Por qué fascina tanto el retrato que hizo Borges del mafioso Monk Eastman

Por Marcos Aguinis

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(Sara Facio)
(Sara Facio)

Recuerdo el curso sobre literatura latinoamericana que dicté hace unos años en la American University de Washington. Allí tomé clara noción del interés que suscita la narrativa de Jorge Luis Borges, hecho que celebré con entusiasmo. La mayoría de los estudiantes eran graduados con buena formación universal, todos norteamericanos, pero provenían de diversas ciudades, profesaban distintas religiones (musulmanes, católicos, bautistas, judíos, presbiterianos, agnósticos) y sus raíces se remontaban al Africa, Asia, Europa y también Nueva Inglaterra. Propuse trabajar con la excelente traducción al inglés de Andrew Hurley. Una de las inolvidables clases se centró en su cuento El proveedor de iniquidades Monk Eastman, cuyos destellos trataré de reproducir. Son muy elocuentes.

En 1935, Jorge Luis Borges publicó unos "ejercicios de prosa narrativa" en el combativo diario antifascista Crítica, dirigido por Natalio Botana, con el pseudónimo H. Bustos. Su timidez aún no le permitía exhibir su nombre ni redactar ficción pura y, sin embargo, estos relatos anticipan la mayoría de sus rasgos distintivos. El volumen que los reunió se llamó Historia Universal de la Infamia. Ocupa un ambiguo espacio entre la ficción y no ficción, habitado por delincuentes históricos que actúan en los contornos de la sociedad. Alternan extremistas puritanos con inventores de mundos falsos, entrenados en alienar a sus corifeos. Borges se burla de estos villanos y de su repugnante conducta. Los convierte en personajes, aunque reduzca su vida "a dos o tres escenas", como advierte en el prólogo.

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Los estudiantes exploraron las referencias bibliográficas que refiere el mismo Borges, como la novela The Gangs of New York de Herbert Asbury, pero enseguida confirmaron que las demás citas eran apócrifas, como ocurriría en muchos de sus relatos posteriores. Era un recurso para ganar la credibilidad del lector, porque perpetraba el relato de otro relato, la reflexión de otra reflexión, con máscaras y símbolos, exageraciones y subterráneo humor. En esa época temprana ya desafía las clasificaciones convencionales de la literatura. Incluso la realidad es a veces envuelta en colores que la tornan irreal, con lo cual se disuelven las fronteras entre vigilia y sueño.

El sardónico autor juega con la presunción de que reporta hechos históricos, pero dispara hacia niveles imaginarios sin que el lector advierta cuándo lo hace, demostró una joven de origen bengalí. Es producto de su genial manejo del lenguaje, aportó otra cuyos padres inmigraron del norte de Africa. Un estudiante de Boston marcó las enumeraciones dispares y la brusca solución de continuidad que reaparecen en otras narraciones de Borges y anticipan un recurso de Gabriel García Márquez. Es también una punzante crónica periodística, explicó el único inscripto que sabía algunas palabras en castellano; por lo tanto, este cuento podía calificarse como precursor de A sangre fría de Truman Capote.

El señalamiento permitió advertir la estrategia que usó Borges en esta narración para demorar la clara aparición del personaje. Primero engancha al lector argentino con el breve capítulo titulado Los de esta América. Ahí describe un duelo entre dos compadritos en una larga y fluida frase, antológica por su síntesis, poesía, perplejidad y humor. "…dos compadritos envainados en seria ropa negra bailan sobre zapatos de mujer un baile gravísimo, que es el de los cuchillos parejos, hasta que de una oreja salta un clavel porque el cuchillo ha entrado en un hombre, que cierra con su muerte horizontal el baile sin música". Después agrega: "Resignado, el otro se acomoda el chambergo y consagra su vejez a la narración de ese duelo tan limpio". Cierra: "Esa es la historia detallada y total de nuestro malevaje". Entonces anticipa lo que sigue: "La de los hombres de pelea en Nueva York es más vertiginosa y más torpe".

En el segundo breve capítulo, también con una frase equivalente a una melodía tensa cuyo interminable dibujo deja sin respiración –me atreví a observar-, el autor pinta la Nueva York de los pistoleros con "una crueldad propia de las cosmogonías bárbaras". Son "bandas de forajidos que merodean entre los laberintos de cloacas, criminales que reclutan asesinos precoces de diez y once años, gigantes descarados como los Galerudos Fieros que procuraban la inverosímil risa del prójimo con un sombrero de copa lleno de lana y los vastos faldones de las camisas ondeadas por el viento del arrabal. Portan un garrote en la diestra y un pistolón profundo; bandas como los Conejos Muertos que entraban en batalla bajo la enseña de un conejo en un palo; hombres como Johnny el Dandy, famoso por el rulo aceitado sobre la frente, los bastones con cabeza de mono y el fino aparatito de cobre que solían calzarse en el pulgar para vaciar los ojos del adversario; hombres como Kit Burns capaz de decapitar de un solo mordisco una rata viva"… La minuciosa y atroz descripción sigue su curso hasta desembocar en el esperado héroe, Monk Eastman.

