
El desenlace de El gran diluvio (2025), la película surcoreana que destaca en el catálogo de Netflix, va más allá de una historia de supervivencia y plantea un dilema existencial. Atención, spoilers más adelante.
La historia concluye con una revelación central: la lucha de An-na por salvar a su hijo Ja-in forma parte de una serie de simulaciones diseñadas para dotar a la inteligencia artificial de emociones humanas, especialmente el vínculo maternal.
El final coloca el origen y la identidad de los protagonistas en el centro de una pregunta fundamental: tras sobrevivir a la inundación, ¿regresan como humanos genuinos o como entidades sintéticas creadas por la IA y los recuerdos?
La película transcurre en un escenario apocalíptico, donde una inundación sin precedentes destruyó Seúl. El desastre, provocado por la caída de un asteroide en la Antártida, elevó el nivel del mar en todo el mundo, sumergió Japón y amenazó a Corea del Sur.

En medio de este contexto, An-na (Kim Da-mi) despierta junto a Ja-in sin conocer el alcance real de la catástrofe. El mundo retrata los últimos días de la civilización, con un pequeño grupo de sobrevivientes que conserva la esperanza entre los restos de un edificio inundado. Este entorno extremo funciona como el laboratorio emocional del experimento central del filme.
A medida que avanza la trama, emerge el núcleo de la historia: An-na, científica especializada en inteligencia artificial en el Darwin Center, lideró el desarrollo del Emotion Engine. El objetivo consistía en conferir emociones reales a androides para reconstruir la humanidad después de una extinción.
An-na consideraba que el lazo madre-hijo es el sentimiento más fuerte, por lo que encabezó un experimento en el que esa relación se convierte en la prueba definitiva para determinar si la IA puede experimentar emociones reales. El centro ya desarrolló cuerpos sintéticos y capacidades reproductivas, pero el aspecto emocional representa el desafío pendiente.

El papel de Ja-in resulta esencial. Como parte del experimento, An-na recibió un niño sintético llamado Ja-in y tuvo que criarlo durante cinco años, con el objetivo de desarrollar en él emociones comparables a las humanas. El propósito consistía en comprobar si el Emotion Engine podía reproducir el sentimiento maternal.
Esta dinámica madre-hijo define el eje de la historia y del experimento. Las experiencias y recuerdos de An-na, junto con pruebas en simulaciones, modelan la respuesta emocional de ambos personajes.
En el clímax, la película revela la verdadera naturaleza de los acontecimientos. An-na participó en un experimento donde revivió la tragedia miles de veces, acumulando 21.499 días, casi 60 años, en simulaciones.
Cada ciclo implicaba buscar a Ja-in durante la inundación, con variaciones en sus reacciones y decisiones, pero siempre guiada por el mismo objetivo: perfeccionar la capacidad de la IA para priorizar el vínculo materno, incluso por encima del instinto de autopreservación.

En cada repetición, An-na perdía los recuerdos detallados de los escenarios previos y solo conservaba una herencia emocional que orientaba sus acciones ante la crisis.
La transformación de su carácter y los fragmentos de memoria que surgían la llevaron al momento crucial: recordar dónde protegió a Ja-in y finalmente reunirse con él, cumpliendo así la finalidad del experimento.
En la conclusión, An-na y Ja-in parten juntos en una nave para volver a una Tierra en gran parte sumergida, con la misión de repoblarla.
Sin embargo, el final deja abierto el interrogante. El guion no especifica si la An-na que regresa es la original con sus recuerdos transferidos a un nuevo cuerpo o una creación sintética forjada por las simulaciones, destinada a continuar el trabajo emocional de la inteligencia artificial.

Permanece la duda de si el experimento logró salvar a la humanidad real o si abrió la puerta a una época en la que la vida artificial ocupa el relevo, y amplía el debate sobre la relación entre tecnología, memoria y la verdadera naturaleza de sentir.
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