Le decían La novia de América. Había nacido en la Argentina, pero murió a los 92 años en México, país al que había conquistado mucho tiempo antes con su talento y su personalidad. Actriz y cantante, a lo largo de su carrera participó de unas 65 películas y grabó más de 400 canciones. Era bella y caprichosa. Y dicen que tenía alma de diva. Por eso, en su vida no faltaron ni los amores sufrientes, ni los escándalos mediáticos. Se llamaba Libertad Lamarque. Y, a 24 años de su partida, su estelaridad sigue tan vigente como siempre en el firmamento artístico.
“Jamás pienso en ella, es más, no le tengo temor... Tal vez sea porque me siento muy bien. A esta altura de mi vida, todas las cosas feas ya las borré de mi mente. Yo nací artista y artista me voy a morir, de eso estoy segura”, había dicho la diva al ser consultada sobre la muerte en una de sus últimas entrevistas. De hecho, estaba grabando la telenovela infantil Carita de ángel cuando comenzó a sentir fuertes dolores en su espalda. Y tuvo que ser llevada directo del set al Hospital Santa Elena del DF, donde quedó internada con un cuadro de neumonía. Días más tarde, exactamente el 12 de diciembre del 2000, falleció.
Había llegado al mundo el 24 de noviembre de 1908 en Rosario, Santa Fe, en el seno de una familia humilde. Y fue su padre, un uruguayo llamado Gaudencio Lamarque, quien eligió su nombre en honor a las ideas anarquistas que difundía a través de pequeñas obras de teatro. De hecho, fue junto a él que Libertad comenzó a dar sus primeros pasos en la actuación cuando era apenas una niña. Y fue en su propia casa donde comenzó a cantar con su voz soprano, inspirada en la música que que sonaba a toda hora.
En 1926, la familia Lamarque se mudó a la Ciudad de Buenos Aires. Y, a instancias de su progenitor, la joven fue contratada por el empresario Pascual Carcavallo para trabajar en el teatro El Nacional, haciendo coros y algún que otro papel menor en algunas obras. Así estuvo un año, hasta que debutó en el sainete, La muchacha de Montmartre, de José Saldías, en el que integraba un trío vocal con Olinda Bozán y Antonia Volpe. Desde entonces, no paró de trabajar.
Su gran salto a la popularidad llegó de la mano de Tango!, la primera película sonora argentina, que se estrenó en 1933 y en la que compartió elenco con Tita Merello, Azucena Maizani -quien luego la ayudó a hacer su primera grabación para el sello RCA Víctor-, Pepe Arias y Luis Sandrini. De ahí en más, se convirtió en la actriz más taquillera de habla hispana. Basta recordar algunos films en los que trabajó para corroborarlo: Enséñame a vivir, La ley que olvidaron, Besos brujos, Madreselva, El alma del bandoneón, Puerta cerrada y La cabalgata del circo. Este último trabajo, por cierto, dio lugar al mito de “la cachetada” a Eva Duarte que vale la pena desarrollar aparte.
Corría el año 1945. Lamarque y Hugo del Carril eran los protagonistas del film de Mario Soffici que se estaba rodando en los Estudios San Miguel y en el que la por entonces novia de Juan Domingo Perón trabajaba como actriz de reparto. Fue cuando, según los comentarios de los testigos que el boca a boca se encargaron de condimentar, hubo un altercado entre ambas mujeres. Y, durante mucho tiempo, se aseguró que la intérprete de La Morocha había golpeado con su mano el rostro de quien luego se convirtiera en “la abanderada de los humildes”. ¿El motivo? Que, según contaban, mientras ella llegaba puntual a las citas de filmación viajando en tren, todo se demoraba porque Evita llegaba tarde aún viajando en auto oficial y con chofer.
Lo cierto es que Libertad siempre negó que esa bofetada hubiera existido. Sí reconoció su malestar por las atribuciones que se tomaba Eva y por cómo esto afectaba su propio trabajo, aún cuando las tardanzas de la futura primera dama se debían a la tarea solidaria que hacía desde horas de la madrugada en Casa Rosada. Pero, consultada por Mirtha Legrand en uno de sus almuerzos allá por los años ‘90, la artista recreó la situación ocurrida en una de las jornadas de rodaje dejando en claro que solo le había hecho una irónica reverencia. Y nadie pudo acreditar que el altercado haya pasado de ahí.
“No hubo ni cachetadas ni palabras fuertes, pero mi disgusto fue evidente. Ella no cumplía con su trabajo y eso a mí me molestaba. Desde allí comenzaron a apartarme, no me nombraban en ningún lado”, explicó. Y es que, a partir de ese momento, Lamarque se sintió censurada y decidió exiliarse. Primero aceptó un contrato en Cuba, desde donde se lanzó como figura internacional, y después se instaló en México. Su primer trabajo en tierra azteca fue en la película Gran casino, de 1946, donde trabajó con el galán local Jorge Negrete bajo la dirección de Luis Buñuel. Y, desde entonces, dividió su vida y sus éxitos entre sus dos patrias: la de su nacimiento y la que adoptó por elección.
Ya de grande, Libertad se lamentaba por no haberse quedado “soltera toda la vida”. Había sido la mujer más amada del continente gracias a sus trabajos. Pero, como a toda diva, en su vida real no le había ido bien en el amor. Se había casado a los 17 años con Emilio Romero, un apuntador de teatro, con quien tuvo a su única hija: Libertad Mirtha. Pero el hombre era alcohólico y ludópata. Y la artista sufrió violencia de género a su lado. Eran tiempos en los que las mujeres no solían denunciar a sus maridos. Así que Lamarque entró en una crisis por la que intentó suicidarse tirándose por el balcón de un hotel de Chile, adonde se encontraba de gira. Se salvó porque un toldo amortiguó su caída. Pero, tras ese episodio, su esposo se llevó a la pequeña de ambos a Montevideo, Uruguay.
Abogados mediante, en tanto, Libertad logró recuperar a su hija y dio comienzo a una batalla legal para conseguir el divorcio. Sin embargo, en 1945, Romero falleció antes de que saliera la sentencia. “Fue un error de juventud y un infierno”, decía ella al referirse a su primer casamiento. Ese mismo año, no obstante, la artista contrajo enlace con el músico rosarino Alfredo Malerba, quien la había acompañado junto a Antonio Rodio y Héctor María Artola durante sus giras musicales. Decía haber encontrado al hombre de su vida. De hecho, algunas teorías no certificadas aseguran que fue él quien, sin proponérselo, salvó su vida al ponerse accidentalmente a su paso cuando ella caía del balcón. Sea como fuere, ambos en México. Nunca tuvieron hijos. Y se separaron a fines de los ‘80, después de que él decidiera retirarse de los escenarios.
“La Argentina es mi tierra y México es mi cielo. La Argentina me dio a conocer al mundo y México prolongó mi carrera”, decía Libertad. Los últimos años de su vida, sin embargo, había decidido radicarse en el barrio de Coral Gables, Miami, Estados Unidos, donde había adquirido una amplia casa con piscina y jardín. Allí vivía con sus ocho gatos, a los que cuidaba con devoción. Aunque viajaba seguido a distintos puntos de hispanoamérica para hacer recitales o se instalaba por unos meses en el DF para grabar alguna que otra telenovela. Y fue allí, justamente, donde la sorprendió la muerte en plena actividad. Ella quería trabajar hasta el final de sus días. Y, tal como era su deseo, así sucedió.