A un año de la caída de Kabul, cómo funciona la misión que continúa evacuando a los afganos más vulnerables

En diálogo con Infobae, dos veteranos de EEUU al frente de Operation Snow Leopard cuentan cómo rescatan a mujeres líderes, defensores de los derechos humanos y otras minorías que se han quedado atrás

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Los infantes de marina de los EEUU con la 24ª Unidad Expedicionaria  (MEU) procesan a los evacuados (Victor Mancilla/REUTERS)
Los infantes de marina de los EEUU con la 24ª Unidad Expedicionaria (MEU) procesan a los evacuados (Victor Mancilla/REUTERS)

Los leopardos de las nieves son escurridizos. Son los más elusivos de los felinos. Y hay cada vez menos: su población está disminuyendo por la caza furtiva y la destrucción del hábitat. Se calcula que no quedan más de 200 ejemplares en Afganistán.

Pero los leopardos de las nieves han evolucionado para vivir en algunas de las condiciones más duras de la Tierra. Y, como el felino del que tomó su nombre, Operation Snow Leopard es también una lucha por la supervivencia.

Es una misión que facilita la evacuación y el reasentamiento seguros y continuos de afganos de alto riesgo, incluidas mujeres líderes, defensores de los derechos humanos, abogados, periodistas, intérpretes y otras minorías vulnerables que se han quedado atrás luego de la toma de Kabul por los talibanes en 2021.

Un grupo de veteranos y aliados civiles se ha comprometido a cumplir su promesa a sus aliados afganos y hasta el momento, ha evacuado 1.657 afganos de alto riesgo. El objetivo es evacuar a al menos otros 1000 afganos más para enero de 2024.

Porque en Afganistán, el tiempo apremia.

Las mujeres vieron sus vidas incendiarse de un día para el otro. Las predicciones se han cumplido. Generaciones enteras que habían avanzado abismalmente desde que terminó el primer régimen talibán -que gobernó Afganistán entre 1996 y 2001- sufren graves restricciones al acceso a la educación y al trabajo.

Las adolescentes todavía no pueden ir al colegio (por eso surgieron escuelas clandestinas), y las mujeres fueron empujadas nuevamente a las sombras: deben cubrirse de la cabeza a los pies en público; sólo sus ojos son libres.

A poco más de un año desde que los talibanes tomaron Kabul, a los insurgentes no se les ha hecho fácil gobernar. Se encuentran aislados a nivel internacional, y los millones de afganos que se quedaron en el país fueron empujados a la pobreza y a la hambruna.

Millones de vidas están en juego luego de que se redujera de manera dramática la ayuda humanitaria. Ramiz Alakbarov, el jefe humanitario de la ONU para Afganistán, advirtió que el país se enfrenta a una “catástrofe pura” durante el próximo invierno a menos que se logren donaciones que alcancen los 2.600 millones de dólares.

Más de 19 millones de afganos viven en “inseguridad alimentaria”; 35 millones en la pobreza y 6,6 millones están clasificados en el nivel de emergencia: están a un sólo paso de la hambruna. Los hospitales están repletos de niños desnutridos que probablemente no sobrevivan los próximos meses.

Una mujer afgana que sostiene a su hijo suplica en un pavimento cubierto de nieve en Kabul (REUTERS/Ali Khara/File Photo)
Una mujer afgana que sostiene a su hijo suplica en un pavimento cubierto de nieve en Kabul (REUTERS/Ali Khara/File Photo)

Miles de afganos se agolparon en el Aeropuerto Internacional de Kabul un año atrás para huir de los talibanes en medio de la frenética retirada militar estadounidense. Hombres desesperados se aferraron a las ruedas de los aviones: cayeron y murieron.

Muchos lograron escapar. Otros siguen intentándolo.

Durante 20 años, los afganos aliados de EEUU lucharon y trabajaron codo a codo con las fuerzas armadas en la guerra más larga de la historia estadounidense. Y hace 12 meses veteranos, civiles de primera línea y voluntarios lo dejaron todo para hacer su parte y ayudar a recoger los pedazos.

“Operation Snow Leopard comenzó alrededor de la época de la caída de Kabul cuando muchos veteranos militares estadounidenses, organizaciones privadas y organizaciones sin fines de lucro, se pusieron de pie para ayudar a responder a la amenaza que se avecinaba para muchos de sus colegas que quedaron atrás”, dice a Infobae Karen Kraft, ex oficial de la Reserva del Ejército y presidenta de la organización sin fines de lucro Veterans in Media and Entertainment (VME) con sede en Los Ángeles. Hace un año trabaja 24/7 en este operativo, Con la bendición de su familia, dejó de lado su carrera para focalizarse en rescatar a afganos vulnerables.

