Los Chicos Malos de Detroit, el equipo más odiado de la NBA que supo poner de rodillas a Michael Jordan

Los Pistons provocaron una rebelión contracultural que reinó dos años en una época de oro: frenaron el Showtime de los Lakers, el dominio de los Celtics de Bird y detuvieron por años la gloria de Jordan. Lo hicieron con una mítica estrategia defensiva que revolucionó el juego para siempre y con un estilo tan violento que los convirtió en el equipo más odiado de la historia

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Isiah Thomas, líder histórico de Detroit
Isiah Thomas, líder histórico de Detroit

Recorrer Detroit en aquel junio del 2005 aparecía como un deseo peligroso. Pero ahí estábamos los periodistas argentinos, a horas de seguir viviendo las finales NBA de aquel año entre los Spurs de Ginóbili y los duros Pistons. Con la historia a cuestas de la ciudad, con las fantasías que podía generar, nadie quiso perderse la excursión para conocer la cuna automotriz, de la industrialización y, claro, de los Chicos Malos. De alguna forma para ver si realmente aquel mítico equipo tenía que ver con el contexto de donde había surgido. “Pero miren que hoy justamente no es lo que fue, eh”, fue la forma de advertirnos de que nada sería lo lindo ni tampoco lo especial como esperábamos. “No importa, queremos ver”, fue la respuesta. Y fue impactante la experiencia, aunque tal vez no impactante en el mejor de los sentidos.

Más cercana a esas películas que reflejan cuando el protagonista entra a un pueblo fantasma. Ya en el ingreso transitamos por calles casi desiertas, notamos un predominante color gris, casi sin vegetación, vimos edificios abandonados o venidos a menos, suciedad, desorden… Impactante por ser Estados Unidos y por haber sido una ciudad pujante. Sin dudas la peor escena estética que muchos recordamos al ingresar a una urbe tan famosa. Pocas cuadras duró el paseo. “Esto es horrible. Y un peligro. ¿Volvemos?”, dijo uno de los colegas. Segundos después, la mayoría –asustada- de los pasajeros de la combi votaba por regresar al hotel oficial, ubicado –por decisión de la NBA- lejos de ese centro depresivo e inseguro.

Aquel día pudimos palpar personalmente el ocaso de Detroit, la capital del condado de Wayne y principal ciudad del estado de Michigan. Una ciudad hecha añicos por la desindustrialización. Que a principios de siglo XX había crecido por la oleada afroamericana y que, con la fundación de la mítica General Motors en 1908, se había hecho famosa en el mundo como la Ciudad del Motor (Motown), sede de Chevrolet, Ford y Chrysler, entre otras. Una factoría del negocio motriz. Pero también hogar de una factoría cultural con la creación de Motown Records, empresa discográfica fundada en 1959 que construyó un imperio en las décadas siguientes, llegando a englobar 45 sellos y sacando decenas de artistas famosos, desde Stevie Wonde hasta los Jackson 5.

El mítico sonido Motown inundó muchos hogares de América Latina y la también llamada Tamla-Motown se transformó en una de las más influyentes marcas de la historia musical. Así fue que, alrededor de esos dos monstruos, Detroit llegó a tener 2 millones de habitantes y un pujante presente. Pero la reconversión económica generó una crisis enorme en el sector automotriz y esa oleada se terminó llevando todo puesto, incluso a MRC, que se mudó a Los Angeles. En los años 80, la decadencia se aceleró hasta el punto que la ciudad sufrió un éxodo hasta quedar con la mitad de su población y, de a poco, a convertirse en lo que es hoy, una metrópoli insalubre para vivir, con altos grados de delincuencia y desempleo. Por eso mismo que a mediados de aquella década, en un momento de depresión popular, surgiera un equipo capaz de competir con los mejores y lo hiciese con el espíritu Motown, con sus armas y sin miedos, fue un rayo de ilusión que iluminó la ciudad y la sacó, al menos momentáneamente, de ese sufrimiento. Permitió creer que Detroit, algún día, podía ser como los Pistons.

