La vida después de la derrota: recuerdos de un excombatiente

A 30 años de la guerra de Malvinas, una reflexión sobre los que volvieron y el trato que la sociedad y el Estado les dispensaron. Por Horacio Sánchez Mariño.

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En fila india, ya desarmados, los conscriptos caminan hasta donde quedarán acantonados para luego regresar al continente, tras la derrota. Foto: AFP.
En fila india, ya desarmados, los conscriptos caminan hasta donde quedarán acantonados para luego regresar al continente, tras la derrota. Foto: AFP.

Al acercarse el 2 de abril, los invito a reflexionar sobre los sobrevivientes de la guerra de Malvinas. Al pensar en los veteranos, evoco una columna de 1989 que ha rescatado un hijo mío, con quien habitamos junto a ellos la parroquia de los fracasados y perdedores. En esa breve página, Manuel Vicent recuerda que, en épocas de paz, las higueras crecen en las
grietas de los castillos de Aviñón, Éfeso y Pérgamo, donde aves azules llevan las semillas en sus patas y caen en los intersticios para brotar en mitad de los torreones.

Dice Vicent: "De igual modo, después de cualquier destrucción a la que el tiempo o la soledad te hayan sometido, también volarán los pájaros azules hasta los resquicios inaccesibles de tu alma con alas llenas de simiente de flores, las cuales nacerán sobre el humus que haya creado el dolor y entonces volverá un día de gloria y melancolía para ti. Recuerda que, a pesar de todo, lo más elegante todavía es la derrota". Estas palabras me reconfortan.

Aquella derrota honorable, a lo lejos, me parece cada vez más elegante. Fuimos vencidos por una nación imperial, que posee una cultura de valores sólidos que les han permitido conquistar la mitad del mundo. Una potencia militar que cultiva las virtudes en sus soldados, los honra y respeta. Basta descender al subsuelo de la catedral de Saint Paul para ver la infinita serie de banderas y estandartes de los que combatieron en innumerables batallas. Y a los que les costó mucho vencernos —casi no lo consiguen —, como fue admitido por varios de sus conductores militares.

Los soldados argentinos se ponen al día con noticias que anuncian un futuro que jamás se concretó. Foto: Román von Eckstein.
Los soldados argentinos se ponen al día con noticias que anuncian un futuro que jamás se concretó. Foto: Román von Eckstein.

Las hazañas inverosímiles de nuestra Fuerza Aérea han entrado en la historia de la guerra en el aire. El coraje de nuestra infantería fue destacado por nuestro adversario, sin ambages, en todos los combates durísimos y sangrientos que se dieron en las islas. Para utilizar una comparación, permítanme recordar una anécdota de Haití, donde presté servicio durante un año como Jefe de Operaciones. En una oportunidad, un francotirador mató a tres oficiales jordanos. A la noche llegó el jefe del regimiento muy acongojado. Nos abrazamos y se permitió que toda la emoción dolorosa emergiera en un sollozo viril de soldado.

– Pero lo peor –me dijo– es que mi gobierno está pensando en retirar las tropas de la isla.
– ¿Por qué?
– Ya tenemos ocho bajas en un año, es demasiado.

Instantáneamente, recordé que en Goose Green murieron más de treinta de los nuestros en una noche. En Tumbledown, en Two Sisters, en Monte Harriet y en muchos otros combates, otro tanto. Los heridos y mutilados son incontables en estos enfrentamientos. En la campaña aérea, murieron cincuenta y nueve pilotos y tripulantes, y en el Crucero General Belgrano, las bajas fueron más de trescientas. Los jordanos continuaron en la campaña de Haití, pero aquel episodio me sirvió para tener una idea cabal del costo en vidas de la guerra de Malvinas. Sin embargo, lo más impactante de esa mortandad es que hay más suicidas que caídos en el campo de combate. En Argentina y en el Reino Unido.

Uno de los primeros heridos ingleses en Malvinas, tras una lucha difícil y encarnizada. Foto: Archivo DEF.
Uno de los primeros heridos ingleses en Malvinas, tras una lucha difícil y encarnizada. Foto: Archivo DEF.

