La pesadilla mexicana: cinco aspectos de la crisis que viene

Los problemas ya estaban aquí y la pandemia “sólo” ha expuesto su profundidad y complejidad, dejando un amplio espectro de cuestiones en marcha de cuya respuesta dependerá la trayectoria social e institucional del país en los próximos años

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(Foto: cortesía)
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El COVID-19 ha sido una pandemia que ha develado de forma abrupta las capacidades de organización social, institucionales, de liderazgo y de gestión de crisis de los gobiernos alrededor del mundo; estas diferencias explican que el mismo virus haya tenido resultados tan distintos en China, Corea del Sur, Italia, Alemania, Estados Unidos y ... México.

En este artículo me centraré en revisar cinco crisis (salud, economía, seguridad, liderazgo y Estados Unidos) que la pandemia del coronavirus reveló en México, resaltando que además de generar una crisis de salud, ha mostrado otras situaciones críticas subyacentes en el país. Es decir, los problemas ya estaban aquí y la pandemia “sólo” ha expuesto su profundidad y complejidad, dejando un amplio espectro de cuestiones en marcha de cuya respuesta dependerá la trayectoria social e institucional del país en los próximos años.

La crisis de salud; hay que comenzar diciendo que el virus golpeó a una sociedad con serios problemas de salud pública, México tiene una población con 72.5% de obesidad y 13.1% con diabetes, baja cobertura, insuficiente calidad de la atención primaria y hospitales, elevados costos, y recursos y financiamiento muy desigual (OCDE 2019). Estos problemas son atendidos con un raquítico sistema de salud pública producto de años de abandono que cuenta con tan sólo 1.4 camas de hospital y 1.2 (médicos/enfermeros) por cada 1,000 habitantes, que ha sido objeto de saqueos por parte de estructuras corruptas dejando a México como un cementerio de elefantes blancos, en palabras del subsecretario Hugo López-Gatell en diciembre de 2019 “había más de 320 unidades de salud, de todas las instituciones en todo el país, que habían quedado sin terminar”.

Además, la administración actual en un ánimo de revisión y rendición de cuentas, detuvo la compra de insumos médicos y se propuso replantear el sector salud por medio de la creación del Instituto de Salud para el Bienestar (INSABI) creado el 1 de enero de 2020 y cuyo objetivo es “brindar servicios de salud gratuitos y de calidad a todas las personas que se encuentren en el país y no cuenten con seguridad social, se hará bajo criterios de universalidad, igualdad e inclusión.” (gob.mx), con la consecuente disputa política con los gobernadores de los estados del país, farmacéuticas, sociedad civil y el costo de aprendizaje que cualquier cambio en la administración pública conlleva.

A estas condiciones se debe incorporar el agrio debate respecto a la medición del problema del COVID-19, México es el país que menos pruebas ha hecho y el subsecretario Gatell explicó en entrevista que los resultados son una muestra y que la cifra real se obtiene a partir de un “factor de expansión”, ya que el virus tiene un comportamiento específico que puede aumentar los casos en 10 o veinte. Esta discrepancia mina la credibilidad de los datos oficiales en un momento clave de la gestión de crisis y abre una clara división entre sociedad, gobiernos locales y gobierno federal que se muestra en las declaraciones de gobernadores como el de Baja California, Tamaulipas, Michoacán y Jalisco que han denunciado el deliberado subregistro de casos a nivel federal.

Estas condiciones llevan a que independientemente de que al 4 de mayo de 2020 las cifras oficiales registren 24,905 infectados y 2,271 fallecimientos, la tasa de mortalidad en México sea de un alto 8.3% por lo que se espera que al pico de nuevos casos (entre el y 10 de mayo), estaríamos hablando de 6,290 personas fallecidas. Aunque si se considera el “factor de expansión” de los casos no diagnosticados por el modelo centinela de la Secretaría de Salud, la cifra real podría ser mucho mayor (Quintana).

La crisis económica; en el año 2020 la economía mundial caerá alrededor del 3% (FMI) y México sufrirá la peor crisis económica de su historia reciente después de que en el 2019 el crecimiento fue del 0.1% y para el 2020 las instituciones financieras esperan una caída del PIB entre el -7% (Moody’s), -9% (Citibanamex) y -12% (BBVA), como referencia, el antecedente más cercano es el año de 1995 cuando el PIB cayó un -6.3%. La profundidad de la crisis dependerá de la extensión de la cuarentena, el tiempo en la recuperación de la economía estadounidense, la activación de la planta productiva nacional, la recuperación de los precios del petróleo, entre otros factores.

Esta crisis ya empieza a sentirse, según la Secretaría del Trabajo federal del 13 de marzo al 6 de abril se perdieron 347,000 empleos formales y según informó el director general de Citibanamex Manuel Romo, el banco estima que la tasa desempleo en México a fin de 2020 será del 7% (Infobae), es decir alrededor de 1 millón 750 mil nuevos desempleados, igualmente las asociaciones empresariales Canacintra y Concanaco Servitur estiman pérdidas de 2 millones de empleos.

