Noelia Ramírez, periodista: “La consecuencia de que el ascensor social esté roto es comprobar cómo ellos sueñan con ser ‘cryptobros’ y ellas con ser ‘influencers’”

‘Infobae España’ entrevista a la autora de ‘Nadie me esperaba aquí’, un ensayo sobre el desclasamiento, nuestros orígenes y el privilegio

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Imagen de Noelia Ramírez, periodista.
Imagen de Noelia Ramírez, periodista. (Leafhopper Project/Radio Primavera Sound)

La idea de escribir Nadie me esperaba aquí (Anagrama, 2025) surgió, en un primer momento, de la intención de hablar sobre cómo la periferia cultural catalana se ha convertido en el epicentro de la cultura nacional. Por poner varios ejemplos, Rosalía, Aitana y Estopa provienen de la misma comarca de la provincia de Barcelona, el Baix Llobregat. Hoy son estrellas nacionales e internacionales. Sin embargo, cuando Noelia Ramírez (Esplugues de Llobregat, 1982), periodista de El País y coautora del podcast Amiga date cuenta (Radio Primavera Sound) empezó a escribir ese texto por encargo del suplemento dominical Quaderns, lo que iba a ser un artículo se fue desplazando hacia un reflejo propio. Al escribir en primera persona, apareció una experiencia que atravesaba tanto su biografía como muchas conversaciones mantenidas a lo largo de los años con otras personas del ámbito cultural: el desclasamiento.

Publicado el pasado 5 de diciembre por Nuevos cuadernos Anagrama, el ensayo, de poco más de 140 páginas, recorre el tránsito de la vergüenza por sus orígenes obreros hasta la toma de conciencia de lo que implica moverse entre clases. “Una reflexión sobre la reconciliación con nuestros orígenes, el privilegio, los relatos dominantes y la impostura de la autenticidad”, reza la sinopsis.

-Pregunta: ¿Cómo se construye la conciencia de clase?

-Respuesta: Cuando sales de tu esfera y cuando te encuentras con tu otredad, eres el otro para otra persona. Con tus iguales no hay conciencia, pero al salir y encontrarme con otras clases sociales, ahí ví las diferencias simbólicas, como la manera de hablar; materiales, ir a casas de gente y que tenga bibliotecas; y culturales que hay. Cuando tú sales y empiezas a errar por esferas que no son la tuya, empiezas a tener conciencia de dónde provienes, de quién eres y de lo que representas para la otra persona. Porque claro, yo nunca me consideré como una persona que podía venir de la pobreza hasta que no entré en contacto con otras esferas culturales. Hay una frase en el libro de Raquel Peláez, Quiero y no puedo, que dice: “Uno siempre es el pijo de otro”. Nunca lo supe, pero a lo mejor siempre fui la pobre de otra cuando yo nunca lo asociaba.

-P: ¿Crees que la vergüenza de clase opera antes de que sepamos lo que es la clase social?

-R: Totalmente, claro. En el episodio en el que cuento lo del “dientista”, yo no tenía ni idea, era una niña. Me avergonzaba de cómo hablaba mi padre porque estaba en un entorno supuestamente culturizado, éramos todos iguales, la mayoría de esos niños de mi cole eran hijos de obreros y de limpiadoras [NdE: en el libro, Ramírez recuerda un episodio de su infancia en el que su padre, procedente de Ciudad Real, entra en clase para llevársela “al dientista”.] Ahí no tenía conciencia de clase y sí sufrí vergüenza. Para ser consciente he necesitado leer, hablar con mucha gente para entender que hay una estructura y que no es casualidad que nos pase a ciertas personas.

-P: Dices que el desclasamiento es “un viaje de ida de vuelta. Uno que sabe que sin vergüenza no hay orgullo y sin orgullo no hay nuevo discurso”. ¿Pasa más de lo que creemos?

-R: Sí, yo creo que sí. Ahora vivimos en un momento en el que las ciudades se han convertido en sitios de extrañamiento también, en el que nadie está seguro. Si tú vives de alquiler en el centro de la ciudad y te pueden echar en cualquier momento... Todos nos hemos convertido en extraños. Somos un poco personajes contextuales, que según el contexto queremos jugar unas cartas porque queremos agradar o porque queremos quedar bien. El desclasamiento tiene un juego de apariencias que suele ser más perjudicial que beneficioso. La honestidad sería mucho mejor y estaría muy bien no tener que hacer como si lo supieras todo.

-P: Pedro Almodóvar dijo en 1984 que “los que vivimos en esta ciudad [Madrid] nunca hemos tenido raíces, no existía un sentimiento local. Uno vivía en Madrid como vivía en cualquier otro lugar”.

-R: Especialmente las ciudades se han convertido en sitios en los que ya nadie siente que puede echar raíces. Y son sitios de violencia, en los que uno siente que está en peligro continuamente y que es como una lucha por la supervivencia. Esa frase de Almodóvar se puede aplicar hoy a muchísimas urbes, porque son son sitios hostiles y dificulta mucho la capacidad de sentir. ¿Qué persona puede permitirse hoy estar 15 años viviendo en el mismo barrio si te están subiendo el alquiler y te tienes que estar moviendo continuamente? De ese espacio igual se puede generar algo nuevo, pero es terrible y no debería ser así.

