Periodismo: el opio de los pueblos

Mancha papeles, escritores frustrados, cagatintas, alcahuetes. Eso era en los ‘buenos tiempos’, cuando la integridad no estaba en juego. Operadores, cómplices, chorros, obsecuentes, choripaneros, oligarcas, enemigos del pueblo son los insultos más populares del nuevo milenio para los periodistas argentinos.

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El mundo se divide entre los que 'hacen' y los que cuentan lo que hacen los demás. Y este hermoso oficio supone eso: contar lo que hacen los demás, que es el modo que encontramos de 'hacer' sin gran esfuerzo. Una combinación de haraganería y soberbia que nos permite narrar con pelos y señales una expedición al Monte Everest (y hasta criticar) sin ser capaces de subir tres pisos en ascensor. Al menos, hasta que alguien se lo toma en serio e investiga sin sponsors, como un tal Rodolfo…

Como cada 7 de junio, se celebra el día del periodista en conmemoración del primer número de la Gazeta de Buenos Ayres, medio tan militante que se dedicaba a publicitar los actos y las ideas del Primer Gobierno Patrio conocido como Primera Junta, nacido apenas trece días antes, en nombre del Rey de España.

Trece días, éso es lo que tardaron -con Mariano Moreno a la cabeza- en poner en la calle un órgano de difusión y propaganda. O mejor, éso tardaron en encontrar un modo institucionalizado de recortar la realidad a la medida de sus intereses, que en este caso serían los intereses supremos de la Revolución.

Es decir, el primer medio argentino estaba financiado por el poder político, se dedicaba a bajar línea y en vez de periodista tenía un integrante del Ejecutivo escribiendo los artículos. Nada nuevo bajo el sol. Más de dos Siglos han pasado en vano. Afortunadamente, un liberal de pura cepa, Bernardino Rivadavia (el del sillón, en el que hace poco posó un perro de apodo federal), tuvo el coraje de cerrar el pionero diario en 1821.

La redacción siempre fue unipersonal y en su ilustre lista figuró Bernardo de Monteagudo, otro prócer de los buenos, como Castelli, Belgrano y el propio Moreno, hasta que apareció ese muchacho con tonada española que le hizo el gol a los ingleses, tosiendo sobre el lomo de una mula y terminó con los rankings de héroes hasta hoy.

"El fútbol es el opio de los pueblos" era la frase con la que los jóvenes de izquierda -los jóvenes, bah- de los 70′ explicaban la traición a sus padres futboleros. Movilizados y armados (dentro y fuera del peronismo) quienes pretendían hacer la revolución adaptaron la famosa frase de Carlos Marx para justificar que ya no consumían el deporte de masas.

La idea era que ese espectáculo en el que la gente común se involucraba, conformaba una pérdida de tiempo y una de las tantas formas en las que la oligarquía 'anestesiaba' a la clase obrera para que no recuperara por la fuerza lo que le había robado con elegancia. Con el diario del lunes, el plan marcha viento en popa: 40 años después, dan mil partidos por día en la tele y nadie con chances de ser Presidente (no de la Nación, de una Sociedad de Fomento en Villa Luzuriaga) discute las groseras inequidades del grosero sistema capitalista de producción.

Son tiempos en los que algunos periodistas dejaron de contar lo que pasa para protagonizar los acontecimientos, torciéndolos hasta vaciarlos de sentido. De un lado y del otro de la grieta se justifica cualquier cosa en nombre de un fin superior. Si un cajero de Banco se hace rico en menos de diez años con el dinero del Estado en sociedad con los estratos más altos del poder, está bien porque hay que financiar la política. Lo mismo si un adicto juega al vóley con bolsos llenos de dólares con el portón de entrada de un falso convento. No hay excusas.

Si un grupo de empresarios 'baja' del mundo de las corporaciones a manejar el país y toma la decisión de devaluar y en el camino se beneficia con millones porque tuvo la precaución de comprar dólares futuro a 10 y pico y cobrarlos en un 'presente' de 14 y pico, no pasa nada. Es parte del sinceramiento, volvimos al mundo. Si ese dinero, antes y después pasó por paraísos fiscales, es lógico porque el Estado Stalinista pretendía expropiarlo… Y así hasta el infinito y más allá. De yapa, la gente debe elegir entre pagar los servicios y comer, y generaron dos millones de pobres en seis meses. No hay excusas.

Todos los 'periodistas profesionales' trabajamos para alguien que tiene poder y dinero. Tanto que puede financiar un medio de comunicación masiva. Por lo tanto, debemos ajustarnos a los intereses de quien nos paga el sueldo para mantener la fuente de trabajo. Dicho así, suena a barbaridad, a cercenamiento de la libertad de expresión. Sin embargo, uno no espera entrar a una panadería y que el empleado nos diga "no lleve los vigilantes que están duros como adoquines, son más viejos que la injusticia". A todos nos caben las generales de la ley. Sí, es tristísimo.

Lo importante es recuperar el límite. Y ése límite es el principio de la verdad. Como todo el mundo sabe, la objetividad no existe, son los padres. Y como nos dedicamos a contar lo que los demás hacen, lo vamos a hacer desde nuestros propios prejuicios e intereses. Pero una cosa es interpretar la realidad a nuestro gusto y piacere, amplificar o disimular un acontecimiento, utilizar parcialmente datos, etc. Y otra es quebrar el principio de la verdad.

Si el partido salió 0 a 0 no se puede publicar que fue 5 a 1 para nuestro equipo. Y mucho menos, bajar del palco, ponerse la nueve y hacer un gol. El mundo se divide entre los que hacen y los que cuentan. Contemos.