Jane Lazarre y “El nudo materno": memorias crudas de la maternidad y las ambivalencias de ese amor que dura toda la vida

La escritora estadounidense, autora de este ensayo escrito en 1976 que no envejeció en cuanto a sus preocupaciones, conversó con Infobae Cultura sobre su libro, la actual ola feminista y su particular mirada de un fenómeno que por siglos tendió a romantizarse. ¿Cuánto cambió la figura de la madre en estas décadas?

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Una joven judía universitaria criada por un padre viudo y comunista ve su identidad rota en mil pedazos cuando, por error y por deseo, se encuentra con la experiencia de su primera maternidad. Por una parte, se siente presa de ese ser tan pequeño que configura sin embargo una demanda de tiempo y atención infinita, extraña su independencia y resiente a su marido cada vez que sale de casa a trabajar y la deja sola con el bebé dando por hecho que así es como debe ser; por otra, algo se le estruja en el corazón cada vez que se separa de él, incluso cuando lo hace para dedicarse a su pasión. De esto se trata El nudo materno, el libro que la escritora feminista Jane Lazarre publicó en 1976 y que presenta un relato sobre la maternidad honesto, crudo y muy bien escrito, que suena fogoso y vivo casi medio siglo después. “No tengo instinto maternal”, le dice la Jane del libro a su marido en una de esas discusiones provocadas por el agotamiento y la rabia, “me las arreglo como puedo hasta que lo calmo, nada más. Es mi obligación. Tú pruebas cinco minutos y dices: ‘¡Qué se joda!’ y te vas a leer tu puto artículo”.

El libro, editado en castellano por la editorial española Las Afueras, toma el problema de la crianza también desde sus perspectivas económicas, políticas y raciales: no solamente habla sobre el cruce tan complicado como rico entre maternidad y activismo feminista, sino que se extiende en detalle sobre las implicancias de ser una madre blanca de hijos negros en un Estados Unidos apenas salido de la segregación. En conversación con Infobae Cultura, Lazarre habla de escribir con hijos, de la maternidad como experiencia transformadora, de la necesidad de desidealizar a las madres y de cómo ha cambiado —o no— todo esto desde la primera publicación de su libro.

-¿Cuál cree que es la relación entre la maternidad y la escritura? ¿Están en conflicto? Y si fuera ese el caso, ¿se trata de una contradicción fundamental (entre, por ejemplo, la necesidad de silencio y privacidad y la experiencia de vivir con un bebé) o es más bien efecto de un mundo sexista que deja a las mujeres solas al cuidado de sus hijos?

-Yo diría que la relación entre maternidad y escritura abarca los dos elementos que sugerís. Ciertamente hay un elemento de sexismo, tanto en la vida personal como en la cultural, que varía enormemente alrededor del mundo pero está presente en todas partes, que deja la crianza de los niños como una responsabilidad de las madres; y ser una buena madre, o incluso ser apenas una madre suficiente, implica una atención profunda y un trabajo muy duro. Cuando empecé una guardería para niños con otras madres que trabajaban, eso significó para mí la posibilidad de escribir con seriedad por al menos 4 o 5 horas al día. Para las madres que trabajan, las madres solteras y las madres pobres esta contradicción es dramática y probablemente definitiva. Sin embargo, si hay una situación de apoyo a la madre, la experiencia de la maternidad puede profundizar cualquier trabajo artístico, un tipo de trabajo que inevitablemente incluye la capacidad de experimentar empatía y amor por otros. Esto puede ser especialmente verdadero para quienes escriben, cuyo oficio y profundidad depende de la capacidad para imaginar la vida interior de otra persona, una habilidad que muchas veces está presente en las madres.

-¿Cree que hay una tradición (incluso una tradición joven) de literatura sobre maternidad? Si es así, ¿cuáles son sus libros favoritos en ella?

-Hay una rica literatura sobre maternidad desarrollada mayormente entre las décadas del ‘70 y del ‘80, al menos en inglés. Yo nunca hubiera podido entender la relación entre maternidad y escritura si no fuera por Silences (Silencios) de Tillie Olsen, los cuentos de Grace Paley, el clásico Nacemos de Mujer: La Maternidad Como Experiencia e Institución de la poeta Adrienne Rich, y el menos conocido pero brillante análisis de la maternidad de la psicoanalista Dorothy Dinnerstein, The Mermaid and the Minotaur (La sirena y el minotauro). Hay también una tradición rica, ahora, de poesía sobre la maternidad —poemas de Rita Dove, Sharon Olds y otras. Muchos otros trabajos en inglés escritos por psicólogas, historiadoras y escritoras están disponibles pero tristemente no son muy conocidas. El nudo materno, aunque ahora se está leyendo mucho en España y ha estado disponible por más de cuarenta años, no es tan conocido en Estados Unidos, incluso a pesar de todos los ensayos recientes sobre los conflictos y ambivalencias, el amor profundo y las transiciones traumáticas de la maternidad. Es significativo que antes de mi generación en Estados Unidos, debido a la ausencia de un movimiento feminista fuerte, había muy pocas escritoras que además fueran madres. Tillie Olsen escribe extensamente sobre esto en Silences.

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-Usted escribió extensamente sobre la experiencia del parto. En El nudo materno, además, usted dice que para las jóvenes estudiantes de Derecho sin hijos con las que compartía espacio en un grupo de concienciación feminista, el parto era la única parte interesante, mientras que lo que venía después les parecía aburrido y prosaico. ¿Cree que las personas que no hemos parido le damos una importancia excesiva a ese momento, como si fuera lo más central de la maternidad? ¿Cree que lo que viene después (la crianza) está sobreestimado y es, en cambio, más interesante y desafiante de lo que la gente cree?

-Parir es una experiencia que te cambia la vida de muchas maneras, al igual que el embarazo para muchas mujeres. La experiencia de llevar una vida adentro de una y luego ver a esa vida ingresar al mundo es transformadora. Pero criar es una experiencia que dura toda la vida, con muchas etapas distintas de crecimiento y que se convierte para la mayoría de las mujeres en una de las bases de su identidad. Es definitivamente más desafiante que el parto ya solo por su duración. Mis propios hijos hoy tienen 46 y 50 años y al igual que otras madres de mi edad, con hijos ya crecidos, encuentro esta etapa tan desafiante como todas las que vinieron antes. Por supuesto no requiere cuidados diarios, en la mayoría de los casos. Pero el sentido del cuidado, ese tipo único de identificación con otro, esa conexión irrompible, es tan fuerte como siempre para mí y mucha otra gente. Esto no quiere decir que la maternidad no pueda incluir la ira, el abandono e incluso el abuso. Siempre está el peligro de romantizar la maternidad, como lo han hecho tantos escritores varones a través de los siglos, y también incluso algunas escritoras mujeres y madres que todavía lo hacen. Solo quiero enfatizar que, para muchas mujeres, ser madre de bebés, niños e incluso adultos es una responsabilidad continua, emocional, intelectual y muchas veces económica también.

-Usted escribe que un momento odió a su marido porque él había podido convertirse en padre sin dejar de ser además una persona para el mundo y para sí mismo. ¿Cree que esto ha seguido sucediendo en los años que pasaron desde la publicación del libro, en 1976? ¿Estamos más cerca, o más lejos?

-Creo que depende en gran parte no solo de los individuos sino de la clase social y el nivel de privilegio de cada una, así como también de las normas culturales, la educación de las mujeres o la falta de ella, la presencia o ausencia de facilidades laborales para las madres en los espacios de trabajo y muchos factores más. En muchas familias, incluyendo la mía, los padres aprendieron a “maternar” —ser padres maternales, cuidadores en todos los sentidos— con tiempo y esfuerzo. Mi hijo, padre de una hija de dieciocho años, se involucra en su cuidado de todos los modos posibles para un padre. Sin embargo, aunque esto hoy no es tan raro, está muy lejos de ser universal. Diría que hoy estamos más conscientes y atentos en todos los aspectos vinculados a la vida familiar y las identidades de género. Pero hay tanto por hacer, en especial por las madres pobres, o las que trabajan mucho, o las que se enfrentan a situaciones bélicas o de migración tan comunes hoy en nuestro mundo.

-Más en general, ¿qué piensa sobre la diferencia entre la maternidad en los ‘60 o los ‘70 y la maternidad hoy en día? ¿Cree que la conversación sobre la maternidad se ha vuelto más honesta? ¿O, por el contrario, que las redes sociales ponen más presión sobre las mujeres para parecer y ser perfectas?

-Como dije antes, sí, nuestras conversaciones y nuestras escrituras se han vuelto más disponibles para todas y más honestas. Hay cada vez más conciencia de las variaciones identitarias de las personas en general, y eso tiene impacto en las diferencias entre las mujeres que devienen madres. Se supone menos, me parece, que todas las mujeres que devienen madres son iguales, y quizás hay menos idealización, del tipo que describo en mi libro. Pero otra vez, hay mucha variación en relación con factores de clase y culturales. Otro de mis libros Beyond the Whiteness of Whiteness: Memoir of a White Mother of Black Sons (“Más allá de la blancura de la blancura: memorias de una madre blanca de hijos negros) trata sobre la educación específica que tiene que atravesar una madre o un padre blanco de hijos de color para practicar una “buena maternidad”. Y ahora ha habido trabajos de ficción, ensayo y poesía escritos por madres racializadas en Estados Unidos que describen las experiencias particulares de la maternidad en el contexto del racismo del presente.

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-El hecho de que tuvo una familia interracial juega un rol muy importante en su escritura. ¿Cree que todavía hay un estigma con eso, en Estados Unidos y en el mundo? ¿Estamos más cerca de derribarlo?

-Como decía recién, sí, por supuesto que el racismo es todavía un problema endémico en todas partes. En Estados Unidos hay cada vez más conciencia del enorme impacto del racismo, no solo el que tiene nuestra cultura en el presente sino también el que está enraizado en nuestra historia. Debido a la ola de odio desatada en este país por el gobierno de Trump nos hemos visto forzados a empezar a comprender —y es solo el comienzo— el impacto y la devastación que implicaron para todos nosotros los siglos de esclavitud y el apartheid norteamericano conocido como Jim Crow*. Mi marido creció en ese ambiente en el sur, de modo que mis hijos son la primera generación de americanos que no vivió la segregación habilitada por ley. En otras palabras, el racismo, tanto personal como institucional, es todavía un recuerdo vivo aquí, así como una realidad que continúa en el presente. Sé por mis lecturas y mis amigos que esto es así en todo el mundo. Por ahora, no veo ningún signo de que se esté convirtiendo en un tema resuelto, pero como solemos decir aquí, hay que mantener viva la esperanza. La conciencia de las consecuencias personales y económicas de la continuidad del racismo se está profundizando.

*En Estados Unidos llaman Jim Crow a un conjunto de leyes -dictadas por parlamentarios blancos- que propugnaban la segregación racial durante el período de la llamada Reconstrucción (1876-1965) en Estados Unidos. El nombre fue tomado del personaje de una obra de teatro.

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