Un número creciente de peruanos ha cruzado el Atlántico en los últimos meses no por oportunidades, sino para salvar su vida. La escalada de extorsiones en Lima ha obligado a familias enteras a dejar sus casas, cerrar sus negocios y buscar refugio en España. A diferencia de otras olas migratorias, este desplazamiento no responde a una búsqueda de progreso, sino a una necesidad urgente de escapar de amenazas directas de muerte.
A través de un reportaje realizado por Panorama, testimonios recogidos en Madrid revelan una nueva realidad: personas que tenían estabilidad económica en Perú, con hijos en colegios privados y emprendimientos propios, han terminado viviendo en habitaciones alquiladas, dependiendo de comedores populares para alimentarse y tratando de reconstruir sus vidas desde cero. En todos los casos, el punto de quiebre fue una llamada anónima con una amenaza que no pudieron ignorar.
Las llamadas que arruinaron todo
Dina Núñez vivía en un distrito limeño con su esposo y sus hijos. Tenía una fábrica de buzos escolares y él, un negocio de cerrajería. La familia planeaba ampliar su casa construyendo un tercer piso. Todo cambió cuando comenzaron a recibir llamadas desde números desconocidos. Los extorsionadores afirmaban hablar desde penales y mencionaban por su nombre a cada uno de sus hijos. “¿Cuál de tus hijos quieres que muera primero?”, le dijeron.

Las amenazas fueron constantes. “Te llamamos de San Juan de Lurigancho. Si no pagas, vamos por tu hijo”, repetían. El esposo de Dina intentó resistir. Siguió trabajando durante semanas, pero cada mensaje lo empujaba al límite. Finalmente decidió cerrar. “¿Para qué seguir si estoy trabajando solo para los delincuentes?”, le dijo. La familia vendió lo que pudo y compró pasajes con destino a Madrid. Hoy viven separados y sin ingresos fijos. A diario acuden a un comedor en el barrio de Villaverde Alto para poder alimentarse.
Barrios nuevos, problemas nuevos
En Vallecas, otro barrio popular de Madrid, la historia se repite con otros rostros. Janet Sandoval, una estilista peruana, llegó a fines del año pasado junto a su familia. En Lima tenía un salón de belleza en una zona comercial. Las primeras amenazas llegaron cuando promocionaba sus servicios en redes sociales. No pasó mucho tiempo antes de que recibiera un mensaje desde un penal. “Tuvimos que dejar todo por seguridad”, relata.
Hoy Janet participa en talleres comunitarios y trata de generar ingresos como puede. Al igual que otros desplazados, vive en condiciones precarias. El alquiler es alto y sus documentos aún están en trámite. Su esposo, que en Perú tenía un negocio propio, aún no encuentra empleo formal. Las deudas se acumulan. En Madrid no hay amenazas telefónicas, pero la incertidumbre continúa.

Las solicitudes de asilo y la frustración legal
Muchos de estos peruanos han acudido a despachos de abogados en España para solicitar asilo. Explican que huyeron porque su vida estaba en riesgo. Sin embargo, la legislación europea no reconoce la extorsión como motivo suficiente para obtener protección internacional. “El asilo solo se aplica en casos de persecución política, orientación sexual o religión”, explica un abogado con experiencia en migración. A pesar de esto, las solicitudes siguen en aumento.
Varios testimonios recogidos en los comedores del proyecto Ammar —una red de ayuda gestionada por mujeres latinoamericanas— muestran que las filas de peruanos que buscan alimentos o ropa se hacen más largas cada semana. Algunos llegaron con hijos pequeños, otros viajaron solos. Una mujer contó que tuvo que huir con sus tres niños después de que su esposo fuera asesinado en Lima. Hoy solo busca un lugar seguro donde puedan dormir.
El impacto silencioso de una crisis sin fronteras
El fenómeno no solo refleja una crisis de seguridad, sino también un nuevo tipo de migración forzada. A diferencia de quienes migran por pobreza o falta de oportunidades, estas familias salieron de Perú con negocios activos, hijos estudiando y una rutina estable. Lo dejaron todo por miedo. En su mayoría, no sabían lo que implicaba empezar de cero en otro país sin papeles ni redes de apoyo.

Los comedores populares, que hasta hace poco atendían principalmente a ciudadanos españoles o migrantes de larga data, ahora reciben a recién llegados de Lima, Callao y Trujillo. Algunos de ellos aún no han logrado encontrar trabajo ni vivienda propia. Viven en habitaciones alquiladas, muchas veces sin contratos formales. A pesar del riesgo que corrieron para llegar, y del esfuerzo que hacen para sobrevivir, muchos todavía temen regresar. Saben que en Perú los mismos delincuentes que los amenazaron siguen activos.
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