No es casualidad que de allí hayan salido los Chicos Malos. Difícilmente fueran a nacer en Los Angeles. O Miami. Tampoco en Minnesota. Tenían que surgir de una ciudad fabril, trabajadora, esforzada y afroamericana. Por eso hoy los Bad Boys siguen siendo su orgullo. El triunfo del proletariado. Porque ellos ganaron con ese perfil, el de la ciudad que sufría y quería volver a ser. Un conjunto que era defenestrado -como lo ha sido Detroit- y que aquellos integrantes utilizaron como motivación. Que les dijeran sucios, malintencionados, violentos, cínicos, que no les reconocieran su defensa y el juego ofensivo, parecía alimentarlos, hacerlos más fuertes.

Así levantaron un imperio que primero le quitó la corona a los puristas Celtics de Larry Bird, luego desmanteló el Showtime de los Lakers de Magic Johnson y por tres años frenó el avance a la gloria de los míticos Bulls de Michael Jordan. A los tres grandes íconos de la explosión NBA (y a sus equipos) los maniató hasta hartarlos, hasta generar su odio y rechazo, con consecuencias palpables, como en el caso de Isiah Thomas, la estrella que fue prohibida del Dream Team 92.

Detroit vs Michael Jordan

Aquellos dos títulos consecutivos de los Pistons (89 y 90), en medio de aquellos reinados, parecieron poco pero significaron mucho. Una rebelión. Una forma de tomar el poder por la fuerza que desató un encarnizado debate sobre si todo valía con tal de ganar, sobre si traspasar algunos límites sin ser penados era una manera que podía aceptarse... Pero, al final, se trató de una revolución en el juego que marcó el básquet para siempre, que dejó claro más que nunca la importancia de la defensa, del poder colectivo, del sacrificio gregario, de la dureza física y mental... Un estilo que se extendió y popularizó en las siguientes décadas hasta casi no poder pensar en un campeón sin estas virtudes. Esta es la cautivante historia de los famosos Bad Boys de Motown.

Los Pistons eran el hazmerreír de la NBA a comienzos de los 80. Entre el 78 y el 81 habían ganado 67 partidos y perdido la friolera de 179. La horrible campaña de la 80/81 (segunda peor marca: 21-61) le permitieron elegir segundos en el draft y lo hicieron bien. Se quedaron con quien sería su estrella e ideólogo de juego, Isiah Thomas, un base pequeño (1m85) pero que, con su mentalidad, carácter y talento, se transformaría en el corazón de los Pistons que haría temblar los cimientos de la NBA, convirtiéndose en el máximo enemigo de las superestrellas de la época. The Baby-Faced Assassin le decían. Sí, era un asesino con cara de bebé. Un chico con una infancia durísima en Chicago que haría lo que fuera por triunfar…

Al otro año sumaron a Bill Laimbeer, proveniente de Cleveland, y a Vinnie Johnson, que llegaba de Seattle. Al segundo le decían Microondas, porque calentaba (la mano) rápido… Y el primero era un “asesino a sueldo”, un asperísimo pivote que sería el alma de la guerra de guerrillas que idearían entre Thomas y Chuck Daly, el coach que llegaría en 1983 para terminar de construir, a pulso, un campeón con una estrategia contracultural.

Dueño de un pragmatismo extremo -que compartía con Isiah-, Daly armó un grupo de “villanos” que serían los laderos de Thomas, primero, y luego también de Joe Dumars, el talentoso caballero que se sumaría en 1985 vía draft. Rick Mahorn, el otro pivote malvado, casi sanguinario, que llegó para sumarse al ejército de Chuck. La palabra parece exagerada pero no lo es, porque la defensa que idearía el DT sería de disciplina militar, netamente colectiva y con la dureza física como estandarte.

