
Vuelve uno de los grandes autores de las letras estadounidenses, y lo hace con una novela crepuscular centrada en su personaje de referencia a lo largo de buena parte de su obra, Frank Bascombe, al que hemos ido viendo crecer (y envejecer) desde El periodista deportivo (1986) a Acción de Gracias (2006), pasando por El día de la Independencia (1995), novela ganadora del Premio Pulitzer.
Ahora, Richard Ford nos presenta a un Frank Bascombe casi de su misma edad, setenta y muchos años, que se enfrentará a la enfermedad de su hijo Paul, diagnosticado de ELA y al que acompañará a una clínica en Minnesota para una terapia experimental.
Richard Ford no tiene miedo a la muerte
La muerte planeará durante buena parte de la novela, aunque eso no quiere decir que sea una lectura pesarosa, pues la prosa está inundada del característico sentido del humor del autor y de su refinada forma de acercarse a la realidad de nuestro tiempo a través de sus personajes.
“Nunca le he tenido miedo a la muerte. Mi padre falleció cuando yo tenía 16 años y lo hizo en mis brazos, y ahora que yo tengo 80, tampoco me siento apenado con respecto a ella. Es rídiculo pensar que vamos a vivir para siempre, es mejor prepararse para abandonar cualquier noción convencional de miedo”, dice el escritor en un encuentro con la prensa en el que estaba presente Infobae España.

En ese sentido, le preguntamos si tenía claro que quería abordar la senectud de Bascombe. “Simplemente es algo que sucedió. Cuando escribí el primer libro pensé, bueno, pues ya está. Después apareció el segundo y pensé que ese era el punto y final. Y cuando llegas al quinto volumen y el personaje tiene casi mi misma edad, igual es el momento de darle un final. Pero tampoco creas que sabía cómo. Solo sabía que no podía morir, porque es él quien cuenta la historia. Esto no es como El crepúsculo de los dioses, que el protagonista es el narrador una vez muerto. A mí eso no me va”, cuenta con su afilada ironía el autor.
Y, ¿le tiene cariño al personaje después de cinco libros? “Digamos que cariño no es la palabra, pero sí que me gusta escribir sobre él. Quizás podríamos decir que le tengo afecto, pero no me gusta hablar de los personajes como personas de carne y hueso, porque a mí lo que me gusta es que me sorprendan, que hagan cosas inesperadas”.
Un personaje que ha recorrido la historia de los Estados Unidos
Que Richard Ford sea considerado uno de los grandes baluartes de la ‘gran novela americana’ tiene que ver en parte con la sagacidad con la que ha retratado la sociedad de su país en diferentes etapas, en un territorio que bascula entre la cotidianidad y lo mítico. Por eso, la política siempre ha estado presente de una u otra forma, colándose por los resquicios de sus novelas y dando una visión de los cambios que tenían lugar en Norteamérica.
En Sé mia, en ese sentido, la presencia de Donald Trump es constante. ¿Cree que en estos tiempos de populismo la masa se ha convertido en protagonista? “No sé si es populismo o demagogia. Ahora una cosa va unida a la otra, pero cuando era joven, el populismo no tenía una connotación negativa, y ahora es una especie de maldición. Como escritor, me considero una especie de ‘guardián de las palabras’, creo que puedo convertir las palabras en útiles, y cuando el populismo es sinónimo de ‘no pensar’, deja de ser útil y hay que reactivarla de otra manera. Creo que es uno de los aspectos interesantes de ser escritor, ‘renegociar’ con el lenguaje”.

Sé mía, además de hablar de la muerte, también reflexiona en torno al concepto de felicidad. El libro, en ese sentido, comienza precisamente hablando sobre ella. “Yo he sido un hombre muy feliz, me costaría elegir los momentos claves en ese aspecto. El primero sería el día de mi boda, llevo casado con mi mujer 55 años. El segundo, cuando gané el Pulitzer, la verdad que me hizo mucha ilusión. También cuando con 20 años me alisté en los marines y cuando me enteré de que Bruce Springsteen había dicho algo bueno sobre una de mis novelas. Entonces pensé, guau, ya me puedo morir tranquilo. Creo que la felicidad es algo que te tienes que inventar”.
La Norteamérica de Trump, en decadencia
En cuanto a la situación actual de los Estados Unidos, ¿piensa que es un país en decadencia? “Creo que Estados Unidos está en declive, en efecto, sobre todo en distintos aspectos: hay cantidad de gente sin techo, hay una incapacidad total del Gobierno a la hora de responder a las necesidades de la gente pobre. La educación pública se encuentra en un estado lamentable, la confianza en las instituciones es nula y el carácter de nuestros líderes es nefasto. Y eso ha generado una enorme división sobre lo que es moralmente correcto”.
A pesar de todo, Richard Ford no pierde el optimismo. “Mientras que las instituciones públicas puedan sobrevivir, mientras podamos seguir votando y expresar nuestro malestar sin ser castigados... Lo único que me da miedo es que, por desgracia, lo que suele unificar a la población son las desgracias o la violencia. Lo mejor sería que nos diéramos cuenta de que estamos hartos de Donald Trump, de que nos aburre y que el cambio fuera más gradual”.
La simbología del Monte Rushmore
En la novela, se plantea el viaje entre el padre y el hijo al monte Rushmore, uno de los grandes emblemas de la historia de los Estados Unidos, en el que se encuentran talladas las figuras de George Washington, Thomas Jefferson, Theodore Roosevelt y Abraham Lincoln. ¿Qué valor simbólico tiene para el escritor este lugar? Se muestra rotundo al respecto, y ya en el libro afirma que es un lugar tan majestuoso como ridículo.

“Todos los monumentos nacionales me parecen ridículos. A veces son bellos, pero tienden a simplificar ideas muy complejas. Yo nací en Mississippi y estaba llena de estatuas de generales de la Guerra Civil, y es algo que me parece ofensivo, porque en realidad son insignias de supresión afroamericana que intentan lavar la idea de que esa contienda no tenía que ver con la esclavitud. Y lo mismo ocurre con el monte Rushmore, que era además un lugar sagrado para los nativos”.
El escritor, que da clases en la Universidad de Columbia, cree que las nuevas generaciones tienen más miedo que las anteriores, sobre todo a la hora de crear. “Tienen miedo de incomodar, de ser castigados por escribir sobre otros géneros o razas que no son el suyo. Hay como una especie de censura en el ambiente. Yo creo que hay que cruzar todas esas barreras culturas para hablar de todo lo que queramos. Yo siempre he tenido un lema: estar seguro de ofender a las personas adecuadas. Mis estudiantes no quieren ofender a nadie”.
Richard Ford afirma que no cree en nada que le digan los demás. Es así de escéptico en ese sentido. Pero sí que cree en el ser humano, cree en el amor, en la bondad, en Dios y, sobre todo, en la imaginación. “También creo en que todos podemos hacer las cosas mejor”.
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