El Etna, el volcán más alto de Europa situado en la isla italiana de Sicilia, ha iniciado una nueva fase eruptiva con fuertes explosiones en el cráter noreste, que lanzaron material piroclástico y coladas de lava sin que, por el momento, haya interrumpido el tráfico aéreo del aeropuerto de Catania.
Gracias a la mejor visibilidad de este domingo, el Etna vuelve a ofrecer espectaculares explosiones de cenizas y humo y coladas de lava que se observan entre la nieve que ha caído estos días.

El Instituto Nacional de Geofísica y Vulcanología explicó que hoy “se iniciaron una serie de fuertes explosiones en el cráter noreste, arrojando material piroclástico por todo el cono”.
Además, “la actividad se ha intensificado en el respiradero situado en el flanco superior de otro cráter, produciendo una fuente constante de humo de varias decenas de metros de altura”. El flujo de lava se desplaza hacia el este, hacia el Valle del Bove, y ha recorrido unos 1,8 kilómetros en dirección este, explicaron.

En la mañana del domingo, las autoridades emitieron una alerta roja, indicando un posible riesgo para los aviones debido al denso humo, pero los vuelos en el aeropuerto de Catania-Fontanarossa continuaron operando sin interrupciones.

Volcanes invisibles, riesgos latentes
Según un análisis de Mike Cassidy, profesor de la School of Geography, Earth and Environmental Sciences de la Universidad de Birmingham, publicado en The Conversation, la mayor amenaza volcánica global no reside en nombres como el Etna o Yellowstone, sino en volcanes con bajo perfil, enclavados en regiones densamente habitadas y con muy poca vigilancia. En sectores del Pacífico, Sudamérica e Indonesia, las erupciones de volcanes sin registro histórico comprobado ocurren cada 7 a 10 años, un dato que cuestiona la verdadera preparación de los sistemas de alerta actuales.
El caso del Hayli Gubbi, en Etiopía, resulta ejemplificador. En noviembre de 2025, registró su primera erupción documentada en más de 12.000 años: una columna de ceniza superó los 13 kilómetros de altura y el material llegó hasta Yemen, obligando a desviar vuelos en el norte de India. La falta de monitoreo previo hizo evidente la vulnerabilidad de esas regiones, donde el peligro solo se reconoce cuando ya es imposible de ignorar.

Consecuencias locales, crisis globales
Cassidy subraya que las erupciones volcánicas pueden comenzar como emergencias locales y convertirse rápidamente en amenazas para todo el planeta. El caso de El Chichón en México, en 1982, resulta paradigmático. Después de siglos de inactividad y sin señales previas, el volcán devastó selvas, destruyó hogares y desplazó a más de 20.000 personas. La ceniza cubrió Guatemala y el saldo superó las 2.000 víctimas fatales, generando el peor desastre volcánico contemporáneo de México.
Más allá del impacto inmediato, la inyección de partículas a la atmósfera alteró la radiación solar, enfrió temporalmente el hemisferio norte y desplazó el monzón africano, provocando sequías en África oriental. Según el análisis de Cassidy, esta cadena de efectos favoreció una hambruna que causó cerca de un millón de muertes. Un fenómeno local, prácticamente inadvertido en su origen, desencadenó alteraciones en la seguridad alimentaria y crisis sociales a una escala impensada.

Preparación y respuesta: una brecha global
Mike Cassidy advierte que la reducción de riesgos solo es posible mediante cooperación internacional, intercambio científico y una inversión constante en prevención y monitoreo. Iniciativas como la Global Volcano Risk Alliance trabajan para subsanar estas brechas mediante capacitación, transferencia de tecnología, implementación de nuevos sensores y optimización de sistemas de alerta en las comunidades vulnerables.
Sin embargo, la acción técnica debe acompañarse de educación pública, protocolos claros de evacuación y fondos de emergencia, todos adaptados a contextos regionales diversos. El aprendizaje de experiencias pasadas, la colaboración entre organismos regionales y la integración de saberes locales son pilares para anticipar y reducir el impacto de futuros episodios.
Un llamado urgente: anticipar la sorpresa
El análisis de Cassidy concluye con una advertencia: la mayor falla sería ignorar estos riesgos por ser invisibles. Solo la preparación, la vigilancia activa y la cooperación global pueden evitar que un volcán olvidado desate una nueva crisis humanitaria y ambiental. La historia reciente demuestra que ningún rincón del planeta está realmente a salvo de los efectos de una erupción inesperada; el desafío es reconocerlo y actuar en consecuencia.
(con información de EFE)
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