Para eso reclutó a jugadores eminentemente colectivos, físicamente ásperos y mentalmente duros,que quisieran la gloria sin importar el qué dirán… En 1986, vía draft, llegaron dos piezas más de esa línea defensiva que haría que los rivales tuvieran pesadillas: John Salley, con el pick 11, y Dennis Rodman, con el #27. En la agencia libre sumaron a otro “guerrillero” que no sabía lo que era la piedad, capaz de asustar sólo con su cara de malo que potenciaba con aquellos bigotes mostachos (James Edwards). Además, como para no sólo pensar en defensa, ficharon a un anotador devastador, Adrian Dantley, quien había promediado 29.5 en los anteriores siete temporadas en Utah y podía conformar un tridente ofensivo de lujo junto a un Thomas creativo y a un fino estilista como Dumars. El ejército para la revolución estaba listo...

Daly, formado bajo el éxito de universidades valiosas como Duke, Boston College y Pensilvania, había sido asistente de Billy Cunningham mientras los 76ers se codearon con los mejores entre 1978 y 1981. Luego había fracasado en su primera experiencia como head coach, en Cleveland, cuando le llegó la segunda chance, a los 53 años. De a poco, sabiendo lo que tenía, fue cuajando un equipo para dar un “golpe de estado”. Un conjunto que desplegaría otra forma de jugar. No iba a darles lo que querían los Lakers o Celtics, los espacios, la cancha abierta, las libertades para que su talento fluyera, sino que intentarían una “guerra de trincheras”, como el mismo Daly adelantó que había que hacer en un famoso comentario de TV en 1983.

El éxito rápido lo ayudó a construir. En 1985, los Pistons llegaron hasta la semi del Este y testearon lo que era el Boston de Red Auerbach, pese a caer 4-2. En realidad, tras una serie que tuvo marcadores bajos, dureza física, muchas faltas y algunos pleitos, fueron los Celtics y toda la NBA quienes empezaron a ver de lo que eran capaces los Pistons. “Para 1986, los Celtics tenían el mejor equipo de la historia y a esos tipos tenían que derrotar. Nos estábamos preparando”, admitió Isiah.

En 1987, ya cuando la prensa empezaba a llamar Bad Boys a aquella banda de irreverentes que amenazaba el reinado de los míticos celtas, el duelo se repitió en la definición de conferencia. La eliminatoria fue todavía más encarnizada y pareja. Boston se puso 2-0 en casa, pero Detroit devolvió gentilezas de local. El 5° fue clave. Detroit ganaba por uno cuando Rodman taponó a Bird y la pelota se fue afuera. La posesión quedó para la visita con cinco segundos cuando Thomas se apuró en reponer y Bird interceptó el pase y se la dio a Dennis Johnson, quien terminó ganando el juego con una bandeja, en una jugada que todavía hoy se repite en redes sociales. Un error de novatos fue la diferencia en una serie que se definió, otra vez, en el Boston Garden (117-114 en el Juego 7), donde Detroit acumulaba, para ese entonces, una fatídica mala racha de 18 caídas al hilo. “Era una cuestión de tiempo. Podíamos perder los partidos, pero la pelea todavía no había terminado”, recuerda Salley.

Un año después llegaría el gran momento por el que tanto habían esperado: una nueva revancha. Otra vez en la final del Este, que arrancó con Detroit ganando en Boston por primera vez en seis años. Los Pistons repitieron la hazaña en el 5°, luego de que los Celtics empataran en Michigan, y terminaron cerrando en el 6° con un excelso trabajo de los suplentes (46 puntos), ratificando que los Pistons eran un grupo granítico, especial por sus intangibles, que estaba destinado a la gloria.

