El cuarto de Álex Jiménez, cubano de 21 años, es un centro de operaciones con una katana sobre la pared, un escritorio con muñecos de Dragon Ball Z y una almohadilla de ratón de Death Note.
Su computadora contiene unos 20 gigas de manga –historias ilustradas japonesas, similares a los cómics, que se leen de derecha a izquierda– y un par de programas de diseño, una pasión que desarrolló desde pequeño.
Pero su singularidad es qué ha hecho con esa minibiblioteca digital. Desde hace tres años, el joven cubano ha estado al frente de un boyante negocio que decidió llamar Mangatiny.
Jiménez encuaderna a mano los libros para entregarlos a una oleada de no pocos seguidores de este tipo de literatura en La Habana. La afición por el manga –así como por el anime– en Cuba ha subido como la espuma en los últimos años. Y el joven supo que ahí había una oportunidad única en un país en el que comprar los volúmenes originales es prácticamente imposible, ya sea porque no los hay o porque, cuando los hay, están a precios exorbitantes.

Según cuenta en el barrio habanero de Alamar, la idea se originó cuando estaba en el servicio militar y vio que un compañero leía en sus tiempos muertos una copia miniatura de Harry Potter que imprimió en casa.
No lo pensó dos veces e hizo algo similar, aunque mucho más profesional, con su manga favorito: Chainsaw Man. Todo fue en positivo a partir de ese momento.
“En años anteriores, si tú veías un manga, eras alguien especial. Algo como: ‘ay, eres un niño’, ¿sabes? La cultura en Cuba se ha expandido totalmente, y gracias a Dios es que mi negocio ha seguido creciendo”, relata Jiménez, mientras muestra cómo confecciona el pedido de un cliente.

Inicios de la afición
José Ángel González, amigo de Jiménez y también de 21, es un buen ejemplo de cómo los cubanos han abrazado la cultura popular japonesa en los últimos años. Su primer acercamiento a ese mundo fue, como muchos otros compatriotas que crecieron antes de la llegada del wifi en 2014, con un CD quemado que su madre le compró en un puesto callejero. Adentro del disco estaba el anime One Piece.
El salto del anime al manga fue natural. Llegó un punto en el que simplemente ya no pudo esperar a copiar nuevos arcos (temporadas) de su favorito, Bleach, en una memoria.
González explica a EFE que, a diferencia de su contraparte, el cómic, el manga, y en general la manera tan particular de contar historias en Japón, tiene una exploración de personajes mucho más profunda que en Occidente. Y eso ha conectado muy bien con el cubano promedio.
“Son historias que llegan al corazón y, a la vez, a la razón. En Occidente, por ejemplo, el cómic, al final, tira más por lo épico, lo heroico. La figura del protagonista invencible, de cómo se sobrepone a ciertos problemas. Pero no van al centro, al núcleo de lo que siente el personaje, de lo que está pasando”, sostiene.

Distintos perfiles
La popularización del manga en Cuba es más evidente si se analiza el perfil variopinto de los clientes de Jiménez. Los pedidos que le llegan pueden variar desde el otaku de toda la vida, que no pasa los 18 años, hasta el regalo de cumpleaños de un esposo a su esposa.
Los fans pueden ser el obrero, el estudiante, el reguetonero, el roquero o el atleta. Jiménez lo sabe bien y se reafirma: “A día de hoy, yo me atrevería a decir que cuatro de cada cinco personas consume anime”. Lo ve con sus propios ojos cuando le llegan los pedidos.
Según relata, imprimir un manga le puede llevar solo unos minutos, aunque el empastado puede subir el tiempo a una hora.
En un día normal, puede gastar unas 6 o 7 horas de trabajo, que alterna con sus estudios de Informática. Sin contar los largos apagones en su municipio. De hecho, la luz se fue durante la entrevista.
Jiménez se ve en los años que vienen haciendo lo mismo que hace ahora, aunque con una operación mucho mayor. Sabe que el consumo de manga seguirá en ascenso y su oferta seguirá saciando esa hambre por leer nuevos números cada semana.
Fuente: EFE.
[Fotos y video: EFE/ Ernesto Mastrascusa; EFE/EPA/Franck Robichon]
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