El Líbano, ejemplo de cómo un país puede desmoronarse en muy poco tiempo

Hace 10 años, se había recuperado completamente de la guerra civil y relucía como una joya. Una serie de malas decisiones políticas y económicas provocaron un colapso inédito que sumió al 78% de la población en la pobreza

Compartir
Compartir articulo
Una mujer sale de la panadería del barrio de Nabaa, en el sur de Beirut, con el pan que logró comprar en el lugar colapsado de clientes. (Photo by ANWAR AMRO / AFP)
Una mujer sale de la panadería del barrio de Nabaa, en el sur de Beirut, con el pan que logró comprar en el lugar colapsado de clientes. (Photo by ANWAR AMRO / AFP)

Tras años de reconstrucción, el centro histórico de Beirut resplandeció. La famosa Torre del Reloj del distrito de Solidere recuperó su brillo original. El cuadrado de Nejme, donde se levanta, volvió a florecer y enverdecer. El nuevo paseo de la bahía de Zaituna exhibía el poderío de los jeques de los Emiratos que amarraban allí sus extraordinarios yates. La Corniche, la tradicional costanera beirutana, se llenaba de familias en el momento que caía el sol para recibir la brisa fresca del Mediterraneo. Había pasado casi un cuarto de siglo del fin de la guerra civil (1975-1990) y El Líbano parecía haber curado las heridas y recuperado el esplendor de cuando se hablaba de “la París de Medio Oriente”.

La guerra civil en la vecina Siria comenzó a desmantelar la recuperación en 2011. Un millón de refugiados pesó demasiado en la economía libanesa. El sur del país todavía seguía castigado por las guerras del partido militarizado shiíta, Hezbollah, con los israelíes. El mismo grupo terrorista se entrometía en nombre de Irán en la contienda siria y los pueblos sureños viven desde entonces de funeral en funeral. Luego vino la crisis política que dejó al país sin gobierno formal por años. Estallaron las protestas populares. La gente reclamó por la crisis económica. Se impuso un corralito financiero. La gota final fue la terrible explosión del puerto de Beirut del 4 de agosto de 2020 que devastó una buena parte de la ciudad y dejó 200 muertos. A partir de ese momento comenzó el colapso generalizado con una crisis del sector energético que llevó a una escasez de agua. Las otras fichas de la falta de alimentos y combustible fueron cayendo muy rápidamente.

El Banco Mundial describe la situación del país como “una de las crisis más graves del mundo desde mediados del siglo XIX”. Y en los centros de estudio ya colocan a El Líbano como ejemplo de “cuan profundo y rápido un país puede caer”. La escritora y traductora, Lina Mounzer, lo relató de esta manera en el diario libanés L’Orient Today: “Nunca pensé que viviría para ver el fin del mundo. Pero eso es exactamente lo que estamos viviendo hoy en el Líbano. El fin de toda una forma de vida. Leo los titulares sobre nosotros y son una lista de hechos y cifras. La sociedad está al borde de la implosión total”.

Interminable cola de vehículos esperando cargar combustible en el barrio beirutano de Doura. REUTERS/Issam Abdallah.
Interminable cola de vehículos esperando cargar combustible en el barrio beirutano de Doura. REUTERS/Issam Abdallah.

La moneda perdió más del 90% de su valor desde 2019; se calcula que el 78% de la población vive en la pobreza; hay una grave escasez de combustible y gas; los alimentos aumentaron un 500% en un año; y el salario mínimo está por debajo de los 50 dólares. Las redes sociales están repletas de pedidos de ayuda porque no se consiguen una proporción amplia de medicinas. Algunos anuncian que cambian unas pastillas para un tratamiento contra el cáncer a cambio de botellones de agua. Las colas en las gasolineras son interminables, los conductores se ponen en la fila a la medianoche y duermen en sus autos a la espera de que abran a la mañana siguiente. Muchas veces, es todo inútil. Se pasan toda la noche en vano porque no llega ningún camión con combustible.

