Samanta Schweblin: "Me pienso como una escritora argentina escribiendo desde afuera"

En Berlín, donde vive hace seis años, la autora habló con Infobae Cultura sobre el poder de la literatura, la magia de ser extranjero y las luchas de las mujeres en los tiempos que corren

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Samanta Schweblin en “Gloria”, el restaurant de su pareja en el barrio berlinés de Kreuzberg
Samanta Schweblin en “Gloria”, el restaurant de su pareja en el barrio berlinés de Kreuzberg

*Desde Berlín

Antes de mudarse a Berlín, Samanta Schweblin conoció a un artista plástico que vivía allí hacía siete años ya, y que muy suelto de cuerpo le contó que no hablaba ni una palabra de alemán. "Qué tontería, qué desperdicio, cómo va a mudarse a un país como Alemania y no va a hablar alemán, la cantidad de cosas que se perderá", pensó entonces. Ahora, a punto de cumplir seis años desde que ganó una beca del Gobierno alemán para escritores y armó su vida en un departamento del barrio de Kreuzberg, la multipremiada escritora se da cuenta que no da abasto con las cosas que tiene para hacer. "La vida es tan vivible, tan divina, tan intensa acá, que no hay tiempo para tomar clases del idioma", dice, mientras el sol de la primavera que entra por la ventana de Gloria -el restaurante de comida argentina de su pareja enfrente del Görlitzer Park- le da en la cara. Y por eso, divertida, repite la frase de los extranjeros que viven en Berlín: "La vida es muy corta para estudiar alemán".

Pero no parecen haber sido sólo las actividades de la cargada agenda cultural berlinesa las que colaboraron en el aislamiento. La combinación entre el desconocimiento del alemán y un muy rudimentario inglés delinearon la burbuja en la que Schweblin permaneció los primeros años que pasó en la ciudad y que, según ella misma admite, fueron los  más productivos de toda su carrera. Su novela Distancia de Rescate, finalista del Man Brooker Price en 2017 y el libro de cuentos Siete casas vacías fueron, en efecto, escritos lejos de casa; antes de Alemania había publicado El núcleo del disturbio y Pájaros en la boca, y ahora, consagrada y ya instalada en la ciudad, trabaja en su próxima novela.

-¿Qué pasa con tu idioma cuando vivís en una ciudad que habla otra lengua?

-Al principio el español parecía un invento, una ocurrencia mía para escribir. Disfrutaba de ir a una librería alemana y jugar con esos miles y miles de títulos y de portadas tan atractivas, todas ilegibles para mí. Era muy disparador. Eso no lo podes hacer en tu país, donde todas las cosas te están dando referencias muy puntuales. Y, también, sirve a la hora de pensar en la concentración. Podés estar en un restaurante a espaldas de una conversación muy candente pero a la que igual no hay manera de entrar. Entonces, en algún punto, todo tu entorno se vuelve muy silencioso. Silencioso y disparador. 

-¿El español cobró más fuerza para vos?

-Sí, creo que de una manera muy intuitiva volví a revisar mis propias palabras. Como que el lenguaje propio adquiere más… No sé cómo explicarlo. Uno está todo el día tratando de decir o explicar cosas que no puede o no sabe cómo decir. Entonces, cuando de pronto hay un interlocutor que entiende tu lenguaje, éste adquiere una magia o un poder de invocación suprema. ¡Es como si uno volviera a entender el milagro de la comunicación! Encontrar a alguien que habla tu idioma y decirle: '¿Me pasás por favor el vaso?', y que esa persona se de vuelta y te pase el vaso. ¡Te dan ganas de llorar!

