Cada vez más seguido se escucha que el mundo está al borde de una catástrofe climática irreversible. Y la comunidad científica, que durante décadas ha emitido advertencias cada vez más alarmantes, afirma que estamos entrando en una fase crítica e impredecible de esta crisis.
Así, un nuevo informe científico indica que muchos de los “signos vitales” de la Tierra han alcanzado extremos récord, lo que indica que “el futuro de la humanidad está en juego y cada vez más científicos se plantean la posibilidad de un colapso social”.
En el Día Mundial de Protección de la Naturaleza, que se celebra hoy, más que nunca vale recordar que con temperaturas récord, la destrucción de ecosistemas y el aumento sin precedentes de los desastres naturales, la vida en la Tierra tal como la conocemos está en peligro. Un informe reciente, respaldado por más de 15.000 científicos, ha detallado la gravedad de la situación y los desafíos que enfrentamos a nivel global.
La mencionada investigación identificó 35 signos vitales en 2023 y descubrió que 25 de ellos estaban peor que nunca, incluidos los niveles de dióxido de carbono y la población humana. Esto indica una “nueva fase crítica e impredecible de la crisis climática”, afirma.
Según el informe, publicado en la revista Bioscience, señala que las concentraciones de CO2 y metano en la atmósfera se encuentran en niveles récord. El metano es un poderoso gas de efecto invernadero, 80 veces más potente que el CO2 en 20 años, y es emitido por combustibles fósiles, vertederos de desechos, ganado y campos de arroz.
También apuntan a que la temperatura de la superficie de la Tierra y de los océanos alcanzó un máximo histórico, debido a la quema récord de combustibles fósiles. La población humana está aumentando a un ritmo de aproximadamente 200.000 personas al día y el número de vacas y ovejas, en 170.000 al día, todo lo cual contribuye a unas emisiones récord de gases de efecto invernadero.
Los expertos lograron señalar 28 circuitos de retroalimentación, incluido el aumento de las emisiones derivadas del derretimiento del permafrost, que podrían ayudar a desencadenar múltiples puntos de inflexión, como el colapso de la enorme capa de hielo de Groenlandia o la cada vez más verde Antártida.
“El calentamiento global está provocando fenómenos meteorológicos extremos cada vez más letales en todo el mundo, incluidos huracanes en Estados Unidos como el Milton y olas de calor de 50 °C en India, con miles de millones de personas ahora expuestas al calor extremo”, sostuvieron.
“Ya estamos en medio de una abrupta convulsión climática, que pone en peligro la vida en la Tierra como nada que los humanos hayan visto jamás. El exceso ecológico que consiste en tomar más de lo que la Tierra puede dar de manera segura, ha empujado al planeta a condiciones climáticas más amenazantes que cualquier otra que haya presenciado incluso nuestros parientes prehistóricos”, explicó el profesor William Ripple, de la Universidad Estatal de Oregón (OSU), quien codirigió el grupo.
Y agregó: “El cambio climático ya ha desplazado a millones de personas, con el potencial de desplazar a cientos de millones o incluso miles de millones. Eso probablemente conduciría a una mayor inestabilidad geopolítica, posiblemente incluso a un colapso social parcial”.
Un desastre pronosticado desde hace décadas
El cambio climático, impulsado principalmente por la actividad humana, ha sido objeto de estudio durante más de medio siglo. En la década de 1970, los científicos ya advertían sobre el calentamiento global, previendo correctamente muchos de los fenómenos que ahora experimentamos.
Las emisiones de gases de efecto invernadero, sobre todo de dióxido de carbono, metano y óxido nitroso, son los principales responsables del aumento de las temperaturas. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), si las políticas actuales no cambian, el mundo podría experimentar un calentamiento de hasta 2,7 grados Celsius para 2100, con consecuencias devastadoras.
A pesar de las advertencias, el consumo de combustibles fósiles sigue aumentando. En 2023, el consumo de petróleo y carbón creció un 2,5% y un 1,6% respectivamente, alcanzando niveles históricos. Además, la quema de estos combustibles representa el 90% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, mientras que el cambio de uso de la tierra, especialmente la deforestación, representa el 10% restante. El rápido aumento de estas emisiones ha acelerado el calentamiento global, con impactos visibles en todas partes del planeta.
Récords climáticos: el comienzo de una nueva era
El 2023 y 2024 se han destacado por romper múltiples récords climáticos. Las temperaturas globales alcanzaron máximos históricos, con olas de calor devastadoras que afectaron a millones de personas. Según el informe, el hemisferio norte experimentó su verano más cálido en 2.000 años.
Las temperaturas de los océanos también han alcanzado niveles nunca antes vistos, lo que ha generado impactos en la vida marina, como la muerte masiva de animales marinos y el blanqueamiento de los arrecifes de coral. Estos eventos extremos son solo el comienzo de lo que podría ser una nueva era de desastres climáticos recurrentes.
