La increíble historia del hombre que convenció a todos de que era un príncipe saudita pero en verdad nació pobre en Bogotá

Compartir
Compartir articulo
A la izquierda, Anthony Gignac cuando fue encarcelado en Michigan; a la derecha, cuando la Policía de Miami-Dade lo detuvo en 1995
A la izquierda, Anthony Gignac cuando fue encarcelado en Michigan; a la derecha, cuando la Policía de Miami-Dade lo detuvo en 1995

"Soy el Príncipe Khalid bin Al-Saud". Con esa presentación el hombre impresionaba a sus interlocutores, quienes se abrían paso ante el heredero de una de las dinastías gubernamentales más ricas sobre la Tierra. Su vida era digna de alguien que no tenía apremios económicos. Por el contrario: derrochaba lujo.

Vivía en la exclusiva Fisher Island, en Miami Beach. Un enclave solo reservado a unos pocos millonarios. Digno de la realeza que ostentaba y de la cuenta bancaria que decía tener con 600 millones de dólares listos para gastar.

Sin embargo, el elegante joven en edad madura que afirmaba ser uno de los tantos príncipes y herederos de Arabia Saudita, en realidad era alguien no tan sofisticado, quien durante años logró engañar a empresas de todo tipo, universidades, líneas aéreas, cadenas de hoteles y automotrices.

Su verdadero nombre era (es) Anthony Gignac. Nació pobre en 1970 en Bogotá. Cuando cumplió 7 años, tanto él como su hermano menor, vivían desde hacía dos años en las calles de la capital colombiana. Solos, abandonados. Finalmente, fueron adoptados por una familia de Michigan: Nancy y James Gignac.

Fisher Island, el exclusivo lugar donde Anthony Gignac logró tener un apartamento de lujo (Stock)
Fisher Island, el exclusivo lugar donde Anthony Gignac logró tener un apartamento de lujo (Stock)

Antonhy desarrolló una cercanía muy profunda con su madre adoptiva. A tal punto que sufría horrores cuando ella dejaba la casa para trabajar o realizar sus tareas. Pánico a ser abandonado y volver a las calles donde había sobrevivido como pudo.

Ese pánico, finalmente, se manifestó de manera drástica cuando Nancy y James decidieron poner fin a su matrimonio. El niño tenía entonces 14 años y comenzó a experimentar un paulatino pero profundo quiebre emocional. A tal punto que debió pasar un año en un hospital psiquiátrico.

A los 17 años, tras escapar de un centro de rehabilitación, inició su alocada carrera de mentiras, de acuerdo con The Washington Post. Llegó a California y allí cambió de identidad. Su nuevo nombre debería ser algo que le brindara seguridad, importancia y le facilitara la vida. Fue así que pensó en convertirse en un príncipe. Pero no en cualquiera: debía ser uno saudita. Rico y sofisticado.

Bajo el nombre Khalid bin Al-Saud dio rienda a su vida de lujos y estafas.

Saks Fifth Avenue, Neiman Marcus… nadie escapaba al imán que generaba ese hombre misterioso, con un nombre árabe y cuya carta de presentación era decir: "Soy el Príncipe Khalid bin Al-Saud". ¿Quién podía sospechar que en realidad los pagos de miles y miles de dólares que realizó en esas grandes tiendas de lujo eran hechos con tarjetas de crédito que tenían acceso -inexplicable- a las cuentas del reino?

En una de las denuncias que se presentó ante la Corte Federal de Michigan, se detalló que en la primera de esas tiendas gastó 11.300 dólares; mientras que en la segunda, unos 17.691 dólares. Cuando se dieron cuenta de la estafa, el hombre se adelantó, pago una fianza y desapareció. Apenas tenía 20 años y su derrotero delictivo recién comenzaba.

En julio de 1991 hizo su presentación estelar en el Beverly Wilshire Hotel, en Beverly Hills. Uno de los resorts más exclusivos del barrio de las estrellas. Fueron cuatro días fabulosos para el "príncipe". ¿Sus gastos? 11 mil dólares entre comidas, bebidas y paseos en limusina por Los Ángeles.

Lo atraparon y luego de unos años decidió abandonar esa costa, donde ya era conocida la historia del falso heredero saudita.

Beverly Wilshire Hotel en Beverly Hills. Allí comenzó su tour de estafas por Los Ángeles hasta fugarse a Florida (Stock)
Beverly Wilshire Hotel en Beverly Hills. Allí comenzó su tour de estafas por Los Ángeles hasta fugarse a Florida (Stock)

Nuevo destino: Florida. Allí continuó con su tour de estafas con tarjetas de crédito en Orlando hasta que finalmente llegó a Miami. Siempre bajo la identidad de un príncipe.

