
En pocas semanas más, como mucho en uno o dos meses, el presidente Alberto Fernández deberá tomar una decisión fundacional para la gestión económica de su gobierno. Tendrá que decidir qué hacer con el dólar. Con los controles en plena vigencia, el mercado ya no define solo y la botonera está bajo el control del Banco Central. Será entonces el mandatario quien indicará qué botón apretar. El menú de alternativas es acotado y, por ahora, las señales son confusas. Como en otras oportunidades desde que asumió, los dichos y los hechos corren por andariveles separados. ¿El Gobierno va camino a atrasar el valor del dólar, como sugieren algunas operaciones del BCRA, para utilizarlo como ancla de la inflación? ¿O por el contrario, como dijo hace un mes el presidente de la autoridad monetaria, Miguel Pesce, será “muy cuidadoso con el atraso cambiario”?
Las intervenciones del BCRA esta semana en el mercado vendiendo dólares para evitar que subiera su cotización en un marco de mayor tensión por la postergación del pago de la deuda bonaerense indican lo primero. Si bien es cierto que fueron ventas de montos menores, de apenas USD 60 millones, indicarían al menos que el Gobierno cree que aún no es momento de adecuar el tipo de cambio. Eso pese a que en los últimos dos meses el peso se apreció 6%. Un ritmo que algunos economistas consideran poco sostenible. “Ajustar el valor del dólar hacia fin de mes sería una buena señal, pero no parece que sea lo que va a pasar”, dijo Matías Rajnerman, economista de Ecolatina.
Por estos días se produce una particular coincidencia: el tipo de cambio real multilateral - la variación real del dólar (oficial) medida en relación a los principales socios comerciales del país- su ubica en 123 puntos, el mismo nivel de agosto de 2011. Ese mes puntual, ocho años atrás, marcó el inicio del inexorable atraso cambiario que se profundizó durante los últimos cuatro años siguientes hasta llegar a los 75 puntos a fin de 2015, antes del levantamiento del control de cambios. Fue recién con la devaluación de septiembre de 2018 que recuperó ese nivel previo. Nueve años más tarde, con el regreso de las restricciones, las tasas de interés negativas, el congelamiento de tarifas y el kirchnerismo en el gobierno, sobrevuela el temor de repetir la historia.
“En agosto de 2011, con la soja en USD 500, había espacio para dejar atrasar el dólar”, recuerda Rajnerman. “Hoy, con precios muy distintos, la situación es diferente y los costos de dejar atrasar el dólar son altos”, agregó. Esencialmente, lo que el dólar no ajuste en los próximos meses puede convertirse más adelante en un salto que vuelva a desacomodar las variables que eventualmente se hayan ordenado.
La fecha marcada en rojo en el calendario es marzo. Si bien durante febrero se espera mayor presión sobre el dólar y no son pocos los analistas que creen que idealmente el precio debería acompañar la tendencia, también asumen que el Banco Central no habilitará ningún deslizamiento hasta que no se consolide el acuerdo de precios y salarios que promueve el Gobierno. Es lógico: en medio de una negociación por apaciguar el ritmo de suba de los precios y también la indexación de los salarios, cualquier movimiento del dólar puede generar expectativas devaluatorias que hagan naufragar eso que se intenta acordar.
Precisamente, el contexto de una inflación acelerada -mucho más acelerada que en 2011, por caso- justifica la gran tentación del Presidente de retrasar el tipo de cambio.
“Hablar hoy de atraso cambiario es difícil porque partimos de un nivel relativamente alto. Pero sí claramente se está usando el dólar de ancla”, opinó Gabriel Caamaño, de EcoLedesma. “En el mejor de los casos, igual que las tarifas, es un ancla transitoria porque sabemos que sustentable no es. La cuestión es que, en ese lapso, se resuelva lo fiscal y lo financiero así la política monetaria deja de estar subordinada eso y se pueda armar un esquema que genere una nueva ancla”, continúa. El riesgo, advierte, es que si ese proceso no es exitoso y lo único que se logra es contener artificialmente la evolución de todas las variables, el Gobierno “comprará un problema”. Ese problema es, tal como indica la experiencia reciente, otro eventual salto devaluatorio y su pico inflacionario consecuente.
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