Un ejemplo clave del deterioro del medio ambiente es la pérdida de cobertura arbórea a nivel global. En 2023, la destrucción de bosques aumentó un 24%, alcanzando su tercer nivel más alto en la historia, en parte debido a incendios forestales. Este proceso está generando un ciclo de retroalimentación que exacerba el calentamiento global. Al destruirse los bosques, se pierde la capacidad de secuestrar dióxido de carbono, lo que a su vez contribuye a un mayor calentamiento y una mayor destrucción forestal.
El cambio climático ya está afectando a la vida humana de manera directa e irreversible. Fenómenos como las olas de calor y las inundaciones extremas se han vuelto más frecuentes y más intensos, lo que está generando un sufrimiento humano sin precedentes.
En India, por ejemplo, temperaturas de hasta 50 grados Celsius causaron la muerte de más de mil personas en 2023. A nivel global, los desastres climáticos están afectando a miles de millones de personas, desplazando comunidades enteras y generando enormes pérdidas económicas.
Además, el aumento de la temperatura está afectando gravemente la salud pública. Las enfermedades relacionadas con el calor, como los problemas cardiorrespiratorios, están en aumento, y la mortalidad asociada a estos fenómenos se ha incrementado en un 117% desde 1999 en los Estados Unidos. Esto subraya la necesidad urgente de implementar políticas que mitiguen los efectos del cambio climático y protejan a las poblaciones más vulnerables.
Justicia climática: un problema de equidad
El cambio climático no afecta a todos por igual. Las comunidades más pobres y vulnerables, especialmente en el Sur Global, son las que sufren las peores consecuencias del calentamiento, a pesar de ser las que menos contribuyen a las emisiones. La desigualdad económica y social se ve exacerbada por la crisis climática, lo que convierte al cambio climático en un problema de justicia social.
Las poblaciones marginadas son las que menos recursos tienen para adaptarse a los cambios climáticos, mientras que los países ricos continúan beneficiándose de un sistema basado en combustibles fósiles.
Los líderes religiosos y las organizaciones que promueven la diversidad, equidad e inclusión (DEI) han comenzado a destacar la urgencia de abordar esta crisis desde una perspectiva ética y de derechos humanos. Incorporar el cambio climático dentro de las políticas de justicia social puede ayudar a mitigar sus efectos en las comunidades más afectadas.
El calentamiento global no solo afecta la superficie terrestre; los océanos y los casquetes polares están sufriendo cambios drásticos. El aumento de la acidez y del calor en los océanos está llevando a la muerte de corales, peces y otras especies marinas. Al mismo tiempo, el nivel del mar ha alcanzado un máximo histórico debido al deshielo acelerado de Groenlandia y la Antártida. Estos fenómenos amenazan con desplazar a millones de personas en los próximos años, sobre todo en áreas costeras.
El derretimiento de los polos también está vinculado a los ciclos de retroalimentación climática. A medida que el hielo se derrite, menos luz solar es reflejada de vuelta al espacio, lo que aumenta aún más las temperaturas y acelera el derretimiento. Este proceso podría desencadenar una cascada de puntos de inflexión climáticos, llevando al planeta a un estado irreversible de calentamiento.
Frente a estos desafíos, los científicos y políticos están buscando soluciones urgentes para mitigar el cambio climático. Una opción que ha ganado tracción es la geoingeniería solar, que consiste en reflejar la luz solar para enfriar el planeta. Sin embargo, esta estrategia es altamente controvertida debido a sus posibles efectos secundarios, como la alteración de patrones climáticos globales. Muchos críticos advierten que la geoingeniería podría ser un “parche temporal” que distraiga de la necesidad de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero de manera directa.
Más allá de la geoingeniería, los expertos señalan que es fundamental reducir drásticamente el consumo de combustibles fósiles. Esto implicaría un cambio radical en el sistema económico actual, especialmente en los países desarrollados, donde el uso de combustibles fósiles sigue dominando la producción de energía. Aunque las energías renovables han ganado terreno, su crecimiento no ha sido suficiente para reemplazar la demanda global de combustibles fósiles.
El futuro de la humanidad: ¿es demasiado tarde?
La ciencia es clara: el futuro del planeta está en riesgo si no tomamos medidas urgentes. Las predicciones más optimistas sugieren que, incluso con un esfuerzo global concertado, el calentamiento global seguirá causando daños significativos. Los informes recientes indican que si no se detiene el aumento de las emisiones, el cambio climático podría desatar conflictos, migraciones masivas y hambrunas en todo el mundo.
El tiempo para evitar una catástrofe climática irreversible se está agotando, pero aún es posible mitigar algunos de los peores efectos. Reducir las emisiones de metano, un gas de efecto invernadero más potente a corto plazo que el dióxido de carbono, es una de las medidas más urgentes. Asimismo, proteger y restaurar los ecosistemas naturales, como los bosques tropicales, es esencial para evitar el colapso climático.