
El mar peruano, una de las reservas marinas más productivas del planeta, no se libra de un enemigo silencioso y progresivo: la contaminación que proviene de residuos sólidos, descargas industriales y plásticos, vertidos sin tratamiento que desembocan diariamente en el litoral marino viniendo desde las ciudades costeras, comprometiendo los ecosistemas, especies y las comunidades que dependen del mar.
Un estudio binacional (Perú–Chile), llevado a cabo entre 2013 y 2015 bajo el proyecto del Fondo Mundial Ambiental (GEF), concluyó tres grandes amenazas para el ecosistema marino de la Corriente de Humboldt: 1) uso no óptimo de los recursos pesqueros; 2) pesca ilegal, descartes y caza; y, 3) la contaminación del mar que fluye a través de los ríos y de efluentes sin tratamientos. Este análisis —el Análisis Diagnóstico Ecosistémico Transzonal (ADET)— sigue vigente y fue ratificado por los gobiernos de Perú y Chile. Pese a su importancia, pocas veces se discute la magnitud real de la contaminación marina y sus efectos en nuestro ecosistema costeño.
Según organizaciones especializadas, más del 80% de la contaminación marina proviene de actividades terrestres. En el caso peruano, esto se materializa en ríos que actúan como carreteras de basura y desechos químicos hacia el océano. La falta de plantas de tratamiento de aguas residuales en varias ciudades costeras agrava el problema, miles de litros de efluentes llegan al mar sin procesos mínimos de descontaminación. A esto se suma la actividad industrial informal y la ausencia de controles efectivos que permitan identificar y sancionar a los responsables.
La contaminación marina no es solo plásticos a la vista. Los vertidos industriales sin tratamiento, aguas servidas domésticas y residuos agrícolas arrastrados por ríos depositan metales pesados, químicos, materia orgánica y nutrientes en el mar. Estos contaminantes alteran la calidad del agua y de los sedimentos, reducen la diversidad biológica y afectan negativamente a organismos bentónicos, planctónicos y especies costeras.
Para la pesca artesanal, la degradación del ecosistema significa capturas más bajas, menor variedad, riesgo sanitario para el consumidor y pérdida de ingresos. Las zonas costeras impactadas por la contaminación que antes servían de criaderos hoy son inutilizadas.
La contaminación marina también daña el turismo, la calidad de vida en ciudades costeras y la salud pública. Playas contaminadas, mareas negras y residuos plásticos afectan a los ciudadanos y desalientan inversión. Pero ante estos hechos ¿Dónde están las ONGs ambientalistas que se preocupan por el ecosistema marino?
La deficiente gestión de residuos y descargas también genera zonas muertas: áreas donde el oxígeno se agota y la vida marina desaparece. Algunas de estas zonas han comenzado a identificarse frente a puertos y desembarcaderos donde el crecimiento urbano no ha sido acompañado de infraestructura sanitaria adecuada. ¿Podemos permitir que el mar peruano se convierta en un vertedero?
La respuesta desde el derecho ambiental es clara: no podemos seguir normalizando la impunidad ambiental. Para enfrentar la contaminación marina se requieren tres pilares: regulación, fiscalización y educación. Primero, es indispensable cerrar la brecha en infraestructura de saneamiento y exigir a las municipalidades y al sector privado el cumplimiento de los estándares de vertimiento y tratamiento. Segundo, el Estado debe fortalecer la fiscalización ambiental, con herramientas tecnológicas que permitan identificar descargas ilegales en tiempo real. Tercero, necesitamos un cambio cultural profundo en el que cada ciudadano entienda que lo que arroja al río o a la calle finalmente llega al mar.
El Perú debe asumir que proteger su mar no es una opción, es una obligación jurídica, ambiental y ética. La contaminación marina es un problema que no se ve a simple vista, pero que avanza día a día. Si no actuamos ahora, perderemos uno de nuestros mayores patrimonios naturales.
El mar peruano, nuestra corriente de Humboldt, es nuestra invaluable riqueza natural, y esta no puede seguir siendo el último eslabón donde terminan nuestros errores. Protegerlo es proteger nuestra vida, nuestra fuente de alimento, trabajo, nuestra economía y nuestro futuro.

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