
En el arte los animales de compañía suelen tener cierto protagonismo. Perros y gatos, sobre todo, protagonizan pinturas o al menos operan como centinelas atentos que escudriñan los alrededores de sus amos.
En la pintura Cabeza de perro (en idioma original, Tête de chien), protagonista de la columna de esta semana, realizada por Pierre-Auguste Renoir en 1870, se ofrece un acercamiento a la intimidad y el detalle en la representación animal dentro de la pintura de finales del siglo XIX.
Poco se conoce acerca de esta pieza, pero se intuye que su producción se dio bajo cierta familiaridad, por el semblante del can, su mirada es confiada hacia el observador, en este caso, el artista. Se asemeja a las capturas espontáneas actuales que cualquiera podría robarle a su mascota para subir en redes.
Cabeza de perro, que pertenece a la National Gallery of Art, si bien no se encuentra expuesta, no solo muestra la habilidad de Renoir en la representación del carácter y la expresión animal, también evidencia su interés por la naturaleza, la observación directa y el estudio de los matices psicológicos más allá del retrato humano. La pintura simboliza una pausa en la trayectoria del artista francés, quien ya en la década de 1870 buscaba consolidar un enfoque personal en su relación con el entorno natural y sus protagonistas.

La pintura, un óleo sobre lienzo, de 21,9 x 20 cm, muestra la cabeza de un perro de hocico fino y orejas caídas, elaborada con trazos sutiles en un formato vertical. El animal inclina la cabeza hacia la izquierda y sostiene la mirada con ojos grandes y oscuros, lo que definitivamente lo hace cautivador y atractivo.
El pelaje del perro alterna matices de marrón caramelo, negro y gris oscuro, con una mancha blanca visible en la frente y en torno al hocico. Un collar negro con una campanilla plateada distingue su cuello. La figura desaparece suavemente bajo el collar. Finalmente, en la esquina inferior izquierda puede vislumbrarse confusa la firma “Renoir”.
A lo largo de su carrera, Pierre-Auguste Renoir sería reconocido principalmente por la riqueza cromática y luminosa de sus cuadros, así como por la frescura de sus escenas familiares y sociales. En piezas como Cabeza de perro, el artista demuestra una sensibilidad particular hacia animales y sujetos aparentemente menores, pero capaces de encarnar la vitalidad y profundidad de lo cotidiano.
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