Cristina Banegas, figura emblemática del teatro argentino, ha construido una vida y una carrera atravesada por el arte escénico como refugio. Su historia personal y profesional se entrelaza con la búsqueda de comunidad y la resiliencia ante la soledad y las pérdidas, elementos que han marcado su recorrido y su visión del trabajo colectivo en el escenario.
“Mi propio teatro, que es El Excéntrico de la 18, el año que viene cumple cuarenta años”, dice Banegas. Explica que fue un año intenso y que están preparando un libro digital para contar su historia, un espacio que fue pionero como modelo de teatro en la ciudad de Buenos Aires.
Recuerda que hoy hay cientos de salas en todos los barrios, pero que hace cuarenta años Villa Crespo quedaba muy lejos de la zona de los teatros, al evocar el nacimiento de un lugar que se transformó en referencia del teatro independiente.
Su infancia estuvo marcada por la presencia artística de sus padres, la actriz Nelly Prince y el productor Oscar Banegas, y por una soledad temprana tras la separación de ambos.
Banegas recuerda que tenía nueve años y que en esa época no era habitual que los padres se separaran, y menos aún que esa intimidad apareciera en las revistas. “Mamá salía en la tapa muchas veces, porque fue una pionera de la televisión argentina, Nelly Prince, una diosa total”, dice.
A pesar de ese entorno artístico, sus primeros deseos no se orientaron hacia la actuación. “Nunca quise ser actriz. Yo quería ser bailarina y quería ser escritora, poeta”, cuenta, y precisa que empezó a escribir a los diez años y a tomar clases de danza clásica a los cuatro. “Así que no sé cómo llegué hasta aquí”, confiesa entre risas.
La escritura y la danza fueron sus primeras pasiones. Banegas cuenta que durante mucho tiempo escribió guiones para Televisión Española junto a su padre, productor de televisión, y que tenían un programa infantil de gran éxito que se sostuvo durante unos siete años. “Se llamaba Los Chiripitifláuticos”, precisa.

Dice que además de los guiones escribió letras de canciones, y que también trabajó durante bastante tiempo en letras junto a Marilina Ross. Recuerda, además, la escritura de una obra de teatro que luego se estrenó en el Teatro Nacional Cervantes y que protagonizó su hija Valentina Fernández de Rosa. “El país de las brujas, se llama”, detalla.
El debut teatral llegó a los 19 años, en una obra para niños que ella misma escribió y que dirigió su entonces marido, Paco Fernández de Rosa.
“La música era de la gran Leda Valladares, genia total. Y actué, bailé, canté, hacía todo como si supiera”, rememora. Su relación con la televisión comenzó aún antes, en el viejo Canal 7, donde sus padres le permitieron participar en un capítulo de un programa producido por su padre.
“Me casé a los 16 años, estando en cuarto año en el Liceo 1 de Señoritas, y terminé el año con mi delantal blanco, casada. Tenía que llevar la libreta de casamiento al cine, porque en esa época las películas eran prohibidas para dieciocho”, relata.
La fundación de El Excéntrico de la 18 marcó un hito en su vida y en la escena porteña. Banegas explica que en principio el espacio empezó como un estudio de teatro y no como una sala. “Recién cuando hicimos El padre de Strindberg, dirigida por Alberto Ure, ahí empezó a funcionar como teatro”, señala, y aclara que originalmente era un lugar pensado para dar clases y también para vivir.

Recuerda que decidió comprar una casa con un galpón de cien metros cuadrados en el fondo, que funcionara como espacio de trabajo y como su hogar, en el origen de un lugar que con el tiempo se transformó en familia artística y laboratorio de creación.
El sentido de comunidad atraviesa su concepción del arte. “El teatro, el cine, la televisión son todas acciones comunitarias. Siempre son un nosotros”, afirma.
Cita a Alberto Ure para explicar que lograr que una obra funcione es como organizar un asalto a un banco: “Hay que tener una buena banda y un buen plan”. En ese marco, subraya la importancia de trabajar con personas que aprecia y admira. “Trato de trabajar con la gente que aprecio, que admiro, y con la que realmente es hermoso trabajar. Si no, prefiero no trabajar, obviamente”, dice.

Las pérdidas personales dejaron una marca profunda en su vida y en sus decisiones profesionales. Banegas confiesa que tomó resoluciones tajantes tras la muerte de su madre. “No voy a dirigir más. No voy a cantar más. Cuando murió mamá, con quien compartimos sus últimos años con un show de tangos que era muy divertido, no quiero cantar más”, afirma.
La muerte de su hija Valentina también marcó un antes y un después. Recuerda que estaba dirigiendo un trabajo en el momento en que su hija atravesaba el tramo más grave de la enfermedad y que no podía pensar ni imaginar. “No podía dirigir, no podía pensar, no podía imaginar”, enumera.
A pesar de los duelos, Banegas mantiene una agenda activa y una energía creativa constante. Cuenta que en febrero cumplirá 78 años. “Me siento bastante bien, físicamente, camino mucho, tengo mucha plasticidad”, dice, y lo atribuye a una vida atravesada por la danza y distintas técnicas corporales, desde tai chi y kung fu hasta chi kung y acrobacia en su juventud.

Señala que siempre fue laxa y que esa plasticidad sigue presente, sin demasiados achaques por ahora. La hiperactividad también continúa. “Hago muchas cosas, soy hiperactiva y de hacer diferentes cosas”, enumera, entre ellas la programación y la curaduría de El Excéntrico, las obras, los eventos, las performances y los talleres. Destaca que ese trabajo lo comparte con su secretaria jefa, Caro Kurtz, y que juntas sostienen el espacio “con mucho coraje”.
El aprendizaje vital y profesional ha sido constante. Banegas se define como una persona ansiosa, aunque cree haber aprendido a ser más paciente y a comprender mejor al otro.
Explica que ese aprendizaje también tiene que ver con su historia personal: hija única, con tres hermanas del segundo matrimonio de su padre que viven en España, pero con una infancia atravesada por cierta soledad. “Y aprendí a ser más grupal, a trabajar más en comunidad, a sentir que ese nosotros que se crea en cada obra de teatro es como una familia transitoria”, reflexiona.
En cada proyecto, Banegas encuentra una nueva oportunidad para construir lazos y comprender al otro, convencida de que el teatro es, ante todo, un espacio de encuentro y aprendizaje compartido.
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