
El anuncio del Gobierno sobre el incremento del salario mínimo para 2026 generó expectativas y dudas en amplios sectores de la sociedad.
A partir del 1 de enero de ese año, el nuevo piso salarial en Colombia será de $1.750.905, al que se sumará un auxilio de transporte de $249.095, lo cual eleva el ingreso mensual de los trabajadores formales a $2.000.000.
De acuerdo con un análisis que presentó Lorena Piñeiro Cortés, vicerrectora de Innovación Académica de la Universidad EAN, doctora en Administración, magíster en Relaciones Internacionales, el aumento, cercano al 23,7% respecto a 2025, supera la inflación proyectada y representa un avance significativo en términos de poder adquisitivo.
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De hecho, comentó que la noticia fue recibida con entusiasmo por distintos sectores, que ven en la medida la posibilidad de mejorar las condiciones de vida y la dignidad laboral.
“El deseo es legítimo: que el trabajo se traduzca en dignidad y un ingreso que permita vivir con menos angustia. Para muchas familias, el anuncio se percibe como un respiro”, señala el análisis.

Sin embargo, no todos comparten el optimismo inicial. “Mi sobrino de 15 años, recién graduado del colegio, me miró con sorpresa y entusiasmo y me dijo: ‘Tía, eso suena buenísimo… la gente va a ganar más plata, ¿no? ¿Por qué hay personas preocupadas?’”
La académica comentó que no es tan sencillo, y que se requiere mirar la medida desde varias aristas.
El impacto económico de la decisión plantea múltiples retos.
“En economía, una decisión de esta magnitud rara vez es estática y predecible. Casi siempre genera ondas, como una ola: toca consumo, precios, empleo, inversión y expectativas”.
Un incremento salarial de estas características suele traducirse en mayor demanda en sectores como comercio, servicios y transporte, aunque el beneficio real depende de que la productividad y la oferta acompañen ese crecimiento.
“Si el consumo crece más rápido que la capacidad de producir y ofrecer bienes y servicios, la presión sobre los precios comienza a sentirse”.
El análisis indicó que las empresas, especialmente las pequeñas y medianas, enfrentarán un desafío para ajustar sus presupuestos y mantener márgenes de rentabilidad.
“Muchas, para sostenerse, trasladan parte de ese incremento a los precios finales. Así aparece el riesgo de siempre: el salario sube, pero también el costo de vida, y el beneficio real puede empezar a diluirse”. Esta dinámica introduciría el riesgo de que el salario nominal crezca, pero el poder adquisitivo efectivo se diluya.
Hay efectos psicológicos
El efecto psicológico y económico del ajuste también modifica las decisiones de hogares y empresas.
“Un aumento tan por encima de lo esperado cambia la manera en que hogares, empresas y mercados toman decisiones. Si se instala la percepción de que los precios seguirán subiendo, algunos adelantan compras, otros ajustan listas de precios y muchos comienzan a negociar futuras alzas salariales”.
Piñeiro recordó que Banco de la República suele responder con políticas monetarias restrictivas para contener la inflación. “Y cuando el crédito se encarece, se frenan decisiones clave: compra de vivienda, inversión productiva, expansión de negocios”, dijo.

En el ámbito empresarial, las organizaciones revisan sus proyecciones y presupuestos. “Para una gran empresa, el ajuste puede ser doloroso pero manejable. Para muchas pequeñas y medianas —que sostienen buena parte del empleo— el choque puede sentirse con mucha más fuerza”.
Estas decisiones pueden aumentar la informalidad laboral y dificultar el acceso al primer empleo para los jóvenes. “Cuando los costos suben y las ventas no crecen al mismo ritmo, aparecen decisiones difíciles: congelar contrataciones, reducir turnos, automatizar procesos o empujar la informalidad”.
Se requieren medidas complementarias, según el análisis
La sostenibilidad del nuevo salario mínimo depende de políticas complementarias. “El país necesita acompañarlo con algo más que un decreto: formación para el trabajo, impulso a la productividad, apoyo efectivo a pymes, innovación, formalización y competitividad. En otras palabras: un salario digno necesita una economía capaz de sostenerlo”.

El contexto internacional también hizo parte del estudio sobre el efecto del ajuste. “Si los costos laborales crecen más rápido que la productividad y que los costos de países competidores, Colombia puede perder atractivo relativo para la inversión y para sectores exportadores. Con mayor incertidumbre, el peso puede enfrentar presiones frente al dólar; y si el dólar sube, se encarecen insumos importados, tecnología y maquinaria, lo que vuelve a presionar costos y precios internos”.
En palabras del análisis, “sí, es bueno que la gente gane más. Esa aspiración es justa. Pero también es cierto que el efecto final dependerá de tres cosas muy concretas: que el costo de vida no se dispare, que el empleo formal se sostenga y que las empresas puedan adaptarse sin recortar oportunidades”.
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