En el asiento 95 de la fila 21 en la platea baja de la Bombonera se podrá sentar cualquier hincha para alentar a Boca, pero este lugar le pertenecerá siempre -simbólicamente- a Miguel Antonio Juan Claparols, el último socio N° 1 de la institución, que hoy cumpliría 110 años.
Nació el 7 de julio de 1909 con sangre xeneize, ya que su madre era oriunda de tierras genovesas antes de emigrar hacia Argentina (su padre era catalán). Cuando atravesaba la adolescencia se despertó su pasión por el fútbol. Por cuestiones de cercanía iba a la cancha a ver a Argentinos Juniors, que contaba con un mediocampista llamado Luis Pedro Vaccaro, refuerzo de Boca para una gira de 1925 por Europa. Ese traspaso lo motivó a escuchar los partidos por radio y decidió hacerse socio.
Vale la aclaración: Claparols no es socio fundador, sino que heredó el trono y el número 1 en su carnet con el correr de los años. Su afiliación fue justo después de la profesionalización del fútbol argentino, en 1932.
Ya había visto a Américo Tesoriere y Ludovico Bidoglio. Eran las épocas de Pancho Varallo, Mario Evaristo, Ernesto Lazzatti, Ramón Mutis y su ídolo de la juventud, Roberto Cherro. "Ay qué lindo, ay qué lindo, ay qué lindo debe ser, hacer goles en el arco como Cherro sabe hacer", fue el cántico que le quedó grabado en su memoria. Más adelante tendría debilidad por Pepino Borello, el Chapa Suñé y el Loco Gatti. Desde los 20 años fue solo a la cancha, saltaba y se emocionaba arriba de los tablones que crujían en un estadio que todavía no había sido remodelado.
Fue empleado de comercio hasta que puso una marmolería en la Avenida Warnes. Se sacó las ganas de conocer Europa y la Antártida y se aferró mucho más a su amor por Boca cuando enviudó de su esposa María, cuando apenas tenía 40 años. El viaje en colectivo desde Villa Urquiza hasta la Ribera se convirtió en ritual, al igual que su gorrito estilo Piluso con los colores azul y oro.
Y si su madre había aportado la sangre xeneize, Miguel no quería ser el eslabón perdido. Sus dos hijas mujeres heredaron su pasión y dos de sus cinco nietos también. Verónica y Christian, que vino acompañado de su hijo Gonzalo (bisnieto), acompañaron a Infobae a una excursión por la Bombonera. Y obviamente aportaron datos de color en su historia.
Al llevar a sus nietos pequeños, el protagonista manejaba su Torino color verde, lo estacionaba a tres cuadras y los hacía caminar contándoles las proezas de los grandes equipos boquenses: el debut de Lazzatti, el penal atajado de Roma a Delem y el gol de Valentim a Amadeo Carrizo. "Siempre estaba de buen humor, era positivo, generoso, familiero, dedicado a sus afectos. Fue mi pilar", dice Verónica, quien lo acompañó varias veces junto a su hermano a la Bombonera.
Christian Miguel (su segundo nombre es idéntico al de su abuelo), más habitué de los compromisos con el club, se acordó de un violento episodio cuando volvían de la cancha: "Volvíamos para su casa en Belgrano. Nuestro colectivo pasó por la Avenida Rivadavia, en Caballito, y River había jugado en cancha de Ferro. Había pibes de Boca asomados por las ventanas y nos empezaron a lanzar piedras. Lo hice tirar abajo del asiento y eso que tenía como 95 años ya… pero era un pibe más, jamás le pesó la edad. La terminamos sacando barata".
Y otra recordada anécdota familiar recurrente es la del día en que se escapó de un casamiento y cayó de traje a la cancha. Boca era su religión, la Bombonera su templo. Su día preferido era el domingo: se levantaba temprano a la mañana, escuchaba la radio y esperaba la visita de su familia para comer pastas. Tras la sobremesa, directo a Brandsen 805.
A dúo, sus nietos lamentan haber perdido el librito credencial de cuero, color bordó, que su abuelo había recibido del mismísimo Alberto J. Armando, histórico y emblemático presidente de la institución. Sin embargo, conservan el último carnet -ya plastificado- con el que concurrió a la cancha. Es uno de varios trofeos, incluidas camisetas firmadas, una medalla por el centenario y plaqueta como socio honorífico del club. Incluso hay una estrella con su nombre en el museo de Boca (la réplica la guardan sus nietos).
Muchas puertas se abrieron cuando "ascendió" de escalafón entre los vitalicios y quedó como N° 1. Presenció el partido despedida de Diego Armando Maradona en la Bombonera y también fue convocado a su primer programa televisivo, La Noche del Diez.
"Me gustaba el equipo del Toto Lorenzo y también el de Maradona y Brindisi, pero ninguna superará a los que dirigió Bianchi", declaró hace años en una entrevista el hombre centenario. Y fue en 2009 cuando tuvo el lujo de conocer al Virrey, en un agasajo por su centésimo aniversario. Al ser anoticiado sobre la presencia del DT, no dudó en acudir a la cita a pesar de padecer una culebrilla que lo incomodaba bastante.
Haber sido el socio 1 tuvo un sabor especial para Miguel, que esgrimió una simpática advertencia el día que se encontró con la socia número 2 en un evento del club: "Señora, usted quédese tranquila porque pienso ser el número 1 muchos años más, eh".
Su otra pasión fue la natación. Hasta los 101 años practicó esa disciplina dos veces por semana. Y sus visitas a la Bombonera para ver los partidos del equipo se registraron hasta los 102 años, siempre en colectivo, desoyendo los consejos familiares y los ofrecimientos de dinero para pagarse un taxi o remis. Hasta estando internado, en sus últimos días, pidió que por favor le sintonizaran en alguna televisión o radio el partido de Boca.
Antes de su fallecimiento (a los 104 años) dejó una frase con la que muchos hinchas de Boca e inclusive fanáticos futboleros de otros cuadros se podrán identificar en la actualidad: "Cuando todos hablan de escasez de trabajo y pobreza, a mí hablar de Boca o ir a la cancha me saca de la cabeza esos problemas y me da satisfacciones".
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