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Se torna luminoso el contraste con el tango de la primera escena, porque Nueva York no es la Argentina. Una cosa es el duelo entre dos compadritos que danzan sin música, y cuyo sobreviviente dedicará la vida a relatar ese solo y espléndido episodio. Otra el caos de una ciudad donde Monk Eastman dirige una desordenada banda de doscientos hombres.

Estoy asombrado –dijo Borges-, yo sabía que era ciego, pero ahora escucho que en las radios me dicen no vidente

El humor de Borges fue motivo de varias observaciones. Vimos que lo practicaba en el título oximorónico de sus relatos: El atroz redentor, El proveedor de iniquidades, El asesino desinteresado, El incivil Maestro de Ceremonias, El brujo postergado, El espejo de tinta. Una frase se refiere a "la basura antigua y venerable". También sorprende con imágenes y situaciones disparatadas. No menciona que Eastman es un criminal, sino "un proveedor de iniquidades". Pero no lo escribe así por preciosismo, sino para generar otro tipo de sensación estética. Me permití contarles una anécdota para confirmar el dato. Borges se burlaba de las expresiones falsamente "cultas" y disparó en un reportaje: "Estoy asombrado, yo sabía que era ciego, pero ahora escucho que en las radios me dicen no vidente".

Las exageraciones, las repeticiones y las inesperadas asociaciones le permiten a Borges mostrar el lado ridículo de las peleas, señaló una mujer que se especializaba en guiones de cine. Señaló: "Unos cien héroes vagamente distintos de las fotografías que estarán desvaneciéndose en los prontuarios, unos cien héroes saturados de humo de tabaco y de alcohol, unos cien héroes de sombrero de paja con cintas de colores, unos cien héroes afectados de enfermedades vergonzosas, de caries, de dolencias de las vías respiratorias o del riñón, unos cien héroes tan insignificantes y tan espléndidos…" lleva al martillazo sarcástico: "como los de Troya y de Junín". Más adelante sentencia: "Lo cierto es que pelearon con fervor, parapetados por el hierro y la noche". Y concluye: "Al primer vislumbre del amanecer el combate murió, como si fuera obsceno o espectral". ¡De película!

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El héroe central es Monk Eastman, que colorea como un modelo monumental y ruinoso, de pescuezo breve, como de toro, la nariz rota, la cara aunque historiada de cicatrices menos importante que el cuerpo, las piernas chuecas como las del jinete o el marinero. Podía prescindir de camisa como también de saco, pero no de una galerita rabona sobre la ciclópea cabeza. Solía recorrer su imperio forajido con una paloma de plumaje azul en el hombro, igual que un toro con un benteveo sobre el cuero. El malevo convencional de los filmes es este personaje, "no el epiceno y fofo Capone". Por cada pendenciero que Eastman serenaba, hacía con el cuchillo una marca en el garrote brutal. "Cierta noche, una calva resplandeciente que se inclinaba sobre un bock de cerveza le llamó la atención, y la desmayó de un mazazo. ¡Me faltaba una marca para cincuenta! exclamó después".

Para Borges, Monk Eastman no es un criminal, sino una leyenda. No focaliza su moral, sino sus extravagancias de villano. La aparente neutralidad del narrador permite que el texto sea el que movilice las emociones y ponga en evidencia la alienación de los personajes, que pelean por causas que dan pena debido a su irrelevancia. El último apretado capítulo del cuento se llama El misterioso, lógico fin. Lógico y misterioso no son necesariamente sinónimos, debatimos en clase.

Nos pusimos de acuerdo en que Borges aquí utiliza la sequedad de la crónica: "El veinticinco de diciembre de 1920 el cuerpo de Monk Eastman amaneció en una de las calles centrales de Nueva York. Había recibido cinco balazos. Desconocedor feliz de la muerte, un gato de lo más ordinario lo rondaba con cierta perplejidad".

Nos prendió el adjetivo "ordinario" puesto en el felino y destacamos otros vibrantes adjetivos sembrados en sus obras. Al concluir esa clase los ojos redondos y las sonrisas complacidas revelaban un enamoramiento desenfrenado por este autor que no cesa de agrandarse.