Las amistades fantasiosas de Hollywood y la reconciliación racial

Por Wesley Morris

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“BlacKkKlansman” (Foto: David Lee. Copyright 2018 Focus Features.)
“BlacKkKlansman” (Foto: David Lee. Copyright 2018 Focus Features.)

Paseando a Miss Daisy (o El chofer y la señora Daisy) es una de esas películas que sientes que ya conoces desde antes de haberla visto. Tan solo es necesario mirar el póster: Jessica Tandy ve con severidad a Morgan Freeman y él luce contento de que lo miren severamente. Todo está enmarcado en un espejo retrovisor; Freeman trae una gorra de chofer y Tandy está en el asiento trasero.

La imagen del espejo retrovisor no es una toma de la película, sino una reimaginación que evoca un pasado muy particular: como sucede con el empaquetado de cierta marca de panqueques o una película de Shirley Temple, te queda claro que a Miss Daisy el chofer negro la va a pasear gustoso.

Spike Lee, Danny Aiello, Richard Edson y John Turturro en Lee’s “Do the Right Thing,” (Foto: Photo  David Lee. Copyright 1989 Universal Pictures.)
Spike Lee, Danny Aiello, Richard Edson y John Turturro en Lee’s “Do the Right Thing,” (Foto: Photo  David Lee. Copyright 1989 Universal Pictures.)

Es un cartel que sin duda dice mucho con pocos elementos. Probablemente quien lo diseñó sabía que podía ser conciso porque solemos resumir así de fácil la dinámica racial. Hace poco en el metro vi un cartel de película similar: Kevin Hart, negro, empuja al blanco Bryan Cranston, en silla de ruedas, y los dos se ven eufóricos, supongo que porque su película se llama Amigos por siempre (The Upside). Unos meses antes de eso vi un espectacular gigante que muestra a Viggo Mortensen, blanco, como conductor para Mahershala Ali, negro, en la película Green Book: Una amistad sin fronteras.

Aunque entonces no supiera de qué se "tratan" esas películas, ya me quedaba claro de qué se trataban. Son un símbolo del estilo narrativo estadounidense en el cual las relaciones y amistades interraciales suceden cuando hay un empleo de por medio, en las que estar en contacto con el integrante negro del dúo humaniza a su contraparte blanca, que con frecuencia es alguien racista. Es el optimismo del progreso racial —la idea de poder pasar de ser forzosamente separados por leyes a la integración o de avanzar en la búsqueda por la igualdad a poder pensarse como compañeros— dictado por la letra pequeña de un contrato. Estas dos películas fueron estrenadas treinta años después de Paseando a Miss Daisy pero, realmente, ¿cuánto tiempo ha transcurrido? El vínculo entre los personajes en los tres filmes es condicional y transaccional, aparentemente solo es posible porque hay dinero de por medio.

Esta idea de la amistad-por-paga es un afán relativamente moderno, distinto a los retratos en la cultura popular anterior, donde a los actores negros solo se les pedía estar ahí como sirvientes del personaje blanco, sin que alguien pretendiera que había una amistad. Es un retrato que cambió en los años ochenta, marcados por el capitalismo y el paternalismo.

Viggo Mortensen y Mahershala Ali en “Green Book.” (Foto: Patti Perrett. Copyright 2019 Universal Pictures.)
Viggo Mortensen y Mahershala Ali en “Green Book.” (Foto: Patti Perrett. Copyright 2019 Universal Pictures.)

En la televisión estadounidense de esa era, las familias suburbanas blancas y ricas incorporaron a alguien negro, usualmente un niño, como en Diff'rent Strokes (Blanco y negro), en la que los huérfanos de la fallecida mucama del viudo millonario Phillip Drummond son adoptados por este. Ahí el dinero no solo es lubricante para la integración racial, en teoría ayuda a mitigar toda una historia de separación y de opresión de personas negras. Tales programas de TV no eran experimentos sociales en sí, pero sirvieron como anuncios de los beneficios de civilizar la vida negra con el dinero blanco.

Ese mismo paternalismo del benefactor blanco rico puede verse en películas de la época, como un filme de 1982 en el que Richard Pryor —entonces el comediante estadounidense más imaginativo— hace de un conserje que se vuelve diversión pagada para el hijo de un empresario. La película es tan descarada que quizá hasta hay que respetar su brusquedad: se llama The Toy, el juguete, y es, a la vez, estúpida, alocada y alarmante. Yo era más joven que el niño protagonista (a quien el personaje de Pryor debe llamar "Señor Eric Bates") cuando la vi, pero recuerdo bien el semblante tanto de pánico como de pena de Pryor al hacer de alguien que se queda atorado en un inflable giratorio o a quien hacen travestirse, acudir a una fiesta en la que hay integrantes del Ku Klux Klan y luego reconfortar al empresario que se siente mal por su terrible paternidad y su racismo.

Esos retratos quieren darles continuidad a las reglas del pasado, cuando el actor Sidney Poitier era contratado para interpretar a personajes que lograban que los intolerantes lo consideraran un amigo. Excepto que en la era de Poitier, esas reglas eran su presente, mientras que en los años ochenta se hizo un esfuerzo por presentar a ese pasado como la realidad vigente. De ahí que sea alarmante el atractivo de Paseando a Miss Daisy: quiso regresar y la gente respondió efusivamente. La película —sobre veinticinco años de contacto entre una mujer viuda blanca, Daisy, y su chofer, el viudo negro Hoke— salió a finales de 1989, obtuvo buenas reseñas, mucho dinero en taquilla y ganó cuatro Oscar (mejor película, actriz, guion adaptado y maquillaje). El por qué tuvo tanto éxito no es un misterio.

Morgan Freeman y Jessica Tandy  en “Driving Miss Daisy,” (Foto: Sam Emerson. Copyright 1989 Warner Bros.)
Morgan Freeman y Jessica Tandy  en “Driving Miss Daisy,” (Foto: Sam Emerson. Copyright 1989 Warner Bros.)

A la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas le encanta premiar filmes en las que una persona blanca se acerca para decirle "¡Vas bien!" a una persona negra, o posiblemente a rescatarla, ya sea Matar a un ruiseñor, Misisipi en llamas, Un sueño posible (The Blind Side) o Historias cruzadas (The Help).

El año en el que ganó El chofer y Miss Daisy, Freeman salió en otra película nominada, Tiempos de gloria, en la que al centro también estaba un personaje blanco, un coronel del ejército de la Unión durante la guerra civil (y Denzel Washington ganó su primer Oscar por interpretar a un esclavo vuelto soldado de la Unión en ese mismo filme). En esa entrega de los Oscar 1990, Spike Lee perdió en la categoría de mejor guion original con Haz lo correcto (Do The Right Thing), su obra maestra sobre la ebullición de la tensión racial en Brooklyn. Esa noche fue imposible no darse cuenta de la incongruencia: Paseando a Miss Daisy y Tiempos de gloria, ambientadas en el pasado, fueron premiadas quizá porque las personas a las que les encantó pensaban que aún vivían en esas épocas. La película de Lee mostraba una verdad más fuerte: no es así de fácil que todos nos llevemos bien.

Cabe mencionar que Lee está nominado de nuevo este año, una posible señal de cambio dentro de la academia; El infiltrado del KKKlan compite por seis premios. Aunque Green Book está nominada en cinco categorías, así que bien podríamos decir que otra vez compite Paseando a Miss Daisy, como si 2019 fuera una repetición de 1990.

“The Upside,” con Kevin Hart y Bryan Cranston (Foto: David Lee. Copyright 2018 STX Films.)
“The Upside,” con Kevin Hart y Bryan Cranston (Foto: David Lee. Copyright 2018 STX Films.)

El problema con estas películas, sin importar si están tan bien hechas como El chofer y Miss Daisy, es que le dan un toque casi romántico al vínculo que se desarrolla en un ámbito puramente laboral y que los personajes negros son tratados solamente como una manera de abrir las mentes cerradas y vidas aisladas de los personajes blancos.

En Amigos por siempre no queda claro por qué el millonario Phillip Lacasse (Cranston) elige contratar al exreo Dell Scott (Hart) para que le cambie el catéter, lo lleve a lugares y comparta su departamento palaciego. Poco importa por qué, pues para cuando se termina la película los dos ya están volando juntos en parapente mientras se escucha una canción de Aretha Franklin. Es un regreso a esos filmes y series paternalistas de los años ochenta: gracias a la tolerancia y generosidad de Phillip, a Dell termina encantándole la ópera y puede costear una mudanza para que su ex y su hijo ya no estén en una vivienda pública derruida. Dell, a cambio, entretiene a Phillip (en algún momento con ayuda de drogas recreativas) y aligera su aislamiento.

Claro, la película por alguna razón también cree necesario que en algún momento Dell le robe algo a Phillip, una primera edición que le regala a su hijo… pues resulta que no se roba cualquier libro, sino Las aventuras de Huckleberry Finn, aquella historia de un joven blanco que se traslada por el río Misisipi con ayuda de un esclavo prófugo. Es algo muy apropiado, porque casi todas estas historias de amistad interraciales ya las contó Mark Twain: alguien es Huck y alguien es su Jim, el divertido amigo negro ligeramente idiota.

Y eso nos lleva a Green Book, que podría verse como una mejora a la trama dado que se revierten los papeles de chofer y persona paseada: Don Shirley (Mahershala Ali) contrata, por medio de su disquera, al portero de un club nocturno, Tony Vallelonga (apodado Tony Lip), para que sea un conducto con el cual el pianista negro pueda viajar y tocar en el sur estadounidense. No conocemos a Don sino hasta quince minutos después de empezada la película, porque esta quiere que primero sepamos que Tony es un tipo duro pero dulce, que tira a la basura un vaso porque su esposa dejó que obreros negros bebieran de él. (La película fue dirigida por Peter Farelly y coescrita con Brian Currie y Nick Vallelonga, el hijo de Tony).

El momento clave de Green Book sucede casi al inicio del viaje por carretera, cuando Tony se sorprende de que Don nunca ha comido pollo frito, platillo estereotípicamente pensado como el favorito de las personas negras en Estados Unidos. Entonces, con toda la falta de tacto exuberante que Viggo Mortensen puede evocar como actor, Tony le enseña a Don cómo degustar esa comida al mismo tiempo que maneja. Es un momento pensado para la comedia —cuando más se rio el público con el que estaba fue durante una broma en esta escena en la que el auto se echa en reversa—, pero solamente puede ser cómico en realidad si consideramos que el pianista negro es un extraterrestre, porque quieren que nos riamos al pensar: ¿cómo puede ser que el racista Tony es mejor para hacer cosas supuestamente negras que un hombre negro que a todas luces es una mejor persona que él?

En general estas películas de amistad no quieren delatar que es una amistad patrocinada. ¿Y qué es lo que se compra? Pues los personajes blancos —ya sean los que no tienen melanina en su piel o que no son "suficientemente" negros, como la interpretación ficticia de Don Shirley (la cual ha sido objetada y criticada por sus descendientes)— son personas solitarias en estas películas de compra-a-tu-amigo. El dinero que dan es para recibir una asistencia legítima, pero con el pago también parecen querer obviar todo lo potencialmente problemático en cuestiones raciales. El salto fantasioso es hacer pasar esa relación contractual como una amistad en la que una parte parece decir: "El dinero no importa, porque me gusta trabajar para ti", y entones la otra parte, usualmente la racista, puede afirmar que no es racista porque ya tiene a su amigo-empleado.

Mahershala Ali actúa muy bien el aislamiento que siente el personaje de Don Shirley, pero es una lástima que lo haga en una película en la que, aunque Shirley es quien paga, no le alcanza para comprar una verdadera trama propia. Se sienta donde alguna vez estuvo Miss Daisy, pero en su película lo tratan peor que a Hoke; termina siendo un pasajero literal en el viaje en el que Tony descubre que le caen bien las personas negras… y Tony le enseña a Don para que también le caigan bien.

Es notable que el tratamiento que los cineastas que son negros le dan a las relaciones interraciales es muy distinta; ninguna de las películas recientes —como Sorry to Bother You del director Boots Riley; Punto ciego, coescrita y protagonizada por Daveed Diggs; Si la colonia hablara, de Barry Jenkins, o Pantera negra, de Ryan Coogler— se centra en este tipo de amistades ni las presenta como si fueran algo siempre divertido y, definitivamente, no las muestra como algo que se da por medio de un empleo. Son vínculos difíciles, si acaso.

En 1989, Lee era prácticamente el único que daba voz a esa realidad incómoda. Ayudó a sembrar un espacio para que los artistas negros puedan mostrar otras perspectivas a los temas raciales, tal que ahora tiene compañía y competencia en los Oscar, como los filmes de Jenkins y de Coogler. Pero muchos espectadores aún quieren la alegría fantasiosa que les venden películas como Green Book y Amigos por siempre, que con su resolución de amistades tan felices ofrecen una droga que Lee nunca ha traficado.

En El infiltrado del KKKlan, Lee incluye un epílogo con videos de la violencia en Charlottesville que fluye como lava furiosa sobre las laderas cimentadas por el resto de la película, ambientada en los años setenta y con varios toques cómicos. Incluye esos fragmentos de lo sucedido en 2017 porque Lee conoce demasiado bien el pasado como para hacer parecer que no se ha trasladado al presente: estos volcanes no están dormidos.

Y es que lo que le dio mayor notoriedad a Lee hace treinta años fue su audacia para recalcar los momentos de racismo casual, de acciones como las de Daisy y de Tony. En Haz lo correcto el calor hierve y también lo hace el encono; todos tienen descontentos con quiénes son los demás. La pizzería de Sal (Danny Aiello) se vuelve la casa del odio y la tensión estalla cuando el repartidor de la pizzería, Mookie (interpretado por el mismo Lee), lanza un basurero contra la ventana del local, fastidiado por comentarios como el del hijo racista de Sal, Pino (Jon Turturro), de que las personas negras famosas son "más que negras".

Ahí no hay arreglo fácil, como nos quieren hacer creer en las otras películas. "¿Por qué no pueden Mookie y Sal ser amigos?", nos preguntamos después de crecer viendo las fantasías de reconciliación racial. La respuesta es dolorosa y compleja, pero la realidad es que Sal le puede pagar a Mookie por entregar las pizzas hasta que se acabe el mundo, pero nunca le va a poder pagar lo suficiente como para que sea su amigo.

* Copyright: 2019 The New York Times News Service