Chalecos verdes para detener el cambio climático

El debate en la cumbre de medio ambiente que se realiza en Polonia. Los que se niegan a pagar más caros los combustibles contaminantes contra los que luchan para que sus países no desaparezcan bajo las aguas

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Protestas contra el cambio climático en EEUU (AFP)
Protestas contra el cambio climático en EEUU (AFP)

Son los "chalecos amarillos" franceses contra los "chalecos verdes" del resto de Europa y buena parte del mundo. Los galos destrozaron el Arco del Triunfo y casi incendian París en protesta por un "impuesto ecológico" que aumentaba el precio de los combustibles más contaminantes. Los otros, los que creen que hay que hacer lo imposible para detener la emisión de gases que producen el efecto invernadero y el cambio climático, intentan evitar nuevas confrontaciones en Francia y en el mundo. Para encontrar un punto de equilibrio entre los campos en conflicto proponen la fórmula de la "transición justa" que logre la sostenibilidad minimizando costes sociales y económicos.

Este "choque de chalecos" es el que sobrevuela todas las discusiones de la COP24, la cumbre anual de las Naciones Unidas para intentar detener el calentamiento global, que finaliza hoy en Katowice, en la Silesia polaca. Es la reunión más importante desde la que consiguió el Acuerdo de París en 2015 y se espera que logre un consenso para poner en práctica esos recortes de emisiones acordados hace tres años.

Una tarea nada fácil si se tiene en cuenta que el presidente Donald Trump, el líder del segundo país más contaminante de la Tierra (en realidad, disputa el primer puesto con China) es un negacionista del cambio climático y desconoce el acuerdo firmado por su antecesor Barack Obama. Su representante y asesor, Wells Griffith, dijo en la cumbre que "creemos firmemente que ningún país debe sacrificar su prosperidad económica o seguridad energética para lograr una sustentabilidad del medio ambiente".

La cumbre en Polonia (Reuters)
La cumbre en Polonia (Reuters)

El auditorio estalló en risas para no llorar. No fue el único con esa posición. El presidente del país anfitrión, Polonia, Andrzej Duda, abrió la cumbre con un discurso ambiguo en el que pidió no limitar la soberanía nacional ni el derecho sobre sus recursos energéticos. "El uso de los recursos naturales propios, en el caso de Polonia del carbón, y la seguridad energética que esto nos reporta no está en conflicto con la protección del clima y con el avance hacia una política climática más activa", dijo.

Polonia depende en un 80% del carbón para producir su energía, aunque pretende reducir su peso al 60% para 2030 y al 30% para 2040, tomando como referencia los niveles de 1990, gracias a una política energética basada en la energía nuclear. El asesor de la Asociación Eléctrica de Polonia, Krzysztot Laskowski, trajo a la realidad esos números en uno de los debates de la cumbre. "El costo que tendrá la inevitable 'decarbonización' de la economía polaca será altísimo y tendremos dificultades técnicas e incluso oposición popular", dijo.

Hasta los más comprometidos con los recortes de las emisiones de gases contaminantes como Emmanuel Macron se encuentran en una difícil situación para cumplir sus promesas. Las protestas de los "chalecos amarillos" por el aumento de los combustibles que más contaminan, un impuesto ecológico, -que hace una semana acabaron en una batalla campal en París con un muerto, 263 heridos y 412 detenidos- hicieron dar marcha atrás al presidente francés. Las manifestaciones de los "gilets jaunes" son una muestra clara de que avanzar hacia una economía descarbonizada y sostenible tiene un evidente coste económico y social, un problema que se debe afrontar e incluir en el debate climático.

Una protesta por el cambio climático en EEUU (AFP)
Una protesta por el cambio climático en EEUU (AFP)

El término "transición justa", que ya se incluyó en el Acuerdo de París de 2015 y que se empleaba ya desde hace años en estos debates, cobró actualidad en Katowice. El presidente de la COP24, Michal Kurtyka, dijo en su discurso inaugural que es tarea de los gobiernos "asegurar un cambio estructural justo que permita proteger el clima y a la vez mantener el desarrollo económico y el empleo".

Habla de arropar a los "perdedores", a los más vulnerables, en esta reconversión inevitable de las energías. Son millones de puestos de trabajo y regiones enteras en peligro si se cierran minas y centrales térmicas, o si la industria automovilística global adopta una radical reconversión para deshacerse de los modelos con motores a explosión por sistemas eléctricos.

El ex ministro peruano Manuel Pulgar-Vidal, ahora director del WWF, el Fondo para la Naturaleza, aseguró en uno de los paneles de discusión que si bien la reconversión industrial con el abandono de los combustibles fósiles y la revolución científica y tecnológica son inevitables "los gobiernos deben incluir consideraciones sociales y mecanismos de transición justa. De lo contrario, tendremos muchas más reacciones como las que vimos en los últimos días en París".

