“La doctora Venturini”, un cuento de Tali Goldman

Una joven pareja judía que luego de dos años de matrimonio no logra concebir un hijo decide asistir a una doctora a la que todos llaman La Maga para que “los cure”. Así empieza este inquietante y divertido relato, perteneciente al libro “Larga distancia”, publicado por Concreto

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"Larga distancia" (Concreto) de Tali Goldman
"Larga distancia" (Concreto) de Tali Goldman

A la doctora Graciela Venturini le decían La Maga y nunca un apodo estuvo tan bien puesto porque lo que ella hacía era realmente magia. Es que hasta el día de hoy no me explico cómo sucedió lo que sucedió. Y quiero aclarar, antes que nada, que la doctora Venturini no utilizaba elementos de brujería ni preparados químicos. Y quiero aclarar también, antes que nada, que hasta el día de hoy nadie sabe a ciencia cierta cómo ella logró curarnos. Y por eso paso a relatar cómo fueron los hechos de esta historia, de esta Maga que nos cambió literalmente la vida.

Faltaban tres meses para que se cumplieran dos años de mi matrimonio y con mi marido estábamos a punto de divorciarnos. Puedo suponer que esto suene raro, pero con mis 22 años no podía quedar yo embarazada. Esto era algo que no estaba en nuestros parámetros porque, así lo quiere Di*s, tenemos que reproducir. Y si utilizo terminología que no se entiende voy a tratar de traducirla porque comprendo que no todos conocen nuestras reglas. Y si no nombro a Di*s es porque tampoco podemos decir su nombre en vano.

Lo cierto es que a mi marido, que se llama Moshé pero al que le dicen Moshi, lo vi tres veces antes de nuestro matrimonio, aunque ya nos conocíamos porque éramos vecinos. Los Rivke vivían sobre Boulogne Sur Mer y nosotros sobre Tucumán. Además, yo fui con una de sus hermanas a la escuela y él con uno de los míos. Es más, dicen que de chiquitos jugábamos juntos y esto es hasta la edad de los 13, que es cuando él se convirtió en adulto para nuestro pueblo y ya no podíamos juntarnos varones y mujeres. Ahí es cuando dejé de verlo hasta que, unos meses antes de cumplir los 20 años, mis padres me anunciaron que el casamentero sugería que nosotros teníamos que conocernos, vaya a saber una qué nos vio como para unirnos, y ahí fue que quise preguntar algunas cosas, pero no se me permitió saber. Me dijeron que Di*s iba a darme algunas señales. Y llegaron una semana después, cuando tuve la primera cita con Moshi en un café sobre Avenida Corrientes, y confieso que había rezado toda la noche para que saliera bien y que él me gustara. Mi madre y la suya estaban sentadas tres mesas atrás y nosotros teníamos una hora por reloj para charlar. Yo me quedé un rato mirándolo y él bajó la vista rápidamente, mientras, abrió la carta y pidió un jugo de naranja y yo dije bueno, un jugo de naranja para mí también. Hablamos de cuáles serían nuestros planes para después de la boda. Él me dijo que quería seguir trabajando en el negocio del padre, vendiendo artículos de librería, e incrementar sus estudios referidos a nuestra Ley, yo dije que me gustaría entrar en la biblioteca de la Sinagoga y ahí fue que le manifesté mi gusto por la lectura y por algunos escritores que se nos tenían permitidos y él me miró con una cara que demostraba que no sabía de qué estaba yo hablando y mientras sorbía el jugo. Nos despedimos y acá confieso que, pese al rezo de la noche anterior y mis súplicas a Di*s, Moshi no me causó nada. Y, cuando digo nada, quiero decir ningún tipo de sensación ni física ni psíquica al verlo y hablar con él. Cuando mis padres me preguntaron si accedía al segundo encuentro dije que sí porque una oportunidad así no se presenta todos los días, me había dicho mi madre, y eso es porque a los Rivke les iba muy bien en cuanto a lo comercial y económico. En el segundo encuentro, apenas nos trajeron el jugo de naranja, Moshi me pidió la mano y ahí se me metió el jugo entre las fosas nasales y tuve que toser y toser demasiado fuerte, tanto que casi me ahogo y ahí se acercó mi madre y quien sería mi futura suegra porque yo no paraba de toser y Moshi no podía tocarme la espalda, entonces, cuando me calmó la tos y como estaban todos mirándome tuve que decir está bien, acepto, acepto, aunque no se me movió un pelo. Lo único que me interesaba era que cuando estuviera casada se me iba a permitir entrar sin pedir permiso a nadie en la biblioteca y tener por fin más espacio en lo que sería mi propia casa. El tercer encuentro fue con toda la familia y el Gran Rabino mediante y todos celebraban y yo ponía cara de contenta, pero como si fuera un robot y Moshi también parecía un robot. Y se cantó y se bailó y se bebió y después ya vino la preocupación del vestido, la comida y el salón y casi no me acordaba yo bien la cara de Moshi porque una semana antes de la fiesta no se nos permitió vernos y aunque trataba de memorizarla y pensar en qué cosas me gustaban, la verdad, nada.