La economía nacional está resintiendo los efectos de la pandemia desde finales de febrero por el abrupto freno económico de China y Estados Unidos, que impactó el precio del dólar que se devaluó hasta un máximo de 30%, ya que costaba alrededor de los 19 pesos en febrero y llegó a costar hasta 26 pesos por dólar el 6 de abril, oscilando este mes entre los 24-25 pesos por dólar.

Los sectores más dañados han sido, el manufacturero por la ralentización de las cadenas productivas; materias primas como el petróleo que han tenido una reducción de la demanda por el encierro a nivel internacional, y el freno a la actividad económica ha afectado de forma severa en el sector servicios y turismo, complicando la vida de micro, pequeñas y medianas empresas que han recibido este golpe económico sin apoyos del gobierno federal que ha sub utilizado las herramientas de política económica.

A contracorriente del resto del mundo, el gobierno federal ha sido consistente en su mensaje de que las medidas para atender esta crisis serán a partir de la austeridad reflejada en una reducción en gasto de la administración pública, la entrega directa de subsidios a sectores vulnerables sin interrumpir obras de infraestructura como el Tren Maya o la refinería Dos Bocas; el Banco de México se capitalizó por 750 mil millones de pesos para inyectar liquidez al sector financiero y la SHCP hizo una colocación de bonos que costó más al país debido a la degradación la deuda pública del país por parte de la calificadoras Fitch y Moody´s.

La crisis de seguridad; antes de la cuarentena, según la más reciente Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU) de marzo de 2020, el 73.4% de la población de 18 años y más se siente insegura en su ciudad, el 80.8% se siente insegura en el cajero automático y el 73.5% en el transporte público. Un último dato significativo, el 34.5% de la población considera que la delincuencia seguirá igual y el 32% considera que empeorará.

Tristemente según datos oficiales se ha mantenido la violencia de género, con 244 víctimas de feminicidio y 720 mujeres asesinadas registradas como homicidio doloso con un total de 964 casos entre enero y marzo del 2020, siendo el periodo más violento desde que se lleva el conteo. Además, con el encierro se ha reportado un aumento en la violencia intrafamiliar de 30% y hasta 100% según los reportes de los estados sobre las llamadas al 911 (el economista); tanto la percepción social como la violencia doméstica son fenómenos sociales previos a la pandemia y que han aumentado en ambos casos.

Por otra parte, también se están gestando nuevos nichos delictivos como los saqueos, que a finales de marzo se dio una ola de 54 incidentes de saqueos y robos en tiendas de autoservicio en distintos lugares del país, aunque los llevados a cabo en la zona metropolitana de la Ciudad de México corrieron con mayor éxito que los de otras latitudes. Pero a diferencia de la gran mayoría de delitos, estos fueron atendidos con prontitud lográndose detener a 95 personas (Guerrero) y, sobre todo, con el uso de herramientas de inteligencia se desactivó a tiempo los pequeños grupos que realizaban las convocatorias por redes para realizar los saqueos y robar productos para vender, no de primera necesidad. Aunque estos pequeños grupos fueron desactivados, el potencial de que se generen nuevas olas de saqueos está ahí.

En el mes de marzo de 2020 y a pesar de la cuarentena, según el Sistema Nacional de Seguridad Pública se registraron 3,078 homicidios dolosos, convirtiéndose en el mes récord con más muertos desde que se tiene la contabilidad, tendencia que se mantiene durante abril cuando la semana del 17 al 23 de abril se cometieron 603 homicidios dolosos, ilustrando que el encierro no aplica para la delincuencia que mantiene altos niveles de violencia.

Otro fenómeno que llama la atención es que los grupos de la delincuencia organizada han estado repartiendo despensas alrededor del país, si bien este no es un fenómeno nuevo, llama la atención que ahora sea de forma generalizada por los distintos grupos y se interpreta como un mecanismo de construcción de base social ante la crisis económica que les permita ganarse a la población y tener cierta protección comunitaria tanto de la acción de la autoridad como ante una eventual disputa por el territorio, procurar una base de posibles reclutas, en algunos casos provocar o avisar a los grupos locales de la presencia de otros grupos y darle una intensa difusión para alimentar el mito de sensibilidad social de la delincuencia por lo que también amenazan a quienes infrinjan la disposición de quedarse en casa.

Ninguno de estos fenómenos es nuevo, pero son dinámicas que se han visto potenciadas durante este periodo debido a que los grupos delictivos tienen plena conciencia de que los limitados recursos estatales están siendo orientados a la crisis de salud. Además de que están preparando el terreno para las próximas disputas territoriales, por lo cual se anticipa un año 2020 aún más violento que el 2019.

