
-¿Cómo era una Navidad maradoniana?
-Era todo alegría, todos los Maradona juntos. Y desde las 10 de la noche a las 5 de la mañana, la pirotecnia. No me olvido del recital de Los del Fuego, con toda la calle cortada, y Diego bailando en medio de los petardos. Comida no faltaba, era una cosa de locos... La sopa paraguaya de la Kitty... Después de las 12 caían jugadores de fútbol, amigos, famosos; había, fácil, 200 o 300 personas. En la calle había en coches seis millones de dólares.
-¿Es verdad que terminaban todos en la pileta aunque tuvieran el teléfono?
-Diego los tiraba a todos al agua; con celular, como fuera; no importaba cuánto salían. Si no te tirabas solo, te tiraba.
Claudio Langelotti, el Vigi, tal como lo bautizó Pelusa, fue el custodio de la mítica casa de la calle Cantilo, en Villa Devoto, el hogar de doña Tota y don Diego. Y desde la garita de seguridad -o desde adentro del chalet, cuando sus actividades le permitían una pausa- fue testigo de lo que representaba la Navidad para el capitán de la selección argentina campeona del mundo en México 1986.
Esa afición por la pirotecnia, por caso, le generó problemas a Diego en su estancia en Barrio Parque, que hasta se llevó un capítulo en la serie de Guillermo Coppola, quien supo contar hasta en modo stand up cuando Susana Giménez, vecina de la zona, o los empleados de una estación de servicio cercana, le advertían cuando el Diez se pasaba de rosca con los fuegos artificiales sin horario.
En sus mejores épocas, en las Fiestas transformaba en pista de baile cualquier rincón, probando sus dotes de danzarín. Sobran los videos virales en los que la cumbia lo encendía. Hubo alguna Navidad en la que fue carne de estudio de la serie Los expedientes secretos X. Lo contó alguna vez la propia Rocío Oliva en el programa Polémica en el bar, por América. Después de las 12, cuando lo buscó para brindar, Diego se había marchado. “Volvió el 26, 27 de diciembre”, recordó.
“¿Qué pasó? No sabía dónde estabas”, le dijo ella cuando lo vio ingresar a su hogar en Bella Vista, partido de San Miguel, acompañado por uno de sus custodios. “Me llevaron los marcianos. Me recuperé, me levanté y vine para acá”, fue la respuesta del ex enganche, que descolocó a Rocío y a su familia. “Suegra, me llevaron los marcianos”, le repitió el ex futbolista a la madre de Oliva. “¿A vos nunca te llevaron los marcianos?”, buscó complicidad.

Todas estas historias poco tienen que ver con su última Navidad antes de su muerte en 2020, poco después de cumplir 60 años. “Estaba medio bajón”. Así describen desde su círculo íntimo el ánimo del ídolo en el umbral de las festividades de 2019, antes de la pandemia de coronavirus. Quizás un anticipo del hondo pozo en el que cayó en 2020, en el que tuvo momentos de resurgimiento, pero que terminó derivando en la internación, la operación por el hematoma en la cabeza, la mudanza a la casa en el barrio cerrado del Tigre y su fallecimiento, el 25 de noviembre.
El 24 de diciembre de 2019 estuvo en su casa de Bella Vista, la que habitó antes de su traslado a Campos Roca, en Brandsen, cerca del predio de Estancia Chica, donde se entrena Gimnasia. Había vivido días previos agitados, en los que había renunciado a la dirección técnica del equipo porque el dirigente que lo había llevado, Gabriel Pellegrino, se quedaba sin lugar en la conducción del club. Finalmente encabezó una lista en las elecciones que ganó, con el apoyo explícito de Pelusa. Así y todo, la renovación del contrato de Pelusa recién llegaría en junio de 2020.
Pero los aniversarios, su cumpleaños y las Fiestas desde hacía un tiempo representaban una daga en el corazón de Maradona. Precisamente desde la muerte de sus padres, doña Tota (el 19 de noviembre de 2011) y Chitoro (el 25 de junio de 2015). Supo organizar fastuosas celebraciones, sobre todo en su etapa en Dubái, pero en suelo argentino le rondaba con mayor continuidad por la cabeza cuánto los añoraba. Brotaba la nostalgia de la Navidad en Villa Devoto, con sus hermanos, hermanas, sus hijas, su papá y su mamá.
En el parque de Bella Vista, junto a la pileta, estuvo acompañado por Maxi Pomargo, su secretario, hasta bien entrada la tarde. También en horario vespertino pasó Matías Morla, entonces su abogado, a saludarlo. Un desamor lo tenía golpeado. Luego de un amague con el reverdecer de la pareja tras su regreso a la Argentina post paso por Dorados de Sinaloa (al punto de que Rocío Oliva colaboraba con el fútbol femenino del Lobo en su gestión), el lazo se cortó definitivamente.
Fueron varios los amigos del fantasista que marcaron el epílogo de la relación como un punto de quiebre. “Estaba físicamente activo, pero veía que también estaba perdiendo el amor de Rocío. El caos familiar giraba en torno a Diego, que nunca tuvo la paz. Era una persona frágil y humilde”, definió Stefano Ceci, el fanático del Napoli que se acercó a él en Cuba y supo ser nexo con sus negocios en Europa.
Esa Navidad le pidió a Liliana, una de sus hermanas que le preparara una de sus comidas preferidas, el garrón en puchero, sin importar el calor de la época estival. Un homenaje que le gustó y disfrutó, claro. Rita, Ana, Lili, Mary y Cali estuvieron ahí para acompañarlo. “Siempre decía que no quería que le regalaran nada. Él era Papá Noel”, supo contarle a Infobae Kitty, la mayor.
Tal vez por eso el último gran regalo que les hizo, fue, justamente, unas Fiestas en familia. Todos, en una quinta en Pilar, estancia que luego se estiró por varias semanas. Fue antes de marcharse a la segunda mitad de su gestión en Dorados de Sinaloa.
“Estábamos todos juntos, dormíamos ahí, pasamos Navidad, hasta que se fue a dirigir a México. No sé si él presentía... Estábamos todos ahí. Tirábamos colchones en el piso, porque no había tantas camas para todos los que somos. Estuvimos diciembre y enero. Dos meses todos juntos”, describió Cali.
“Era una casa grande, con pileta. La idea de él era remodelar Cantilo y a nosotras nos iba a hacer un departamento atrás para que viviéramos con él, jaja”, añadió Rita. “Él decía que iba a ser una casa galáctica, porque quería que fuera como un anillo y cada una tuviera un piso. Y obvio que estábamos dispuestas a ir a la casa galáctica”, completó la menor del clan. Tal vez fue el último obsequio que no llegó a entregar el Santa Claus de pantalones cortos y la zurda más mágica que se haya creado.
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