A partir de esta realidad, en esta fecha tan importante de mi vida, pienso en los veteranos que transitan las calles de nuestro país arrastrando su dolor. Me incluyo sin pudor, ya que comparto casi todos los pesares de mis hermanos malvineros.

En estos años, he leído la obra de dos psicoanalistas franceses, Françoise Davoine y Jean-Max Goudaillere, que dedicaron su vida a estudiar los traumas de la guerra (Historia y trauma. La locura de las guerras, FCE, 2011). Sus hallazgos son conmovedores. La tesis principal que los lleva a los Estados Unidos, donde ambos psicólogos formados por Lacan intercambian sus conocimientos clínicos con sus colegas del Hospital Riggs, es que existe un lazo entre la locura y el medio social. No tardan en especializarse en la locura de los pacientes veteranos de guerra o en aquellos cuyos padres o abuelos habían intervenido en guerras o fenómenos traumáticos similares, cuyas consecuencias psíquicas se transmitían de generación en generación hasta que aparecía el loco que expresaba el trauma de manera explícita.

Lo más impactante de esa mortandad es que hay más suicidas que caídos en el campo de combate

Los autores habían terminado su libro en 2001, el que se iba a editar cuando ocurrió el ataque a las Torres Gemelas, y sintieron que estaban nuevamente en guerra. Al transcurrir algunos meses, la euforia decayó, pero la guerra siguió en Afganistán, en Irak, así como en el África y en medio mundo.

En su libro, hablan de varias características de los traumas de guerra que ellos descubrieron. La negación: lo que pasó no pasó. La culpa del sobreviviente: ¿por qué ellos y no nosotros? La identificación con el agresor: nosotros nos lo buscamos. La perversión del juicio: las víctimas son los culpables y viceversa. La reviviscencia traumática de las catástrofes. La trivialización: la sofisticación va de la mano de la anestesia de las sensaciones.

Todos estos fenómenos pueden verificarse en nuestros veteranos y en el comportamiento de la sociedad argentina para con ellos. Las secuelas de la guerra sobre los combatientes fueron negadas durante décadas. En los 90, Javier Olivera dirigió una película muy dura, El visitante, cuyo protagonista era un veterano en estado de delirio, en un gran papel de Julio Chávez. La vieron apenas diez mil espectadores.

Adormilados, inexpresivos, con frío, en medio de la nieve, esperan firmes en su posición. Foto: Román von Eckstein.
Adormilados, inexpresivos, con frío, en medio de la nieve, esperan firmes en su posición. Foto: Román von Eckstein.

Algo similar ocurrió con Soldado argentino solo conocido por Dios, que pasó por los cines sin pena ni gloria. Las personas comunes dicen admirar a los "héroes" pero prefieren no oír lo que tienen para contar. El primer desfile donde participaron masivamente ocurrió en el 2016, y los soldados fueron aclamados por casi un millón de personas en la avenida Libertador.

Los medios de comunicación apenas dieron espacio a un evento tan popular, y la mayoría de los periodistas se dedicó a cuestionar la intervención de algunos de los participantes más conspicuos. Los veteranos de Malvinas todavía no han sido incorporados a la sociedad, y el Estado no toma las medidas necesarias para darles la atención médica y psicológica adecuada. Los recursos destinados a atenderlos son escasos y quedan librados a los
esfuerzos aislados de las Fuerzas Armadas.

Las personas comunes dicen admirar a los ‘héroes’ pero prefieren no oír lo que tienen para contar

Algunas agrupaciones de soldados florecieron durante el kirchnerismo gracias al apoyo ideológico que otorgaron al régimen político, que los retribuyó generosamente con prebendas de todo tipo. Solo hace poco se dictó la ley que regula la Comisión de Veteranos para que la representación de un grupo tan heterogéneo se democratizara.

