesión. Aunque nadie de la familia habla de ella en público, el tema se reaviva con cada movimiento.

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Los cinco hijos están relacionados con los negocios del padre. La mayor, Delphine, es vicepresidenta de Louis Vuitton. Antoine, el que le sigue, es el de perfil más alto. Casado con la súper modelo rusa Natalia Vodianova, pasó de ser director general de Berluti (empresa italiana, centenaria y exclusiva, de marroquinería) a ser el responsable de imagen y comunicación de todo el grupo. Bernard quiere que alguien joven traiga nuevas modalidades de contactarse con el público, que se amolde a los nuevos tiempos.

Alexandre, Fredéric y Jean hijos del segundo matrimonio y más jóvenes dan sus primeros pasos mientras estudian. El estudio y la experiencia es una condición sine qua non que el padre impone. No quiere chicos que se paseen en autos de cientos de miles de dólares y en yates lujosos sin haber trabajado e intentado perfeccionarse. Alexandre de 24 años, con su pelo largo y su actitud desafiante, también aspira a la sucesión y ya obtuvo algún cargo ejecutivo a pesar de su juventud. Sus hermanos mayores tuvieron que esperar al menos una década para conseguir lo mismo que él en un par de años. Muchos sostienen que es el más capaz y audaz de los Arnault, el que más se parece a su padre.

Los cinco se llevan bien y han aceptado algunas normas de convivencia en caso de que su padre desapareciera o quedara imposibilitado súbitamente. A Bernard lo preocupa que su sucesión no sea pacífica y que sus empresas sufran por esa lucha o corran el riesgo de desmembrarse. Por eso estableció reglas claras que sus cinco hijos fueron obligados a aceptar. Durante diez años tienen terminantemente prohibido vender sus acciones de LVMH; están obligados a votar siempre igual, sin diferencias entre ellos, en el consejo de administración; y deben apoyar a la misma persona para la dirección del grupo sin poder dividirse.

Para quien no cumpla alguna de estas tres reglas Bernard Arnault dejó sanciones póstumas: serán penados patrimonialmente con extrema severidad.

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Pero los cinco Arnault tienen más competencia. La hermana de Bernard falleció en 2006. Él se hizo cargo de sus dos sobrinos. Ambos también ocupan importantes cargos. El líder del grupo, algo maquiavélicamente, especula con la competencia entre hermanos y primos.

Hace unos meses declaró: "Creo que llegado el momento seré lo suficientemente objetivo para designar entre mis cinco hijos y mis dos sobrinos a quien será capaz de asumir esta tarea”.

Su pasión frustrada es el piano. De chico aspiraba a ser concertista profesional. Es un digno ejecutante amante de Chopin. Transmitió el amor por el instrumento a algunos de sus hijos. Y su segunda esposa es una conocida pianista. Arnault es un importante coleccionista de arte. Su colección cuenta con obras de Picasso, Turner, Warhol, Giacometti y Henry Moore entre muchos otros.

Creó una fundación para el desarrollo de la música y de las artes. El imponente edificio parisino que es su sede fue diseñado por el arquitecto Frank Gehry. La labor de mecenas de Arnault es permanente y visible. Exposiciones, conferencias y premios anuales animan la vida cultural francesa.

Con sus setenta años y su medio siglo de actividad, Bernard Arnault se mantiene vigente y desafiante. Su ambición no descansa. No conoce otra cosa.

Su móvil sigue siendo generar dinero, aprovechar nuevas oportunidades de negocios, aplicar su poder. El joven que soñaba con convertirse en un pianista que fuera ovacionado en las salas de concierto se convirtió en el dueño de un imperio del lujo. Y, claro está, en la tercera persona con más dinero en la tierra.

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