Cubierta de la novela de Samanta Schweblin “Distancia de rescate”, traducida al inglés como “Fever Dream”
Cubierta de la novela de Samanta Schweblin “Distancia de rescate”, traducida al inglés como “Fever Dream”

-Y acá hablás español con muchos españoles y latinoamericanos, me imagino… 

-Sí, de hecho, ahora me está pasando algo que me inquieta bastante, que es que mi español está influenciado por un montón de 'otros' españoles, porque mis amigos acá son todos latinoamericanos. Tomé palabras, modos, o incluso acentos ajenos, sin darme cuenta, y neutralicé algunas cosas mías más porteñas. Entonces cuando escribo, y escribo sobre un personaje argentino que supuestamente vive en el 2018 en Buenos Aires, resulta que este argentino habla raro. De pronto se volvió un extranjero. Y esto es bien problemático, porque el lenguaje es mi materia de trabajo. Y pienso que debería dejar que esto se resuelva de manera natural, pero la pregunta es, ¿qué es lo más natural? ¿Es natural que un argentino que vive en Buenos Aires en el 2018 hable de esta manera, en neutro y con algunas palabras mexicanas? ¿O sería más natural atarme al español porteño que yo manejaba cuando me fui? Me fui hace seis años ya, y cada vez que vuelvo me doy cuenta que hay un montón de modos y maneras nuevos y palabras para decir las cosas, y que también es arriesgado reutilizarlas de manera artificial.

-¿Entonces?

-Entonces creo que quizás sea lindo que sea así. En las generaciones anteriores esto era muy juzgado. Me acuerdo por ejemplo lo que decían de (Julio) Cortázar – salvando las distancias-; a él se lo juzgó muchísimo cuando hacía 20 años que vivía en Francia y seguía escribiendo en un porteño que ya sonaba viejo. Pero en nuestro caso, somos tantos los escritores latinoamericanos que estamos viviendo hace tanto tiempo afuera de nuestros países, que nuestros españoles se vuelven una especie de huella de los lugares por los que pasamos y de las experiencias que hemos tenido. Y eso también le da cierta personalidad a lo que hacemos.

Samanta Schweblin en el restaurante de comida argentina de su pareja, frente al Görlitzer Park
Samanta Schweblin en el restaurante de comida argentina de su pareja, frente al Görlitzer Park

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No es la primera vez que Samanta Schweblin elije acomodarse en una burbuja que la aísle, al menos un poco, al menos por momentos, del mundo que la rodea. Cuando era chica e iba a la escuela en el barrio de Hurlingham eran los libros, cualquier libro, e incluso libros que abría para no leer, los que le servían de excusa para evitar relacionarse con los demás. Entre sus ocho y 10 años, Schweblin se dio cuenta que la literatura era una excusa muy aceptable a nivel social para estar aislada.

-Era muy tímida, en realidad era una antisocial total, y cuando estaba en el recreo sin hacer nada los profesores y mis propios compañeros querían integrarme, me invitaban a estar con ellos. ¡Y yo odiaba esa situación! Pero en cambio si yo abría un libro estaba haciendo algo. 'Dejenlá que está ocupada, Samata está leyendo'. Me recuerdo incluso abriendo un libro para no leer, como quien abre un manto invisible. Entonces la lectura fue mi espacio durante mucho tiempo. Leía escondida en los baños de los cumpleaños, por ejemplo. Sé que suena un poco raro pero no había nada turbio para mi alrededor de esa situación, yo no estaba triste ni nada, en realidad la estaba pasando fenomenal, estaba en mi mundo.

Leía escondida en los baños de los cumpleaños. Sé que suena raro pero no había nada turbio alrededor de esa situación, yo no estaba triste ni nada, en realidad la estaba pasando fenomenal, estaba en mi mundo

-¿Y en la adolescencia? ¿Cómo fue tu relación con la literatura?

-Siempre me gustó contar historias. Eso siempre me fue muy natural, desde el principio, y por eso iba a los talleres de escritura, o participaba en el diario de la escuela, o publicaba algún cuentito, esas cosas . Es decir, el de la literatura era mi espacio. Y en la adolescencia empecé a ir a talleres literarios en el centro, lo que era todo un tema porque para llegar tenía que  tomarme un colectivo, un tren y un subte. Eran dos horas de viaje pero era mi espacio de máxima libertad en la semana. Iba a los talleres, caminaba por la avenida Corrientes, me compraba mis libros, me encantaba. Y en esa época compraba muchos libros clásicos, tipo Dostoievski, Stendhal, Balzac, D.H. Lawrence, y ni siquiera los entendía del todo, pero me encantaba el acto de la lectura. Era una lectora muy irreverente en el sentido de que pocas veces seguía durante mucho tiempo la historia, pero en cuanto empezaba a leer mi cabeza se iba a otros lados, y mientras el libro estaba abierto esa imaginación fluía con mucha libertad. Había algo físico con el libro: lo abría y pasaban cosas mucho más allá de lo que estuviera leyendo.

