
Han pasado siete años desde la última vez que se vieron. Sin embargo, ahí están los dos: ella como coordinadora de un congreso, él en una exposición de arte. La ciudad les es extraña, ambos están de visita, así que son, de hecho, lo único que reconocen del sitio del que provienen. Sin embargo, como escribe Lara Moreno, “en siete años da tiempo a que tu vida se convierta en otra”.
Con el reencuentro de estos dos personajes da comienzo Ningún amor está vivo en el recuerdo (Lumen), el nuevo libro de relatos con el que esta escritora, periodista y editora, regresa al formato corto —en el que despuntó en sus inicios— después de varios años dedicada a otros géneros como la poesía, el ensayo y, por supuesto, la novela. “Cuando estás escribiendo una novela es muy difícil escribir otras cosas”, reconoce ella, a pesar de que advierte que “de los géneros no te vas, porque los habitas”.

Varias historias sobre la incomunicación
El origen de este libro se remonta a varios años atrás, con un proyecto que pretendía ser una recopilación de todos los relatos que había escrito en los últimos años. Sin embargo, por el camino se cruzó la escritura de La ciudad (Lumen, 2022), su última novela, lo que hizo que el proyecto se parara y que, como en el relato, el tiempo pasara. “Ahora, en este momento vital, literario y de mi carrera, me parecía que muchos de los relatos más antiguos no tenían sentido en este libro. Tenía que escribir nuevos porque había un diálogo, no era una simple recopilación”.
Esa columna vertebral que conecta los diferentes relatos tiene diferentes rostros, tales como el amor y el desamor, los encuentros y desencuentros, los silencios o los miedos a la muerte y la soledad. “Hablan de otras muchas cosas”, incide Moreno, “creo que estos relatos tratan de los grandes temas que vivimos en nuestras pequeñas cotidianidades”. Pero, por encima de todo, una idea lo sobrevuela todo: la incomunicación, algo que para la autora es “un factor muy importante en nuestras vidas”.
Para ella, los relatos muestran a diferentes personajes con la capacidad de “contar muchísimo sin contar apenas nada”: desde una pareja de amigos que llevaban años sin verse a la pareja que se encuentra una rata merodeando su piso. “La literatura es una herramienta maravillosa para asomarse a la conciencia de los personajes y apoderarse de esos pensamientos entre alucinados y sinceros que al final lo cuentan todo”, explica Moreno. Pensamientos en los que nos reconocemos, pero que somos incapaces de decir en voz alta, ni siquiera de reconocernos a nosotros mismos que los tenemos. “Lo interesantísimo de la escritura es que podemos correr por encima de esas frases impronunciables”.

La política, queriendo y sin querer
Esta idea acaba por convertir Ningún amor está vivo en el recuerdo en un ejercicio de intimidad, casi de desnudez, en el que los personajes juegan constantemente con lo que se dice y lo que no, lo que se sobreentiende o, incluso, lo que solo nos atrevemos a expresar con gestos. En uno de los relatos, por ejemplo, una mujer hace eso mismo mientras Donald Trump pronuncia su discurso de investidura. “Este hito histórico representa la amenaza brutal mientras la protagonista se enfrenta a algo que no se cuenta porque no hace falta decirlo”, subraya Moreno.
Este contraste, entre lo mudo y lo “ensordecedor”, podría extrapolarse al resto de relatos, donde todos los espacios en los que transcurren las historias (incluido el propio cuerpo de los personajes) se encuentra impregnado de palabras, de ideas y estructuras. “Todos los textos son políticos, porque están escritos desde un lugar”, coincide Lara Moreno. “Sin embargo, hay capas políticas que a veces están puestas sin querer, porque desde ese mismo lugar estás mirando otras cosas sin darte cuenta”.
En Ningún amor está vivo en el recuerdo, puede encontrarse también esa lectura en clave política donde, por encima de lo que nos falta a nivel material, se revela una precariedad emocional. “Pretendemos estar en equilibrio, estar en paz, tratar bien a la gente que nos rodea, pero si no duermes bien, no comes bien, o pasas el tiempo atravesando una ciudad totalmente hostil, obviamente querer no se te va a dar bien”.

La lectura es algo para privilegiados
En la misma línea, y teniendo en cuenta que “la literatura no tiene la responsabilidad del mundo”, al mismo tiempo esta puede ser “una herramienta poderosísima para la empatía”. Los libros pueden acercarnos a esas verdades íntimas que intuimos pero a las que no siempre sabemos ponerles nombre. “Lo que pasa es que, claro, requiere un tiempo, una atención, una soledad, una vulnerabilidad, incluso”, advierte Moreno, quien además considera que la lectura “también requiere un privilegio”.
“Siento que la gran mayoría de los lectores es gente privilegiada”, confiesa la escritora. “Obviamente, dentro de los lectores hay gente muy privilegiada y otra que menos, pero yo creo que leer ya es un privilegio. La cultura, por mucho que digamos que está ahí para democratizar la sociedad, solo llega a unos pocos”. Quedan excluidas, en demasiadas ocasiones, aquellas personas que tienen varios trabajos o que viven sin las condiciones mínimas ya no para leer, sino para garantizar su propio bienestar. “Abrir un libro es un acto brutal de libertad y creo que muy poca gente tiene acceso a ello”, sentencia.
“Debería tomar una grandísima decisión”
En otro sentido, para el escritor acercarse a los relatos puede considerarse también un privilegio. “Son muy satisfactorios, muy gozosos”, afirma Moreno. “Requieren de una técnica muy precisa pero son muy amables porque su distancia corta hace que puedas desarrollar muchísimo más tu osadía para meterte en un montón de temas”. Por el contrario, como escritora confiesa que tarda mucho decidir sobre qué va a escribir una novela. “Debería quitarme un poco el miedo”, asume, “porque me parece que cada novela que escribo es como una cosa fundamental que me va a quitar como cuatro años de mi vida y tiene que ser un temazo”.
Además, tras más de una decena de libros publicados y pasada la franja de los 40 años, siente que se encuentra en una etapa diferente. “En todos los resquicios de mi vida aparece ya la palabra madurez”, comenta. “Estoy en un punto de mi carrera en el que cada vez me da más miedo no tener tiempo para leer todo lo que quiero leer y para escribir todo lo que tengo que escribir”.
“Debería tomar una grandísima decisión”, finaliza Lara. Pero antes de terminar la conversación le preguntamos, precisamente, por esos libros que aún esperan a ser abiertos. “Un libro que tengo muchísimas ganas de leerme es Un hombre, de Oriana Fallaci. Hace más de un año mi amiga Aroa Moreno me lo trajo en plan ‘por favor, tienes que leértelo’, y el otro día le escuché a otro escritor, Alejandro Palomas, decirle a alguien en la feria del libro: ‘¡¿Cómo no te has leído Un hombre de Oriana Fallaci?!’. Entonces me dije que tenía que ponerle remedio, así que de este verano no pasa”. En cuanto al tema del que lleva tiempo queriendo escribir, no duda al decir: “Las mujeres represaliadas en la Guerra Civil española y en la dictadura”.
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