
Cuauhtémoc ascendió al poder a los 25 años tras la lapidación de Moctezuma II y el breve gobierno de su primo Cuitláhuac quién murió por la viruela apenas unos 80 días después. Fue testigo de la mayor tragedia de sus tiempos: tuvo que hacer frente a la invasión española y ver como su poderío caía.
Hernán Cortés y sus huestes los rebasaban en número gracias a su alianza con los tlaxcaltecas y otros grupos indígenas como los xochimilcas, quienes entraron a Tenochtitlán fingiendo apoyar al joven guerrero. Fueron repelidos y debido a la estratégica posición de la ciudad el sitio y su defensa duraron varios días más, pero el agotamiento, la muerte, el hambre y las enfermedades mermaron rápidamente a la ciudad.
Al final Cuauhtémoc se rindió y quiso que Cortes le diera muerte digna apuñalándolo, pero Cortés propuso mantenerlo en el poder con tal de que fuera revelado el paradero del tesoro. El valiente guerrero se negó y fue puesto prisionero.
Una vez preso sufrió grandes martirios en Coyoacán donde fue torturado por Cortés para conocer el destino del supuesto tesoro oculto de Moctezuma, del cual todo iría a manos del rey de España de acuerdo con las cartas de relación de Cortés y la crónica de Bernal Díaz del Castillo. Le quemaron los pies constantemente para que confesara.

Sin embargo, Cortés partió en octubre de 1624 con una expedición hacia Honduras después de la caída del imperio mexica acompañado de Bernal Díaz del Castillo, doña Marina o Malinche o Malintzin, y llevó a Cuauhtémoc y su primo el señor de Tacuba, a quien tenían preso desde la captura de Cuauhtémoc y quien trató de convencerlo para que dijera la ubicación del oro y de ese modo terminar con las torturas.
La expedición tenía como objetivo llegar a Honduras para evitar la insubordinación de Cristóbal de Olid, quien “iba con voluntad de no me obedecer, antes de le entregar la tierra al dicho Diego Velázquez y juntarse con él contra mí”. La razón por la que los señores mexicas fueron llevados era para evitar que el joven tlatoani tratara de reorganizar sus fuerzas para retomar el control del imperio perdido.
Pero a Cortés vinieron dos caciques quienes contaron los rumores de una rebelión organizada por los señores cautivos: les darían muerte a Cortés y su hombres para regresar a México y ahí juntar sus fuerzas para terminar con el resto de los invasores extranjeros y sus aliados naturales.

Interrogó a Cuauhtemoc quien le dijo que sabía del asunto, más no era iniciativa suya. El hambre ya había acabado con varios soldados en los truculentos caminos. “Y el cacique de Tacuba dijo que entrél y Guatemuz habían dicho que valía más morir de una vez que morir cada día en el camino, viendo la gran hambre que pasaban sus mazeguales y parientes” escribió Díaz del Castillo.
Los señores fueron confesados por los frailes franciscanos de la expedición a través de Malinche, quien tradujo las palabras de los frailes. Cuauhtémoc, antes de ser ahorcado reclamó a Malinche:
Entonces Cortés los mandó a la horca. Díaz del Castillo incluso se sintió apenado por la muerte de Cuauhtémoc y el señor de Tacuba debido a que en el camino pudo conocerlos un poco más, quienes incluso ordenaban a sus hombres a conseguir yerba para su caballo.
Los españoles temían que después de haberlos ejecutado los indígenas que los acompañaban se rebelaran después de aquel incidente tan injusto y mal visto por todos, según Díaz del Castillo, sin embargo, el hambre y el cansancio eran demasiados como para pensar en otra cosa.
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