Exilio y persecución: la historia de un uigur atrapado en la red de China

Huyó de la brutal represión, sólo para descubrir, como tantos refugiados uigures, que el poder de Beijing se extiende mucho más allá de sus fronteras

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Manifestantes de etnia uigur se enfrentan a la policía antidisturbios mientras intentan continuar una sentada de protesta contra China, frente al consulado chino en Estambul, Turquía (REUTERS/Dilara Senkaya)
Manifestantes de etnia uigur se enfrentan a la policía antidisturbios mientras intentan continuar una sentada de protesta contra China, frente al consulado chino en Estambul, Turquía (REUTERS/Dilara Senkaya)

“De niño, cuando venían los soldados, sabía lo que tenía que hacer,” recuerda Hasan Imam en diálogo con The New York Times. Vivía en Kargilik, una pequeña aldea del remoto Xinjiang, entre el desierto de Taklamakan y las montañas de Kunlun. A los niños uigures no registrados como él les bastaba con escuchar una puerta golpear o el zumbido de las motos del Partido Comunista acercándose para saber que debían correr. Imam y su hermano menor, el otro “oculto” de la familia, corrían hacia el granero de heno detrás de la casa. Se deslizaban dentro de una pila que el padre había dispuesto como refugio, casi una cama en las profundidades del heno. Los hermanos se quedaban allí, sin respirar, mientras escuchaban a los hombres hablar y registrar la casa. Solo salían cuando se iban, a veces después de horas en que los pequeños se adormecían en su escondite.

El presidente chino, Xi Jinping (Europa Press/Li Xueren)
El presidente chino, Xi Jinping (Europa Press/Li Xueren)

Eran años de prohibiciones y números. Una nueva regla en 1988 limitaba los hijos que las familias uigures podían tener: tres en el campo, dos en las ciudades. Imam era el quinto hijo de la familia y, como no estaba registrado, para el gobierno chino simplemente no existía. Nadie debía saber que estaba allí; de haberlo sabido, los padres habrían recibido duras multas o el riesgo de prisión, además de sanciones de trabajo forzado y represión. Era parte de la política que ya etiquetaba a la población uigur de Xinjiang como “problemática y separatista”. Para entonces, el gobierno enviaba cada año a más colonos chinos de etnia Han a la región, buscando diluir la influencia uigur, reducir su cultura, sus familias, sus vidas, a estadísticas que el gobierno pudiera manipular.

Entonces, después de que Xi Jinping llegó al poder, el peso de esas reglas se sintió más feroz. Pronto hablarían de una “gran muralla de hierro” en Xinjiang, la intensificación de la vigilancia y las detenciones sin juicio. Sin una tarjeta de identificación, sin certificado de nacimiento, Imam no era libre ni en su propia aldea, y entendió que si quería vivir en paz, tenía que huir de su hogar.

El éxodo: atravesar Asia hacia Turquía

Imagen de archivo de una manifestación en favor del pueblo uigur en Ginebra, Suiza (EFE/Antonio Broto)
Imagen de archivo de una manifestación en favor del pueblo uigur en Ginebra, Suiza (EFE/Antonio Broto)

El viaje comenzó una fría noche de 2014, cuando Imam abordó un tren en Urumqi usando un documento prestado, dirigiéndose hacia el sur, a Guangzhou, donde un contrabandista conocido como el “intermediario” lo recibió. En el hotel de mala muerte donde se hospedó durante días, compartía el silencio y la paranoia con otros 20 uigures. Finalmente, el intermediario apareció y les indicó que debían entregar sus documentos de identidad y cualquier objeto con escritura china: sería la primera de muchas formas de disolver su identidad en el camino hacia una supuesta libertad.

Eran varios vehículos, intercambiando pasajeros de un automóvil a otro, hasta la frontera vietnamita, donde el grupo fue obligado a subir una montaña a pie, con una madre cargando a su niño pequeño en los brazos. El terreno estaba cubierto de lodo. Imam vio cómo la mujer caía y su hijo gritaba, hasta que un traficante le indicó que le tapara la boca para que no los detectaran. Finalmente, se detuvieron en una pequeña aldea vietnamita, donde recibieron transporte hasta un hotel en Camboya. Imam recuerda aquel lugar abarrotado de uigures como él, muchos de ellos enfermos y desesperados por avanzar hacia Malasia.

Francia, París: Varias personas participan en una manifestación organizada por Amnistía Internacional para denunciar las violaciones de los derechos humanos cometidas en Xinjiang contra la minoría uigur de China (Olivier Donnars/Agencia Le Pictorium vía ZUMA/dpa)
Francia, París: Varias personas participan en una manifestación organizada por Amnistía Internacional para denunciar las violaciones de los derechos humanos cometidas en Xinjiang contra la minoría uigur de China (Olivier Donnars/Agencia Le Pictorium vía ZUMA/dpa)

La huida, sin embargo, terminó en las montañas de Tailandia, cerca de la frontera con Malasia. Una noche, mientras Imam y otros uigures esperaban instrucciones de sus traficantes, la policía tailandesa irrumpió en el lugar, armas y perros en mano. Los llevaron a la estación de policía, donde más cámaras los esperaban para registrar sus rostros. Imam bajó la cabeza, cubriéndose el rostro de las cámaras, temiendo que el gobierno chino viera esas imágenes y diera la orden de su captura.