En el casamiento tampoco nos vimos mucho porque él bailaba con los varones y yo con las mujeres, solo para la parte de la comida nos permitían sentarnos juntos y ahí estábamos tan agotados de bailar que solo decíamos qué cansado, sí, qué cansada y eso fue todo lo que nos dijimos en esa velada de nuestra boda. Y aunque yo ya había tenido algunas clases de pre-nupcial, nunca terminé de entender cómo funcionaría lo de la famosa noche de bodas y por eso no sucedió lo que debió haber sucedido y ahí es cuando, creo, Di*s nos envió una maldición que solo la Maga supo remediar.

Cuando terminó la fiesta y nos llevaron nuestros padres al hotel y nos dejaron en la habitación yo empecé a temblar de frío y Moshi dijo que estaba volando de fiebre, que cómo había podido pasar toda la fiesta así y me acarició la cabeza y esa fue la primera vez que me tocó y confieso que ahí sentí un chucho de frío aún mayor entonces, me metí en el baño, me duché y me puse el camisón rosa que me había regalado mi madre para esa ocasión especial y me metí en la cama. Cuando Moshi salió del baño se ve que yo ya estaba dormida, pienso yo por el cansancio de la fiesta sumado a la fiebre, porque no lo sentí a mi lado. Y recién a la mañana siguiente me di cuenta de que no lo había sentido porque él estaba durmiendo en el sillón y me tranquilicé.

Los días siguientes hubo que hacer la mudanza. Alquilamos un dos ambientes en el mismo edificio en el que vivía mi familia. Y hubo que comprar de todo, desde las dos camas hasta la heladera, el sillón, la mesa, la vajilla para carne, la vajilla para leche, en fin, todo. Y como eso duró un mes estábamos tan cansados los dos que caíamos rendidos, pero una noche Moshi me tocó el hombro mientras yo estaba en mi cama muy concentrada rezando y yo me asusté y él me dijo que teníamos que tener un hijo, que así lo quería Di*s. Entonces le dije que si así lo quería Di*s, que así sería. Me saqué la bombacha por debajo del camisón, él se sacó el pantalón y el calzoncillo y yo no quise ver nada y cerré los ojos y él se subió arriba mío y metió su miembro dentro de mi agujero y yo pegué un grito que él saltó y apareció directamente en su cama y yo pedí disculpas mientras me deshacía en mi propio llanto, pero ese dolor era algo que yo nunca había sentido en toda mi vida. Ese mismo episodio ocurrió algunas veces más y yo sinceramente no toleraba ese dolor cuando él intentaba meter su miembro en mi agujero. Y esto se podrán imaginar que no lo podía hablar con nadie y cada vez que nos preguntaban y para cuándo y para cuándo, nosotros decíamos que estábamos trabajando, pero lo cierto es que ni siquiera podíamos concretar.

Y para este entonces ya había pasado un año desde que nos habíamos casado y yo no quedaba embarazada entonces mis padres me sentaron y me dijeron muy seriamente que tenía que ir a ver a un médico. Me llevaron y me realizaron todo tipo de estudios: análisis de sangre y de orina, ecografías, mamografía, tomografías y finalmente los doctores dijeron que yo no tenía ningún tipo de problemática ni enfermedad, que solo había que seguir intentando. Y mis padres respiraron aliviados, pero lo que no sabían ni ellos ni los doctores era que Moshi y yo nunca habíamos podido consumar. Y mi padre me aclaró que como Di*s quería que tuviéramos muchos hijos podíamos consumar todos los días porque nuestra tarea era la reproducción y yo me callé la boca porque eran muy pocas las veces que intentábamos porque en cada intento yo levantaba temperaturas de hasta 40 grados de fiebre.

Una vez por semana íbamos a la Sinagoga a estudiar entre mujeres y a hablar, vamos a decirle así, cuestiones, ya saben, nuestras. Una tarde Rujele se puso a llorar muy fuerte y dijo que su marido estaba muy malo con ella y le gritaba todas las noches porque no podía quedar embarazada, entonces Lilit dijo que a ella le había pasado lo mismo y que fue al doctor Kreimer y contó que la había operado en la parte del agujero para quedar embarazada y ahí empezó a bajarme la presión hasta que Malke dijo que conocía a alguien que hacía una suerte de magia y ahí es cuando yo escuché por primera vez el nombre de La Maga, o sea, la doctora Graciela Venturini. Cuando terminó la charla me acerqué a Malke y le pedí yo también el teléfono de la doctora Venturini, aunque no aclaré para qué ni para quién, aunque yo creo que ella se dio cuenta.

Al día siguiente llamé al consultorio de la doctora Venturini y la secretaria me dio un turno para dentro de una semana y yo pregunté si tenía que ir sola o con mi marido y me dijo que eso era una decisión personal, así dijo, entonces yo decidí que tenía que ir con Moshi porque después no quería ningún tipo de malentendido ni nada por el estilo.

En la sala de espera eran todas mujeres y después lo entendí porque era un consultorio ginecológico que es lo que decía en el cartel de la puerta: doctora Graciela Venturini médica ginecóloga N.M 8497, que eso sí no sé lo que significa, aunque asumo que debe ser la cantidad de médicos que hay, vaya uno a saber, igual, eso no es lo importante ahora. Estuvimos en la sala de espera cuarenta minutos y ahí yo observé que varias de las mujeres estaban embarazadas y Moshi agarró su pequeña Biblia y no despegaba los ojos de ella y yo creo que para no distraerse porque había algunas muy lindas y voluptuosas, incluso con los pechos que sobresalían de la remera e incluso del corpiño. La doctora Venturini salió de su consultorio y dijo mi nombre en voz alta y yo me paré, confieso que con una bola de nervios en el estómago, y la saludé con un beso y Moshi le dijo hola, pero se ve que ella ya sabía que él no la iba a saludar, quiero decir, que no le iba a dar la mano, y ni se mosqueó. Nos hizo sentar en su escritorio y nos empezó a hacer preguntas. Que hace cuánto estábamos casados, que si yo me había hecho estudios previos, y ahí fue que saqué de mi cartera todos los análisis que me había hecho y los revisó y dijo estás perfecta, estás perfecta, y eso me ponía contenta pero me daba miedo tener que decir por qué era que no podía quedar embarazada pero no hizo falta. Era como si la doctora ya nos conociera. Moshi no abrió la boca en toda la consulta, miraba para abajo y solo levantó la vista cuando la Maga dijo:

—Bueno, vamos a comenzar el tratamiento. Por tres meses no pueden tener relaciones sexuales, está terminantemente prohibido.

Y me dijo que me esperaba la semana siguiente a mí sola que ya no necesitaría la presencia de Moshi y para finalizar dijo:

—Les aseguro que en cuatro meses vamos a estar viendo la primera ecografía.

Tali Goldman
Tali Goldman

Y yo estaba tan feliz porque no íbamos a tener ni que intentarlo y la bola de nervios se me fue y yo pensaba para mis adentros cómo sucedería lo de tener un hijo sin relaciones carnales y ahí es cuando yo también pensaba otra cosa para mis adentros que era que quizás sucedería por un milagro de Di*s. Y cuando salimos del consultorio Moshi dijo que la doctora Venturini no le había gustado nada porque no dio explicación alguna y yo le dije que por qué no le preguntó en el momento y él dijo que se iba a poner más nervioso, entonces, decidimos no hablar más del tema.