La crisis económica, como sucede siempre en Medio Oriente, desató una puja geopolítica. Tras el quite del subsidio a los combustibles y el aumento del precio de la gasolina de un 66%, se buscaron soluciones en el exterior. Hassan Nasrallah, el líder del Hezbollah, que opera como un poder paralelo al del gobierno, acudió a pedir ayuda a sus aliados iraníes. Desde Teherán anunciaron inmediatamente que en los próximos días llegará al puerto de Beirut un buque petrolero con cientos de miles de litros de combustible. La maniobra desafía las sanciones de Estados Unidos impuestas sobre Irán por su carrera nuclear. La embajadora estadounidense en Líbano, Dorothy Shea, entonces anunció la posible importación de carburante desde Jordania vía Siria. Otra jugada arriesgada porque le da aire al régimen de Bashar al Assad. También hay una posibilidad de recibir gas desde Egipto. Y todo parece estar más cerca de los intereses de las potencias que del pueblo libanés. “Da igual cuál de estas opciones se materialice, esto no es una solución, es como poner una venda en un tumor. Esto es un golpe mediático más que una solución real a la catastrófica crisis de la gasolina”, afirma Karim Merhej, analista del Tahrir Institute.

Según Merhej, el duelo entre el campo pro-iraní y pro-estadounidense refleja el intento de la elite política libanesa de prolongar un sistema que condujo al Líbano al colapso económico. Una de las claves de esta crisis es la ineficiencia de la empresa pública de electricidad que cuesta a los libaneses más de mil millones de dólares al año y es incapaz de producir más de tres horas de electricidad al día. Para Merhej, la solución pasa por tres reformas estructurales: “la transición a energías renovables, una reforma completa de la compañía de electricidad y tener un sistema de transporte publico bien conectado. Desafortunadamente ahora todo eso podría llegar demasiado tarde, estas reformas se tendrían que haberse implementado hace 20 años”.

Los ministros de energía de El Líbano, Jordania, Siria y Egipto reunidos la última semana en Amman para tratar la crisis libanesa. REUTERS/Alaa Al Sukhni
Los ministros de energía de El Líbano, Jordania, Siria y Egipto reunidos la última semana en Amman para tratar la crisis libanesa. REUTERS/Alaa Al Sukhni

La falta de electricidad es el peor castigo. Cada barrio tiene luz entre una y tres horas al día. El resto, proviene de los enormes generadores instalados en las veredas o, directamente, en las calles. Pero tampoco pueden funcionar muchas horas al día, no hay gasoil. La falta de electricidad, por ejemplo, terminó con la importante vida nocturna de Beirut. En el último año cerraron más de 1.000 restaurantes que dejaron sin trabajo a más de 25.000 personas en forma directa y muchas más en forma indirecta.

“Beirut, tal y como la conocíamos, ha desaparecido. Incluso durante la guerra civil de 1975-90, la ciudad gozaba de cierto aire bohemio. Había bombardeos, pero también glamour, un entusiasmo por la vida. Pero ahora las zonas de vida nocturna están en su mayoría cerradas y oscuras. Durante la guerra había un alto el fuego que permitía un cierto descanso, aunque fuera fugaz. Pero en un mundo que funciona con combustibles fósiles, ¿qué vida es posible cuando ya no están disponibles? ¿Qué vida sin electricidad, sin coches, sin gas para cocinar, sin Internet, sin agua potable? No hay descanso en este tipo de guerra económica”, describe la escritora Lina Mounzer.

La clase media que todavía cuenta con algunos recursos tomó el mismo camino que transitó durante la guerra: irse a vivir al exterior. El punto más cerca y directo es el de Chipre. Larnaca está a 25 minutos en avión. En los 80 se instalaron en la isla más de 100.000 familias libanesas. Ahora no hay cifras exactas, pero se calcula que llegaron unos 60.000 libaneses en los últimos meses. El empresario libanés Georges Chahwan, propietario de decenas de proyectos inmobiliarios en Chipre, dijo a la televisión francesa que vendió “casi 400 apartamentos a libaneses entre 2016 y 2021... incluyendo un centenar en los últimos seis meses”. La isla es miembro de la Unión Europea y ofrece residencia permanente para un determinado nivel de inversión en bienes raíces, explicó. Claro que todo esto es para los que pudieron sostener sus ahorros porque el 65% de la clase media, unos 3,25 millones de personas, cayeron en la pobreza.

Los libaneses se sentían orgullosos de su resiliencia. Decían que podían sobrevivir a todo. Habían superado 15 años de guerra, la invasión y la tensión política con Siria, guerras con Israel, el colapso de la economía. Pero ahora se dan cuenta que siempre se puede caer un poco más. Líbano es una prueba para muchas otras sociedades del planeta que se sienten invulnerables y que, de un día para el otro, pueden terminar en un abismo inconmensurable teniendo todo para ser prósperos.

SEGUIR LEYENDO: