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José Ramón se puso una mascarilla y unas gafas de sol, cogió su pistola simulada, y ni corto ni perezoso se plantó a primera hora de la mañana en una sucursal bancaria de Cabañas de la Sagra (Toledo) dispuesto a atracar. Sabía que solo había una empleada. La amenazó, la obligó a abrir la caja fuerte, se llevó los 67.000 euros que había dentro y limpió con un trapo y amoníaco los muebles donde había tocado para eliminar posibles huellas. Esto fue a finales de agosto. Cinco días después intentó repetir el golpe en la misma entidad. Ya sin mascarilla, se puso una peluca y las mismas gafas de sol.
Este segundo atraco se frustró porque José Ramón calculó mal y llegó demasiado pronto, la sucursal estaba cerrada. Regresó a su coche y allí llamó la atención de un agente de la Policía Local de Cabañas, que avisó a la Guardia Civil. Resulta que José Ramón ya estaba siendo buscado por la Policía Nacional porque semanas antes había robado otro banco en la localidad madrileña de Fuenlabrada. Sin antecedentes, José Ramón justificó sus hazañas como ladrón declarando que necesitaba el dinero para ayudar a su hijo.
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José Ramón ejemplifica a la perfección la evolución que ha experimentado el perfil de atracador de bancos en España. Los años 90 vivieron un boom de robos protagonizados por heroinómanos que asaltaban entidades para llevarse un botín escaso y rápido que se gastaban en drogas. Luego llegaron los grupos organizados que preparaban los asaltos y que estaban liderados por veteranos delincuentes que no conocían otro modo de vida. Ahora todo eso ya pasó. “Ya no hay drogadictos ni bandas, sino gente sin ningún tipo de preparación que atraca por necesidad. Porque su empresa ha quebrado, porque son ludópatas, incluso el que se ha cansado de malvivir llevando un taxi”, señala Paco Mangas, un veterano policía nacional del histórico Grupo XII de Atracos, Secuestros y Extorsiones de la Brigada Provincial de Madrid.
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Mangas sabe de lo que habla. Lleva 33 años de su carrera profesional metiendo entre rejas a centenares de atracadores. De hecho, 14 medallas avalan su trabajo. En 1990, por ejemplo, se contabilizaron 2.855 atracos bancarios en toda España. Era el auge de la heroína. Los toxicómanos entraban con un cuchillo y una media en la cara, cogían como rehén a un cliente y el cajero del banco estaba obligado a darle lo que había en la caja. Un asalto rápido motivado por el mono de la droga. “Los bancos no tenían cámaras, sino un sistema de fotografía que se encendía si algún trabajador pulsaba un botón”, explica Mangas.
Eran tiempos de 80 atracos al mes. Pero todo cambió en una década. En el año 2000 ya solo se contabilizaron 631 robos. La heroína empezó a decaer. Muchos toxicómanos murieron o acabaron entre rejas. Los bancos fueron poco a poco mejorando sus sistemas de seguridad y el ‘negocio’ quedó en manos de los grupos organizados liderados por veteranos delincuentes que solo sabían atracar. Nombres como Antonio Padilla Córdoba (que a veces actuaba armado con un subfusil), Juan Manuel Espada Prieto alias el Tarta por su tartamudez, Eduardo Camacho Chacón alias Dumbo por sus orejas, o Antonio Fuentes Paraíso alias mortadelo se hicieron nombres habituales en las fichas policiales.
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Sabían a qué horas atracar, qué bancos elegir (cuántos más cajeros a pie de calle, más botín en efectivo) y preparaban los golpes durante varias semanas. Incluso no dudaban en tirar de pistola cuando la cosa se ponía feo. Eduardo Camacho Chacón, alias Dumbo, tiene por ejemplo dos muertes a sus espaldas (un policía y un trabajador de un banco). Eran tan conocidos que Mangas consiguió identificar a Camacho en uno de sus robos gracias a los grandes lóbulos de sus orejas que sobresalían tras la máscara que se había puesto para perpetrar uno de sus robos. “No conocían otro modo de vida. Les atrapábamos, iban a prisión y volvían a delinquir en sus permisos penitenciarios”, subraya el veterano agente.
Es el caso de Juan Manuel Espada Prieto alias el Tarta, que aprovechó un permiso concedido en 2019 para pegar nueve ‘palos’ en bancos en menos de un mes. Fue detenido en un hotel de Getafe tras hacer la reserva a nombre de una mujer. Poco a poco estos veteranos del crimen fueron desapareciendo, se retiraron o acabaron entre rejas. En 2010, por ejemplo, los robos se redujeron a 362 en toda España. Aparecieron entonces algunas bandas que procedían del otro lado del Atlántico, como chilenos y argentinos. Pero duraron poco. O algún caso excéntrico y peculiar, como Jaime Giménez Arbe alias el solitario, acusado de robar más de 35 barcos, con tres homicidios a sus espaldas y detenido cuando ‘emigraba’ a Portugal para seguir con sus golpes. Durante años tuvo en jaque a las Fuerzas y Cuerpo de Seguridad porque no era un histórico, sino un tipo bastante “chiflado” que organizaba muy bien sus golpes y que decidió dedicarse a este ‘negocio’ porque se proclamaba un antisistema que defendía la anarquía.
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“Ahora ya no hay relevo generacional”, señala Mangas. En 2020, por ejemplo, la cifra de atracos se cerró en menos de 140 en toda España, una estadística que no ha crecido estos años. “Muchos de los ladrones de hoy en día son gente que actúa por necesidad”. Mangas recuerda a un taxista que cometió cuatro robos porque el taxi no le daba para vivir, a un agente inmobiliario que quebró su negocio y perpetró otros cuatro robos armado con un cúter y una pistola de fogueo, o el sorprendente caso de Ricardo López alias el patillas.
López atracó 29 bancos durante nueve años. Su ludopatía le había arrojado al mundo de la delincuencia, siempre en solitario y portando un arma falsa. No estaba fichado y fue uno de los atracadores de bancos más activo de la historia, sólo superado por auténtico ‘Solitario’. Se llevó 300.000 euros que se gastó en máquinas tragaperras. Fue detenido en julio de 2011 tras perpetrar su último golpe. Las cámaras le identificaron gracias a una llamativa correa roja de su reloj. Estaba en un salón de juego cercano a la sucursal bancaria gastándose el botín.
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