
Sucedió en la Universidad de Ca’ Foscari, ubicada en Venecia. Un alumno, tras realizar un examen, escribió por correo electrónico a su profesor, rogándole que le subiera la nota. A pesar de la audacia, el alumno mostró respeto, exponiendo las causas de su insistencia.
“Buenos días, profesor, le escribo con respecto al examen que presenté. El resultado fue insuficiente. Solicito un 18. Entiendo la gravedad de la solicitud, pero para mí es el último examen antes de mi tesis, y suspenderlo es un gran problema. Le pido disculpas de nuevo, pero creo que comprende la situación”.
El profesor, por su parte, entendió su correo como una actitud impertinente. Esto lo llevó a publicarla en redes sociales, abriendo un debate sobre las instituciones educativas.
¿Falta de empatía o de responsabilidad?
Según el medio digital italiano La tecnica della Scuola, el profesor explicó la causa de su indignación. Empatizaba con esa voluntad de los estudiantes de querer mejorar sus notas. Como académico entendía el valor del trabajo personal y el esfuerzo de los estudiantes para superarse y alcanzar medias de éxito. Estaba a favor de subir la nota de los estudiantes. Sin embargo, este ascenso de las calificaciones debía ir acompañado de un esfuerzo comprobado.
La causa de su asombro con el mail de su estudiante estaba relacionada con la falta de responsabilidad. Pedir un aumento de nota, en primer lugar, sin saber cuál era la calificación, solo con el pretexto de que era insuficiente para él, denotaba, no solo una falta de control por parte de la persona, sino una interpretación, según él, errónea del mundo académico. Toda nota iba asociada a un esfuerzo personal. En el caso de querer subir nota o estar insatisfecho con las calificaciones, tal vez, una mejor iniciativa hubiera sido proponer un examen adicional, algo en dónde él no solo pudiese comprobar los conocimientos adquiridos, sino también el respeto y la responsabilidad por el conocimiento y el esfuerzo que implica adquirirlo.

“Hay que redescubrir el sentido del deber, del trabajo, del estudio, de la responsabilidad, de no buscar siempre atajos. Nos corresponde a los adultos dar ejemplo”, comunicó, ahondando en la idea de que esto constituía un fracaso en el que también se incluía como docente.
A lo que añadió: “Hoy, los estudiantes se sienten con derecho a pedir cualquier cosa: exámenes especiales, orales suplementarios, exámenes en días que les sean favorables (como al regresar de unas prácticas). Pero nunca antes me había encontrado con una solicitud explícita de calificación. Quizás no les hemos enseñado a afrontar las dificultades. Siempre les hemos resuelto todo y les hemos impuesto expectativas para las que no están preparados. Existe la ansiedad del fracaso, de su fracaso, que en realidad es el nuestro”.
Silencio administrativo: las calificaciones como formas coercitivas de silencio
Si bien es cierto que todos los alumnos y alumnas deben responder por sus notas y asumir responsabilidad, este suceso planteó un debate dentro del mundo académico. A pesar de que en muchas instituciones existe un trato horizontal entre profesor-alumno, otras escuelas y universidades utilizan, en palabras de un estudiante de Piobbico, “la calificación como un arma para silenciar a los estudiantes”.
En un sistema donde las exigencias ya no se centran solo en el conocimiento, sino en la calificación —que, más que reflejar un saber real, funcionan meramente como símbolos—, el valor auténtico del aprendizaje queda relegado a un segundo plano.
Además, las exigencias académicas, en ocasiones, se pueden volver muy dañinas al no tener en cuenta las condiciones materiales y contextuales de sus alumnos. A largo plazo, en carreras de fondo, por ejemplo, con deseos aspiracionales a doctorar, pueden incurrir en comportamientos obsesivos y desencadenar periodos de estrés.

En un artículo de El Periódico se explica que los alumnos con una aspiración al doctorado se ven sometidos a largos periodos de soledad, competitividad académica y, ya entrados en el programa de doctorado en España, a una retribución económica injusta a cambio del esfuerzo aportado.
“A la competencia y la soledad se suma la precariedad, que es una constante en la vida de muchos doctorandos. Muchos de ellos dependen de becas con financiación limitada y condiciones que a menudo no cubren el tiempo necesario para completar la tesis”.
Es por ello que, en el mundo académico, la meritocracia se puede volver un arma de doble filo. Al fin y al cabo, detrás de los estudiantes existen personas con contextos cambiantes en cuya contingencia puede surgir la posibilidad que tengan que sacrificar parte de su estudio para estar sanos. Además, esto en ningún caso justifica su falta de compromiso con el conocimiento.
Las instituciones educativas, por su parte, deberían ser más flexibles y tener fe en aquellos alumnos que demuestran una actitud proactiva en clase. El silencio administrativo o la falta de horizontalidad en el diálogo son protocolos que lo único que consiguen es alejarnos más los unos de los otros.
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