-¿Y los talleres literarios te sirvieron para escribir? Hay gente que tiene muchos prejuicios…

-Los talleres fueron muy importantes para mí, me dieron control sobre lo que quería hacer, me dieron poder y me envalentonaron, también. Empecé a presentarme en algunos concursos literarios. Después llegó el momento de elegir una carrera, y me pareció que Letras era demasiado teórica y opté por la de Imagen y Sonido, e hice cine. Y creo que fue una muy buena elección. Porque la carrera de cine es una carrera absolutamente práctica que te confrontaba constantemente con la pregunta de cómo se cuenta una historia, y de qué funciona y que no para narrar, y me parecía que al final eso tenía mucho más que ver con la escritura que estudiar Literatura española del siglo XVIII. Y además en la carrera de cine pasó algo que no me esperaba, y es que todo el mundo quería ser director pero nadie tenía una historia para contar. Entonces había cierta desesperación a mi alrededor por las historias, historias, historias. 'Danos algo ya!', me pedían mis compañeros. Me empecé a dar cuenta de lo valioso que era tener este tipo de ideas.

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-¿Y mantuviste algún vínculo con el mundo del cine?

-La verdad que cuando terminé la carrera de cine me divorcié absolutamente de ese mundo. Pero fue un divorcio feliz en el sentido de que sentí que fue algo que estuvo muy bien hacer. Y sólo volví cuando, el año pasado, Claudia Llosa, que es una gran directora peruana que además yo ya admiraba mucho y venía siguiendo, me invitó a escribir juntas un guión para la adaptación de Distancia de rescate, para llevarla al cine. Estuvimos todo el año pasado trabajando en eso y este año se va a filmar.

-Una película y muchos premios, ¿no? ¿A qué crees que respondió el éxito internacional de Distancia de Rescate, un libro en un punto tan argentino?

-Creo que más allá del hecho de que toca algunos temas que son muy de la situación política y rural actual en Argentina, es una novela escrita desde la primera, primerísima persona, de punta a punta. Pasa en la cabeza de una mujer, y todo es personal. Y cuando todo es personal, se vuelve universal. Y además es una novela que trata sobre el tema de la maternidad, y un tercio de este mundo debe haber pasado -o está pasando- por esa experiencia. Y trata de los miedos de perder un hijo, que es uno de los mayores miedos de ese tercio del mundo. Digo tercio pensando en maternidad, pero podría decir el 90% pensando en la maternidad y en la paternidad en general. Entonces me parece que el universal está ahí, no tanto en los temas sino en los sentimientos que atan esos temas. Y también quizás hay algo en lo estructural, en el recurso de la novela que tiene que ver con esta narración que es casi una invocación, casi un hechizo. Es muy demandante para el lector, trabaja mucho con los miedos, pero con los miedos más simples, más innatos y humanos que tenemos, como el de la sensación de pérdida.

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El tiempo y el espacio que separan a una madre de la posibilidad de salvar a su hijo. Ese extraño sentimiento que es mencionado a lo largo de la novela como un 'hilo' que se va acortando a medida que la realidad se muestra más tenebrosa, que el miedo aflora en esta madre que no termina de comprender el terror que la rodea. Un hilo que se tensa y tironea desde el ombligo, y que se parece al vértigo que sentimos los lectores cuando abrimos Distancia de rescate. Traducida a más de una veintena de idiomas, elogiada por los principales diarios del mundo, la novela forma parte de esta especie de 'boom' de lo que algunos llaman literatura femenina o feminista, nacida de un nuevo interés de los lectores y de un mercado editorial que ve en ese interés una oportunidad. Pero en los grandes eventos literarios del mundo, sigue repitiéndose esto fenómeno de 'el panel de las escritoras mujeres que hablan de cosas de mujeres'.