Noelia Ramírez publica 'Nadie me
Noelia Ramírez publica 'Nadie me esperaba aquí. Apuntes sobre el desclasamiento' (Anagrama, 2025).

-P: ¿Crees que ahora la clase social es más difusa?

-R: No, lo que creo es que cada vez hay más diferencias. Creo que durante un tiempo España creyó que vivía en la clase media, pero esta ya no existe. Además, fue un invento. Resultó muy útil para ciertos partidos políticos dar por hecho que había una clase media en España, y que se había alcanzado ese estatus, cuando en realidad no. El otro día me lo dijo una amiga muy claramente: “Tú, Noelia, ¿vas en el metro con un táper dentro de una bolsa? Pues aunque ganes más que tal, eres clase trabajadora”. En la clase social, hoy en día, lo que hay es una diferenciación cada vez más grande entre quien tiene y quien no tiene. Miras todas las estadísticas de todos los países, y las familias más ricas están acumulando cada vez más riqueza, mientras que la clase trabajadora la está perdiendo. Ahora mismo es una balanza muy, muy desequilibrada.

-P: ¿Qué papel juegan las redes sociales e internet aquí?

-R: Es el gran problema. Una de las cosas que sobre todo yo creo que está pasando con la gente joven es la desconfianza total en el Estado del Bienestar. Creen que no existe, que es un invento de los padres, y que ya no está. Su meta es conseguir el dinero de manera rápida, ser millonario. Ya no es la cosa de: “Me gustaría ser enfermera, trabajar en un hospital para ayudar a la gente. No, yo quiero ser rico”. Sobre todo los chicos. “Yo quiero el Lamborghini o yo quiero ser influencer“. Como hay tantas personas generando tanto contenido sobre el éxito personal, saca lo mejor de ti mismo, si quieres puedes, esta cosa del manifesting... Hay muy pocas personas que puedan vivir de esto y un montón de fracaso alrededor de intentar copiar ese modelo, que además es terrible, porque ha derrocado cualquier idea de colectividad, de cooperación... Hay un aislacionismo total, es un sálvase quién pueda.

Por ejemplo, las tradwives. Esposas tradicionales, con valores tradicionales que viven en una familia en la que ella cocina... Esa señora es una creadora de contenido que está ganando muchísimo dinero, que alguien le está montando sus vídeos... No es auténtico y no es así. Hay una disonancia cognitiva bastante instalada.

“Las ‘influencers’ dicen que solo hacen contenido, pero están transmitiendo ideología”

-P: Hablando de la autenticidad, en el libro escribes: “Ser auténtico es la carta blanca de nuestro tiempo, el escudo al que se aferran desde políticos nefastos abusando de su descaro hasta niñas ricas predicando magufadas desde su teléfono”. ¿Está sobrevalorada la autenticidad?

-R: Está sobrevaloradísima. En el fondo esa autenticidad es impostada. Hemos confundido el descaro con la honestidad. O sea, que en los últimos años ha triunfado un cierto perfil de persona que todo el mundo dice: “Ay, pero es que dice lo que piensa, no se pone filtros, es super sincero”, y es como... A lo mejor esa persona debería pensar un poco más antes de hablar. Se ha confundido mucho eso y que nos ha perjudicado. No puede ser que se esté dando pábulo y sitio a personas que están diciendo que si no manifiestas mucho en tu vida...

-P: ...“Algo estás haciendo mal”.

-R: Díselo a una niña que tiene leucemia, ¿no? O díselo a mi madre que tenía cáncer. “Es que no manifestaste lo suficiente”. Me parece terrible. Yo he trabajado muchos años en revistas de moda y he visto cómo estas personas que transmiten estas ideas nefastas y desinforman dicen: “No, yo solo soy una influencer, yo solo hago contenido". No, tú estás transmitiendo ideología, al fin y al cabo. Las marcas les pagan la ropa, las llevan a alfombras rojas... Se han colado totalmente en el escaparate de la atención. Son las personas que más llaman nuestra atención y las que más la capitalizan. Las redes han fomentado que la gente esté todo el rato viéndolas y crea que esa es la manera de vivir, cuando en el fondo también están performando un papel.

Recuerdo muchas veces, cuando trabajaba en Smoda, de intentar pensar en gente que en redes sociales era muy buena, pero luego a la hora de escribir no lo hacía bien. Que sea bueno haciendo tuits no significa que sea bueno escribiendo columnas o un texto. El carisma es la moneda que lo mueve todo, más que la inteligencia, más que el trabajo. Ya llevamos suficientes años dentro de las redes como para empezar a distinguir quién está actuando, quién está viviendo de ello y está haciendo un papel.

El imperio de Verdeliss, la ‘influencer’ de los 8 hijos: 1,4 millones seguidores, una marca de éxito y un exigente reto deportivo.