Los hombres fueron trasladados a un centro de detención en Padang Besar, un lugar donde las normas tailandesas de inmigración aplicaban con crudeza: sin derecho a abogado, sin límite de tiempo de detención, sin visitas. Los días en Padang Besar eran una rutina de hacinamiento y espera. Meses después, un niño de tres años murió de tuberculosis. Otros cayeron enfermos y las infecciones se multiplicaban entre los detenidos. Hasan llegó a aceptar que tal vez pasaría el resto de sus días allí.

Evadir el cautiverio en Sadao y la fuga en la selva

Vista general de un centro de detención en Artux, en la prefectura de Kizilsu, en la región noroccidental china de Xinjiang (Foto de Pedro PARDO / AFP)
Vista general de un centro de detención en Artux, en la prefectura de Kizilsu, en la región noroccidental china de Xinjiang (Foto de Pedro PARDO / AFP)

Una noche de 2015, un pequeño grupo de uigures orquestó su huida. Cavaron durante días a través de las paredes del centro de detención en Sadao, utilizando lo que tenían a mano: una cuchara, un cinturón, un clavo que Imam escondía bajo su almohada. Finalmente lograron abrir un hueco y, entre gritos de esperanza y nerviosismo, 20 hombres lograron atravesar el boquete y escapar al bosque. Caminaron por la selva durante noches enteras, sin rumbo claro, perseguidos por los ladridos de los perros y el eco de las linternas. Después de días sin comida ni agua, lograron cruzar la frontera con Malasia.

Sin embargo, fue en Kuala Lumpur donde la suerte se acabó. Agentes de la policía de Malasia, junto a diplomáticos chinos, arrestaron al grupo. La amenaza de ser enviados de vuelta a China era palpable, pero la intervención de abogados de derechos humanos finalmente los salvó. Después de meses de incertidumbre, lograron obtener documentos para viajar a Estambul, donde al fin podrían rehacer sus vidas.

Para Hasan Imam, llegar a Turquía fue una victoria sin celebración. Su cuerpo aún llevaba las cicatrices del calvario en prisión y las huellas del hambre en la selva. En Estambul, Imam intentó construir un nuevo comienzo, aunque cada noche las pesadillas lo perseguían. “Por las noches, cerraba los ojos y me despertaba cubierto de sudor. Me preguntaba si realmente estaba en libertad o si todo había sido un sueño”.

En Turquía se casó con Aynur, la hija de Muhter, un uigur que compartió celda con él en Tailandia. Aunque Imam vive lejos de las cámaras de vigilancia y de los controles de seguridad, la libertad en el exilio es una ilusión frágil. Su familia en Xinjiang, sus recuerdos, sus raíces, son parte de una vida imposible de recuperar.

La diáspora uigur y el silencio mundial

FILE PHOTO: Demonstrators take part in a protest against China to support the ethnic Uighur community in Istanbul, Turkey, December 9, 2022. REUTERS/Umit Bektas/File Photo
FILE PHOTO: Demonstrators take part in a protest against China to support the ethnic Uighur community in Istanbul, Turkey, December 9, 2022. REUTERS/Umit Bektas/File Photo

El exilio no ha terminado para los uigures, pues la persecución no conoce fronteras. En los últimos años, China ha extendido sus esfuerzos para repatriar a los uigures en el extranjero, logrando que países como Egipto, Arabia Saudita, y los Emiratos Árabes Unidos detengan y devuelvan a sus ciudadanos. Para los 50 uigures que aún permanecen detenidos en Tailandia, algunos abogados advierten que el proceso de extradición podría acelerarse en cualquier momento.

Mientras tanto, en lugares como Turquía y Canadá, organizaciones humanitarias intentan brindar apoyo a la diáspora uigur, pero el peso de la influencia económica de China mantiene la cuestión silenciada en muchas esferas de la política internacional.

“Los uigures no están seguros en ninguna parte”, afirmó a The New York Times un investigador del Proyecto de Derechos Humanos Uigur (UHRP). Cada vez más, gobiernos de países asiáticos y árabes han firmado acuerdos de extradición con China, sometiendo a esta población a una vigilancia que parece no tener final. Cada historia de detención y represión es un recordatorio de que, aunque Hasan Imam llegó a Estambul, aún sigue siendo un fugitivo, uno de miles que siguen siendo perseguidos, incluso en sus sueños.

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