“Todo lo que sabemos lo aprendimos de los Celtics. Nosotros imitamos mucho de su estilo. Nos enseñaron bien”, admitiría Thomas y, más que nunca, cobraría relevancia la polémica comparación de James Worthy, figura de los Lakers que había dicho que los Celtics habían sido “los Bad Boys de principios de la década”. Justamente los angelinos los esperaban en la final, con una de las últimas versiones del Showtime. Una final presentada como los Chicos Malos contra los Chicos Buenos, los matones contra los talentosos, los pobres contra los ricos… Diferencias que no se vieron en la cancha. Fueron siete batallas épicas, gloriosas, que forman parte de una de las mejores definiciones de la historia. Detroit, con humildad pero sin prejuicios y con su conocida aspereza, llevó al límite a los campeones, con actuaciones heroicas. Como aquella del Juego 6. La noche en que Isiah logró una de las mayores hazañas de la historia, al jugar rengueando por un esguince de tobillo y, así y todo, lograr 25 puntos en el tercer cuarto (aún es récord de finales) para poner al equipo a tiro del título. Parecía la noche que Motown había esperado por décadas hasta que un error arbitral le terminó dando buena parte del triunfo a los Lakers.

Quedaban 15 segundos y Detroit ganaba por uno, cuando Kareem Abdul-Jabbar ejecutó su famoso Gancho Cielo ante Laimbeer y los jueces pitaron un foul que nadie vio. El pivote metió ambos libres y Dumars falló el tiro final que hubiese significado el anillo. Detroit, fiel a su carácter, peleó hasta el final en el 7° como visitante, pero se quedó corto ante el bicampeón, a pesar de anotar más puntos en la serie que su rival. La derrota fue una dura realidad, pero también un nuevo aviso, el mismo que habían recibido los Celtics… Los Pistons iban por todo.

Los Bad Boys tragaron saliva y volvieron más fuertes (y ásperos) para la 88/89, conformando probablemente uno de los mejores 10 equipos de la historia. Ganaron 69 de 82 partidos en la fase regular y 15 de 17 en playoffs. La revancha contra los Lakers no pudo ser más dulce, con un lapidario 4-0 aprovechando que Magic llegó tocado a la definición. Detroit no mostró piedad. Al fin, estaba en la cima. La apabullada Motown estaba feliz gracias a sus hijos dilectos, los Pistons. De repente, la clase obrera llegaba al poder. Mucho gracias a Daly, que en aquella campaña había terminado de pulir un equipo en el que sus miembros debían renunciar totalmente a sus intereses personales.

Por caso, Dantley nunca había estado cómodo con su rol, siempre menor (en tiros, minutos y puntos) al que tenía en Utah. Incluso se había enfrentado a Thomas. Hasta que el coach (y el equipo) dijo basta, pese a que Adrian era una solución a los baches ofensivos del equipo. Estaba claro que los Pistons necesitaban mantener su espíritu gregario y Dantley, un tipo hosco, de malas formas y de gran ego, lo estaba erosionando. Así fue que luego de un partido que se negó a abandonar el juego decidieron canjearlo. Parecía imposible salir ganando de un cambio así, pero lo lograron, consiguiendo una gran pieza a cambio. Mark Aguirre era otro gran anotador, con números de estrella, pero también con ganas de encajar, de arremangarse. Tenía otra actitud (hasta le pidió al coach que pusiera de titular a Rodman) y una amistad con Thomas. Todo redondito para empezar con la “misión destrucción”. Ni siquiera hubo dudas cuando Portland ganó el segundo juego de la final en The Palace. Los Chicos Malos se alimentaron de los festejos de los Blazers y se impusieron en los tres partidos en Oregon para el 4-1 final.

Antes de deslumbrar en Chicago Bulls, Dennis Rodman fue una pieza importante de los Bad Boys de Detroit Pistons
Antes de deslumbrar en Chicago Bulls, Dennis Rodman fue una pieza importante de los Bad Boys de Detroit Pistons