-P: Y políticamente, ¿cómo afecta todo esto?

-R: Yo nací en el 82, y en aquella época Margaret Thatcher hizo la política de dividir a los pobres. Como la ultraderecha de aquella época, quería conseguir que se enfrentaran entre ellos y se les criminalizó. Ahora se les está criminalizando desde el prisma, sobre todo, de la raza. Es una buena manera de dividir el voto de la clase trabajadora y de la clase obrera. Y se están generando nuevas batallas y nuevas guerras que lo que van a hacer es perjudicar. La extrema derecha es muy buena en las guerras culturales y en inventarse palabras. La izquierda tiene un problema porque a menudo se acompleja cuando la derecha la insulta.

Todo lo que se llamó woke, que se concibió como un insulto, abrió debates muy interesantes: qué modelos familiares queríamos, qué modelos de relaciones... Se ridiculizó desde la posibilidad de tener un huerto urbano hasta el poliamor. La izquierda se ha acomplejado y ha acabado comprando el marco mental de la derecha.

-P: Sí, como que se ha acobardado.

-R: En muchos aspectos, la derecha le ha comido ese terreno a la izquierda, y no solo eso: el marco mental que se ha impuesto ya es el de la derecha. Además, está dividiendo todavía más a la clase trabajadora, con lo cual tenemos mucho que perder. En Cataluña, por ejemplo, estas semanas ha salido un sondeo según el cual Aliança Catalana, una especie de Vox 2.0 a la catalana, tendría un apoyo muy significativo. Es exactamente lo mismo. Han maquinado toda su campaña a través de las redes, desde la desinformación y el acoso: son bullies, directamente. No recuerdo ahora el porcentaje exacto, pero el dato es demoledor, está al nivel de Junts.

Y luego llegarán las preguntas. “¿Cómo hemos dejado que pase esto?”. Pues ha pasado porque hemos comprado el marco mental de la derecha, hemos entrado a jugar su juego y estamos normalizando debates que no tendrían que ser normales. Debates sobre la inmigración, por ejemplo. A veces escucho tertulias en radios supuestamente progresistas y me enfado muchísimo, porque están asumiendo la idea de que la migración puede ser problemática. Pero si somos un país de migrantes. ¿En qué momento se nos ha olvidado eso? Tienes a un montón de chavalas trabajando en Londres como enfermeras, buscándose la vida. Así que sí, totalmente, es exactamente lo que está pasando.

“Hemos comprado el marco mental de la derecha, hemos entrado a jugar su juego y estamos normalizando debates que no tendrían que ser normales”

-P: ¿Sigue existiendo el ascensor social o está roto?

-R: Uy, está rotísimo. La izquierda ha fallado desde la socialdemocracia. Ha ido haciendo que ese ascensor cada vez funcione menos. Antes funcionaba un poquito y, campaña tras campaña, ha ido fallando a la clase trabajadora. La consecuencia de que el ascensor social esté roto es comprobar cómo los chavales sueñan con ser cryptobros y las chicas sueñan con ser influencers. Es este sueño de ‘quiero ser millonario’. Ha fallado totalmente la idea del Estado del Bienestar. Lo fuerte es que la gente cree que realmente se puede conseguir.

-P: En el libro mencionas el término “charnega”, que es muy específico de Cataluña. ¿Hay lugares donde ese señalamiento ha sido más duro o más explícito?

-R: Charnega es muy específico de Cataluña. Es algo que pasa allí. Sé que en otras comunidades hay palabras despectivas para referirse a la gente que viene de fuera, pero no funciona exactamente igual. También depende del perfil de quien llega: no es lo mismo alguien de clase alta que va allí para disfrutar del entorno que otros desplazamientos. En ese sentido, creo que charnega es un término muy concreto y no sé si tiene un equivalente claro.

-P: Como un homólogo, ¿no?

-R: Tengo amigas gallegas y pregunté: “¿Pero hay alguna cosa así parecida?”. Y me decían que no. Creo que ahora lo que pasa con la gente que viene de fuera es que se ha desplazado más hacia el racismo total contra el inmigrante. Las nuevas migraciones vienen sobre todo de otros países, especialmente de Marruecos, y ahí aparece el término MENA. En el fondo es una terminología legal que significa menor no acompañado, pero se utiliza como un insulto. Eso está provocando un cierto rechazo, racismo y clasismo sobre estas personas. Y si se hace, se hace a lo mejor como más despectivo, pero siempre desde alguien que llega pero con poder adquisitivo: el guiri.

-P: Me parece un poco irónico, porque luego cuando tú sales y conoces a gente, hay muy poca que viva donde ha nacido.

-R: Es totalmente irónico. Una cosa que me he dado cuenta al escribir el libro y al hablar sobre ello es que hay muy pocas personas que sientan que pertenecen a un sitio. Vivimos en un mundo que nos está expulsando, nos está haciendo movernos mucho, ya sea por precariedad o por lo que sea. Muy poca gente puede permitirse el ser de un lugar al cien por cien.

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