¡No hay hay que aceptar más ir a esos paneles! Es la única forma de que eso se termine.

Samanta Schweblin vive hace seis años en Berlín
Samanta Schweblin vive hace seis años en Berlín

-Los hombres tienen reservado para ellos el espacio de la universalidad. Ellos pueden hablar de cualquier cosa, las mujeres solo pueden hablar de cosas de mujeres…

-Bueno, vos sabés que a mí me pasa mucho que, con Distancia de Rescate, una de las primeras preguntas que me hace la gran mayoría de los periodistas, y no estoy exagerando, es si soy mamá. Cuando los escritores varones escriben policiales nadie les pregunta si matan mucha gente el fin de semana. Pero escribís sobre la maternidad y te preguntan si sos mamá. Como si fuera necesario tener cierta experiencia sobre el campo para hablar de ese tema. ¡Justamente la literatura se trata de todo lo contrario! Es la búsqueda de la experiencia, no haberla tenido.

Con Distancia de Rescate, una de las primeras preguntas que me hacen es si soy mamá. Claro, porque cuando los escritores varones escriben policiales les preguntan si matan mucha gente el fin de semana

-Y esa búsqueda de la experiencia, ¿la vivís, como escritora, de manera traumática -como dice, por ejemplo Leila Guerriero, que habla de una 'tortura'- o de manera más placentera?

-Creo que como cualquier cosa que uno elige porque le gusta pero que después quiere llevarla a un lugar profesional, combina las dos cosas: el placer y  el dolor. Hay dolor porque es muy difícil llegar a donde uno quiere. Sobre todo cuando se es muy exigente y muy perfeccionista, uno quiere algo y hasta que no lo logra no afloja. Y eso puede ser muy doloroso porque hay mucha decepción, hay mucha frustración, hay muchas horas-culo de trabajo. Pero en cada momento en que uno se acerca al objetivo o avanza un poquito muere de la felicidad. Y no tengo miedo de decirlo, el orgullo de cuando uno dice: "¡Ay sí sí sí, funciona, funciona, funciona!". Aunque después uno lo lea al día siguiente y sea una porquería, hay mucha euforia. Y creo que es necesaria la combinación de las dos cosas, y estar un poco enamorado de lo que uno hace, aunque no te este saliendo en lo más mínimo. Porque si no estás enamorado de la idea, ¿por qué lo harías? Lo que no quita que, sí, como dice Leila Guerriero, la escritura puede ser una verdadera batalla de frustraciones. La realidad es que al final la historia nunca es exactamente lo que uno planeó. No me acuerdo qué novelista decía que cada libro es la historia de un fracaso. O sea nunca es lo que vos querés, y a veces incluso puede ser mejor. O también peor, pero nunca exacto. Bueno, como la vida, ¿no?

-¿Y hay algo también que tiene que ver con la aceptación de los demás?

-Por supuesto. Sería innegable decir otra cosa, por lo menos para mí. Pero también hay que preguntarse para quién uno escribe, y por qué uno escribe, y qué es lo que uno quiere hacer con eso. Y lo que me pasa es que el mejor aplauso que puede recibir un libro mío es el de la gente que yo admiro, como otros escritores, o grandes amigos míos que son grandísimos lectores. Muero por una simple sonrisa de ellos cuando leen algo mío. Es un mundo pequeño pero al final es el mundo que te rodea y es el que más peso tiene. En realidad para mi sería una desilusión mucho más grande que un libro mío no funcione en ese contexto, que en el contexto del mercado editorial. Porque en realidad, ¿qué va a cambiar? Que se compre más o menos un libro es algo muy relativo. Entonces mi miedo está en un lugar más cercano. Yo termino un manuscrito y mi momento de máximo terror es cuando mando ese manuscrito a dos o tres de mis lectores favoritos. Esas semanas o ese mes en el que me están leyendo ellos no puedo hacer nada, me vuelvo loca. Porque todas mis expectativas están puestas en esa lectura. Ahora, el día que el libro va a imprenta yo tengo cero nervios, porque para mi ya está, ¡me lo aprobaron mis amigos!  

