
Septiembre se ha convertido en un mes significativo, pues suele relacionarse con la ocurrencia de sismos. La noche del pasado 1 de septiembre un terremoto de 6.8 grados sacudió el norte de Chile. También, el 19 de septiembre se cumple un año más de los dos más grandes desastres que han sacudido a la Ciudad de México en los últimos años. Pero ¿Qué son y por qué ocurren con mayor frecuencia e intensidad en algunas zonas?

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS) “un terremoto se puede definir como un temblor de la tierra provocado por ondas que se propagan por la corteza terrestre y por debajo de ésta”.
La Tierra está compuesta por cuatro capas, principalmente: la corteza, el manto, el núcleo exterior líquido y el núcleo interior sólido. Los terremotos tienen lugar en la litosfera, la cual se ubica en la parte más exterior de la Tierra, es decir, la parte superior del manto líquido y la corteza terrestre.
Según el sitio space place, de la NASA, “un terremoto es el movimiento súbito de la corteza terrestre localizado en la falla”. Al igual que las erupciones volcánicas, los terremotos son fenómenos naturales. Ocurren cuando hay un temblor intenso de la superficie terrestre, el cual es causado por el movimiento brusco de las placas tectónicas. Dichas placas son grandes bloques de rocas que forman parte de la litosfera. Componen un gran rompecabezas y, al estar situadas sobre la superficie viscosa del manto, se encuentran en constante movimiento. La interacción entre ellas causa un estrés persistente. Cuando el movimiento entre placas es de gran estrés, es decir, que sobrepasa la resistencia de la roca, el movimiento puede dar lugar a grandes grietas en la superficie llamadas fallas.

Cuando ocurre un terremoto se ubica el hipocentro o foco, el cual corresponde al punto preciso donde se libera la energía entre las placas; está ubicado al interior de la litosfera. También se localiza el epicentro y se refiere al punto en la superficie ubicado justo encima del foco. Aunque el movimiento más brusco durante un terremoto se experimenta en las cercanías del epicentro, las vibraciones pueden ser perceptibles a cientos o miles de kilómetros de este punto.
Inmediatamente después de ser liberada, la energía viaja por el interior de la Tierra a través de ondas sísmicas provocando el movimiento del suelo. Los sismógrafos son aparatos utilizados para detectar el movimiento originado por las ondas sísmicas y ayudan a medir la magnitud del sismo. El Sistema de Alerta sísmica de la Ciudad de México, por ejemplo, funciona gracias a los sismógrafos. Cuando éstos detectan parámetros que anticipen un sismo fuerte, emiten una señal por medio de ondas de radio que anticipan su ocurrencia a través de la activación de la alerta sísmica.
Hace algunos años se utilizaba la escala propuesta por Charles Ritcher para medir la magnitud, pero en la actualidad ha quedado en desuso. De igual forma, de acuerdo con ¿CómoVes?, revista de divulgación científica de la UNAM, también se ha dejado de especificar si un sismo fue oscilatorio o trepidatorio, pues se ha determinado que un evento puede presentar movimientos de ambos tipos.

Por otro lado, después de un terremoto, se habla de la intensidad del mismo. Mientras que la magnitud mide y es determinada por la energía liberada desde el interior de la Tierra, la intensidad está relacionada con los efectos causados en un terreno determinado. La percepción del movimiento por las personas de un lugar específico, así como la aceleración máxima de los vaivenes de la tierra durante el temblor y el movimiento o caída de estructuras son factores que ayudan a determinar la intensidad del sismo.
Debajo del territorio nacional se encuentran cinco placas tectónicas: Caribe, Norteamérica, Pacífico, Rivera y Cocos. La interacción constante entre estas cinco placas ubican al país en una zona de alta sismicidad. Por su parte, gracias a su cercanía y naturaleza del suelo, la Ciudad de México es un receptor sísmico de los movimientos terrestres con epicentro en la costa del pacífico, principalmente. Por dicha razón los sismos pueden sentirse con mayor intensidad en la zona del valle de México.
Aunque no existe la forma de predecir la actividad sísmica, los desastres sí pueden ser evitados atendiendo de manera oportuna las medidas de prevención. Ubicar las zonas de seguridad en casa o lugar de trabajo, mantener la calma, así como atender las indicaciones del personal de protección civil durante un terremoto pueden reducir su impacto.
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