El método Wim Hof: ¿qué buscan los seguidores de la nueva tendencia de sumergirse en agua helada?

¿Por qué alguien elegiría meterse en una pileta a 5º frente a una decena de desconocidos? Con esa premisa, Infobae participó del taller de Julieta Rubinstein, una de las únicas diez instructoras certificadas del MWH en la Argentina y la entrevistó para conocer más sobre la práctica creada por un atleta holandés en 1995 que hoy siguen Beckham y Lady Gaga

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Julieta Rubinstein, una de las diez instructoras del Método Win Hof
Julieta Rubinstein, una de las diez instructoras del Método Win Hof

Inhalás. Mientras exhalás de golpe, metés una pierna en un barril con agua helada. Otra inhalación, y avanzás con la otra pierna. La instructora te sostiene las manos y te anima a respirar de nuevo antes de hundirte hasta el cuello en un solo movimiento. Entrás con la inercia de quien ya está jugado. Sentís que se te congelan las manos y el impulso es sacarlas afuera; la instructora te dice que está bien y te sigue guiando en la respiración. Lo que queda es resistir. Lo peor son los pies: como la sangre tiende a concentrarse alrededor de los órganos vitales, son lo primero que se enfría y duele.

¿Por qué alguien elegiría meterse en una pileta a 5º un sábado a la mañana frente a una decena de desconocidos? La experiencia en el hielo dura poco más de dos minutos, pero la preparación lleva cuatro horas. El taller de Julieta Rubinstein, una de las únicas diez instructoras en la Argentina de lo que se conoce en todo el mundo como el Método Wim Hof (MWH) se hace en un jardín de Belgrano.

Wim Hof es un holandés medio vikingo con cara de me banco la que venga. Lo llaman Iceman desde que a los 17 años se tiró al canal de Beatrixpark en Amsterdam en pleno invierno. Dicen que su hermano mellizo tiene la misma tolerancia innata al frío que él. En todo caso, él cuenta que lo que lo empujó a nadar bajo el hielo, escalar el Everest en shorts y correr maratones descalzo sobre la nieve –y lo hizo batir una veintena de récords Guinness– fue el suicidio de su mujer en 1995. Entonces desarrolló la técnica de respiración y meditación para enfrentar temperaturas extremas que ahora siguen figuras famosas como David Beckham y Lady Gaga, mientras ponderan los beneficios de salir de la zona de confort. Sexagenario y convertido en un gurú con tres millones y medio de seguidores en Instagram y talleres como el de Julieta en los lugares más recónditos, Hof asegura que su método sirve para “controlar de manera consciente el sistema inmunológico” y fortalecer la salud física y mental.

Julieta Rubinstein en su centro de Belgrano. Detrás, Win Hof, el holandés que creó el método de inmersión en hielo
Julieta Rubinstein en su centro de Belgrano. Detrás, Win Hof, el holandés que creó el método de inmersión en hielo

Afuera espera el resto de la tribu, los que ya hicieron la inmersión ahora repiten un ejercicio que parece un haka y te invitan a unirte a la coreografía. Ser parte de ese grupo de humanos que decidieron someterse voluntariamente al estrés para correr algún límite secreto que excede el hielo en el cuerpo, de gente que todavía puede (y quiere) darse el lujo de renunciar al confort en un momento de la historia en el que lo más lógico sería quedarse a resguardo, es parte de la experiencia. Algunos ya lo hicieron antes y más de una vez. Hay un chico que se sumergió hasta la cabeza y una chica que se preparó toda la semana antes del taller con duchas frías progresivamente más largas. Una pareja muy simpática cuenta que en sus resoluciones de Año Nuevo ella puso: “Decir más que sí”, y que entonces él le propuso que hicieran lo del hielo. Hay dos amigas que van a meterse juntas dos veces y la segunda parecen tan relajadas que casi les tienen que avisar que salgan, a un paso entre Thelma & Louise y Frozen. A mí me invitó mi amiga Sol, lo decidimos las dos a último momento y después de ver La sociedad de la nieve. No sé si eso nos jugó a favor o en contra, pero acá estamos.