Ferrari, Rolex… todo lo que pudiera marcar un estatus de supermillonario no esquivaba sus deseos. Incluso llegó a comprar placas diplomáticas para sus deportivos en eBay para no tener que pagar multas.

En Grand Bay Hotel in Coconut Grove, Miami, pasó un mal momento. Dos hombres ingresaron a su habitación y lo golpearon brutalmente. Cuando la policía se contactó con la Embajada de Arabia Saudita para contarle que un príncipe había sido asaltado, respondieron sorprendidos: "¿Quién?". Lo detuvieron. Debía al hotel 27 mil dólares.

Su abogado aún le creía que se trataba de un acaudalado saudita con 600 millones de dólares en su poder. Fue por eso que le pagó la fianza. Dos garantes fueron dispuestos para vigilarlo. Cuando estuvieron con él, Gignac les pidió que lo llevaran a American Express. Estuvo unos cuentos minutos y salió sonriendo: había conseguido otra tarjeta de crédito. Esas que solo consiguen unos pocos en el mundo. Nadie supo explicar cómo hizo para engañar al ejecutivo que lo atendió en una sala privada.

48 horas después, planeó un viaje. A todo volumen, desde luego.

Reservó toda la primera clase de la aerolínea para que nadie lo molestara. Y al llegar al Four Seasons de Nueva York, pidió que en la planta en la que se alojara no hubiera otros huéspedes. Le concedieron el deseo a ese jeque todopoderoso.

Sus garantes se dieron cuenta que se trataba de toda una puesta en escena y que una vez más no pagaría nada. Lo llevaron al aeropuerto y allí el estafador comenzó a gritar que estaban secuestrándolo y que era un príncipe saudita: "¡Llamen a la CNN!". Eran uno de sus alaridos. Los oficiales que querían llevarlo de vuelta a Florida debieron explicarle a los federales lo que estaba ocurriendo.

Pero las estafas del colombiano no se terminarían allí. Ahora buscó otros rubros. Universidad de Syracuse. Se presentó con toda la pompa. Le dijo a una de las autoridades de esa casa de estudios que como príncipe de Arabia Saudita estaba dispuesto a hacer una donación de ¡45 millones de dólares! ¿Cómo dejar pasar esa oportunidad? Eso sí: había una condición. La universidad debía adelantarle, antes de que hiciera su depósito, unos 16 mil dólares para abonar los impuestos correspondientes.

Khalid bin Al-Saud, cuyo verdadero nombre es Anthony Gignac, estafó a decenas de personas haciéndose pasar por un príncipe saudita
Khalid bin Al-Saud, cuyo verdadero nombre es Anthony Gignac, estafó a decenas de personas haciéndose pasar por un príncipe saudita

Por esta nueva treta, purgó dos años en prisión. Fue detenido en 1996 y liberado en septiembre de 1998.

Durante cuatro años hay un vacío en su historia. Recién en 2002 se conoció que había nuevamente adoptado la identidad del hombre del reino. Esta vez en Troy, Michigan. Cuando estuvo frente a frente con las autoridades, contó una historia disparatada. Insistió en que era Khalid bin Al-Saud, pero esta vez le agregó condimentos pasionales a su inverosímil historia.

Además de ser príncipe, narró que era el amante prohibido de una alta personalidad del reino, quien a cambio de su silencio y exilio le había dado grandes sumas de dinero. Dos años más de prisión.

Carl Marden Williamson, el socio de Anthony Gignac que decidió suicidarse cuando fue acusado formalmente por una corte federal de Florida
Carl Marden Williamson, el socio de Anthony Gignac que decidió suicidarse cuando fue acusado formalmente por una corte federal de Florida

La última de las denuncias por las cuales recibirá sentencia en agosto tiene que ver con una estafa un poco más elaborada. Convenció a inversores de que era efectivamente un príncipe y que le confiaran dinero para un nuevo emprendimiento. Todo estaría respaldado con la fortuna inagotable de Arabia Saudita.

Pero Gigniac no estaba solo. Junto con él operaba Carl Marden Williamson, el cómplice del falso príncipe. Pero un día después de que fueran acusados formalmente por el gran jurado de Florida, Wiliamson apareció muerto en su casa de Pittsboro, en el Condado de Chatham, Carolina del Norte. Se había ahorcado. Fue el 14 de diciembre pasado.

El lunes, en una corte federal de Miami, Gigniac se declaró culpable de robo de identidad, hacerse pasar por un oficial gubernamental de otro país y fraude. Fue por estafar a 26 inversores por un total de cerca de 8 millones de dólares. Algo que aquel pequeño de las calles de Bogotá no creyó en ninguno de sus sueños.

MÁS SOBRE ESTOS TEMAS: