
Leonora Carrington (Lancashire, Inglaterra, 1917) fue una de las grandes artistas que llegó a México huyendo de la avanzada nazi durante la Segunda Guerra. Allí desarrolló gran parte de su obra pictórica y literaria, como el mural El mundo mágico de los mayas, realizado entre 1963 y 1964 para el Museo Nacional de Antropología.
Nacida en una familia acomodada, estudió en Florencia y Londres, pero fue en París donde encontró el estímulo creativo que necesitaba para desarrollar su obra.
En la Ciudad de la Luz, con 20 años, conoció y se enamoró del alemán Max Ernst, gracias a quien entró en contacto con el movimiento surrealista y conoció a Joan Miró, André Breton, Pablo Picasso y Salvador Dalí, entre otros.
La relación con Enst fue polémica por la diferencia de edad (casi 30 años) y porque él estaba casado, aunque eso no los privó de mudarse, en 1938, a una casa de campo al poblado Saint-Martin-d’Ardèche.
La alegría no duró ni un año. Ernst fue detenido y ella, tras sufrir una desestabilización psíquica, huyó hacia España, donde fue internada en un hospital psiquiátrico de Santander. En 1941 escapó del hospital y arribó a la ciudad de Lisboa, donde encontró refugio en la embajada de México y conoció al escritor Renato Leduc, con quien se casó. Luego de un paso exprés por EE.UU, llegaron a México y se divorciaron en el ‘43.
En el país sudamericano, se casó con el fotógrafo húngaro Emérico Weisz, “Chiki”, mano derecha de Robert Capa y desarrolló gran parte de su obra pictórica.
En El mundo mágico de los mayas se combinan imágenes provenientes del Popol Vuh, libro sagrado de los antiguos mayas quiches, con observaciones directas de las costumbres y tradiciones de los pueblos mayas contemporáneos.
Para llevar adelante su idea, la artista pasó 6 meses en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, para estudiar las diversas prácticas religiosas y tradiciones, especialmente la relación entre el hombre y la naturaleza en la cosmogonía maya y las diversas técnicas de medicina herbolaria tradicional. Allí convivió con la antropóloga suiza Gertrud Bloom, que entonces se encontraba luchando contra la deforestación de la selva lacandona.
La composición de la obra está dividida en los tres reinos del mundo maya: el inframundo o Katibak, la tierra y el cielo poblado de divinidades.
El inframundo, presidido por Xibalba (deidad jaguar de un solo ojo a la izquierda del cuadro) contiene un aluvión de criaturas infernales. La zona terrestre es habitada por humanos que realizan sus actividades diarias: tzotziles arando, desfilando en procesión, cosechando, pastoreando, conversando o practicando rituales chamánicos. En la parte central se aprecia un convento colonial, una cruz antropomorfa, la larga procesión y un puñado de extrañas deidades.
Por su parte, en el cielo, un arcoíris conecta ambos lados del mural. Tres astros protagonizan: la luna de color azul pálido, principio femenino que se dirige lentamente a su cenit; el sol, tapado por una delgada nube oscura, símbolo de lo masculino, tiñe el paisaje de rojo anaranjado y Venus, brillante y resplandeciente, el planeta asociado a Kukulcán (Quetzalcóatl para los toltecas y aztecas), presente también en el mural en forma de serpiente emplumada.
En la parte derecha de la composición destacan 2 elementos: la ceiba o árbol sagrado, que hunde sus raíces en el inframundo y se conecta con el cielo, por lo que une los tres niveles del cosmos. Encima de todo se encuentra Totilmeil, el ancestro del colibrí, un gran pájaro que, envuelto en una espiral de luces y colores y suspendido en el aire, mira hacia su izquierda.
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