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Se conocieron en la universidad. Felipe González y Alfonso Guerra se hicieron íntimos en la Facultad de Sevilla en pleno franquismo, cuando los socialistas estaban perseguidos y el PSOE era un partido ilegal en España. En poco más de una década, ambos pasaron de ser clandestinos a tener el Estado bajo su mando.
Su historia comienza cuando Felipe González se hace con la secretaría general del PSOE. Tras la muerte de Franco, ambos, Guerra y González, comienzan a trabajar en un proyecto político que supusiera una alternativa real al Gobierno de UCD tras las primeras elecciones democráticas de 1977, en las que Adolfo Suárez teje los primeros mimbres del nuevo Estado.
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En 1982, Guerra y González logran su objetivo: Felipe González llega a La Moncloa y Guerra, como fiel escudero, adopta la figura de la vicepresidencia del Gobierno. Con la composición del nuevo Ejecutivo, González introduce perfiles alejados de la doctrina socialista clásica y añade a la lista de ministros a perfiles como el de Carlos Solchaga o Miguel Boyer, en Industria y Economía, respectivamente.
Ninguno de los dos ministros disimula su falta de química con el vicepresidente Guerra. Ambos con posiciones más liberales que el segundo de abordo, que critica de forma contundente las propuestas económicas que plantean en el Consejo de Ministros. No obstante, González confía en ambos para liderar el proyecto económico del Gobierno, por lo que les respalda, dejando en un segundo plano a Guerra, confiando en él para llevar las riendas del partido. Una actitud que empieza a traer consecuencias negativas en su relación, una relación que comienza a enfriarse.
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Para el sector más guerrista, González se aburguesó en La Moncloa a través de Boyer, que le presentó a la alta sociedad madrileña y, por medio de Solchaga, que hizo lo propio con las clases altas, los empresarios y los banqueros. Sin embargo, desde los sectores más felipistas siempre defendieron que González tenía la obligación de gobernar para todos los españoles y que sentí la obligación de transitar por el camino del centro socialdemócrata.
Las ‘malas compañías’ de Boyer, dirían los de Guerra, se acabaron en 1985, con la primera remodelación del Gobierno, un ejecutivo que ya registraba tensiones y bastante aireadas en las páginas de los periódicos. El vicepresidente llegó a decir, sin dudarlo, que su gobierno era de coalición “entre el PSOE y el ministro de Economía”. Esta pugna entre ambos sectores se saldó con la salida de Miguel Boyer, después de que González se negara a hacerle vicepresidente y ponerle al mismo nivel que Guerra.
El caso Guerra: el principio del fin
En 1989 salta el ‘Caso Guerra’. El hermano del vicepresidente del Gobierno tenía un despacho en la sede de la Junta de Andalucía donde trabajaba como asistente de la vicepresidencia, es decir, trabajaba para su propio hermano. El caso saltó a la prensa y se expandió por la clase política. El Partido Popular lo usó para desgastar al Ejecutivo de González y en el PSOE se empleó para intentar apartar al vicepresidente de los puestos de poder.
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Aunque sobre este asunto se ha escrito mucho, no sabemos a ciencia cierta lo que ocurrió: desde los sectores más próximos a Alfonso Guerra siempre se mantuvo que el dirigente presentó su dimisión a González. Por su parte, desde las líneas contrarías a Guerra se habló de cese. Dimisión o cese, lo que llegó fue la salida de Alfonso Guerra del Gobierno de España. Guerra se fue después de intentar dar explicaciones en el Congreso de los Diputados, una comparecencia en la que se enfrentó a todo el mundo y en la que González se mantuvo en su escaño sin aplaudir.
Con Guerra fuera del Gobierno, pero aun con el control del partido, en 1991 estalla el ‘Caso Filesa’ y una sucesión de algunos más que no paran de hundir la credibilidad del PSOE. Sin embargo, contra todo pronóstico, en las elecciones de 1993, Felipe González reválida en La Moncloa hasta su caída en el 96. Dejando una relación completamente rota y llena de desconfianza.
Unidos contra Sánchez
Lo que les separó fue La Moncloa y parece que el mismo concepto les ha vuelto unir. Después de mantener un escrupuloso silencio durante la campaña electoral para evitar apoyar a Sánchez de forma directa, durante los últimos días se han lanzado a conceder decenas de entrevistas a los medios de comunicación con, lo que parece, un único propósito: criticar a Sánchez.
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Ambos, alejados durante años, les pudimos ver, de nuevo, juntos para presentar el nuevo libro de Alfonso Guerra, La rosa y las espinas, el hombre detrás del político. Durante la presentación cargaron contra la posibilidad de que Sánchez, en el marco de las negociaciones para lograr el sí o la abstención de Junts en una posible investidura, concediera a Puigdemont y otros líderes independentistas una amnistía: “No podemos dejarnos chantajear por nadie. Y mucho menos por minorías en vías de extinción. No puede haber amnistía. Las mayorías se tienen que respetar a sí mismas. Y cumplir con sus programas y sus congresos partidarios. No se pueden dejar arrastrar por nadie”.
Por su parte, durante estos días también, Guerra se ha mantenido en la misma línea que González: “La amnistía dejaría a la “democracia indefensa”, y considera que “no tendía ningún elemento positivo”. “Los niños en Cataluña seguirán en las escuelas sin poder hablar castellano”, ha lamentado.
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