
En la nueva vida de Carlos Lehder, el excapo e integrante del Cartel de Medellín, y que era liderado por Pablo Escobar, la búsqueda de redención y la reconstrucción de su memoria pública se han convertido en su propósito esencial tras décadas marcadas por el poderío criminal y el escándalo internacional.
El exjefe del Cartel ha reaparecido en la escena pública, y ahora desde una tranquila vivienda en las montañas del occidente de Colombia, dejó varias declaraciones que hicieron eco en la opinión pública luego de la entrevista que concedió al diario Financial Times.
“No soy nazi y no voy a ser nazi”, inició Lehder (76 años) su intervención en la entrevista.
Luego de pasar 33 años en una prisión de Estados Unidos, Lehder afirma haber dejado atrás tanto la fascinación por el nazismo como la vida desbordante de excesos, violencia y temor que lo catapultó a la historia del narcotráfico mundial.
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El nombre de Carlos Lehder es inseparable de uno de los episodios más audaces en la historia del tráfico de drogas del siglo XX.
Desde Norman’s Cay, una isla de Las Bahamas, Lehder construyó una sofisticada plataforma para enviar toneladas de cocaína directamente a territorio estadounidense, multiplicando así la escala y la eficiencia de un negocio clandestino que cambió la economía y la política de toda una región.
En palabras del propio exnarcotraficante: “Fui perfeccionista, utilicé la mejor tecnología posible y aprendí a pilotar aviones y a capitanear barcos”.
Lehder se definió además como un hombre “muy determinado”, sin miedo a las autoridades, y aseguró que parte de esto se reflejaba en su cotidianidad antes de ser capturado: “Entrenaba mucho con armas para mi defensa personal y planificaba muy bien mis acciones”.

La operación de envío de droga que lideraba Carlos Lehder hacia Estados Unidos desde Las Bahamas: su alianza con las Farc
La operación de Lehder en Norman’s Cay alcanzó tal notoriedad que, según su relato al diario británico, pagaba $150.000 mensuales a través de un intermediario al entonces primer ministro fundador de Las Bahamas, Lynden Pindling, para evitar la injerencia política o judicial.
El propio Pindling, fallecido en 2000, rechazó siempre las acusaciones de corrupción, pero la presión de Estados Unidos resultó implacable, forzando finalmente la expulsión de Lehder en los años 80.
De vuelta en Colombia tras su caída en Las Bahamas, Lehder selló una alianza pragmática con la guerrilla de las Farc: a cambio de permitirle operar en territorio selvático, los insurgentes recibían una parte de los ingresos.
Sin embargo, el verdadero desencadenante de su ruina llegó, según su propia versión, desde el corazón mismo del narcotráfico.
Para Lehder, la peor amenaza en ese negocio no es la policía ni los jueces, sino los propios “narcos”. Pablo Escobar, quien fuera asociado y luego traidor, lo entregó a las autoridades estadounidenses como parte de su estrategia para consolidar el mando absoluto del cartel.
El excapo que también cuenta con la nacionalidad alemana describe así la violencia que terminó por fracturar a la organización: “Al final, él (Escobar) empezó a matar a todos en el cartel. Mató a quien lo persiguiera”.
Sobre su otrora jefe criminal, Lehder sostiene: “(Pablo) Era una persona muy extraña en términos humanos; en mi opinión, tenía múltiples personalidades”.
Aunque trabajó codo a codo con él y lo nombra “el jefe de jefes” en su libro (Vida y muerte del Cartel de Medellín), recalca que la estructura de la banda de Medellín era más descentralizada de lo que se suele creer, compuesta por 26 “negocios” relativamente independientes, todos dedicados a la exportación de cocaína desde Medellín.
Lehder se quejó en medio de la entrevista al destacar que “tendían a meternos a todos en la misma licuadora y demonizarnos”.
También se defendió al decir que, al menos en su operación bahameña, “no hubo violencia”, y puntualizó que hubo organizaciones más involucradas en actos violentos que otras: “Las acciones de Escobar, sus asesinatos y crímenes, han saqueado a miles de familias colombianas”.

Lo que dejó para Carlos Lehder su larga estancia en una prisión federal en los EE. UU.
La autopercepción de Lehder, más allá de la carga histórica, es la de un hombre que expió su responsabilidad durante su maratónica estancia en cárceles estadounidenses.
“Tengo la conciencia tranquila y en paz porque pagué por mi nivel de responsabilidad con media vida en prisión”, expresó el exnarco.
En otro punto más adelante de la charla con el medio británico, Carlos Lehder aseveró que la educación es la pieza central para frenar la expansión de este fenómeno (el narcotráfico).
De igual forma él considera que su libro podría contribuir a ese propósito: “Cuando un problema tan grave como el narcotráfico se aborda con relatos falsos, es muy difícil resolverlo. Por eso, he contribuido escribiendo mi libro, explicando los hechos reales y únicos”.
Sobre el proceso personal de distanciamiento intelectual e ideológico respecto a la etapa criminal incluye un reconocimiento explícito de la gravedad de sus creencias pasadas.
En su autobiografía Lehder admite haber tenido simpatía por el nazismo y, tras su estancia en Alemania, y concluye: “He aprendido y confirmado también que, al contrario de lo que pensé en algún momento de mi vida, los excesos atroces e inhumanos del nacionalsocialismo solo trajeron muerte, dolor e infamia”.

Así es Carlos Lehder luego de purgar condena en los Estados Unidos: “Fui uno de los hombres más pobres del mundo”
Los últimos años del exnarcotraficante han transcurrido entre la fe y el anhelo de ser percibido como un hombre transformado: “Ese Carlos Lehder ya no existe. El que existe es un hombre retirado, padre y abuelo”.
Su religiosidad renovada se suma al propósito de despejar cualquier sombra de antisemitismo.
“Respeto mucho a los judíos. He tenido grandes amigos y socios judíos. Mi abogado en mi juicio era judío”, añade con insistencia debido a su pasado, que aún lo sigue precediendo.
Fruto de su colaboración con el gobierno estadounidense durante el proceso contra el dictador panameño Manuel Noriega, la sentencia de Lehder fue reducida a la mitad.
Respecto a lo anterior, él considera que la captura de Noriega en 1989 supuso una “bendición” para Panamá, dado que, según él, el país estaba en bancarrota y sumido en la pobreza y, tras su caída, “hoy parece un mini-Miami... ahora es uno de los países latinoamericanos más exitosos”.
El costo personal de la caída es una constante en sus intervenciones públicas.
Desde la extradición en 1987, mientras otros barones figuraban en la primera lista de multimillonarios mundiales de Forbes, él asegura que perdió absolutamente todo tras la acción judicial: “El gobierno me quitó todo, confiscó todo y lo seguirá confiscando. Fui uno de los hombres más pobres del mundo porque durante 33 años lo único que tuve fue un reloj chino de $20”.

Este renovado discurso de Lehder se da en medio de la tensa relación diplomática que sostienen Estados Unidos (en cabeza del presidente Donald Trump), que ha intensificado sanciones y bloqueos en contra de regímenes y países señalados como rutas de la droga, pero Lehder rechaza de plano cualquier política de “guerra” frontal: “No se necesitan guerras para luchar contra el narcotráfico”.
Hoy, mientras rehace su vida lejos de los lujos y la notoriedad que protagonizó durante los ochenta, Carlos Lehder sostiene que solo la verdad, la memoria directa y la instrucción pública ofrecen una vía para entender de raíz la complejidad y las consecuencias del narcotráfico global.
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