Ella es una de las integrantes de la delegación liderada por el ex congresista Briand Baird, que viajó a la Argentina de la mano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Austral y el Círculo de Legisladores de la Nación Argentina para hablar sobre esta operación en una mesa de diálogo bajo el nombre “Desafío Afganistán”. Para esta entrevista por videollamada, Kraft logró que una senadora le preste su despacho.

“Nos conmovió lo que vimos y pensamos en ponernos de pie y echar una mano. Dado que tenemos un grupo tan diverso y con edades y experiencias desde los 20 años hasta un veterano de la Segunda Guerra Mundial, tenemos muchos conjuntos de habilidades diferentes”, cuenta Kraft, en cuyo equipo de unas 70 personas hay criptólogos lingüísticos, antiguos pilotos de aviación de boinas verdes, controladores de aeronaves, y otras especializaciones que los ayudan a reunir información para tratar de sacar de Afganistán a las personas que están en su lista, especialmente mujeres líderes.

Jason Hatch es otra de las cabezas del equipo que está con Kraft en esta entrevista. Es un oficial retirado con 24 años de carrera en el ejército, como oficial de caballería en tanques y trabajando para la Agencia de Inteligencia de la Defensa de EEUU en África subsahariana como agregado militar y luego, después de jubilarse, se focalizó en problemáticas como tráfico sexual y la resiliencia internacional ante desastres.

Cuando explotó el caos en Kabul, Hatch fue uno de los primeros a los que contactó Kraft. “Les dijimos durante 20 años que podrían tener una democracia en la que las mujeres pudieran votar y que pudieran usar jeans azules y que pudieran compartir sus pensamientos y luego, en una noche, todo eso se ha ido. Y si ellos no se han rendido, no podemos rendirnos”, afirma Hatch en diálogo con Infobae.

Karen Krafy y Jason Hatch
Karen Krafy y Jason Hatch

El dificultoso y burocrático plan de escape

La idea era ayudar a rescatar a mujeres y niñas afganas, líderes que eran jueces, activistas, defensoras de derechos humanos, personas que eran pasadas por alto. Hatch comenzó a crear “procesos” y conseguir documentos para lograr sacarlas del país. A través de una red de inteligencia empezaron a llamar a contactos y naciones para que presten su ayuda. Se requería mucha asistencia y preparación, especialmente teniendo en cuenta que estas personas se iban de Afganistán muchas veces con sólo una mochila al hombro. La misión era acompañar el trauma de esta gente encontrando un lugar que los reciba de manera apropiada.

“No dormimos durante semanas”, admite Kraft.

“Habíamos recibido muchos nombres inicialmente por parte de los intérpretes afganos y afgano-estadounidenses. Realmente nuestro operativo se basa en ellos”, aclara Hatch. “Es importante señalar que cualquier organización que tuvo éxito durante todo el proceso de evacuación es porque confiaron en sus intérpretes afganos y en el pueblo afgano que trabajaba en sus ONG para que eso sucediera”.

Entre los primeros en contactarlos estaban la senadora canadiense Marilou Mcphedran y su jefa de Gabinete, una ex atleta olímpica de Canadá, que tenían esta enorme lista de personas, principalmente mujeres y niñas, que estaban tratando de sacar. Luego comenzaron a contactarlos otras organizaciones, como la Asociación Internacional de Mujeres Jueces.

“Teníamos un sistema muy bueno en el lugar. No estoy desacreditando a ninguna otra organización que haya existido. Pero por alguna razón, conocían nuestra reputación de ser útiles y tuvimos un buen historial de éxito. Entonces la gente se comunicaba con nosotros por correo electrónico, por WhatsApp… y tuvimos que desarrollar protocolos para evaluarlos y asegurarnos de que no fueran infiltrados talibanes o de otros grupos nefastos y eran quienes decían ser y realmente necesitaban nuestra ayuda”.

Cuando logran evacuar, llevan a los afganos a un primer lugar y luego a un segundo. Y luego potencialmente a un tercer o cuarto lugar. “Es muy difícil para ellos. Pero la amenaza es muy real. Así que están dispuestos a ser pacientes con los problemas porque, sinceramente, no hay alternativa para los que quedan en nuestra lista. No van a tener futuro en Afganistán”, resume Hatch.

La vida después del rescate

En la mayoría de los casos, los afganos que han evacuado se adaptan muy bien, se reencuentran con familiares o amigos, y los gobiernos los han apoyado. En otros lugares no ha sido tan fácil: “Nos ha llamado a todos por sorpresa, pero hay algunos lugares que no tenían nada preparado. Y eso realmente causó un trauma adicional a los refugiados que enviamos allí o que fueron enviados allí. Y no hay muchas puertas abiertas ahora. Quiero ser honesto. Es solo la forma en la que está todo por la situación en Ucrania”.

