La rebelión de las audiencias

Para progresar en la tercera década del siglo XXI el periodismo tiene que dejar de concebir a las audiencias según su propia imagen

Compartir
Compartir articulo
Pablo J. Boczkowski
Pablo J. Boczkowski

Érase una vez cuando los periodistas concebían a las audiencias según su propia imagen. Es decir que se consideraba que los miembros del público estaban interesados en los temas de la organización política en general. No sólo eso: les bastaba con ser los receptores de una información bien documentada y bien argumentada sobre estos asuntos, y también les alcanzaba con procesarla de manera bastante desapasionada. Por último, confiaban mucho en las noticias que leían, miraban y escuchaban en los principales medios de comunicación respetables.

Sin embargo, un vistazo rápido al contenido, el tenor y las dinámicas de las prácticas y las conversaciones contemporáneas sobre las noticias, al menos en los Estados Unidos, revela un cuadro diferente. Las audiencias parecen ser más tribales, más expresivas, más emocionales y más escépticas de lo que solían ser. O al menos de lo que se suponía que eran, según el discurso canónico sobre el público que circulaba en muchas salas de redacción y muchas aulas de todo el país.

Son tribales porque las motivan más los lazos de afinidad dentro de un proyecto colectivo, anclado en la afirmación de un conjunto específico de rasgos y/o asuntos, que los lazos impersonales que las reúnen en la organización política más amplia del bien común abstracto; un bien común que con frecuencia se ha sostenido a expensas de la eliminación de diferencias importantes y de desigualdades duraderas.

Son expresivas porque los miembros del público están más interesados en comunicar sobre las historias que les importan a ellos y a quienes se hallan en sus redes de afinidad —y en socializar sobre esas prácticas comunicativas— que en escuchar obedientemente los informes que les brindan los medios, a pesar de, o precisamente por, su pericia técnica.

Son emocionales porque las prácticas actuales del consumo de las noticias muestran que la interpretación se configura tanto con el corazón como con la mente, lo cual la aleja de cualquier noción sobre el predominio de la comprensión desapasionada como la forma central en que los individuos entienden las noticias.

Son escépticas porque consideran que la confianza en las noticias ya no se da por sentada, sino que es algo que los periodistas se deben ganar: una confianza que lleva mucho tiempo desarrollar y que, no obstante, se puede desbaratar con bastante rapidez.

Aquel público orientado a la organización política, receptivo, racional y confiable era parte integral del proyecto de la modernidad. Las prácticas actuales de las audiencias de las noticias, que gravitan alrededor de la afinidad, la diferencia, la expresión, la emoción, la sociabilidad y el escepticismo, desafían cualquier sueño residual de una modernidad eterna. Por eso el periodismo, si quiere prosperar, ya no puede ser un proyecto de la modernidad y la modernización, dado que ese propio proyecto ha sido puesto en duda.

Las audiencias son cada vez más escépticas porque consideran que la confianza en las noticias ya no se da por sentada
Las audiencias son cada vez más escépticas porque consideran que la confianza en las noticias ya no se da por sentada

Para progresar en la tercera década del siglo XXI el periodismo tiene que dejar de concebir a las audiencias según su propia imagen. A fin de hacerlo debe encontrar a las audiencias allí donde estén y no donde le gustaría que estuvieran. En otras palabras, tiene que dejar de fingir que puede simplemente decir y conducir, y en cambio acceder a escuchar y ser conducido también.

Esto exige que acepte la diversidad en las experiencias de vida y admita que el reconocimiento es el lazo social constitutivo de las redes de afinidad, en lugar de priorizar los ideales impersonales de la organización política que, en nombre de determinadas narrativas dominantes, han favorecido durante mucho tiempo a ciertas comunidades a expensas de otras.

Esto también supone brindar oportunidades de expresión, y a continuación prestar atención, a lo que el público tenga que decir, en lugar de sermonearlo desde una tribuna prístina que le fue otorgada por unas normas laborales y unos rituales editoriales que ya no encajan en esta cultura en evolución del mundo social acerca del cual los medios informan.

Esto también implica que cuente historias que inviten a la interpretación tanto desde el corazón como desde la mente, en lugar de seguir ofreciendo relatos desapasionados de los acontecimientos simplemente porque así lo indica el mandato de la objetividad en las noticias.

Además, debe informar haciendo un reconocimiento de que la desconfianza existe, y aportando transparencia en los métodos por los cuales se determinan los hechos y las conjeturas con que se elaboran las historias para, gradualmente, ganar la confianza esquiva de los usuarios, los lectores, los espectadores y los oyentes.

En última instancia, en esta naciente tercera década del siglo el periodismo tiene que fomentar la justicia social, porque ese es el cimiento a partir del cual es posible recuperar al público y ganarse de nuevo su confianza.

Las audiencias se han rebelado. ¿Se adaptará el periodismo?

* Pablo J. Boczkowski (@pablobochon) es profesor en Northwestern University, titular de la cátedra Hamad Bin Khalifa Al-Thani.