A la semana siguiente llegué sola media hora antes del turno de lo entusiasmada que estaba, pero cuando me senté en el escritorio de la doctora Venturini y me dijo cómo empezaríamos el tratamiento confieso que quedé helada de solo escucharla. Las indicaciones fueron claras y me las acuerdo de memoria. Cuando saliera del consultorio tenía que ir a una verdulería, aclaró que cualquiera, que no había preferencia ni por una ni por otra. Una vez allí debía yo elegir una zanahoria o un pepino lo más finito posible, podía escoger el que más me gustara. Cuando tuviera las verduras conmigo y llegara a mi casa me tenía que encerrar una vez por día en el baño. Y acá aclaró que tenía que hacerlo cuando en mi casa no hubiera nadie, esto es, cuando no estuviera Moshi. Entonces una vez yo encerrada sola en el baño de mi casa debía sentarme en el inodoro, con las piernas abiertas y debía colocar la zanahoria o el pepino, esto indistintamente, es decir, podía ser un día con el pepino, otro con la zanahoria o todas las veces con el pepino o todas las veces con la zanahoria, daba igual, y con un plástico que me dio ella, al que denominó preservativo, debía introducírmelo en el agujero. La acción debía ser constante: tenía que meterlo y sacarlo, meterlo y sacarlo, meterlo y sacarlo por el tiempo de cinco minutos la primera semana, siete minutos la segunda y la tercera por el tiempo de diez minutos. Esta acción persistente requería que yo estuviera relajada y respirara muy profundo. Ah, y por último me dijo que este sería un secreto entre ella y yo. Ni Moshi ni nadie podían saberlo. Me dijo, textual, que este tratamiento solo iba a funcionar si yo no decía nada a nadie. También me advirtió que no me tenía que preocupar si había algún tipo de sangrado, que eso era normal. Y me volvió a recordar que no podía mantener vínculos carnales con mi marido y a eso yo le dije que sí sí sí, que eso era lo que tenía más en claro de todo.

Apenas salí fui a la verdulería que había a dos cuadras del consultorio y me elegí dos pepinos y dos zanahorias finitos como me había dicho la doctora y los metí en la cartera rápidamente para que nadie viera, aunque no tenía nada de malo comprar dos pepinos y dos zanahorias, podían ser perfectamente para una ensalada, así que no me preocupé. También tenía que pensar dónde iba a esconderlo para que Moshi no se diera cuenta, pero después pensé que como casi ni entraba en la cocina, salvo para comer, iba a pensar que esas verduras eran para la cena, entonces, decidí dejarlas en la heladera, como para despistar. Mientras comíamos me preguntó cómo me había ido con la doctora Venturini y yo le dije que bien, aunque utilicé la mentira piadosa y dije que me había mandado a realizar nuevos exámenes y que tenía que volver en tres semanas con los resultados.

Decidí comenzar el tratamiento al día siguiente. Moshi se levantaba a las ocho, desayunaba y hacía su rezo. A las nueve y media salía de casa porque abría la librería a las diez. Así que apenas cerró la puerta fui corriendo a la cocina, abrí la heladera, miré el pepino y la zanahoria y opté por el pepino. Fui al baño y abrí el preservativo. Lo coloqué sobre el pepino, como me enseñó la doctora. Me senté en el inodoro, me bajé la bombacha, me incliné para atrás, abrí las piernas a 45 grados e introduje, despacio, el pepino en mi agujero. Apoyé el reloj despertador sobre el bidet y empecé la cuenta regresiva para llegar a los cinco minutos. El primer intento me dolió y lo saqué rápido. Vi que el preservativo tenía un poquito de sangre pero no me asusté. Recordé que la doctora había dicho que eso era normal. Así que introduje nuevamente el pepino tres veces entrando y saliendo, entrando y saliendo, entrando y saliendo, como me había dicho la doctora. Respiraba profundo apenas entraba y exhalaba aliviada cuando salía tal como me había explicado. Cuando se cumplieron los cinco minutos saqué el preservativo y lo tiré en una bolsa que escondí. Me limpié con papel higiénico, tiré la cadena y me subí la bombacha. Dejé el pepino en la heladera. Al día siguiente, a la misma hora, apenas Moshi cerró la puerta fui a buscar el pepino y repetí la acción. Esta vez el pepino entró y salió siete veces y ya el dolor era solo una pequeña molestia y no había sangre en el preservativo y yo me alegré. La segunda semana debía incrementar el tiempo a siete minutos. Esta vez decidí utilizar la zanahoria. Empecé a notar que la verdura entraba y salía de mi agujero con mayor facilidad y no me dolía casi nada. Quizás el primer ingreso, pero después ya no sentía ningún tipo de dolor ni molestia. Tampoco tenía claro si el cambio de pepino a zanahoria había tenido algún tipo de influencia, entonces, a la tercera semana, que debía incrementar el tratamiento a diez minutos, volví a utilizar el pepino y mágicamente entraba y salía con una fluidez que yo misma quedé sorprendida. Y ya ni siquiera podía contar la cantidad de veces que entraba y salía porque había yo adquirido un ritmo constante que me daban unas ganas bárbaras de ir a contarle a la doctora Venturini la evolución y los avances del tratamiento. Y también quería decirle que esperaba cada día que Moshi cerrara la puerta para ir corriendo al baño.

