
José López Portillo fue presidente de México de 1976 a 1982. Era abogado egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y antes de llegar a la presidencia, se desarrolló como titular de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) en donde reformó el sistema tributario mexicano, incrementando sustancialmente los ingresos del gobierno.
Al inicio de su periodo, al frente de la República, en 1976, México enfrentaba una severa crisis económica. Y es que, tras el periodo de desarrollo estabilizador vivido en la década de los sesenta, las políticas del gobierno de Luis Echeverría Álvarez se enfocaron en apaciguar el descontento social derivado de las protestas estudiantiles de 1968.
Durante su mandato, hubo varios momentos que fueron representativos, por ejemplo, cuando dijo que “defendería el peso como un perro”, o cuando, en su último informe de gobierno, en 1982, lloró en San Lázaro. Este último suceso, en el que también golpeó con el puño un mueble, se debió a que cuando inició su gobierno, decidió que en la economía mexicana, durante todo el sexenio, la base de la economía sería el petróleo.
López Portillo estaba tan convencido de que apostar todo el combustible haría de México un país rico y dijo a los ciudadanos que habría que aprender a “administrar la abundancia”. La decisión no surgió los efectos esperados, y en su lugar, la medida hundió a México en una de las peores crisis de la historia de México. Como resultado a esta medida se tuvo que devaluar el peso mexicano y nacionalizar la banca, siendo esa la razón por la que José López Portillo lloró durante su último informe de gobierno el 1 de septiembre de 1982.

El presidente dijo que sus lágrimas eran por haber fallado a los mexicano y a los “desposeídos y marginados”.
“No vengo aquí a vender paraísos perdidos, ni a buscar indulgencias históricas (...) decir la verdad, la mía, es mi obligación, pero también mi derecho (...), soy responsable del timón, pero no de la tormenta (..) he expedido en consecuencia dos decretos, uno, se nacionalizan los bancos privados del país (...) a los desposeídos y marginados, a los que hace seis años les pedí un perdón”, dijo antes de soltar algunas lágrimas de sus ojos.
Anteriormente, el presidente había dicho otra de sus frases más célebres, y por las que más se le recuerda en la actualidad. Fue el 17 de agosto de 1981, cuando exclamó la frase: “defenderé el peso como un perro”. Acto seguido, el 17 de febrero de 1982 fue cuando se retiró el Banco de México del mercado de cambios y el gobierno se vio forzado a declararse en moratoria de pagos y tuvo que devaluar de 22 a 70 pesos por dólar.
La crisis inició a principios de la década de los años 80, cuando se estableció un periodo particularmente complejo en la economía mexicana. El precio del petróleo se desplomó en un marco de inmensa deuda externa, el peso estaba sobrevaluado y lo único certero era que la moneda se depreciaría. Al tiempo en que en el extranjero se pagaban altas tasas de interés.

La sobreoferta de los países productores y el ahorro de energía de los países consumidores provocaron, a partir de junio de 1981, el desplome de los precios del petróleo, que arrastró en su caída a la economía nacional petrolizada.
Los préstamos poco responsables, que sumados a la falta de visión y a una corrupción inminente en el gobierno federal, terminaron no sólo por reducir a cero los beneficios del petróleo, sino a multiplicar la deuda externa y a devaluar en más de un 400 % el valor de nuestra moneda.
Para 1982 México había sido afectado por la más profunda y prolongada recesión económica de los últimos 50 años. Aunque fuerzas externas fueron determinantes en el agravamiento de la crisis, otros factores no menos importantes actuaron, como por ejemplo la inconsistencia en el manejo de políticas económicas.
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