En algunas provincias, como Corrientes, Chubut y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, los militares de carrera no son considerados beneficiarios de las pensiones. Cada hombre que estuvo en la guerra tiene sus cuitas sobre el dolor de la injusticia y las penas ocultas.

De la guerra de 1982, los que pagaron las consecuencias son aquellos jóvenes inermes e indefensos que estaban lejos de las decisiones, el combatiente desconocido, el rostro al que lo pisó y lo borró la batalla de la página que recuerda al coronel Isidoro Suárez. Renovar el olvido es lo que más duele.

El esfuerzo físico y el frío se hacen sentir. Foto: AFP.
El esfuerzo físico y el frío se hacen sentir. Foto: AFP.

Los veteranos no pueden apartarse del fuego, como la mariposa que se va quemando de a poco, pero no puede alejarse del todo. Soy uno de esos ilusos que creyó en los grandes relatos, en los ideales y consignas nacionalistas que al final descubrimos que escondían una voluntad demoníaca de poder.

Los veteranos, los locos de la guerra para muchos argentinos, siguen como andrajosos emocionales que duermen en las calles de la locura, una locura que les permite anestesiar el dolor. Una locura que debe pelearse minuto a minuto en los andurriales de la memoria, que contiene algunas escenas dulces que apenas traen una sonrisa, pero que al instante se cubre de obscuridad. Algunos han perdido toda voluntad de vivir, necesitan apenas un poco de comida, alcohol, Rivotril, un colchón y unas mantas que quiten el frío de una existencia glacial. El loco, dicen Davoine y Goudaillere, nos da la medida de lo que ha debido hacerse para sobrevivir.

Así quedó un Harrier abatido por la artillería argentina.Foto: Eduardo Farré.
Así quedó un Harrier abatido por la artillería argentina.Foto: Eduardo Farré.

Los combatientes de Malvinas merecen que su historia sea contada por sus virtudes, sus defectos, su humanidad, el efecto que produjeron en la Argentina, por el dolor que arrastran desde entonces. Es una historia de sufrimiento, de una herida profunda que no se puede ocultar.

La guerra de Malvinas fue una gran mentira que movió mil naves detrás de un rostro bellísimo. Los jóvenes partimos a enfrentar nuestros desafíos, a pasar las pruebas impuestas por los dioses en el rito de iniciación.

Soy uno de los afortunados que regresó. Sin embargo, la sabiduría antigua no se ha verificado con los veteranos, ni siquiera mínimamente. Pocos pudieron recuperar una existencia digna. La guerra es algo horroroso, no extrae lo mejor del hombre, como alardea Ernest Jünger. Tampoco es cierto el apotegma del fascismo que llama a "vivir peligrosamente".

Los combatientes de Malvinas merecen que su historia sea contada por sus virtudes, sus defectos, su humanidad, el efecto que produjeron en la Argentina, por el dolor que arrastran desde entonces

Las virtudes más excelsas están en la paz del hogar, en el amor, en la amistad. La guerra solo destruye vidas jóvenes y amarga los corazones de los sobrevivientes que nunca accederán al amor prometido por los dioses.

La vuelta a casa, la emoción de los reencuentros, el fin de la angustia y la incertidumbre. Foto: Osvaldo Zurlo.
La vuelta a casa, la emoción de los reencuentros, el fin de la angustia y la incertidumbre. Foto: Osvaldo Zurlo.

La guerra de las Malvinas fue utilizada una y otra vez para movilizar a la gente detrás de objetivos políticos personales. Eso es tal vez lo más miserable.

Al acercarse estas fechas, solo hay tristeza en el corazón. Sin embargo, como dijo Manuel Vicent: "…la melancolía es una vid muy dulce que los dioses reservan para algunos perdedores. Antiguamente, era una enfermedad sagrada. Ahora se ha convertido en un estanque cuyo espejo refleja la imagen de algunas ruinas, de sabios y flores, marginados decadentes, aves azules, frutas de oro, la última gente elegante que ha sido derrotada, pero no vencida".

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*La versión original de esta nota fue publicada en la revista DEF N.° 120

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