Cuando llegué al consultorio de la doctora y le conté no hizo más que felicitarme. Me preguntó si me había salido algún tipo de líquido y yo dije que después del episodio de la sangre a veces me salía un líquido transparente. Ella me preguntó si me estaba sintiendo cómoda con el tratamiento y yo no dudé y dije sí sí sí y también dije que estaba dispuesta a hacerlo durante más tiempo si esto era necesario y efectivo para poder quedar embarazada. Y ella entonces sacó del cajón un elemento de plástico que, según me explicó, tenía la forma de un miembro, como el de Moshi. Y me dijo que ahora íbamos a pasar a la segunda fase del tratamiento, que ya no iba a tener que utilizar el pepino o la zanahoria sino este elemento. Y que debía seguir así, diariamente, y que ahora el tiempo lo podía regular yo sola, que si quería estar diez minutos y hasta quince, me dijo, podía sin ningún tipo de problema. Entonces guardé el miembro de plástico bien adentro de la cartera envuelto en una bolsa de tela que me había dado la doctora y no veía la hora de empezar la segunda etapa como ella me había dicho. Al día siguiente apenas se fue Moshi saqué el miembro de la cartera y me encerré en el baño y, apenas lo introduje sobre el agujero, sentí cómo entraba hasta el final y sin darme cuenta pegué un grito que fue como un jadeo que por suerte nadie escuchó, porque por algo yo tenía que estar sola en mi casa y ahí entendí el por qué, aunque la doctora no aclaró el tema de los gritos, y eso es lo que yo me anoté para preguntarle la próxima consulta, que sería ya dentro de dos meses. Y cada día apenas Moshi cerraba la puerta yo me encerraba en el baño y seguía a rajatabla el tratamiento. Y a medida que pasaban las semanas el miembro de plástico entraba y salía con más ritmo, un ritmo que yo había adquirido y que, a veces, debo confesar, me dolía la mano de tanto moverlo. Y muchas veces al finalizar la secuencia salían chorros de líquido transparente que confundí con pis de la cantidad que salía. Y eso también lo anoté para la próxima consulta. Pero en algunos momentos debo confesar que no podía controlar lo que me producía esta fase del tratamiento y eso provocó el susto de mi madre que un día entró para dejarme unas bolsas con verduras y como tenía las llaves de la casa no tocó ni siquiera el timbre y yo ni siquiera reparé en esto porque fue justo en el instante en el que yo estaba en un ritmo muy veloz casi sin controlar mi mano que se movía sola y mis ojos estaban cerrados y el miembro de plástico entraba y salía, entraba y salía, entraba y salía, entraba y salía, casi resbalándose dentro de mi agujero y ahí un grito como aullido salió de mi boca y ahí mi madre empezó a golpear la puerta y decía Jane, Jane voy a llamar a una ambulancia, entonces pude reaccionar y me subí la bombacha, tiré el miembro de plástico en la bañera y abrí la puerta y le dije a mi mamá lo primero que me salió que es que tenía problemas para defecar. Y mi madre se asustó al verme toda sudada y despeinada y dijo que iba a llamar al médico, que esto podía ser muy peligroso y yo dije que no, que no, que no, que ya se iba a pasar y apenas se fue volví a buscar el miembro de plástico porque con el golpe temí que se hubiera roto, pero por suerte estaba enterito y lo enjuagué y lo guardé en el cajón de mi ropa interior que tenía bajo llave.

Se habían cumplido los tres meses de la segunda fase del tratamiento y yo estaba muy conforme porque había hecho a rajatabla lo que me había indicado la doctora. Y confieso que deseaba que el tratamiento no se terminara por eso la última semana decidí repetirlo mañana y tarde, porque quizás eso ayudaba aún más. Pero apenas llegué al consultorio no aguanté y le confesé esto a la doctora porque temía que haya sido perjudicial, pero ella sonrió y me dijo que estaba perfecto, así dijo, textual. Y cuando le pregunté sobre los gritos que yo no podía controlar también se sonrió y me dijo que eso era consecuencia de que había llevado el tratamiento a la perfección, mejor de lo esperado. Y yo sentía un orgullo por dentro incontrolable y quería que Moshi supiera lo buena que era yo en este tratamiento, pero sabía que no podía decirle ni una sola palabra de nada, que era un secreto. Ahí la doctora Venturini dijo que ahora pasaríamos a la tercera fase del tratamiento y esto era volver a tener relaciones carnales con mi marido y ahí yo sentí que empezaba a bajarme la presión, pero ella me explicó que con el tratamiento adquirido hasta ahora y por mi excelente desempeño no iba a sentir ningún tipo de dolor como el de antes. Me dijo que cuando Moshi metiera su miembro en mi agujero, yo pensara en el de plástico y que también imaginara que estaba sola en el baño. Yo le pregunté si era necesario que fuera todos los días esta tercera fase, al igual que las anteriores, y me dijo que no. Que una vez que a mí se me fuera el período menstrual con hacerlo dos veces por semana era suficiente. Y ahí yo me tranquilicé.

