Rose-Ackerman: “No va a pasar nada con la corrupción si los poderosos no quieren cambiar”

Se lo dijo a Infobae la economista y profesora estadounidense Susan Rose-Ackerman, que investiga el tema desde hace más de 40 años

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Susan Rose-Ackerman
Susan Rose-Ackerman

(New Haven) Susan Rose-Ackerman es PhD en economía y profesora emérita de derecho y ciencias políticas en la Universidad de Yale desde 1987. Tiene varios títulos honoríficos y escribió infinidad de libros y artículos sobre análisis económico del derecho, desarrollo, democracia, políticas públicas y derecho administrativo. Su gran tema, en el que fue pionera y que la convirtió tal vez en la voz más autorizada, es la corrupción. Infobae estuvo con ella durante la Conferencia “Public Law, Political Economy, Corruption, and Development” que se hizo en su honor en la universidad con motivo de su retiro.

-¿Por qué le interesó el tema de la corrupción cuando escribió su primer artículo en 1975? Por entonces no se hablaba de esto…

-En ese momento trabajaba en el Departamento de Economía, daba un curso sobre economía y urbanismo. Y había muchísimos escándalos de corrupción en los programas de vivienda pública federal. Mucha gente sobornaba a los inspectores para que sobrevaluaran sus propiedades, que luego el Estado expropiaba y las vendía a precios mínimos a las personas de bajos recursos. A la gente de bajos recursos obviamente no le importaba cuánto pagaba el Estado porque recibían una casa subsidiada. Y los propietarios querían que les pagaran más de lo que las casas valían. También había programas con loterías o filas para repartir viviendas públicas escasas y muchas personas pagaban coimas para adelantarse en la fila.

Entonces empecé a pensar que la economía podía ayudar a entender que los incentivos no estaban funcionando, y que tal vez un modo de atacar la corrupción podía ser rediseñar esos programas. En esto se unía mi formación como economista con mi interés en políticas públicas y gobierno. Así fue como publiqué ese artículo y luego mi primer libro sobre el tema en 1978. Después me dediqué a otros asuntos. Volví al problema de la corrupción después de la caída del Muro de Berlín, cuando de repente se convirtió en una cuestión importante y me invitaron a dar un seminario en la Escuela de Gobierno de Harvard en el que me pedían que retomara las ideas de aquel libro. Entonces empecé a trabajar sobre corrupción en la transición de Europa del Este y luego estuve un año en el Banco Mundial.

-¿Siente que se volvió más progresista con los años?

-Siempre me consideré de centroizquierda. En 1992 escribí un libro que se llamó Repensando la agenda progresista, en el que abordaba políticas públicas regulatorias. Ahora las dificultades que están teniendo todo tipo de gobiernos nos hacen pensar que tal vez son necesarios cambios más sustanciales. Yo intento no perder algunos principios económicos básicos sin con ello comprar el tipo de filosofía neoliberal que adopta mucha gente que viene de la economía. La economía permite pensar en los incentivos y en cómo lidiar con la escasez, que son elementos fundamentales de la vida, pero esto no quiere decir que tenga que gustarnos la distribución de ingresos existente o que pensemos que el capitalismo es espectacular.

-¿Cambió algo la corrupción desde que empezó a estudiarla a fines de los años 70?

-Es difícil saberlo porque hay un problema fundamental para medirla. Las dos partes del acuerdo (quien paga el soborno y quien lo recibe) quieren mantenerlo en secreto, así que no hay buena evidencia. Está el índice de percepciones de la corrupción de Transparencia Internacional y hay otro similar en el Banco Mundial. Estas mediciones capturan algo de la relación entre el Estado y la sociedad: los países que ranquean mal tienen tal vez otros problemas y entonces la corrupción es más un síntoma que el principal problema. También se hicieron algunos intentos de medir la corrupción en un nivel micro. Esto es interesante, pero sigue sin ayudar a responder la pregunta.

-¿Hay una respuesta a esa pregunta?

-Bueno, yo creo que podrían hacerse mejores análisis de los programas de lucha contra la corrupción. Habría que diseñarlos de modo tal que sea posible evaluar su efectividad. Y también se puede medir no la corrupción de manera directa, pero sí otras cuestiones relacionadas e importantes. Por ejemplo, podés evaluar si un proceso de contratación pública produce resultados en términos de si lo que se paga por los bienes o servicios se acerca o no a los precios de mercado.

Susan Rose-Ackerman
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-¿Qué políticas anticorrupción funcionan bien? ¿Qué dos o tres cosas debería hacer un país con corrupción estructural como la Argentina?

-Hay varios niveles de análisis. Para empezar, es obvio que no va a pasar nada si los poderosos no quieren cambiar. En este aspecto, si una cree que hay alguna variación por ejemplo en gobiernos provinciales o municipales, tal vez una buena opción es empezar por ahí. Pero sí o sí tiene que haber personas en lo más alto del poder a las que les interese no solo la corrupción, sino la buena performance del Estado.

