“La incómoda relación entre crear cosas y el mundo ha estado ahí desde siempre. Pero cada vez más, no puedo evitar sentir la fricción. Antes podía publicar un folleto de gira, una nueva pieza musical o cualquier cosa sin preguntarme de inmediato si me parecía inapropiado. Sin dudar si lo que había creado era acorde con el momento.
“¿Y ahora? El telón de fondo es un horror constante. Por muy sutiles o sinceras que sean las piezas musicales o escritas, a menudo siento como si estuviera presentando una pieza de origami en una casa en llamas, esperando que alguien la vea antes de que se convierta en cenizas. O como si estuviera tarareando una melodía en medio de un huracán. Perdón por las metáforas, así es como funciona mi cerebro.
“No es que piense que la belleza no importa. Sí que lo creo. Creo profundamente en ella. Pero la belleza no existe en el vacío; siempre existe en relación con el mundo. Y esa es la tensión con la que me topo constantemente. ¿Qué me impulsa a hacer música así —música que no anuncia su relevancia para el momento— en una época en la que todo se siente tan urgente, tan fragmentado, tan ruidoso?“.
Aaron Parks demuestra en este texto por qué no es un músico más. Podría expresarse sólo a través de su talento para tocar el piano y componer temas originales, que le valieron un sostenido protagonismo en la escena jazzera internacional desde que se sumó al grupo del trompetista Terence Blanchard cuando tenía apenas 18 años y, siete años después, grabó su exitoso primer álbum, Invisible Cinema, en un sello discográfico como Blue Note, y ya nunca más detuvo su carrera de sesgo innovador.

Pero este artista de 42 años, nacido en Seattle, Washington, Estados Unidos, tiene un efervescente mundo interior que se manifiesta a través de escritos que publica en un blog digital titulado Siempre comenzando, al que define como “un cuaderno abierto de ensayos, reflexiones, preguntas y más”. Allí queda tan al descubierto como en su música, con pensamientos profundos, cargados de poesía, que explican por qué no es un músico norteamericano de jazz limitado a recrear standards.
La gran noticia es que Parks estará en Buenos Aires para brindar cuatro conciertos, este lunes y martes, con funciones a las 20 y a las 22.30, en el Bebop Club de Palermo. No vendrá con su nuevo grupo, Little Big, en el que prueba otras fusiones y sonoridades, sino en trío con Ben Street en bajo y Eric McPherson en batería, una variante ideal para conocer o reconocer a uno de los principales pianistas del jazz contemporáneo, al que, cuando lanzó su disco debut, la prestigiosa revista JazzTimes calificó como “un nuevo visionario”.
Parks mostró coraje en diseñar un mundo sonoro nada complaciente, al que nadie podría dejar de emparentar con el jazz, pero tampoco limitarlo dentro de las fronteras más ortodoxas del género. También lo fue al reconocer en 2023, tras suspender una gira, que padecía de trastorno bipolar. “Lo sabía desde hacía años, pero lo negaba porque no hablaba públicamente de eso -dijo a Daniel Glückmann, del sitio In&Out JAZZ-. Cuando decidí hacerlo, no lo hice por nadie sino sólo porque era lo que necesitaba hacer por mí. Luego me alegró mucho saber de personas que hablaban de lo mucho que significaba para ellas que alguien admitiera abiertamente esto. En la música pasa lo mismo. Tienes que tocar la música que necesitas tocar, la que quieres tocar, con honestidad, sin centrarte en cómo la recibirá el público. No intentas decirles lo que quieren oír, sino que la preparas de forma que les permita escuchar lo que buscas”.

En diálogo con Infobae Cultura, Parks habla de sus comienzos, sus influencias musicales, su decisión de radicarse en Portugal, su relación con la escritura, su visita a Buenos Aires y sus amigos argentinos.
— Al recordar su álbum debut, Invisible Cinema, con tan solo 25 años, ¿cómo se siente respecto a la evolución de su música como compositor y pianista?
— Le tengo mucho cariño a Invisible Cinema por la sensación de posibilidad que tenía a esa edad. Buscaba algo, aunque aún no comprendiera exactamente qué era. Cuando lo escucho ahora, puedo apreciar una versión más joven de mí mismo, lleno de ideas y entusiasmo, quizás un poco inquieto, quizás intentando demostrar algo, pero de una manera que aún se siente honesta. Y todavía me gustan esas canciones. Desde entonces, creo que mi relación con la música se ha vuelto más sólida. Me interesa menos mostrar todo lo que puedo hacer y más descubrir qué es lo que la música realmente quiere. Intento escuchar con más profundidad, tocar con mayor presencia y paciencia. Para mí, la evolución ha consistido en pasar de la ambición a la atención.
— En Buenos Aires dará conciertos en trío. ¿Qué aporta este formato a su música, especialmente después de la experiencia más ecléctica con su grupo Little Big?
— El trío es muy diferente a Little Big. Little Big se trata de una especie de universo groove colectivo con texturas, electrónica y patrones entrelazados. El trío es más abierto en ciertos aspectos. No hay dónde esconderse, y eso es parte de lo que lo hace emocionante. Para estos conciertos, cuento con Ben Street en bajo y Eric McPherson en batería. Con cualquier trío que formo, busco una auténtica conversación a tres bandas. No busco la antigua jerarquía donde el piano lidera y el bajo y la batería acompañan. Pero tampoco intento disolver los roles por completo. Lo que me encanta es cuando la estructura y la relación coexisten, cuando los tres podemos elevar una canción juntos y dejar que nos muestre nuevos ángulos. Durante mucho tiempo no salí de gira en trío, aunque grabé discos así. Ahora de nuevo siento curiosidad por el formato.

— Se fue de Estados Unidos para radicarse con su familia en Lisboa. ¿A qué se debió ese cambio? ¿Y cómo ha influido en su vida y en su música?
— Me mudé a Nueva York a los 16 años y la ciudad me moldeó, perfeccionó mis habilidades, me dio una comunidad, una identidad musical. Pero con el tiempo, especialmente después de la pandemia y de ser padre, la energía de la ciudad me abrumaba. Descubrí que desarrollaba una especie de coraza protectora sólo para sobrevivir el día a día. Con el tiempo, esa coraza me dificultaba acceder a mi lado más tierno. Lisboa me abrió las puertas de nuevo. El ritmo es diferente, la luz es diferente, el ambiente es diferente. Hay espacio, belleza, buena comida, una sensación de posibilidad y un ritmo más tranquilo para criar una familia. También se asemeja a la mayor parte de mi trabajo en Europa. Creativamente, me ha permitido reconectarme con la música desde una perspectiva más lenta y espaciosa.
— ¿Cuándo empezó a tocar el piano y quién influyó más en su elección de ser músico?
— Empecé a tocar alrededor de los 10 años. Mis primeras influencias fueron las personas que me rodeaban: profesores, músicos locales, la música de mi casa. Más tarde me obsesioné con pianistas como Keith Jarrett, Herbie Hancock, Bill Evans, Brad Mehldau, McCoy Tyner. Pero también escuchaba mucho más allá del jazz: folk, música clásica, rock, Radiohead, música electrónica. Todo eso se fue filtrando. Y con el tiempo, las influencias cambian. Hoy me siento tan influenciado por mis compañeros y por mi propia vida -la paternidad, las relaciones, mi lugar- como por cualquier músico.
— Escribe reflexiones en un blog. ¿Por qué?
— Escribir me ayuda a pensar. A veces entiendo mejor lo que creo sobre algo cuando intento expresarlo con palabras. Las redes sociales, especialmente Instagram, empezaron a parecerme demasiado rápidas para el tipo de reflexiones que quería compartir. Mi blog, en cambio, me da un espacio más lento. Me permite ser honesto sin buscar llamar la atención. Es un lugar donde puedo afrontar preguntas sobre la música, el mundo, sobre ser padre, sin pretender tenerlas resueltas.
— En su blog escribió: “A veces, hacer música, especialmente música que no se adapta explícitamente a los nuevos tiempos, puede ser como hacer origami en una casa en llamas”. ¿Qué quiso decir?
— Quise decir que el mundo se siente cada vez más inestable —política, ambiental y socialmente— y a veces es difícil saber dónde encaja el arte en eso. Estás ahí sentado, dándole forma a algo delicado, algo que requiere paciencia y cuidado, mientras a tu alrededor los titulares gritan. Pero no lo digo con cinismo, al menos no del todo. Incluso en una casa en llamas, el acto de crear algo con cuidado y atención tiene significado. Es una forma de rechazar la insensibilidad. Una forma de seguir siendo humano.

— ¿Qué opina del jazz de hoy? ¿Qué escucha ahora?
— Creo que el jazz de hoy es increíblemente diverso. Ya no hay un centro único, algo que veo como una fortaleza. La gente se nutre de todas partes: hip-hop, música electrónica, clásica, tradiciones folclóricas, ritmos globales. Es un sistema abierto. En cuanto a lo que escucho… cambia mucho. Escucho a mis compañeros, grabaciones antiguas, música mucho más allá del jazz. Últimamente he sido una mezcla de Sonny Rollins, Geese, Juana Molina, Béla Bartók, SML, Otherlands Trio. Y como padre de niños pequeños, también dedico mucho tiempo a escuchar el silencio siempre que lo encuentro.
— ¿Ya estuvo en Buenos Aires? ¿Qué sabe sobre la música argentina y cuáles son tus expectativas para sus conciertos porteños?
— Nunca he estado en Buenos Aires, pero siempre quise ir y estoy muy emocionado finalmente de tener la oportunidad. No soy un experto en música argentina ni mucho menos, pero siento una profunda admiración por la sofisticación rítmica y la fluidez, el lirismo y la nostalgia que he percibido en gran parte de lo que escucho. También tengo algunos amigos músicos brillantes de allí: Guillermo Klein, Leo Genovese, Martín Sued (quien también vive en Lisboa y se está convirtiendo en un colaborador cercano), por nombrar solamente algunos. Mi expectativa es simplemente conectarme con el público donde se encuentre y ver qué puede descubrir el trío en ese ambiente. Espero con ansias sorprenderme.
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