“Cada uno tiene su propia pileta de hielo”, me dice Rubinstein cuando le pregunto qué busca la gente en sus talleres de MWH. Rubinstein jugó al hockey toda su vida y es abogada, pero ni bien se recibió, en 2001, a su marido –el ex futbolista y hoy entrenador de selecciones juveniles Diego Placente– le ofrecieron pasar al Bayern Leverkusen, en Alemania, y estuvo varios años acompañándolo en Europa y dedicada a formar su familia.

Rubinstein terminó su formación online en el Método Win Hof y luego viajó a los Pirineos aragoneses para hacer el último módulo, que fue presencial, y así convertirse en instructora
Rubinstein terminó su formación online en el Método Win Hof y luego viajó a los Pirineos aragoneses para hacer el último módulo, que fue presencial, y así convertirse en instructora

De regreso en la Argentina, trabajó en el negocio de confección textil de su madre, hasta que, en la pandemia, algo la impulsó a iniciar otra búsqueda. Había hecho un máster en Recursos Humanos en España y decidió estudiar coaching, comenzó a colaborar con la Fundación Espartanos, que promueve la integración social de personas privadas de su libertad a través del deporte en equipo y la espiritualidad, y también a organizar los eventos presenciales del Instituto Baikal. El resto vino casi solo: “Los perfiles que yo venía siguiendo en Instagram cambiaron, ya no miraba zapatos y carteras, entonces el algoritmo me trajo la publicidad de un taller de inmersión en hielo para el que no se necesitaba experiencia previa. Me dieron ganas de hacerlo”, dice la instructora.

Para ella, lo primero fue la curiosidad. Quien dictaba el curso que vio en Instagram era el primer instructor de MWH en la Argentina, Diego Perassi, pero la actividad era en Córdoba, así que había que encontrar el momento. Mientras tanto, empezó a seguir su cuenta. Con tanta suerte, que la siguiente publicación que subió el instructor era el aviso de que iba a hacer su taller en Tigre. Rubinstein se anotó con su marido. Estaba acostumbrada a verlo poner las piernas en una bañera con hielo después de los partidos o entrenamientos fuertes, pero nunca antes le había tentado hacerlo.

“No sabía a dónde estaba yendo, no tenía idea de quién era Wim Hof y no había hecho inmersiones en agua helada –cuenta–. Pero cuando hice la respiración, me emocioné, me pareció que eso era suficiente: sentí la liviandad de no tener que hacer nada ni ser nadie. Era la primera vez que hacía un ejercicio de respiración y nunca me había conectado con nada relacionado con la meditación; después de jugar de los 7 a los 45 años al hockey, si no me hacías transpirar atrás de una pelota, no me servía”.

El hielo fue un desafío, dice: “Uno no sabe si va a poder y en el momento decide ‘Obvio, entro, ya estoy acá, ya lo pagué, cualquier cosa salgo, total es una pelopincho’. Pero pasó el primer minuto y pasó el segundo minuto y, cuando salí, volví a emocionarme. No podía creer que lo había logrado”. A su marido, en cambio, esa primera vez le costó más: “Como es un deportista profesional subestimó la situación y estaba en otra, así que cuando se sumergió se le cortó la respiración. Tuvo que volver a hacerlo para poder relajarse, porque es una práctica de mindfulness por excelencia: si no estás ahí, sentís que te congelás”.

"Las motivaciones para venir son diversas, pero sí hay después, en general, una sensación común de bienestar, donde los problemas pesan menos", afirma Rubinstein
"Las motivaciones para venir son diversas, pero sí hay después, en general, una sensación común de bienestar, donde los problemas pesan menos", afirma Rubinstein

Cuando compartió en redes su experiencia, se sorprendió: “No soy una influencer ni mucho menos, pero todo el mundo empezó a preguntarme por lo que había hecho y a decirme que también quería hacerlo. Así que llamé al instructor cordobés, que me pasó el contacto de dos instructoras en Buenos Aires y empecé a organizar cursos con ellas; ellas dictaban el taller y yo me ocupaba de la convocatoria y el desayuno. Se generó una comunidad de más de cien personas. Hasta que pensé, ¿por qué no ser instructora yo también?”