Si tenés eso, entonces podés empezar a pensar qué hacer. Yo creo que un área importante son las compras, contrataciones y obras públicas. Esto es realmente central. Acá parte del problema es la corrupción y otra parte es la ineficiencia y la negligencia. Yo empezaría por esto si hubiera algo de compromiso político.

¿Y cómo se empieza? Bueno, tenés que pensar qué estás comprando. Si pensás que tenés un problema de corrupción estructural, te conviene comprar cosas bien simples que tengan precios de referencia en el mercado (por ejemplo, que se comercien en el mercado internacional). Incluso si lo que comprás no va a ser la cosa perfecta que te gustaría tener, es una buena opción simplificar, porque si empezás a comprar bienes muy especializados generás una mayor oportunidad para la corrupción.

-¿La corrupción es un problema cultural?

-Creo que los argumentos culturales se usan como una excusa. Por supuesto que puede ser cierto que hay gente que nace y crece en un lugar en el que la corrupción es habitual y parece normal. Pero una parte importante de lo que las personas interesadas en la lucha contra la corrupción tendrían que estar haciendo es explicar los costos sociales que esto genera. Yo rechazo la idea de que la cultura implique un destino. Las personas cambian todo el tiempo (para bien y para mal). La cultura puede ser una explicación en el sentido de “bueno, siempre lo hicimos de esta manera”, pero no es una justificación, salvo en los casos en que alguien dice “bueno, esto es corrupto para vos, pero en mi cultura creemos que está bien”. Y ahí podemos tener una discusión sobre eso, pero esa cuestión del relativismo es otro tipo de problema.

-¿Y cómo atacamos esa aparente tolerancia o resignación que tienen algunas sociedades (como la Argentina) con la corrupción?

-Este es uno de los temas que las organizaciones de la sociedad civil tienen que abordar, en especial exhibiendo los costos sociales ocultos de la corrupción. Y hay algo más. Hace algunos años asesoré a la ciudad de Laval en Quebec. Venían teniendo varios escándalos de corrupción en las contrataciones públicas y querían hacer algo. Y una de las cosas que más me llamó la atención fue que durante muchísimos años varias profesiones liberales habían participado de esas maniobras.

No estaban necesariamente involucrados a nivel personal, pero era muy difícil pensar que no sabían lo que estaba pasando. Me refiero a la arquitectura, la ingeniería, la abogacía, etc. Todas personas cuyos códigos de ética una pensaría que tienen reglas no solo en el sentido de que deben resistir su propia corrupción personal, sino de que deben denunciar este tipo de situaciones. Este es otro aspecto importante para pensar en reformas: enfocarse especialmente en las personas que forman parte de profesiones claves en materia de contrataciones públicas y que se supone que se rigen por códigos de ética.

-¿Puede ayudar a luchar contra la corrupción lograr condenas ejemplificadoras en la Justicia penal?

-Es posible, pero solo si eso se percibe como parte de una preocupación más general. De otro modo, es demasiado fácil decir “bueno, no, estás usando a esta determinada persona como chivo expiatorio”. La cuestión criminal puede ser parte de una estrategia general para moverse en determinada dirección. Porque, imaginemos que hablamos de un jefe o jefa de Estado: las demás personas que podrían ser corruptas no son jefes ni jefas de Estado. Parecer fácil, algo como “bueno, busquemos al que está arriba de todo, porque ese es el problema”, pero la verdad es que difícilmente sea solo eso.

-¿Qué rol debe tener la comunidad internacional?

-Yo creo que para ayudar a las personas a diseñar programas que impliquen cambios estructurales no se puede llegar y decir “yo me las sé todas”. Al Banco Mundial se lo suele criticar por ser mandón en estas cosas, y yo creo que hacen un trabajo bastante bueno. Obviamente, como son el Banco Mundial tienen que hacer reportes sobre lo que funciona, no sobre los fracasos. Y por suerte algunas cosas funcionan. Pero los profesionales que trabajan desde hace mucho tiempo en el terreno entienden bien cuáles son las limitaciones.

-¿Y hay algo que pueda hacer la comunidad internacional cuando en el país falta voluntad política?

-Bueno, no es fácil, pero hay que intentar encontrar las oportunidades. Por ejemplo, tal vez no puedas trabajar con el Poder Ejecutivo, pero sí con el Congreso, explicarle a las legisladoras y legisladores cómo interpretar cuestiones financieras. O tal vez puedas trabajar con empleadas y empleados administrativos de segundo o tercer nivel, con los profesionales de las agencias administrativas o de control. Y de esa manera te mantenés un poco por debajo del radar, pero lográs brindar algún tipo de ayuda técnica y profesional útil.

-Es interesante, porque es menos ambicioso que los grandes programas, pero puede tener algún impacto.

-Exacto. Incluso es posible que haya que pensar en salir de las ciudades capitales donde puede ser que haya menos compromiso o que todo sea súper corrupto, e ir a pequeñas localidades o ciudades donde hay mayor espacio para hacer cambios sustanciales. No es fácil, pero puede servir para dar un ejemplo y que se replique en otros lugares.

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