
La relación entre Morgan Freeman y Nelson Mandela se consolidó mucho antes de que la icónica película “Invictus” llegara a los cines. Lo que comenzó como una búsqueda actoral terminó forjando una amistad profunda entre el legendario actor estadounidense y el fallecido expresidente sudafricano.
El particular método de trabajo de Freeman y la forma en que ambos se implicaron en el proyecto permiten entender como arte y vida se entrelazaron en una de las alianzas más entrañables del cine y la política mundial.
El origen de una elección “personal”
Durante los años noventa, cuando la idea de llevar la vida de Nelson Mandela al cine aún era un proyecto lejano, una pregunta lanzó la primera chispa de lo que sería una conexión especial. “Cuando le preguntaron a Mandela a mediados de los noventa a quién le gustaría ver en la pantalla grande interpretándolo, él dijo mi nombre, así que siempre supe que yo sería el elegido”, reconoció Freeman en una entrevista con O, The Oprah Magazine, en julio de 2013.
La anécdota marcó el inicio de un vínculo que fue más allá del mundo actoral. Madiba —como muchos llamaban afectuosamente a Mandela— no solo bendijo con su aprobación la elección de Freeman, sino que abrió las puertas a una serie de reuniones periódicas en las que permitió que el actor observara y estudiara personalmente su carácter y sus gestos.

Este proceso se extendió durante más de diez años, con encuentros que tenían como objetivo brindar a Freeman la posibilidad de comprender la esencia del líder sudafricano en profundidad.
Un método actoral fuera de lo común
El proceso de Freeman fue meticuloso y paciente. Cuando el borrador de “El factor humano”, la novela de John Carlin en la que se basaría la futura película, llegó a sus manos, el actor no dudó en movilizar recursos para adquirir los derechos del libro. Poco después, sumó a la producción al cineasta Clint Eastwood, quien mostró interés en dirigir la adaptación que se titularía “Invictus”.
Durante todo ese tiempo, Freeman no se contentó con recoger detalles superficiales. El desafío era mucho mayor: “Quería evitar actuar como él; necesitaba ser él, y ese fue el mayor desafío.” Para lograrlo, estudió los pequeños gestos de Madiba, su voz pausada, la forma en que se conducía en público y el aura de respeto y autoridad que irradiaba.
Freeman comentó: “Cuando conoces a Mandela, sabes que estás en presencia de grandeza, pero es algo que simplemente emana de él. Él mueve a las personas hacia lo mejor. Esa es su vocación en la vida. Algunos lo llaman la magia de Madiba”.

Este método, basado en el estudio directo y prolongado, permitió a Freeman conectar en profundidad con el hombre detrás del mito, consiguiendo reflejar en la gran pantalla la humanidad, el liderazgo y la sencillez que caracterizaron a Mandela.
Invictus: el encuentro entre cine y política
El estreno de “Invictus” en 2009, dirigida por Clint Eastwood y basada en la novela de John Carlin, se centró en los primeros meses de Mandela como presidente de Sudáfrica. El país acababa de salir de la oscura etapa del apartheid y enfrentaba el reto de reconciliar a una sociedad dividida.
La estrategia de Mandela, narrada en la película, consistía en apoyar la unión nacional a través del Mundial de Rugby y su amistad con François Pienaar, interpretado por Matt Damon.
Precisamente durante el rodaje, todo el bagaje previo de Freeman se puso a prueba. El actor, armado con una década de observación y vivencias compartidas con el líder sudafricano, supo captar la esencia de su serenidad y la determinación de su discurso. El resultado fue una interpretación ampliamente elogiada por la crítica y, lo más importante, aprobada por el propio Mandela.
El nacimiento de una amistad

Tras la proyección de la película, Freeman no dudó en viajar a Sudáfrica para compartir el estreno junto a Mandela.
“No estaba nervioso. Sabía que si no le gustaba no diría nada, pero si le gustaba sería difícil que lo ocultara y no lo hizo. Al final me dijo: ‘yo conozco a esos sujetos’. Para mí fue un plus porque eso significaba que en realidad le gustó la película”, relató el actor sobre ese emotivo reencuentro.
La relación forjada durante años de estudio, respeto y admiración mutua terminó por convertirse en una amistad sólida y entrañable. El método de Freeman demostró que el compromiso genuino con un papel puede trascender la pantalla y dejar huella tanto en la vida profesional como personal.
El arte, en este caso, sirvió para acercar a dos hombres de mundos diferentes, unidos por la voluntad de inspirar a otros y de mostrar, con humildad y grandeza, el valor de la transformación personal y colectiva.
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