La crisis política de liderazgo; durante el manejo de crisis de la pandemia se ha tensado la relación del presidente López Obrador con el resto de actores políticos en una coyuntura que invitaría a la unidad nacional. En un primer momento, mostrando un desdén por la actual crisis de salud, ya que dos días antes de que el gobierno federal declarase la fase 2 de la contingencia de salud y la consecuente reducción de la movilidad el pasado 24 de marzo, el presidente de 66 años y con hipertensión, invitaba durante una gira a la población a salir a restaurantes y abrazarse, mandando desde la figura presidencial mensajes cruzados, donde por un lado él invita a actividad social mientras su administración solicitaba tomar las debidas precauciones.

En un segundo momento, ha quedado clara la voluntad presidencial de usar la coyuntura para impulsar su proyecto político, relegando otras opiniones y abriendo espacios para otros actores, como ha sido el caso de los gobernadores del noreste del país (Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas) que han creado un frente de atención a la pandemia, o de Jalisco que ha contrastado el manejo de crisis con el federal y que juntos han puesto en la agenda pública el debate sobre el pacto fiscal federal que supuestamente ya conjuntó a 21 estados de la república (el Financiero).

Un tercer aspecto es que en la atención a la crisis, se han oído múltiples voces, publicas y privadas, nacionales e internacionales invitando a una mayor participación del Estado en el resguardo de los empleos formales y la reactivación económica, que como ilustra el cuadro anterior, México ha subutilizado las herramientas de política económica dejando al libre mercado la atención a la actual crisis, en buena medida debido a la rigidez del pensamiento y comportamiento presidencial que identifica la austeridad como uno de los valores principales, sin considerar que esta practica va a tener un mayor costo social. En breve, la crisis de liderazgo está llevándonos a un escenario donde vamos a enfrentar la peor crisis económica, de salud y seguridad de la historia reciente divididos como país, con un poder ejecutivo más enfocado en su proyecto político que en ver por el conjunto del país, lo cual repercutirá en un mayor impacto económico y social que probablemente tenga consecuencias políticas.

La crisis en Estados Unidos; tanto la economía como gran parte de la dinámica social en México tiene una interdependencia asimétrica con Estados Unidos, si bien a nivel político hay una excelente relación, hay un dicho popular en materia económica que dice “cuando a Estados Unidos le da gripa a México le da neumonía” y actualmente ambas economías están enfrentando una pandemia de severas consecuencias para Estados Unidos donde el FMI estima una caída de -5.9 del PIB, así que falta ver los efectos de la crisis del Covid-19 allá para calibrar bien las consecuencias aquí. Un dato que ilustra la densidad de la relación son los 566 mexicanos muertos por Covid-19 en Estados Unidos (una tercera parte de los muertos en México), 448 de ellos en Nueva York, según expuso el Secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard el 28 de abril, quien también mencionó que en el resto del mundo se registró un muerto en Perú.

A la disrupción de la cadena de suministro de América del Norte que tiene severos impactos en las lógicas productivas y que está presionando para reabrir algunos rubros de manufactura, hay que sumarle que las consecuencias económicas en Estados Unidos se ven en las altísimas tasas de desempleo que ya llegan a 26 millones en las últimas cinco semanas, muchos de los cuales son latinos debido a su condición de población vulnerable y sin contar a los indocumentados que también les afecta este fenómeno, este dato seguramente tendrá un impacto directo en las remesas y probablemente hasta en el retorno de connacionales. Finalmente, en cualquier escenario de crisis económica se desata una ola de enojo social que se orienta hacia las poblaciones vulnerables, este hecho sumado a la tensa campaña presidencial de noviembre puede traer un escenario aún más complejo para los connacionales y la relación bilateral en general.

A modo de conclusión, vale resaltar el hecho de que el conjunto de las crisis aquí mencionadas (salud, economía, seguridad, política de liderazgo y en Estados Unidos), no surgieron por el COVID-19, sino que la pandemia exhibió estas debilidades estructurales y amenaza con resquebrajar el orden social a todos sus niveles. Además, vale la pena destacar que el impacto de estas crisis las sufre la población menos favorecida quienes, como siempre, son los que ya se están viendo afectados por el desempleo, sub empleo y violencias múltiples, situación que sumada a la enorme desigualdad en el país, puede redundar en la más severa crisis social que hayamos visto. Como sociedad, estamos a tiempo de aminorar el impacto e idear soluciones creativas y prontas a esta gran crisis nacional, para ello, es necesario tender puentes de entendimiento colectivo, generar recursos y optimizarlos hacia los sectores más productivos, buscar nuevos mecanismos de compensación y de responsabilidad social. Ojalá y este periodo de aislamiento nos sirva para reflexionar y actuar en pos de un nuevo pacto social del siglo XXI con un enfoque incluyente que reduzca los costos sociales y reconozca que unidos saldremos pronto y mejores de estas crisis.

*Analista y consultor en temas de seguridad

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