La mayor parte de los rescatados hasta el momento llegó a América del Norte, lo que facilitó bastante el operativo. “En algunos lugares no tenían todo ya listo, pero hicieron un buen trabajo armando los escenarios de recepción y acogida. Muchos de nuestros primeros amigos fueron a campamentos militares estadounidenses. Pensamos que sería traumático para ellos. Pero luego te das cuenta de que Afganistán trabajó mucho con los estadounidenses así que no fue un gran shock cultural”.

Luego intervienen el Departamento de Estado y el Departamento de Seguridad Nacional de EEUU, entre otras instituciones, quienes trasladan a las familias a lugares donde hay alojamiento y comida.

En otros lugares la experiencia no ha sido nada grata, y los afganos han sufrido la xenofobia de manera directa.

Una persona vuela una cometa en Londres durante 'Fly With Me', un festival de cometas que celebra la cultura afgana, realizado en solidaridad con el pueblo de Afganistán  (REUTERS/Henry Nicholls)
Una persona vuela una cometa en Londres durante 'Fly With Me', un festival de cometas que celebra la cultura afgana, realizado en solidaridad con el pueblo de Afganistán (REUTERS/Henry Nicholls)

Y para los veteranos y civiles que los ayudaron a escapar, esta situación es simplemente desgarradora. “Una vez que pasamos por ese proceso, comienzas a hablar con las personas, pasas de ser formal y de que sea un encuentro traumático a convertirte en amigo. Te vuelves más que eso porque te das cuenta de que eres el salvavidas para ellos y, a veces, realmente solo la única voz que puede ayudarlos. Así que es una línea muy fina entre dar esperanza y no dar falsas esperanzas”, admite Hatch.

Un operativo que no desiste y los afganos que quedaron atrás

“Pensamos que solo íbamos a hacer esto por un corto período de tiempo y nos dimos cuenta de que teníamos que comprometernos al menos un año porque las puertas se empezaron a cerrar y cerrar”, dice Kraft. Y ahora, mientras los talibanes toman el control cada vez más, se torna más complicado, y “uno puede ver cómo se pisotean los derechos de las mujeres. Se evaporan”.

Habla y piensa en una médica afgana, una mujer a la que adora y que tenía un futuro brillante, como todas las otras mujeres de su país. “Todo eso se les ha sido arrancado. Ellas solo quieren vivir su vida libremente. Quieren poder salir y caminar a su trabajo y tener la carrera de su elección. Trabajar duro, ir a la escuela. Quieren mantener a su familia, tal vez a los padres. Quieren casarse con quien quieren casarse”.

“Uno escucha estas historias, las conoce y es realmente desgarrador que algunas de ellas se vuelvan muy cercanas y de repente sean arrestadas porque un vecino los entregó, quizás porque estaba hambriento o por otras razones: simplemente por el miedo de tener a alguien que es un objetivo de alto valor cerca. De golpe las conversaciones se detienen en seco, y no sabes qué pasó, y ahora tienes que pedirle a otras personas que busquen y verifiquen y luego tratas de triangular para averiguar dónde están. Pero lo que realmente duele es cuando nunca recibes una respuesta. En verdad duele”.

Y también ha habido otras situaciones terribles. Sólo Hatch ha documentado más de 100 casos de abusos contra los derechos humanos -violación y tortura- y los ha presentado a la ONU.

“Nosotros dimos un paso al frente para ayudar y no sabíamos que veríamos tal fealdad. Pero también vemos mucha esperanza, vemos mucha gente a pesar de lo difíciles que son las circunstancias, todavía están pidiendo y buscando ayuda porque creen que hay un futuro más amplio”, afirma Kraft.

“Es el trabajo más significativo que he hecho en mi vida”, agrega. “Y no sólo por ayudarlos; son los lazos que haces con estas personas y luego te conviertes en familia. Por ejemplo, Jason y yo. Ambos somos veteranos, pero hay muchos en nuestro grupo que no lo son y nuestro grupo está dirigido principalmente por mujeres, pero hay un vínculo aquí, no importa en qué parte del mundo te encuentres. Estas personas te apoyarán y te ayudarán, y eso es realmente especial. Creo que todos anhelamos el sentido de la vida y saber que realmente puedes afectar el cambio en la vida de alguien es bastante raro”.

Hatch también se conmueve: “Tengo a mi familia. Tengo a mi familia veterana de mi tiempo en el ejército. Tengo mi familia africana porque pasé ocho años en África. Y ahora tengo una familia en Afganistán”.

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