
Una de las más recientes intervenciones sobre el Martín Fierro la hizo Gabriela Cabezón Cámara con Las aventuras de la China Iron, una novela que se pregunta por la vida de la mujer de Fierro: qué pasó con ella cuando el gaucho tuvo que irse a la frontera. La propuesta de Cabezón Cámara es interesante y pone en evidencia algo que desde hace mucho sucede con el gran poema de José Hernández: las reescrituras del Martín Fierro, que no han sido pocas, plantean una serie de preguntas e intervenciones sobre lo argentino, lo nacional, la patria.
Cecilia Fanti es escritora, licencia en Letras y dueña de la libería Céspedes. Autora de las novelas La chica del milagro y de A esta hora de la noche, Fanti tiene un pensamiento muy profundo y particular sobre los usos de la literatura en la trama del país.
En esta entrevista, plantea diferentes formas de acercamiento al Martín Fierro, comenzando por Las aventuras de la China Iron. “La literatura del siglo XIX”, dice Fanti, “más allá de las dos o tres escritoras mujeres, es una literatura de hombres para hombres. El gesto de Gabriela Cabezón Cámara es muy audaz y muy moderno. En gran medida también es muy borgiano —justamente Borges un gran lector que reescribió el Martín Fierro—, porque cuenta la historia de una mujer que descubre su destino, que se da cuenta quién es, que descubre una identidad”.

—¿La literatura del XIX es de hombres para hombres, porque también es la de un político para otro político?
—Toda literatura es política. Es política “La ida” del Martín Fierro; es política “La vuelta”. Y es político el uso del gaucho. En La Argentina en pedazos, Piglia tenía una tesis muy interesante: la clase ilustrada del siglo XIX usa la autobiografía para contarse a sí misma —Sarmiento cuenta su vida para contar la de Facundo—, pero usa la ficción para contar al otro. La voz del otro solo se puede narrar a través de la ficción. Más allá de cómo José Hernández escribió el Martín Fierro, hay que señalar que “La vuelta” es posterior a la Campaña del Desierto. En el momento en que el enemigo deja de ser el gaucho y pasa a ser el indio, el gaucho se convierte en el símbolo nacional, su figura se romantiza y todo culmina en El payador, de Lugones, donde el gaucho es un personaje alucinante y es nuestra insignia.
—La figura del gaucho se pone en cuestión en la novela de Cabezón Cámara, pero también en el cuento “El amor”, de Martín Kohan, que está incluido en el libro Cuerpo a tierra: Fierro y Cruz tienen un romance homosexual. ¿Es un tema tabú en la literatura argentina?
—Fue tabú hasta la mitad del siglo XX. Ya no lo es, pero se puede decir que, en lo que se considera alta literatura, hay temas de los que no se habla. Pero la buena literatura es audaz. Como Borges, que pone cuchillos en las manos, Kohan pone amores entre hombres o Gabriela Cabezón Cámara lo pone entre mujeres. La China, después de parir mil hijos y soportar al gaucho y al rancho, descubre que la sexualidad es mucho más rica. En ese sentido, el libro de Gabriela le rinde un gran homenaje a la literatura argentina. Me alegra profundamente que empiece a integrar la tradición para plantear una problemática. Y, si hablamos de problemáticas, podemos hablar de la reversión de Oscar Fariña: El guacho Martín Fierro. Y ahí ya tenemos un espectro amplio: minorías, mujeres, presos y homosexuales. Si bien puede pensarse como algo cómico, la propuesta de Fariña es profundamente política: desde pensar la cárcel hasta rever el lenguaje. Porque deja de ser el de la gauchesca para ser el tumbero. Ese es otro gesto interesante.

—La que me hizo descubrir a Oscar Fariña fue Natu Poblet. Ella era la dueña de la librería Clásica y Moderna, y era una mujer que me llevaba treinta años, pero tenía la característica de leer a los autores jóvenes a partir de los clásicos.
—Por eso es muy importante leer a los clásicos y es algo que repito sistemáticamente en la librería. Hay cierto desdén por los clásicos; la gente más joven está la idea de que son un plomo. Los docentes son promotores de lectura, los libreros somos promotores de lectura. En ese sentido, también tenemos un rol político y muy serio. No hay que leer el Martín Fierro porque es el poema nacional y hay que repetirlo como un loro. No. Hay que conocerlo porque la riqueza del Martín Fierro pasó las fronteras del libro, de José Hernández, del folklore, y porque, al mismo tiempo, sigue generando significados y planteando dudas. Es mucho más que la historia de un gaucho que se pone a cantar sus penas. A casi 150 años de su publicación seguimos pensándolo. Creo que los docentes pueden trasladar las diferentes inquietudes del libro a los estudiantes porque es un texto que abre más preguntas que respuestas. Javier Cercas tiene una tesis muy interesante, que es la del punto ciego: la literatura que nos interpela es la que tiene una pregunta que no se puede responder. Y ese “punto ciego” hace que no pase de moda, que nos siga convocando. El Martín Fierro entra muy bien en la tesis de Cercas. Es un texto que sigue abriendo preguntas y creo que todas las reversiones son como ensayos de una respuesta.
Publicado en el blog de Ticmas.
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