
Por casualidad, hace un cuarto de siglo, me tocó ser testigo del momento en el que Mauricio Macri -por entonces empresario e hijo de uno de "los dueños de la Argentina" y hoy presidente de la Nación- volvió al lugar en el que había estado secuestrado.
Yo tenía 25 años y estaba haciendo una pasantía rentada en el diario Clarín. Ya era graduado en Comunicación por la Universidad de Buenos Aires y había trabajado en algunas radios, en la revista El Periodista y publicado varias notas en Página/12.
La pasantía -llamada beca- consistía en asistir a clases en la Universidad Católica Argentina y, al cabo de un tiempo, realizar prácticas en el diario. Como éramos el último escalafón en la redacción, nos solían asignar las tediosas guardias periodísticas.
El 24 de noviembre de 1991 me mandaron a la puerta del Palacio de los Tribunales. Era domingo, no había nadie en la calle y adentro estaban siendo indagados por el juez Nerio Bonifati los acusados por el secuestro de Macri. Mi tarea era estar atento por si algo sucedía.
Pasé la tarde dentro de un Renault 12 junto a un fotógrafo y el chofer del auto. Estuvimos horas sentados sin que nada ocurriera. Aparentemente. En un momento, me acerqué a dos señores de pelo largo y barba, vestidos con jeans y campera. Les pregunté si eran policías y si sabían algo sobre "lo del secuestro de Macri".
Los dos policías se burlaron de mí. Imposible olvidar sus palabras: "Decime pibe, vos sos re verde, ¿no?". Admití que era inexperto, les conté por qué estaba ahí y reconocí que no tenía ni idea de lo que había pasado. Me dieron dos o tres datos menores, que publiqué en un pequeño recuadro. Nada más.
Al día siguiente, los editores del diario me enviaron a hacer otra guardia: Avenida Garay 2882. Me dijeron que Macri iría a reconocer el lugar donde había estado cautivo tres meses antes. Yo tenía que estar en la puerta para ver qué sucedía.
Cuando llegué, había casi cien periodistas. Nos saludamos con algunos y, cuando la espera se ponía aburrida, un colega de la vieja ATC se lamentó: "La policía está buscando un testigo, pero a mí no me sirve porque no puedo entrar con la cámara". Lo dijo como si nada, y se fue.
Minutos después, me encararon los dos policías de la Federal que la tarde anterior habían descubierto mi inexperiencia. Uno de ellos me dijo: "Vos sos el pibe de Clarín que estaba ayer en Tribunales, ¿no?"
-Sí, yo soy el verde- le contesté.
Entonces me preguntó: "¿Querés ser testigo del procedimiento?"
Me explicó que tenía que quedarme hasta el final y que no iba a poder tomar notas de lo que sucediera durante el trámite judicial.
"Pero, ¿después puedo escribir?", pregunté.
La respuesta fue: "afirmativo". Entonces acepté.

Ese 25 de noviembre de 1991 fui uno de los dos testigos del procedimiento en el que Macri y otro secuestrado por la misma banda –el empresario Sergio Meller- reconocieron su lugar de cautiverio.
El segundo testigo fue el cafetero del barrio que estuvo toda la tarde vendiendo café a la gente aglomerada frente a la casona y también a los que entraron. Entre sus clientes estuvieron Macri y Meller, además del entonces ministro del Interior del menemismo José Luis Manzano, el Jefe de la Federal comisario Jorge Passero, el juez Bonifati, sus secretarios y los policías que manejaban el caso. El vasito de café costaba un peso/dólar, la convertibilidad era algo relativamente nuevo.
En el oscuro sótano de la casa de la avenida Garay 2882 -donde la banda "guardaba" a sus secuestrados- había un contundente olor a humedad que, cuando ahora recuerdo, aún puedo percibir.
Los funcionarios y policías recorrían el lugar junto a los dos secuestrados. Un comisario robusto se subió al elástico de una cama que estaba en el piso y lo partió. Fue el único hecho gracioso de aquella larga tarde.
Me acuerdo con precisión del momento exacto en que -hace 25 años- el actual presidente de la Nación reconoció el inodoro color beige que había usado durante su secuestro. Lo pateó. Y también puteó en voz alta, como hacen los que sienten bronca y humillación.

En la casona todavía estaba la radio Noblex Siete Mares que le habían prestado a Macri para amenizar las horas que permaneció encerrado. También, un trapo azul y rojo que usaba para su aseo personal y una remera con la que había dormido las noches que pasó en ese sótano. Todos estos objetos fueron reconocidos por el actual presidente. Efectivamente, ese era el lugar donde lo habían ocultado mientras estuvo secuestrado.
El procedimiento finalizó y los involucrados se fueron, pero yo tuve que quedarme hasta que las actas estuvieron terminadas. Los policías las escribían a máquina. La tarde se había convertido en noche y yo seguía ahí. Así que empecé a repasar lo sucedido y a anotarlo en las viejas hojas pautadas que llevaba.
De repente, alguien golpeó el portón de chapa de la casona. Escuché la voz de uno de los periodistas de la redacción. "Soy Daniel Santoro, estoy buscando a Omar Lavieri, un cronista que vino hoy acá temprano y no podemos encontrar". El policía le explicó que yo estaba adentro y que cuando terminara me podía ir.
Cuando finalmente volví a la redacción, escribí una nota que no salió firmada. Me fui cuando no quedaba casi nadie en el diario, después de la medianoche. Fue la primera vez que no pude dormir por esa inexplicable sensación que tenemos los periodistas cuando está por salir publicada una primicia nuestra.

Al día siguiente, los veteranos de la redacción me contaron que Manzano estaba enojado porque pensaba dar él, en conferencia de prensa, los detalles del reconocimiento. Creía que la información se había filtrado, no imaginaba que un cronista principiante y afortunado había sido uno de los testigos del procedimiento.
La casualidad de haber estado aquella tarde de domingo de guardia en Tribunales y de haber sido enviado a la casona de Garay al 2800 al día siguiente, marcó un nuevo rumbo en mi carrera periodística. Desde entonces cubro casos judiciales con contenido político, como fue aquel secuestro del actual presidente de la Nación.
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