Iberá, Corrientes, y el final de las “aguas que brillan”

Una breve historia del río Paraná, su relación con los esteros y cómo la sequía no es la única responsable de la tragedia en la provincia mesopotámica

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Esteros del Iberá. Ilustración de Pablo Omar Iglesias (Periodistas por el Planeta)
Esteros del Iberá. Ilustración de Pablo Omar Iglesias (Periodistas por el Planeta)

Antes de los incendios ocurrió el origen: la creación rápida o lenta según quien la mire. Fueron 3000 años de cambios de espesores en las arenas fluviales hasta la formación de las Islas flotantes, pero antes, antes, fue el río. El Paraná mismo regaba la llanura, y los ríos voladores (el agua condensada en el cielo) se descargaron en la densidad botánica, expandieron los bañados y el humedal hasta 12000 km. Después, el gran río, el padre de los ríos, desvió su curso y dejó bien lleno el depósito de agua: los esteros del Iberá. Y llegaron los aguapés, las lentejas y repollitos, así de rico, hasta cubrir la superficie con los camalotales.

Y la luna brilló en las charcas, por eso “Iberá”: “aguas brillantes”.

Después fue Reserva SIN Ley de Humedales, y el ciervo, el mono aullador, la boa, el carpincho fueron perdiendo siempre, siempre empujados, reducidos siempre, rehenes del cultivo de pinos y el ganado vacuno.

Esteros del iberá, por Karpo para Periodistas por el Planeta
Esteros del iberá, por Karpo para Periodistas por el Planeta

El Paraná -una vez llenas las lagunas de los esteros- siguió el curso de su lecho; ya había hecho su trabajo de río desde lo alto de la región siguiendo el cuenco continuo desde el Matto Grosso para unirse con el otro río de fondo barroso, el del Plata, que orilla nuestra ciudad.

Siempre está quien lo mira como una cosa para usar, y quien lo mira de verdad.

Al Paraná lo dragaron, lo represaron, le sacaron sus bichos en demasía. Se transformó en “hidrovía’'. Cada dueño peleó por la moneda extraída. Cuando llegó la sequía, todos se lamentaron, lo calaron más hondo para que pasen los gigantes del agua cargados de grano saturado de agrotóxicos en sus bodegas.

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Pero ya no llovía por la tala de la selva amiga, allá, arriba en la Amazonía. Su flujo marrón de sedimentos, se detuvo lentamente. Fue la sequía del gran padre de los ríos.

Se dice que pronto faltará el agua en la ciudad y ahí, alguno tomará nota de las maniobras del hombre en nombre de la “divisa”.

La cuenca del Paraná es la misma que la Cuenca del Plata, ya que el flujo del agua no tiene fronteras dibujadas. Antes, antes, los colonizadores lo llamaron al Plata, Mar Dulce, mientras se quedaban varados con 20 cm de agua, por no entender las fluctuaciones del fondo de nuestro río mar.

Aun así, todo fluía y El Plata alcanzó el agua salada del mar atlántico, cerca de una lengua de tierra en Punta Rasa. La dulce se mezcla con la salada y es en todo natural que así suceda. Después, después, la agricultura intensiva explotó en todo su recorrido. En el estuario, el río color de león se vierte al mar, le da nutrientes y arrastró manso los agrotóxicos y los contaminantes. Todos los ríos del mundo están llenos de medicamentos, de desechos de industrias y metales pesados, dicen los que saben.

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Antes, el Atlántico, parte del océano mundial de la Tierra, suavizaba el clima, era nuestro Atlas que sostenía la vida. Después, el comercio, el gas, la pesca, el petróleo. Y es depósito de petróleo, plataformas, derrames y ahora exploración sísmica.

Y después, hoy, ahora, los esteros se incendian con toda la vida a cuestas, el Paraná se seca, el mar se empetrola y después, después la vida se termina.

Se apaga el agua que brilla.

*Claudia Aboaf, escritora; autora de “Medio Grado de Libertad” y “El Rey del Agua”, entre otras novelas; docente de extensión en UNA en Ciencia Ficción; parte de los colectivos #NoHayCulturaSinMundo y #Mirá contra la exploración offshore en las costas de Mar del Plata, petitorio que cuenta con el apoyo de más de 500 científicos

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