-Si te pregunto cómo te definís hoy como escritora, ¿qué decís?

-Creo que soy una escritora argentina, que admira mucho la tradición argentina, pero que escribe desde afuera, literal y literariamente. Pero siempre mirando hacia Argentina.

-¿Leés literatura argentina? 

-La verdad es que estuve leyendo mucha literatura argentina cuando llegué a Alemania. No se por qué, quizás porque estaba lejos, porque extrañaba, pero también porque no tenía libros. Y la manera más simple era ir a la biblioteca Iberoamericana, que es una cosa maravillosa, impresionante, donde había libros en español y una gran colección argentina. Ahora quizás hay cosas nuevas que no me llegan, pero sí, por ejemplo, hay autoras argentinas que son enormes, y que me hacen sentir muy bien acompañada. Mariana Enriquez, Vera Giaconi, Fernanda García Lao, Selva Almada, no sé, son muchas. Pero de mis últimas lecturas creo que la impronta más grande es latinoamericana. Estuve en el Bogotá 39, por ejemplo, y para mí los buenos descubrimientos de este año fueron latinoamericanos. Pienso en dos colombianos que me alucinaron y que no conocía. Uno es Giuseppe Caputo, que tiene un libro que se llama Un mundo huérfano, que es brutal, es hermoso, es una belleza; y también Pilar Quintana con su libro La Perra, también, excelente.

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-¿Qué mirada tenés sobre el espacio de las mujeres en ese ámbito?

-Yo creo que, hablando del espacio de la mujer en la literatura, hay mucho ganado. Digo en la literatura, que curiosamente siempre es un ámbito de avanzada, porque es donde podemos pensarnos a nosotros mismos como sociedad,  empezar a probarnos de otras maneras. Y te diría que está ganado en cierto punto. Está ganado, por ejemplo, en nuestra generación, a nivel producción. Yo me atrevería a decir que las mejores novelas escritas en los últimos años fueron escritas por mujeres. Y no lo digo en detrimento de los hombres, sino que son novelas que de verdad están poniendo cosas nuevas sobre la mesa que antes sencillamente no estaban. Lógico, porque antes no estábamos nosotras. Ahora, los espacios de poder, que por lo general los ocupan generaciones anteriores, siguen siendo espacios masculinos. Pero igual creo que eso va a ir cambiando. Por eso también me parece muy importante tener cuidado con el mercado, que ahora está tan sediento de la literatura escrita por mujeres, y no caer en ciertas tentaciones y seguir pensando en la calidad. Seguir pensando en publicar cosas buenas, y no en publicar cosas escritas por mujeres. Esto me parece algo muy importante. Y el balance entre publicaciones escritas por mujeres y publicaciones escritas por hombres tiene que darse de manera natural, no puede ser impuesto desde afuera.

Me atrevería a decir que las mejores novelas escritas en los últimos años fueron escritas por mujeres. Novelas que de verdad están poniendo cosas nuevas sobre la mesa que antes sencillamente no estaban. Lógico, porque antes no estábamos nosotras

-Hablando de los que ocupan los espacios de poder, ¿qué opinás del escándalo en la Academia de Letras por denuncias de abusos sexuales contra uno de sus miembros, que obligó a posponer la entrega del Nobel de Literatura este año?

Me encanta lo que está pasando. Estoy tan feliz. Porque fue un año en el que, quizás por el #MeToo, quizás por el #NiUnaMenos, no se, pero  muchísimos artistas, músicos, gente del mundo del cine, gente del mundo literario, del mundo del periodismo… todos tipos geniales, porque eso es indiscutible, pero de pronto quedaron afuera. El mundo les dijo, '¿sabés qué? Ya no nos interesás, no importa que tan genial sea lo que hagas, si cruzas este límite no te miramos más'. Y esto me parece una de las grandes cosas de este siglo, porque si le queda algún poder a la sociedad hoy en día, que no se qué tanto poder es eso, si le queda alguno es el poder de la mirada. Es el poder de elegir qué le interesa y qué no. Y cuando la humanidad le dijo a toda esta gente que no, pienso que por fin trazamos un límite y dejamos claro hasta dónde somos capaces de soportar y hasta dónde no. Yo creo que esa fue indudablemente una de las primeras grandes batallas ganadas del feminismo actual. Pero es eso, una de las primeras; quedan bastantes más.

-En Argentina hay otro fenómeno interesante que es que muchos escritores por primera vez salieron del lugar de sólo ser escritores, para pronunciarse por una causa -la del aborto- que tiene una connotación bastante política. No es la primera vez que pasa algo así, obvio, pero aún así para muchos es nuevo. Y esta idea de 'yo soy escritor y me dedico a escribir y ese es mi único aporte al mundo', estaba bastante extendida. ¿Este compromiso compromete a la literatura?

-No, a mi me parece muy necesario todo esto que está pasando. Lamenté no estar en Buenos Aires para poder hacerlo de manera personal. Cuando vi las fotos de todas las escritoras ahí reunidas sentí una emoción y me dio una sensación de cofradía, de fuerza, de optimismo, increíble. Y también todo lo que pasó después. Porque nosotras nos reunimos e hicimos nuestras declaraciones porque antes las actrices lo habían hecho. Y después como nosotras lo hicimos lo hicieron las que hacían humor gráfico. Y después siguieron las fotógrafas, y después las periodistas. Y después, por suerte, se empezaron a unir agrupaciones de hombres, y vinieron los actores, por ejemplo, a dar sus declaraciones. Tengo que confesar que lo que siempre me incomodó un poco es que a lo escritores se les da este espacio de 'los sabiondos'. Nadie hace una mesa para hablar del estado del arte actual con, por ejemplo, escultores. Pero a los escritores se los llama y se los invoca todo el tiempo para hablar de un montón de cuestiones. Esto a mi me incomoda mucho, pero porque básicamente tengo un respeto -y te diría que casi un espanto-, a todo lo que tiene que ver con La Verdad. Y eso me hace huir despavoridamente de estas situaciones. Ahora, cuando uno realmente está ante un tema como el del aborto, de tanta urgencia, de tanta deshumanización, y sí tiene claro lo que piensa, y sí cree que tiene algo para decir, todo aquel que tenga un mínimo de visibilidad, tiene que levantar la mano y decirlo. Me parece muy importante.

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-¿Cuál crees que es el rol de la literatura? O antes, ¿tiene la literatura un rol social?

-Por supuesto, y muy importante. Yo creo que vivimos en un momento en el que tenemos como sociedad una necesidad muy grande de ficción. No sólo los lectores, la tiene la gente que se pasa diecisiete horas seguidas viendo una maratón de una serie. Eso es ficción. Ver Facebook también es consumir un tipo de ficción. Y necesitamos mucho a la ficción. Ahora, la literatura, por sobre todas las demás ficciones, tiene un poder que la hace única, que tiene que ver con el poder de invocación de la palabra. Un ejemplo. Yo escribo: "Esta es la mesa de tu madre". Y vos ya elegiste una mesa, y esa mesa que elegiste es una mesa real. Es una mesa, que es la de tu madre, y es una mesa donde alguna vez te sentaste, y esa mesa tiene un peso, y tiene un color, y tiene un olor, y es de un material específico, y está ubicada en un ambiente que tiene una luz particular. Y todo eso es pura y exclusivamente tuyo, y es un material vivo. Que viene de tu pasado y de tu experiencia más auténtica y emocional. Entonces yo creo que la literatura juega con un poder sobre lo afectivo mucho más agudo, en este sentido, que otras ficciones. Y es única. Yo no se cuál es tu mesa, solo lo sabés vos. Aunque a los escritores nos encante pensar que controlamos al lector y que lo hacemos ir exactamente por los lugares que nosotros queremos, yo creo que en realidad hay un poder en el lector de construcción de esa ficción que le permite cierta sanación con su pasado, que le permite autopensarse, incluso tomar decisiones sobre su futuro a partir de esas sensaciones… Creo que es, por definición, el espacio donde nos pensamos como sociedad.

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