Aquel Detroit fue una máquina trituradora, capaz de apabullar cualquier rival. En lo físico, en lo mental y luego, por ende, en lo basquetbolístico. Su defensa era tan granítica y, a la vez, tan física que hacía pensar dos veces a los rivales. A eso había que sumarle la silenciosa guerra psicológica que ejercían… Los Bad Boys tensaban la cuerda. Hasta el final. Sabiendo que podían empujar los límites reglamentarios y, de esa manera, acobardar psíquicamente. Así hicieron con los Bulls y, puntualmente, con Jordan, a quien llevaron a la frustración y obligaron a cambios físicos, táctico y de actitud para poder llegar a la gloria. Aquella estrategia ante MJ fue el mejor ejemplo de lo que podían (y eran capaces) de hacer estos Pistons. En 1988 fue 4-1 en las semifinales del Este, al año siguiente repitieron 4-2 ya en la definición de conferencia y en 1990 fue la serie más dura, un 4-3 en esa misma instancia para volver a frenar el ascenso a la gloria del mítico 23. En las dos últimas camino a su propia gloria…

Según Rod Thorn, general manager de Chicago, los Pistons era la personificación del básquet callejero, duro y físico que, en ese momento, se toleraba en una NBA cuyas siglas eran renombradas como No Babies Allowed (No se permiten bebes), justamente por lo permisivos que eran los jueces con el contacto y hasta los golpes más duros. En un video de la época se ve cómo Pippen cae golpeado y el juez Joe Crawford, además de no pitar nada, lo arrastra de la cancha para no tener que parar el juego…. Esto, generalmente, abría la puerta a la violencia.

“Nos gustaba pegar”, admite Rodman. Una forma de jugar que llevaron al límite cuando se encontrar con ese desatado animal físico y técnico que era Jordan en sus primeros 6/7 años en la NBA. Sólo hay que pensar que, en 1988, MJ fue el goleador con 38.3 puntos pero, a la vez, elegido el Mejor Defensor. Justamente, un año después, en la final del Este de 1989, los Pistons idearon una estrategia que incluirían una defensa en bloque y artimañas de todo tipo. Fue luego del tercer partido en el que Jordan terminó de amenazar el gran objetivo de Detroit. Mike sumó 46 puntos, 62% de campo, siete rebotes, cinco asistencias y cinco robos. Y, por si fuera poco, definió el juego con un golazo sobre Rodman, el mejor defensor, para el triunfo en Chicago y el 2-1 en la serie.

Cuentan que Isiah Thomas quedó devastado. Por dos motivos. Nacido y criado en Chicago, sentía que MJ ya lo superaba como ídolo en su ciudad y eso lo carcomía por dentro. Más aún cuando un verano volvió a su casa materna y encontró a uno de sus sobrinos con la camiseta 23… Y, segundo, sentía que si los Bulls los eliminaban y MJ tomaba confianza, sería el fin de su sueño. Y, claro, esa noche el base lo creía muy posible si no cambian algo... Por eso, tras el partido, cuentan que se quedó despierto hasta bien entrada la madrugada, ideando un plan defensivo, en equipo, para limitar a su enemigo. Aseguran que eran las 4 cuando llamó al asistente defensivo de Detroit y le contó la ocurrencia. Una idea que el mundo conocería como Las Reglas de Jordan. Un plan que tenía un espíritu para desquiciar al mejor jugador de la historia pero que, primero, respondía a una estrategia defensiva con los siguientes principios:

1) En los laterales, se lo empuja hacia el medio, cerrando línea final.

2) Cuando ataca por el medio, se lo guía hacia la izquierda y doblemarca.

3) Cuando recibe en el poste bajo, se lo atrapa.

4) Si pasa por la línea final, se lo derriba.

5) Si va en el aire, se lo derriba. Al piso.

La idea era sacarle espacios para limitar su capacidad física y recursos ofensivos, que no dominara o se sintiera cómodo, que tuviera que hacer mucho para anotar, que se cansara... El objetivo era frustrarlo y sacarlo de las casillas. Para eso, cada vez que podían, lo tocaban, agarraban, empujaban, pegaban y hasta lanzaba al piso. Querían que sintiera que si atacaba el aro, recibiría castigo. Incluso hacerlo pensar que podía terminar lesionado... Tras aquel tercer partido del 89, las reglas fueron aplicadas y el éxito resultó absoluto. Jordan anotó sólo 23 puntos con 33% de campo en el Juego 4, al siguiente 18 con apenas ocho tiros y en el último 32 aunque con ocho pérdidas. Tres derrotas seguidas para Chicago, que quedaba eliminado tras la gran ilusión despertada luego del 2-1.