En la cumbre de Copenhague, la COP15, en diciembre de 2009, todo estaba listo para alcanzar un acuerdo global que nos permitiera evitar el calentamiento de la temperatura del planeta por encima de los dos grados centígrados, la barrera que los científicos creen que si sobrepasa tendremos que enfrentar graves consecuencias ambientales. Estaban reunidos en una sala y sin mediadores Obama, Sarkozy, Lula da Silva, el premier chino Wen Jiabao, y otra decena de líderes globales. Pero no se pudo avanzar. Salió un acuerdo de compromiso, para salvar la cara, firmado por China, India, Brasil y Sudáfrica y acompañado por Estados Unidos. En el aeropuerto, al pie del avión, en la noche del 18 de diciembre de ese 2009, Obama dio a conocer el acuerdo (que posteriormente fue aceptado también por la Unión Europea) a espaldas de los delegados y la prensa. El texto, no vinculante, sin objetivos claros, sin plazos ni extensión del Protocolo de Kyoto, que había sido hasta ese momento el único acuerdo global, fue considerado como un fracaso.

Protestas de los “chalecos amarillos” en París
Protestas de los “chalecos amarillos” en París

La diferencia sustancial, nueve años más tarde, es que en Katowice no hay ningún líder internacional para firmar el posible acuerdo. Y el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, tuvo que regresar inesperadamente a la cumbre para urgir a los representantes de los casi 200 países presentes a que lleguen a una conclusión. Como en casi todas las reuniones anteriores, hasta último momento no sabremos si Guterres conseguirá su objetivo. En algunas oportunidades, los delegados se tuvieron que quedar encerrados otros dos días para conseguir algún documento, más por cansancio que por convicción. Por ahora, quedó el compromiso de uno de los pocos líderes que estuvo en la inauguración en Katowice, el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, quien se comprometió a fijar metas más ambiciosas en reducción de emisiones. Dijo que España reducirá un 37% los niveles actuales para 2030 para llegar en 2050 a rebajarlas en al menos un 90%. Expresaba las ambiciones de casi toda Europa y algunos otros países asiáticos pero el resto del mundo sigue dudando y no acciona.

El secretario general de la ONU advirtió que sería "suicida" no tomar acción. Pero Estados Unidos, Arabia Saudita, Rusia y Kuwait se unieron para cuestionar la premisa básica que subyace en las conversaciones: que 1,5 grados de calentamiento causarán una calamidad global. Para evitar eso, la contaminación global por carbono proveniente de combustibles fósiles y otras fuentes tendría que reducirse a la mitad en solo una década, según el último informe del panel intergubernamental sobre cambio climático.

¿Qué gobernante que quiera ser reelegido va a enfrentar al mismo tiempo a empresarios, trabajadores y contrincantes populistas para solucionar un problema que afecta a todo el mundo y sus consecuencias más graves recién se van a sentir en 20 años? David Paul, el ministro de medio ambiente de la República de las Islas Marshall, el pequeño país oceánico perdido en el medio del Pacífico, y que los científicos dicen que es posible que deje de existir en poco tiempo por el aumento del nivel de las aguas, fue "el héroe" que hizo tambalear las convicciones de los negacionistas en la antigua Katowice.

En toda Francia se han desplegado medidas de seguridad excepcionales, sobre todo en París, donde las escenas de guerrilla urbana impactaron al país y al mundo (REUTERS/Piroschka van de Wouw)
En toda Francia se han desplegado medidas de seguridad excepcionales, sobre todo en París, donde las escenas de guerrilla urbana impactaron al país y al mundo (REUTERS/Piroschka van de Wouw)

Hace dos meses, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático -del que participan los científicos más relevantes en el tema- emitió un informe diciendo que la diferencia entre 1,5 y 2 grados de calentamiento global podría ser catastrófica. Actualmente el mundo está en camino de calentarse más de 3 grados. Hace tres años la contaminación por combustibles fósiles parecía haberse estabilizado, una señal de que las emisiones podrían caer en los próximos años. Pero ahora esos niveles de contaminación de dióxido de carbono han aumentado considerablemente, impulsados en gran medida por la quema de carbón.

"Tenemos 12 años para revertir estas tendencias", comenzó diciendo el ministro David Paul, citando la fecha límite marcada por los expertos para entrar en una zona de no retorno. "No podemos perder tiempo en estas discusiones. Se necesita accionar. Hay que llegar a la gente menos informada, a la más expuesta al cambio climático, a la más vulnerable. Si nos ganamos su confianza, ellos podrán revertir esto. Tenemos esa oportunidad. Tenemos que aprovecharla. Está en juego la existencia de mi país y nuestra gente y nuestra cultura. Pero también la de muchos otros países más relevantes y sus poblaciones. Antes decíamos que si no actuábamos en dos o tres décadas íbamos a tener problemas. Ahora, ya estamos metidos en el problema hasta el cuello y hay que hacer todo lo que esté a nuestro alcance para sobrevivir".

El principio de la solución, de acuerdo a la posición de Paul, sería que los "chalecos amarillos" entiendan que no nos podemos "dar el lujo" de seguir consumiendo gasolina barata mientras seguimos contaminando y que los negacionistas comprendan que si siguen acumulando riqueza, no tendrán dónde "darse el lujo" de disfrutarla. Bajo ese principio, se podría crear una enorme marea de "chalecos verdes" en un planeta habitable. Una transición justa.

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