En junio del año pasado, Rubinstein terminó su formación online en MWH y viajó a los Pirineos aragoneses para hacer el último módulo, que fue presencial. Participaron 60 personas de 20 países diferentes, y fue la única representante de Sudamérica. “Era un viaje para el que tenía muy poquita información, porque una de las premisas es ser flexibles y lidiar con la incertidumbre. Cuando llegué me dí cuenta de que estábamos todos en la misma, que es lo que pasa en los talleres: enseguida se arma comunidad porque todos vamos en modo aprendiz, con buena onda para recibir lo que sea, mirando a los otros con compasión y alegrándonos por sus logros”, dice.

“La inmersión logra llegar a capas profundas, hay gente que lo hace para enfrentar la ansiedad o la depresión, otros que aseguran que les sacó dolores crónicos, otros vienen por el desafío, por el ego… Las motivaciones son diversas, pero sí hay después, en general, una sensación común de bienestar, donde los problemas pesan menos. Uno se vuelve más resiliente, porque es posible que la próxima vez que se someta a una situación de estrés tenga un registro corporal más claro de cómo salir. El autoconocimiento es clave para ver qué le pasa a cada uno con estas herramientas que son gratuitas y están a disposición de todos”, sigue Rubinstein. Y es que las barreras que buscamos vencer son muy personales, dice: “Para uno puede ser manejar en la Panamericana, o tener una conversación difícil con una pareja o un jefe; para mí fue tirarme en un tobogán de un parque acuático con mis hijos. Correr esas barreras, los propios límites, es lo que empodera tanto”.

La periodista Mercedes Funes en pleno ejercicio de inmersión
La periodista Mercedes Funes en pleno ejercicio de inmersión

Cuando me pregunta qué fue lo que sentí yo, no tengo una respuesta clara. No creo que necesite más estrés del que atravesé en mi vida y, en todo caso, ya me sabía resiliente. Y sin embargo, lo hice. Y cuando abrí los ojos después del ejercicio de respiración, me pareció que miraba distinto, que el aire era otro. Vuelvo a conectarme con el agua helada, con ese dolorcito programado que me forcé a tolerar sin necesidad, y me acuerdo de un párrafo de Ni de Eva, ni de Adán (2010), de Amélie Nothomb, en donde la protagonista sube al Monte Fuji: “Más allá de los mil quinientos metros, desaparezco –escribe–. Mi cuerpo se transforma en pura energía y en el tiempo que uno tarda en preguntarse dónde estoy, mis piernas ya me han llevado tan lejos que me he convertido en invisible. Otros tienen la misma propiedad, pero no conozco a nadie en quien resulte tan poco imaginable, ya que, de cerca, o de lejos, no es que me parezca demasiado a Zaratustra. Y, sin embargo, en eso es en lo que me convierto. Una fuerza sobrehumana se apodera de mí y asciendo en línea recta hacia el sol. En mi cabeza resuenan himnos olímpicos no en el sentido deportivo sino mitológico. Comparado conmigo, Hércules es un joven achacoso”.

Para Nothomb, ser Zaratustra significa “tener, en lugar de pies, dioses que devoran la montaña y la convierten en cielo, significa tener, en lugar de rodillas, catapultas que transforman el resto del cuerpo en puro proyectil. Significa tener, en lugar de vientre, un tambor de guerra y, en lugar de corazón, la percusión del triunfo, significa tener la cabeza habitada por una alegría tan espantosa que es necesaria una fuerza sobrehumana para soportarla, significa estar en posesión de todos los poderes del mundo por la única y auténtica razón de que los has convocado y puedes contenerlos en tu sangre, significa no tocar tierra por culpa de un diálogo cercano con el sol”. Quizá sea exagerado, pero la inmersión en el hielo, para mí, se pareció bastante a eso. Supongo que, por un rato, yo también sentí que podía ser Zaratustra.

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