De esa forma dominaron los Pistons. A Jordan lo llevaron al límite, lo testearon. Hasta que el mejor de la historia entendió que debía hacer: mejorar en su físico para absorber el castigo (incluyó un plan físico llamado Jump Attack que le permitió pasar de 90 a 98 kilos, con más musculatura) y desarrollar un juego más de equipo y agresivo. Hasta ahí, los Pistons se centraban en él. “No íbamos a dejar que él nos venciera. No nos interesaban los otros, ni siquiera (Scottie) Pippen. Para nosotros, eran Jordan and the Jordanaires”, resumió Laimbeer con esa última frase que quedaría en la historia por la forma de describir al equipo.

Claro, cuando Pippen dio un salto de calidad y el equipo, aprendiendo de las derrotas, endureció su juego y mentalidad, la historia se dio vuelta. Cuando volvieron a medirse, en la final del Este de 1991, todo fue muy distinto. Los Bulls arrasaron 4-0 y se sacaron de encima su karma, camino a su primer anillo. “No habríamos sido capaces de ganar seis títulos si no nos hubiéramos enfrentado antes con los Pistons”, admitiría Jordan con el correr de los años, dándole un poco de respeto luego de tanto odio entre ambos equipos.

Fue, justamente, en los últimos segundos de ese cuarto juego cuando la rivalidad entre los dos equipos tuvo su último gran capítulo. Con la victoria consumada de los Bulls en Detroit, los jugadores de los Pistons eligieron no saludar a sus vencedores, como habitualmente se hace tras finalizar una serie de playoffs. Aquel episodio se hizo famoso y fue uno de los temas polémicos que tocó The Last Dance, la serie documental que hace unos meses estrenaron ESPN y Netflix contando vida y obra de MJ y los Bulls. El no saludo.

Thomas y Jordan, un duelo que trascendió los límites de los estadios
Thomas y Jordan, un duelo que trascendió los límites de los estadios

Thomas dijo que fue orden de Laimbeer, pero muchos, incluyendo Jordan, sospechan del base, a quien en cámara se lo ve salir de la cancha con la cabeza gacha, por vergüenza o directamente para pasar inadvertido… Es verdad que Michael había calentado la previa, diciendo que los Pistons eran “campeones pobres que no merecían crédito”, pero tanto como que Michael los había saludado tras cada eliminación, pese a la tensión entre los equipos y la devastación anímica que le generaba cada derrota. Eso generó un odio visceral de los Bulls hacia los Chicos Malos y de Jordan, puntualmente, hacia Thomas. Hasta al punto de sorprender en el documental con su revelación. “Los odiaba y aún los odio”, dijo. Y no se quedó ahí, profundizando sus diferencias con Isiah. “Nada de lo que vea hoy me convencerá de que no es un idiota”, dijo. Hasta ahí llegó. MJ no aceptó haber tomado represalias, puntualmente haber sido el responsable de la prohibición para que Thomas no formara parte del Dream Team en los Juegos Olímpicos 92. Claro, había tantas estrellas de aquel equipo de ensueño que no querían a Thomas (Bird, Magic, Karl Malone y Pippen, entre otros) que muchos abogan por la teoría de que fue un boicot conjunto y no individual, como tantos años se creyó. Incluso David Robinson lo admitió luego de que pasara El Ultimo Baile...

