
Un hilo invisible une a Gustav Klimt, el gran artista austríaco símbolo del movimiento modernista de la secesión vienesa, y a Giuseppe Ghislandi, conocido como Fra Galgario, el pintor italiano del período Barroco que decidió convertirse en monje en los últimos años de su vida. Ese hilo, claramente, no es su época, ni su estilo, ni tampoco su éxito. Pero sí la suerte que corrieron sus cuadros.
“Retrato de Adele Bloch-Bauer I” (o “La Dama de Oro”) de Klimt y “Retrato de dama”, de Ghislandi, exponen la persecución y el saqueo perpetrado por el régimen nazi de obras de arte que estaban en manos de familias judías. Y también el complejo escenario legal que se abre para los herederos de esas víctimas cuando buscan recuperar esas obras después de tanto tiempo.
Durante el nazismo tuvo lugar uno de los mayores expolios de arte de la historia. Despojaron, robaron, saquearon las piezas que pertenecían a familias judías que eran detenidas o que debían abandonar todo para poder huir. El arte se concibió como un trofeo de guerra y como un instrumento de legitimación ideológica. Adolf Hitler, frustrado artista y coleccionista obsesionado con el arte clásico germánico, proyectó fundar un gran museo donde se concentrarían las mejores obras del continente. Mientras tanto, el Tercer Reich persiguió el arte considerado “degenerado”.

Retrato de Adele
En esa lista fue ubicado Gustav Klimt (1862 -19618), con sus cuadros de figuras femeninas donde la sensualidad y el oro sellaron su estilo. En 1907, Klimt pintó a Adele Bloch-Bauer por encargo de su marido, Ferdinand Bloch, un rico industrial azucarero judío, también coleccionista de arte, que poseía una mansión en Viena y un castillo en Checoslovaquia. Adele fue la única mujer a la que Klimt pintó más de una vez y se cree que mantuvieron un romance durante más de diez años. La joven murió de tuberculosis en 1925 y, según su testamento, quería que las obras de su marido fueran donadas a la Galería Nacional de Austria.
En 1938, sin embargo, los alemanes ocuparon Austria y Ferdinand Bloch-Bauer tuvo que huir a Suiza. Todas sus posesiones fueron confiscadas y robadas por los nacionalsocialistas con la excusa, según el Reich, de custodiar y proteger las obras. Antes de morir en Zurich en noviembre de 1945, Ferdinand legó la propiedad de las obras de Klimt a sus tres sobrinos: Robert, Luise y Maria, los hijos de Gustav y Theresa –su hermano y la hermana de Adele, que se habían casado y poco antes de la guerra habían emigrado a Estados Unidos-. Para esa época, el retrato de Adele estaba en la Galería Nacional de Austria, junto con los otros Klimt robados a Bloch-Bauer.
El retrato de Adele se convirtió en el caso más famoso de restitución de arte robado en el nazismo. María Viktoria Bloch-Bauer, sobrina de Ferdinand y Adele, entabló una batalla legal para que las obras robadas por los nazis a su tío le fueran devueltas. El Gobierno de Austria había firmado el Acta Federal de Restitución de Arte en 1998 e implementó un marco legal para la devolución de obras de arte expoliadas por los nazis. La demanda se inició en Estados Unidos y llegó a la Corte Suprema de ese país.

En 2006, Maria Altmann consiguió que una corte austríaca de mediación decidiera que las pinturas de Klimt habían sido robadas de la colección de Ferdinand Bloch por las autoridades durante la época nazi. Las obras fueron trasladadas a Los Ángeles, California, donde fueron exhibidas en distintas galerías. Pocos meses después, la Adele de Oro fue vendida por 135 millones de dólares al millonario Ronald S. Lauder, hijo de la fundadora de Estée Lauder, también propietario de la Neue Galerie en la Quinta Avenida de Nueva York.
Retrato de Dama
Pero lejos de esa famosa historia, otro cuadro robado durante el nazismo apareció, casi de casualidad, en agosto de 2025 en una foto que publicó una página inmobiliaria de la ciudad de Mar del Plata, a 400 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. La imagen de “Retrato de Dama”, de Ghislandi, apareció en los diarios de todo el mundo: estaba dentro de una casa, arriba de un sofá verde, pero la escena no quería destacar el cuadro sino poner en valor la vivienda que estaba en venta.
Fue un periodista del diario neerlandés Algemeen Dagblad el responsable del hallazgo. El diario había trabajado en un artículo sobre las obras robadas por el nazismo y ya tenía en la mira la casa de Friedrich Gustav Kadgien, funcionario cercano a Hermann Göring, que vivió con su nombre en Argentina hasta su muerte en 1978. Pero hasta ahora no había tenido éxito en lograr hablar con sus hijas. Como un último intento, el periodista fue varias veces a la casa de Mar del Plata y nadie respondió a sus llamados. Había gente en el interior de la vivienda. Sabía que lo estaban esquivando. Ya yéndose, le llamó la atención un cartel que decía que la casa estaba en venta. Tomó nota de la inmobiliaria y, al regresar a su trabajo, la buscó en Google.
Voilá: ahí estaba la pieza que el pintor italiano Giuseppe Ghislandi (1655-1743) había realizado para inmortalizar en su estilo barroco a la una condesa italiana de nombre Colleoni.
El cuadro era parte de la prestigiosa colección del marchante judío neerlandés Jacques Goudstikker, uno de los principales galeristas de Ámsterdam. Tras la invasión alemana de 1940, Goudstikker intentó huir con su familia a Nueva York, pero murió como consecuencia de un golpe en la cabeza durante el viaje en barco. En su galería quedaron más de 1.100 obras, documentadas en un inventario. Esa colección fue liquidada a precios irrisorios entre altos jerarcas del Tercer Reich.
Uno de ellos fue Hermann Göring, el estrecho colaborador de Adolf Hitler, lideró la represión a la oposición, fundó la terrible policía secreta nazi y expolió a miles de judíos. Otro habría sido Kadgien, conocido como “el mago de las finanzas” del nazismo. Como experto en divisas, ocupó un lugar clave en la Oficina del Plan Cuatrienal que dirigía Göring. Desde allí articuló redes de empresas pantalla en Suiza para mover oro, diamantes y obras de arte robadas a judíos y opositores. Cuando la guerra llegaba a su fin, huyó a Suiza y luego a Brasil, hasta instalarse definitivamente en Argentina. Se radicó en Buenos Aires, fundó empresas y vivió sin ser molestado hasta su muerte, en 1978, sepultado en el cementerio alemán de la ciudad.
La luz sobre su figura se encendió ahora con la aparición del cuadro robado. Cuando Interpol fue alertada sobre la existencia de esa pieza en la casa de Patricia Kadgien, una de las hijas del jerarca nazi, el fiscal de Mar del Plata Carlos Martínez y el juez Santiago Inchausti ordenaron un procedimiento en la casa, pero el cuadro ya no estaba: sobre el sillón, había un tapiz. Hubo más operativos y la detención preventiva por 72 horas de la mujer y su esposo, Juan Carlos Cortegoso, en el marco de una causa por encubrimiento agravado.

En ese ínterin, el cuadro fue entregado a la fiscalía. Los peritos de arte convocados por la justicia aseguraron que la pintura, fechada en 1710, está en “buen estado de conservación” y estimaron que su valor de mercado rondaría los 50.000 dólares.
La hija de Kadgien buscó defenderse: explicó en una audiencia que el cuadro siempre estuvo en su familia, lo había heredado, desconocía su origen y, para ella, se llamaba “El Monje”. El abogado de la mujer afirmó a la prensa que la obra había sido retirada de la casa para preservarla y darla en custodia a la justicia ordinaria civil. En ese fuero, Kadgien y Cortegoso intentaron una declaración de certeza sobre su propiedad, pero fracasaron. También dijo que si hubo un delito está prescripto y que Patricia Kadgien no había nacido cuando se cometió. Con esos argumentos, alegó la inocencia de su defendida y su carácter de dueña del cuadro.
Ahora, por orden del juez Inchausti, el cuadro quedó bajo custodia de la Corte Suprema de Justicia hasta que se defina quién será el destinatario final.
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