
El plató de La Revuelta recibió de nuevo esta noche a Yolanda Ramos. “Me encanta que ahora sean etiquetas, antes eran insultos y, realmente, te deja secuelas”, comenta, abordando directamente los comentarios sobre su comportamiento, que podría tener que ver más con su reciente diagnóstico de trastorno de déficit de atención (TDA) que con las acusaciones frecuentes de que va va drogada o bebida.
El diagnóstico tardío de Yolanda Ramos
El regreso de Ramos al programa estuvo motivado por el estreno de su nueva película, Viaje de fin de curso: Mallorca, definida como “un bien social para las familias” en palabras de la actriz. Más allá de la promoción, la conversación navegó por los terrenos de la salud mental, los diagnósticos tardíos y la difícil tarea de convivir con etiquetas que, en otras generaciones, habrían recibido el nombre de insultos. “De pequeña me llamaban vaga y zángana” recordó la intérprete, recordando cómo la falta de comprensión puede dejar cicatrices profundas y una sensación de incomprensión que perdura hasta la adultez.
El diagnóstico de TDA no solo ha servido para desactivar los rumores de que Ramos acude a los platós bajo efectos de determinadas sustancias, sino que además permite poner sobre la mesa la transformación actual del discurso público sobre salud mental, anteriormente marcado por la estigmatización y la ignorancia. Ramos agradeció que la terminología médica haya sustituido los juicios de valor: “Me encanta que ahora sean etiquetas”, insistió, en contraste con los calificativos de su infancia.
Los adolescentes son “el hermano mediano de la humanidad”
La conversación también giró en torno al retrato de la adolescencia, tanto desde lo profesional como desde lo personal. Rodeada de actores y actrices de la “generación Z” en su nuevo proyecto y al frente de la crianza de una hija adolescente, Ramos reivindicó el cine dirigido a esa franja de la población, tradicionalmente olvidada en la industria. “Los adolescentes tienen lo peor que le puede pasar al ser humano, la incertidumbre”, afirmó, defendiendo historias que den voz a jóvenes que transitan esa tierra de nadie, “el hermano mediano de la humanidad, no son niños ni mayores, y lo pasan mal”.
Con el humor y la ironía habituales, la actriz rechazó la popular etiqueta de “generación de cristal”. “Es un síntoma de que tú te estás haciendo viejo”, lanzó, desmontando así la crítica hacia la juventud actual desde una perspectiva de autocrítica generacional. A tenor de sus palabras, el desafío adolescente no reside en la supuesta fragilidad, sino en la exposición a una incertidumbre estructural y un limbo identitario.
La visita también dejó imágenes curiosas, como el regalo a Broncano de una fotografía tomada durante la adolescencia de la propia Ramos. Un gesto que funcionó como recordatorio de que las experiencias difíciles durante esa etapa no son exclusivas de una sola generación y que el desconcierto vital atraviesa los años.
El episodio de La Revuelta, que contó también con Salva Espín y su abuelo Salvador, estuvo marcado por la mezcla de lo insólito y lo cotidiano. Un formato que, al menos por una noche y para varias generaciones de espectadores, mostró la posibilidad de reunir bajo el mismo techo la conversación sobre salud mental, la reivindicación de los jóvenes y la celebración de las identidades no normativas.
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