El odio provino de que, muchas veces, los Pistons se comportaban como pandilleros en las calles de Detroit. Todos, en mayor o menor medida, salvo Dumars, el único caballero. En 1988, por caso, Thomas llegaría incluso a romperse la mano al golpear en la cara a Bill Cartwright, pivote de los Bulls. Ese mismo año, un golpe de Mahorn a Jordan generó una pelea entre ambos planteles, incluido Doug Collins, DT de los Bulls. Fue cuando MJ empezó a hostigarlos en los medios, llamándolos sucios, y cuando los Pistons adoptaron definitivamente el apodo, usándolo a su favor. Thomas confesó incluso que buscaban el temor de los rivales y hasta de sus hinchas. Así se convirtieron en el equipo más odiado. No sólo de la época, muy posiblemente de la historia del básquet mundial. Pero claro, eso generó que se menospreciaran algunas cualidades de los Pistons, un equipo con una excelsa defensa que, al estar basadas en algunos principios debatibles, no contó con la merecida valoración. Además, durante muchos momentos, sobre en la 88/89, el equipo logró la excelencia en el juego y por eso dominó como lo hizo. Porque, además de defender, también podía anotar. Y bastante: 108 de promedio en ambas finales ganadas, como para tomar una referencia.

Ellos exigieron otro respeto que no siempre tuvieron. “Los que digan que somos unos matones o villanos me pueden besar el culo”, lanzó Salley. Y Thomas amplió el concepto. “Nos llamaban sucios o violentos por la impotencia de vernos ganar”, sumó sin dejar de aclarar que, en realidad, los Pistons todavía podrían ser más grandes si no hubiese sido por los árbitros que pitaron aquella inexistente falta de Laimbeer a Abdul-Jabbar. “Deberíamos tener otro título y la década podría haber quedado así: Lakers 4, Boston 3 y Detroit 3”, dijo, especulando sobre los anillos y emparejando la historia de aquella época de oro de la NBA. Pero, más allá de los logros, los Pistons quedaron en la memoria colectiva como una amenaza para los poderosos, para el establishment de la NBA y, lo más importante, tuvieron una enorme influencia en lo que vino años después, puntualmente en el juego y en qué se necesita para ganar...

Si se quiere trazar una comparación, aquellos Pistons instauraron un sistema similar al catenaccio que profundizó el argentino Helenio Herrera en el Inter de Milán, a partir de la década del 60, y que le permitió competir y ganarles a los mejores de Italia. Siguiendo las comparaciones, Juventus y AC Milan podrían ser al Inter lo que los Lakers y Celtics fueron a los Pistons. Un estilo de juego con similitudes que permite hablar de conceptos y no saber de qué equipo es la referencia. Un esquema ultradefensivo que contrarrestaba los mayores recursos ofensivos de los rivales, llevándolos hasta la frustración y aprovechando sus oportunidades al máximo. El triunfo de la defensa, de lo colectivo, del proletariado, del esfuerzo, de la estrategia y hasta, podemos decir, de algunas “tácticas” lejanas a los mejores modales y al llamado fair play. Un forma que, tras ganar tres Scudetto y dos Champions League, potenció a otras selecciones y equipos en la historia del fútbol y que, en el caso de los Pistons y la NBA, también tuvo sus discípulos. Como los Knicks de Pat Riley, pocos años después, un equipo que puso contra las cuerdas a los Bulls y hasta llegó a una final en 1994. También el Heat, con ese mismo entrenador que profesaba “ganar o la miseria”. Los Pistons cambiaron la forma de entender el básquet y a partir de su éxito se hizo irrefutable la frase “la defensa gana campeonatos”. Muchos equipos adoptaron un estilo similar al ver que no tenían las ofensivas de alto octanaje de otros rivales, apuntando más al destruir que al crear. Por eso no fue casualidad que, durante dos décadas, sobre todo en los años 90, fuera normal ver marcadores bajos y un juego rudo, físico, que desató varias peleas, como aquella del 2004 entre los Pistons y los Pacers que incluyó a hinchas locales en The Palace. No fue casualidad. Sucedió en Motown y en el mismo estadio donde los Bad Boys habían dejado su marca para siempre…

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