Esa noche en la cena le dije a Moshi que la tercera fase del tratamiento era que tuviéramos relaciones carnales y Moshi dijo que eso es lo que Di*s quería. Entonces cuando terminamos de comer me acosté en la cama, me saque la bombacha y cerré los ojos. Me imaginé en mi baño, relajada, como todas las mañanas durante los últimos tres meses. Moshi se puso encima mío, rezó una plegaria y, con su mano, agarró su propio miembro de carne y hueso y lo colocó en la entrada del agujero e hizo un movimiento para que entrara y yo me imaginé en ese instante que era el miembro de plástico y también me imaginé que era yo misma la que con mi mano estaba controlando el miembro de Moshi que entraba y salía, entraba y salía, entraba y salía, y esta vez fue Moshi el que pegó un grito parecido al que yo hacía todas las mañanas en el baño y ahí fue que yo abrí los ojos de repente y él sacó rápido su miembro de mi agujero y yo chorreé un líquido que hasta entonces no había visto y quise llamar a la doctora Venturini porque ella siempre me decía que si yo necesitaba algo la podía llamar en cualquier momento y sentí que ese era el momento porque hasta entonces yo no había visto ese líquido que no era el mismo que me salía a mí. Y marqué el número mientras Moshi estaba en el baño y en voz baja le expliqué la situación y la doctora no solo me tranquilizó sino que me dijo que había empezado la tercera fase del tratamiento de manera perfecta, esa fue la palabra que utilizó. Me preguntó si me había dolido y yo le confesé que absolutamente nada que era igual al miembro de plástico y ahí tuve que cortar porque Moshi tiró la cadena, abrió la puerta y se acostó en su cama. Este episodio se volvió a repetir cuatro veces, es decir, una vez por semana durante el mes que duraba esta tercera fase y debía volver a ver a la doctora. Y debo confesar que durante todo ese mes, si bien no me dolía cuando Moshi introducía su miembro de carne y hueso, lo que más extrañaba era el de plástico y a veces lo sacaba del cajón y me lo quedaba mirando y me tentaba con retroceder de fase, es decir, volver a encerrarme todas las mañanas en el baño, pero ahí volvía a entrar en razón y entendía que el motivo principal del tratamiento era no separarme de Moshi y tener un hijo.

Y cuando se cumplió un mes exacto de la tercera fase sentí un dolor en la zona del agujero, como tirante, y unas náuseas que invadieron mi garganta y tuve que ir corriendo al baño a devolver todo y esto se repitió durante algunos días y llegué al consultorio de la doctora Venturini y me realizó ahí mismo un test y me dijo:

—Jane, estás embarazada.

Y yo me alegré muchísimo por el resultado del tratamiento porque sentí que fui constante y disciplinada, pero también me entristecí en ese mismo momento y la doctora me dijo que eran normales los cambios de humor porque estar embarazada alteraba el cuerpo y yo le dije que eso podía ser, pero que también quería saber si mientras estaba embarazada podía adelantar la primera y segunda fase del nuevo tratamiento para que cuando quisiera tener al segundo hijo ya tuviera adelantada la tarea. Y la doctora Venturini se rio y me dijo que me quedara tranquila, que la primera fase del tratamiento era de por vida y que lo podía hacer incluso si no quería quedar más embarazada, que el miembro de plástico era un regalo de ella para mí, que podía utilizarlo cuando quisiera y en cualquier momento del día. Pero que recuerde que esto tampoco podía comentárselo a nadie. Entonces la abracé y le agradecí y recé por ella, por el niño que estaba gestándose en mi vientre y porque ya no me iba a separar de Moshi. Y desde ese instante, cada noche, rezo porque nunca, nunca, nunca se rompa ese secreto que tan bien supimos guardar eternamente la doctora Venturini y yo.

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